Capítulo 17

2080 Words
Por la mañana, María Elena se despertó sobre las doce de la mañana, miró el reloj de la mesilla y se levantó como un resorte al comprobar la hora. No estaba acostumbrada a dormir tanto, aunque claro, después de dormir tan tarde, era normal levantarse a esa hora. Miró al otro lado de la cama y comprobó que Marco Antonio no estaba. Entonces la puerta se abrió y ahí estaba él, portando una bandeja con el desayuno y una gran sonrisa. —Buenos días dormilona. Dijo colocando la bandeja en un lado de la cama. —Buenos días, amor. Gracias por el desayuno, pero me puedo levantar. Expresó ella poniendo los pies en el suelo. Marco Antonio negó divertido, obligándola a recostarse de nuevo. No la dejaría salir de ahí a menos que necesitara ir al baño. —De eso nada, hoy toca descansar. No quiero que te pase nada. María Elena sonrió con dulzura y lo atrajo hasta ella para luego depositar un beso en sus labios. Necesitaba de él, de sus besos, de sus caricias. Ella necesitaba que Marco Antonio la hiciera suya de una vez. Marco Antonio se separó unos centímetros, pues tenía miedo de hacerle daño si se ponía encima. — ¡Vaya! Veo que te levantaste hambrienta, pero no de comida. Ecxclamó burlón. —Te necesito, Toño —Mari. —Beso—. Me muero por hacerte mía, pero no ahora. —Beso—. Necesito que estés bien. No quiero haceros daño. Ella lo miró haciéndole pucheros. —Eres muy tierna. La abrazó con delicadeza y posó ambas manos en sus mejillas para besarla con dulzura, así se merecía que la trataran. Ella no podía esperar y le suplicó que le hiciera el amor, pero él seguía diciéndole lo mismo, no por falta de ganas, pues tenía una gran espada levantada. Pero no podía hacerlo sin dejar de pensar en que podía hacerle daño al bebé, así de cuidadoso se había vuelto. —Mi amor, te prometo que cuando vayamos al doctor, se lo preguntamos y si él dice que podemos, no saldrás de esta habitación en cuatro días. Ambos soltaron una carcajada para después besarla de nuevo. Se deseaban con la misma intensidad con la que se amaban y ninguno podía esperar, pero debían hacerlo por el bebé, no podían arriesgarse a perderlo ahora que sabían que existía. Marco Antonio no iba a dejar de vigilar que descansara de verdad. —Te amo, tonto. —Oye, no me digas tonto. Se quejó enarcando una ceja fingiendo enfado — Desayuna, ahora vuelvo. —Está bien, voy a comérmelo todo. Anunció con voz seductora. —Eres una descarada. Mencionó levantándose de la cama—Yo también te amo. Salió y ella se dispuso a desayunar tal y como Marco Antonio le había pedido, aunque no tenía apetito. Se sentía tranquila a la vez que preocupada. La llegada de Rolando podría ser tan catastrófica que tenía miedo de lo que Marco Antonio, pudiese pensar sobre ello. Aún no le había dicho nada, no se atrevía. Mientras desayunaba, el teléfono móvil sonó, avisándole de la llegada de un mensaje. Se tensó al escucharlo, lo tomo con manos temblorosas, con miedo de recibir otra amenaza que la hiciera ponerse mal. Pero no, era Rolando, quien le hablaba para decirle que ya estaban en Nueva York y que pronto estarían en casa de su cuñada Elizabeth. Ahora sí que tenía que decirle a Marco Antonio quién estaba a punto de llegar. Siguió con el desayuno, aunque si antes no tenía apetito, ahora mucho menos, pues no paraba de darle vueltas a la cabeza, pensando qué palabras utilizar para decírselo. Unos minutos después, Toño entraba de nuevo a la habitación y miró la bandeja, esta aún tenía la mitad del desayuno. —Mari, tienes que comer. Expresó sentándose a su lado. Ella se encogió de hombros. —Amor, tengo que contarte algo. —Lo sé, Mari. Llamaste a Rolando para que viniera y lo comprendo, pero ¿Por qué no me lo dijiste?. Preguntó con seriedad. —Lo