Padre Gael Moya
Despierto atontado y cegado por el brillo intenso del sol que se cuela por la ventana. Miro el reloj de pared y son más de las once de la mañana.
"Dios, es tardisimo" – digo levantandome bruscamente.
Busco mí mochila que deje tirada apenas entre a mí cuarto y saco la pequeña biblia azul que mí abuelo me había heredado.
Me arrodillo, como todas las mañanas y rezo. Hoy más que nunca necesito hacerlo.Tomo entre mis manos mí crucifijo, también herencia de él, y le pido con todas mis fuerzas que mí estancia aquí traiga nuevas esperanzas para mí hermano y consuelo para mí madre que sufre tanto con toda esta situación.
Después de sentirme con armas suficientes para empezar el día, me ducho, y como imaginé, todas mis cosas siguen así mismo como los había dejado antes de ir. Con la diferencia que muchas de ellas ni siquiera me quedan ya.
"Han pasado nueve años" – sonrío al intentar ponerme el pantalón que tanto me gustaba y descubrir que definitivamente ya no me entra.
Me visto con un conjunto deportivo, que es lo único que me calza y bajo a la planta baja a buscar a mí familia.
La primera en notarme es mí madre, que al verme bajar por las escaleras, tira la revista que tiene en la mano , corre y se tira a mis brazos dándome cientos de besos
— Mí amor... – me dice entre besos – ¿Qué hora llegaste? ¿Por qué no me avisaste que adelantaste tu viaje?.
— Dejé todo solucionado antes de lo previsto, madre. – le confieso sonriendo. – Además quería darles una sorpresa.
— Estoy tan feliz de que estés aquí, hijo – responde ahora entre lágrimas. – Te extrañaba tanto.
— Yo también, madre – murmuro secando con mí pulgar las lágrimas que ruedan por su mejilla. – A ti y a Elian.
Al terminar mí última frase, se hecha a llorar a mis hombros totalmente destrozada, dejándome sorprendido. Aunque ya sabía lo preocupada que esta, jamás me imaginé que tanto.
No es muy común en ella verla en ese estado, por el contrario, entre mí papá y ella, ella fue siempre la más fuerte, la que enfrentaba todo, la de la cabeza fría, la que encontraba las mejores soluciones a los problemas.
Verla así me confirma que algo grave sucede.
— ¿Vamos a la biblioteca a hablar, madre? – le pregunto tomandola el rostro. – Ahí puedes contarme todo y ver que podemos hacer.
Asiente sorbiendo la nariz y con una sonrisa que para nada le llega a los ojos.
— Tu hermano empeoró – dice en un hilo de voz una vez que entramos a la biblioteca – Su enfermedad está muy avanzada y el panorama para él no es muy alentador.
— ¿Están seguros, madre? – pregunto preocupado. – ¿Buscaron otra opinión?.
Asiente varias veces con la cabeza.
— Si, hijo... fue lo primero que hicimos – contesta tristemente – Lo único que pueden hacer por él ahora es mantenerlo estable hasta que se encuentre un corazón que sea compatible con él para el trasplante.
— ¿Desde cuándo está así? – cuestiono mirándola fijamente – Creí que estaba bien... o al menos eso era lo que me decían Uds.
— Hace un año tuvieron que hacerle una cirugía de urgencia – me confiesa tragando saliva – Su esposa lo encontró tirado en el piso cuando llegó de su guardia a la madrugada y lo llevó a urgencia prácticamente muerto donde le practicaron una cirugía de urgencia para salvarle la vida. – llora.
Sorbe su nariz para continuar.
— El doctor nos dijo esa tarde después de la cirugía que su expectativa de vida era muy corta al menos que se le haga un trasplante – suspira – Que era la única solución para él... y eso fue ya hace...un año.
Su voz sale extremadamente entrecortada y preocupada.
— ¿Por qué yo no me enteré de eso? – pregunto aturdido – Las veces que hablamos, me decías que todo estaba bien, incluso él muchas veces me llamó y me dijo que nunca había estado mejor.
