A Elizabeth nada le producía risa, solo dolor y llanto, estaba en pleno duelo habían pasado meses y aún extrañaba mucho a su padre, su ausencia, la atormentada cada día, quería curar su corazón y no podía, sentía ganas de llorar, rabia e impotencia reclamaba a Dios, porqué lo había llevado, si él era tan bueno, un ejemplo de persona, generoso, buen padre.
Elizabeth salía, a caminar sola sin rumbo alguno, era otoño las hojas de los árboles caían, caminaba sobre ellas, le gustaba sentir él ruido que hacían.
Un día no se presentó a la facultad debía curar su dolor; no sabía cómo, extrañaba tanto a su padre, caminó y se encontró con una señora anciana, ella preguntó .
—¿Qué te pasa hija?, Te veo muy triste ¿En qué te puedo ayudar?
Elizabeth no pudo evitar llorar.
—Lo siento no puedo decir, lo qué me pasa.
— ¿Es un asunto del corazón? ¿Estás enamorada?
— No estoy enamorada, solo me gusta un chico.
— Se trata de mi padre es él dolor más grande qué existe, su ausencia me mata.
La anciana le dió muy buenos consejos dijo:
A todos nos toca irnos algún día, él tiempo cura todo y las lágrimas se secan.