Capítulo 18

2540 Words
La cara de Maria Elena, cambió dejando ver el miedo y el pánico que sus ojos demostraban. Hernán se percató de su estado y fue hasta ella aprovechando de que Marco Antonio se había ido a la cocina. Si era algo de Juan, prefería estar solo con ella para hablar del tema. —¿Qué pasa Mari por qué esa cara?. Preguntó preocupado. María Elena le enseñó el mensaje con manos temblorosas, no podía esconder el miedo que tenía de ese hombre y mucho más ahora que tenía un bebé en su interior. No quería que le pasara nada, pues si algo le pasaba a ella, también a su embarazo. Tras sopesarlo por unos minutos, decidió decirle a su hermano sobre el embarazo, este al enterarse, cambió el gesto, pero no le demostró más que fuerza. La abrazó intentando calmarla, mientras le decía que allí estaba él y que no volvería a marcharse, que, si una vez tuvo fuerzas para luchar y sola, ahora que tenía muchas personas alrededor que la amaban, debía serlo mucho más. —Tienes que descansar. Propuso Hernán. —Esta bien,pero ven conmigo. Quiero contarte lo que quiero que hagas. Fueron hasta la habitación y María Elena se acostó, estaba cansada. Hernán se sentó a orillas de la cama, tenían que hablar. Ella comenzó a contarle el plan para saber dónde se escondía Juan y la verdad no era malo, solo hacía falta que saliera bien. —Yo llamaré a Jannet desde el teléfono móvil de Marco Antonio, seguro que así toma la llamada. Explicó ella suspirando. —Está bien, pero primero quiero que descanses un poco y no acepto un no por respuesta. Sentenció y ella asintió. Hernán adoraba a su hermana y no quería que le pasara nada, ahora que la había recuperado. Salió de la habitación a la vez que Elizabeth llegaba para esta. —¿Cómo está? Se interesó llena de preocupación, se notaba el amor que sentía por María Elena. —Más tranquila; la he obligado a quedarse en la cama hasta que duerma un poco. Elizabeth le sonrió, provocando que él se quedase prendado de esa maravillosa sonrisa que dejaba noqueado a cualquier hombre. Se ruborizó al darse cuenta de cómo él la miraba —¿Qué me miras? —Jamás había visto una sonrisa como la tuya, eres capaz de parar un muerto con ella. Soltó una carcajada roja como un tomate. —No será para tanto. —Lo es, créeme. Salieron del pasillo para no molestar a María Elena y vio como Rolando y Marco Antonio estaban bastante tirante, se acercó para escuchar un poco. —Le hiciste daño y eso no tiene perdón. El que ella te haya llamado no significa que ha olvidado lo que le hiciste. Le dijo Marco Antonio a Rolando. —Tony, de verdad que lo siento. En aquel tiempo solo era un adolescente que quería dinero para fiestas, que no pensaba en las consecuencias de lo que hacía. Estoy muy arrepentido. Hernán decidió salir de allí, era una conversación privada sobre una historia que ya se sabía de memoria, se dirigió a la cocina para seguir hablando con su rubia favorita y al entrar estaban sus sobrinos, la hija y la madre de Elizabeth, vaya, toda la familia. Elizabeth le miró y sonrió. "Como siga así la voy a besar y tendré que casarme con ella ", pensó. Hernán sin borrar la sonrisa de sus labios. Claramente había tenido un flechazo con ella. Después de pasar casi toda la tarde jugando con los niños, María Elena se despertó y fue hasta la cocina donde estaban todos. —Por fin, pensé que estarías durmiendo toda la vida, hermanita.Soltó una carcajada. —Tú me obligaste. Dijo acercó a Marco Antonio para abrazarlo por la espalda. Se les veía muy enamorados. Marco Antonio se dio la vuelta para mirarla y besar sus labios con todo el amor que sentía por ella. Les hacía falta sus besos a todas horas si fuera posible. —¿Estás preparada?. Murmuró él para que solo ella lo escuchara. Maria Elena asintió. Les hizo una señal a Hernán y Rolando y los cuatro fueron hasta la sala, necesitaban estar solos para hacer lo que habían pensado. María Elena estaba nerviosa y respiró profundo antes de coger el teléfono móvil y marcar ese número. