Brindaban y se besaban. Se miraban y decían lo mucho que se amaban. ¿Se podía ser más feliz? Creía que no, que era imposible albergar más felicidad en su pecho. María Elena miró su dedo, quedándose prendada del anillo que ahora lo adornaba y para ser sincera, ella se hubiese casado con él, aunque no le hubiese puesto ninguno. —Mi amor, el anillo es precioso, pero hasta con un anillo de juguete me casaría contigo. Marco Antonio sonrió. —Era de mi abuela y me dijo que se lo entregara a la mujer que le iba a dar mi corazón y esa eres tú. Soy tuyo desde el día en que te vi en aquella habitación de hotel cantando. —Eres el mejor. Sus labios se juntaron de nuevo, prometiéndose la felicidad eterna a partir de ahora. Elizabeth caminó hasta ellos para llenarle de nuevo las copas y brindar con