— El prohibió que se te molestara – contesta con lágrimas en los ojos – No quería que dejaras el Orfanato para venir sólo para verlo. No quería que cambiarás tus planes por él.
— ¡Es mí hermano! – exclamo – tenía que estar aquí con él para apoyarlo.
— ¿Por qué crees que te llamé, hijo? – me toma de la mano haciendo que la mire. – El no sabe que lo hice. Insistía que nadie te molestara, pero era necesario que estuvieras aquí – solloza – Por eso te llamé...
— Dentro de cuatro semanas le realizarán otra cirugía para regular la válvula mitral y así dar más tiempo para encontrar un donante – continúa – Quería que estuvieras aquí para él ese día, por eso te llamé amor.
Me abraza y las sacudidas de su llanto, me desmoronan por completo.
— Tengamos Fe, madre – intento consolarla – Todo saldrá bien con el favor de Dios.
No contesta. Sólo asiente una y otra vez.
— Una vez me contaste que su esposa es funcionaria del Hospital – afirmo – Eso debe servir para algo ¿no?. Por lo menos para mover influencias para conseguir el donante – comento con las cejas levantadas – ¿No es así?.
— En eso estamos hijo... aunque ella es sólo residente, ha movido todas sus influencias para que esté entre los primeros en la lista. – murmura – Aunque por la premura del caso, realmente necesite estar en primer lugar.
— ¿Dónde está ahora? – pregunto – ¿Está en el hospital?.
— Gracias a Dios... no – contesta con una sonrisa triste – Sólo va allí para los controles o cuando se siente mal. Generalmente está acá en la casa.
— Eso es bueno – respondo con otra sonrisa – Quiere decir que apesar de todo está... ¿bien?.
— Si, amor – contesta – Aunque hay días en los que amanece decaído, son más los días en que está aparentemente bien. – termina con un dejo de tristeza.
Suspiro desganado ante lo que me dice.
Sabía que algo no estaba bien cuando me llamó urgentemente, pero aún así, guardada la esperanza de que no fuera tan grave como me lo confirma ahora mí madre.
Tengo un pesar enorme en el pecho. No quiero que mí hermano sufra y mucho menos muera.
"No Dios... por favor" – ruego internamente.
Elian es la otra mitad de mí, mí hermano, mí amigo, mí confidente, la persona más importante en este mundo para mi junto con mí madre.
No puedo dejar de sentirme angustiado por lo que le pasa. Hemos compartido todo desde el vientre de mí madre, juguetes, habitación, ropa, zapatos, amigos, escuela, toda nuestra vida, aunque las elecciones que tomamos de adultos hayan sido distintas.
El es mí otro yo, y yo soy él.
Mí vida nunca sería lo mismo si él me llegara a faltar.
"No... no quiero eso"
Mí madre aún está abrazada a mi sollozando. Entiendo lo que siente. Yo me siento igual que ella.
Después de un buen rato así, y por qué escucha mi estómago rugir, me lleva a toda prisa al comedor. En el camino de repente me para y me mira con cara sorprendida.
— Gael... hijo... ¿Qué es esa venda en tu cabeza? – me pregunta preocupada. – ¿Que te pasó? ¿Estás bien?.
— Anoche tuve un pequeño accidente, madre – la tranquilizo – Pero todo ya está bien.
— ¿Estás seguro? – tira de mí hombro para mirar de cerca – ¿Dónde te hiciste eso?.
— Anoche, cuando llegué a casa a la madrugada – murmuro al recordar – Tuve un pequeño tropiezo y me hice ésta herida... sin querer... – me salió una mueca con la boca que ella notó al instante.
— ¿A la madrugada? – frunce notablemente su ceño mirándome – ¿Danna te atendió?.
— Si – trago saliva al recordarla, no sé por que.
— Entonces todo está bien – dice restándole importancia y tirando de mi mano para seguirla.
— Si... todo está bien – contesto en un susurro pensando en ella, en Danna.