siento, amor. Lo llamé porque mi hermano y él pueden ir a ver a Juan, ellos están acostumbrados a tratar con personas como él, delincuentes. Explicó temerosa. No tenía miedo de que Marco Antonio montase un espectáculo, sino, que pudiesen discutir solo por el simple hecho de lo que le pasó a ella con Rolando en el pasado, era una cosa que él no entendía y con toda razón. —Sé que es por eso, pero ese tipo te hizo mucho daño. Murmuró intentando parecer calmado, no lo estaba —¿Qué harás con Frank?. Creo que va siendo hora de que sepa quién es su padre, pero necesito que me digas lo que piensas y si estás de acuerdo conmigo. Sé que me hizo daño, pero es la única manera que tengo de arreglar este problema. Sollozó. Estaba angustiada y las lágrimas no tardaron en llegar. A veces era imposible retenerlas, guardar lo que sentía, el temor que su corazón sentía en ese momento. ¿Cómo hacerlo si podía pasar cualquier cosa? Conocía a Juan y justamente por eso tenía ese miedo a perderlo todo y sus hijos eran lo primero en su vida. No estaba dispuesta a agachar la cabeza sin haber luchado antes, aunque por dentro se esté muriendo. —Amor, tranquila. La abrazó —Lo que tú decidas está bien. Frank es su hijo y creo que merece saber que tiene padre, ya tiene edad para entenderlo. —Gracias, de verdad. Eres el hombre más maravilloso que he conocido en toda mi vida y por eso te amo con toda mi alma. La besó con pasión. Era un beso que pedía mucho más y solo una simple caricia podría hacer que esa hoguera que estaban manteniendo apagada, se encendiera avivando un fuego imposible de apagar. Se separó de ella unos milímetros, quedándose ahí, mirándola fijamente, enamorándose de ella un poquito más si podía. Tras esos besos que les encendía el alma, Marco Antonio se fue para buscar a Frank, María Elena tenía que hablar con él, pues prefería contarle antes de que Hernán llegase. Un rato después y tras haber sido llamado, Frank entró a la habitación y al mirar a su madre, caminó hasta ella y se sentó a su lado en la cama. Estaba preocupado por ella y no quería que se pusiera enferma. —Mami, me dijo Toño, que estás enferma. ¿Qué te pasa. Preguntó lleno de preocupación. —Nada cariño, solo que estoy un poquito cansada. —Entonces tienes que estar acostada, no quiero que te pongas peor. María Elena sonrió por la preocupación de su hijo, por lo dulce que era. Francisco era un niño muy maduro para la edad que tenía y eso era algo que a ella le provocaba orgullo. Siempre pensó que él le salvó la vida y así fue, su hijo era su ángel y lo supo en cuanto lo miró a los ojos cuando nació. —Qué lindo eres. Lo abrazó —Tengo que decirte una cosa. Francisco miró hacia arriba para poder verla, pues estando abrazada a ella, no la veía. —¿Qué pasa, mamá?.Así le decía cuando se ponía nervioso, sino, sería mami. —Cariño, tú sabes que Juan no es tu padre ¿verdad?. Asintió—. Bueno. —Suspiró María Elena. Estaba nerviosa ella también—. Tu padre ha vuelto, estuvo trabajando en otro país y él no sabía que tú existías. Obviamente no le iba a contar toda la verdad, no pensaba traumatizar a su hijo y mucho menos provocar que odiara a su padre por haberlo abandonado cuando se enteró de que venía al mundo. —¿Quién es mi padre mamá? —Verás… tu padre se llama Rolando es hermano de tu tía Mariana y llegará dentro de un rato con el tío Hernán. ¿Quieres conocerlo? Esa pregunta la hizo temerosa, pues su hijo se mantuvo callado mientras ella le contaba todo lo que debía saber sobre su verdadero padre. Tenía claro que, si su hijo no quería conocerlo, no le iba a obligar y mucho menos intentaría convencerlo, era pequeño aún y él elegía lo que quería. Pero, para su sorpresa, aceptó conocerle. Mientras tanto Marco Antonio