Padre Gael Moya
— ¡Buenos días! – una voz suave inrumpe a mí espalda que reconozco al instante.
— ¡Buenos días, Danna! – contesta de inmediato mí madre al escucharla – ¿Cómo amaneciste? ¿Dormiste bien? ¿Cómo te fue en el hospital ayer?.
Empieza a llenarla de preguntas antes de que yo pueda reaccionar.
Escucho su caminar detrás mío y por alguna razón me siento nervioso.
"¿Qué me pasa con ella?"
— ¡Buenos días, Señor Moya! – de repente me saluda muy de cerca haciendo que tire mí sandwich que tenía en la mano de un sobresalto y voltearme para verla.
Carraspeo intentando aclarar mí garganta, lo que la hace soltar una risita que se escucha adorable.
Su vestido veraniego color blanco tejido a mano, me dejó sin aliento por unos segundos.
Su pelo oscuro con ondas que le llega hasta la cintura, sus ojos celestes y su piel tersa y rosada, hacen el conjunto ideal para toda la belleza que tengo en frente y en total contraste con la Danna que conocí anoche.
Parpadeo un par de veces cuando la veo acercarse más a mi sin dejar de mirarla, muerde su labio inferior con fuerza y cuando lo suelta, se ve aún más rojo e hinchado.
Mis ojos van a parar justo allí en ese momento lo que me hace emitir un pequeño jadeo que sólo ella escucha cuando me toma de la cabeza y me acerca a ella para verificar mí herida.
Me mira directo a los ojos y me sonríe.
— ¿Te comió la lengua el ratón? – dice para volver a reír, ahora muy cerca de mí cara.
— Buenos... días, Danna – contesto tragando saliva.
"¿Por qué ella me hace sentir cosquilleos en el estómago que nunca antes había sentido?"
— Mí guardia en el hospital estuvo agotador, Suegra – responde a la pregunta que mí madre le había hecho anteriormente. – Urgencias se llenó a causa de un accidente múltiple en el centro.
"¿Suegra?"
Me volteo a mirarla en cuanto termina de decir eso con el ceño fruncido, como preguntando que fue eso. Ella me devuelve la mirada junto con una sonrisa que contesta mí duda interna al momento.
— Debes estar exhausta , amor – le susurra mí madre a mí espalda haciéndome volver a la realidad.– ¿Te levantaste muy temprano?. Debiste quedarte en la cama un poco más.
— Estoy bien, además, quiero estar aquí cuando Elian llegue de su Fisioterapia – comenta maniobrando algo en mí cabeza. – Debe estar por llegar.
Caigo en cuenta cuando escucho eso.
"Es la esposa de mí hermano. La que hasta ahora no había podido conocer."
"Es la esposa de Elian" – suspiro en mis pensamientos.
"Pero... ¿por qué?... ¿por qué me siento decepcionado al enterarme de eso? – me regaño a mí mismo.
" ¿Por qué me importa eso sí yo soy... un sacerdote? Un... sacerdote... – suspiro nuevamente.
—¿Gael? – escucho que me habla mí madre – ¿En qué planeta estás, hijo?
— Mmmmm... – contesto aturdido. – No te escuché madre. ¿Qué sucedió?.
— Danna te está preguntando que si aún sientes dolor – comenta extrañada por mí lejanía – ¿En qué piensas? ¿No la escuchaste?
Intento aclarar mí garganta antes de contestar.
— Estoy pensando en Elian – miento – Ya no siento ningún dolor – respondo ahora mirando a Danna. – Gracias por preocuparte.
" Es la tercera vez que estas mintiendo desde que llegaste aquí, y todas tienen que ver con ella." – me vuelve a regañar mi conciencia.
"¿Qué te está pasando, Gael? – suspiro – Esto nunca antes había sucedido.
Me levanto bruscamente bajo la mirada extrañada de estas dos. Antes de que hablen, lo hago yo.
— Yo... yo iré... iré a la capilla – tartamudeo mirando a mí madre. – Aún no fui allí desde que llegué.
