—Lo siento—, murmuro en voz baja. Pero, en realidad, me gustaría poder acercarme a él y tocarle de nuevo sin que se diera cuenta. Evert se ríe. —Siempre haces lo mismo—, reflexiona. —¿Hacer qué?— Sylred es quien responde. —Toca a uno de nosotros. O agarrar algo para sostenerlo. Es casi como si se hiciera inconscientemente—. Un rubor tiñe mis mejillas. Tiene razón. Me sorprendo a mí misma tendiendo la mano hacia ellos o cogiendo algo impulsivamente al pasar, solo para recordarme a mí misma que puedo hacerlo. Pero vamos. Pasé décadas sin poder tocar a otra persona. Sin poder sentir nada en absoluto. Cada vez que lo intentaba, mi mano la atravesaba. Así que sí, tal vez sobrepase los límites personales. Cambio de tema, porque no lo entenderán, y no quiero admitir lo mucho que