esperaba la llegada de Rolando y Hernán al aeropuerto; Julio César fue quien se encargó de ir a recogerlos. Estos estaban bastante nerviosos. Uno porque iba a conocer a su hijo y tenía miedo y el otro, Hernán no podía dejar de pensar en lo que podía pasar con Juan. Él no lo conocía de nada, solo de nombre, pero solo con saber lo que le pasó a su hermana en su matrimonio, le entraban ganas de matarlo. Cuando llegaron a Nueva York, salieron y vieron a Julio César. Ahora que estaban allí, la preocupación se instaló en sus cuerpos. Media hora después, estaban en la puerta de una casa grande, pero no demasiado; se veía acogedora. Marco Antonio fue quién abrió la puerta y los tres entraron. —Hola. ¿Qué tal el viaje?. Saludó Marco Antonio extendiéndole una mano. —Muy bien, gracias. Respondió Hernán estrechándola —¿Cómo está mi hermana? . Estaba bastante preocupado —Está bien, ya está levantada. Rolando no decía nada, no podía. Cuando salió María Elena junto con su sobrino, a su padre se le iluminó la cara, de verdad que sí deseaba conocerlo. Hernán se acercó a su hermana y la abrazó con cariño. —¿Qué te pasa hermanita? Nos ha dicho Marco Antonio que te encuentras mal. —Ya estoy mejor, después hablamos . Susurró mirando a Rolando. Este no dejaba de mirar a Frank, al igual que su hijo no le quitaba la vista de encima a él. Rolando caminó hasta María Elena nervioso, muy nervioso y no era para menos si era la primera vez que veía a su hijo, si estaba conociéndolo en ese momento. —Mari ¿Él es mi hijo?. Preguntó con un gran nudo en la garganta. Ella asintió Rolando, caminó temeroso, pues no sabía si su hijo se apartaría de él, si no le dejaría acercarse y darle un abrazo. —Hola Francisco, soy Rolando tu padre. ¿Me dejas darte un abrazo?. El niño asintió y bajo la atenta mirada de María Elena, se fundieron en un abrazo. Rolando estaba emocionado, mucho a decir verdad y algo dentro de ella le decía que sí, que era cierto, que estaba arrepentido, que había cambiado. Ahora sería su padre, ese que no tuvo cuando nació, cuando comenzó a dar sus primeros pasos. Se crió con un demente, con Juan y eso, en parte, hizo que Francisco se convierta en un niño muy maduro, un niño que amaba a su familia más que a nada en el mundo. María Elena miró a Marco Antonio y se aferró a él para luego besarle. Ella estaba segura de que todo iba a salir bien, que con la llegada de su hermano y de Rolando, las cosas se iban a arreglar, solo esperaba no equivocarse. Después de un rato en el que Frank y su padre estuvieron conociéndose, Hernán se acercó a su hermana sin quitarle ojo a Elizabeth. —Ey, hermanita ¿Esa preciosa rubia de allí quién es?. Sonrió. —Es mi cuñada Elizabeth. ¿Quieres que te la presente? —Preguntó con diversión. —Sí, por favor. Soltó una carcajada al percatarse de lo ansioso que estaba por conocer a Elizabeth. Parecía que le gustaba, pues se le notaba bastante. — ¡Elizabeth! La llamó y esta la miró—Ven, quiero presentarte a mi hermano Hernán. Su cuñada llegó hasta ellos y tras presentárselo, le dio dos besos. Esta se puso roja, haciendo conocedora a María Elena de que a ella también le atraía su hermano Hernán. Lo que eran las cosas de la vida, nunca se sabía dónde podrías encontrar a una persona especial. Cuando creyó que era hora de dejarlos a solas para que se conocieran, María Elena se fue con Marco Antonio al otro lado de la sala. —Hola cielo. Lo abrazó con amor. —Te amo. Declaró él y besó sus labios a la vez que su teléfono móvil sonó informándole de un mensaje. " Desconocido: ¿Crees que porque vengan tu hermano y el padre de Frank me van a asustar? Ya sabes quién soy y yo no me asusto por cualquier cosa princesa. Juan ."
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