—¿Quieres que te acompañe, amor? – pregunta mi madre aún extrañada. – Podemos seguir conversando en el camino.
— Gracias, madre... pero quiero ir sólo – contesto decidido ganandome otra mirada de asombro por parte de ella.– Necesito poner en orden algunas ideas.
— Ok – es lo único que contesta.
Salgo de allí con la mirada baja. No entiendo que es lo que me sucede.
Mí cabeza está en caos total. Pero todas tienen que ver con Danna. Ella me hace sentir diferente, extraño. Cómo si algo que desconozco se adueñara de mí cuando se acerca.
Camino a pasos grandes hasta la Capilla de Santa Rosa de Lima que mí padre había construido en el jardín Oeste de la casa.
Ya allí, una inquietud se apodera de mí pecho, como una angustia, un temor a que suceda algo de que me saque de mí zona de confort, algo que no sepa cómo controlar y al final termine rompiendo mis ideales, mis metas.
Me arrodillo frente al Jesús Crucificado que está en medio del altar y llevo mí cabeza hasta el suelo junto con mis manos.
Es un arco reflejo que tengo desde que me uní al seminario, y que hago especialmente cuando tengo alguna preocupación o duda que me ronda la mente.
"Señor Mío: pido me des la visión espiritual. Una mente confundida, es una mente ciega, Señor. Me niego a tener dudas sobre mí propósito en la vida en el nombre de Jesús.
"Por favor, destruye todo lo que quiera impedir que te escuche cuando me hablas. Dale paz y claridad a mí mente. Confío en ti, Señor."
Orar me tranquiliza, me da fuerzas para enfrentar lo que sea que me espere. Por eso nunca me canso de hacerlo. Dónde sea que me encuentre.
— ¿Eso no hará que te duela nuevamente la cabeza? – pregunta Danna después de unos minutos sacándome de la profunda meditación en la que estaba – No deberías golpear así tu cabeza contra el piso, menos después del sangrado de anoche.
Denoto un poco de enojo en sus palabras y me mira con cejas fruncidas. No me había percatado que los golpes que me estaba dando cuando llegó son en realidad algo fuertes y efectivamente ella tiene razón. Pero... ¿por qué está aquí?.
— ¿Me estás siguiendo? – pregunto levantandome algo molesto y sin medir el peso de mis palabras.
Abre la boca para hablar, pero parece arrepentirse y lo cierra nuevamente sin decir nada.
En eso escucho unas carcajadas a mí espalda que me hace voltear de inmediato. Me tiro contra él apenas lo veo y nos fundimos en un largo abrazo.
— Hermano... ¿Cómo estás? – intento formular una oración sin evidenciar demasiado mi preocupación. – Te extrañé tanto.
— Estoy bien, Gael – suspira – Yo también te extrañé mucho. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué nadie sabía que venías?.
Rompo nuestro abrazo para mirarlo.
Se ve tan diferente a lo que era antes. Siempre fue enfermizo, pero nunca llegó hasta este punto. Se nota que perdió mucho peso, su piel algo pálida y sus enormes ojeras delatan la penuria por la que está atravesando.
Se me hace cientos de nudos en la garganta cuando lo veo así.
El joven alto, rubio de ojos azules, sonrisa contagiante, rompe corazones, el que a todas las jovencitas tenía babeando por el, el conquistador, prácticamente ya no existe.
Recuerdo las veces en que me metió en problemas el que seamos tan parecidos. Especialmente con las niñas que buscaban ligar con él, y de quienes a duras penas conseguía deshacerme mostrando mi marca de nacimiento en el cuello que es lo único que nos diferencia.
Le sonrío y lo vuelvo a abrazar.
— Quería darles una sorpresa, hermano – le contesto abrazándome a él más fuerte.
Suspira sin decir nada por un buen rato.
— Me hace muy feliz que hayas venido – dice por fin rompiendo el silencio – El que es que estés aquí me da nuevas esperanzas.
No entiendo exactamente el significado de su frase. Pero lo conozco. Sé que aquello que dijo significa todo y algo muy importante para él.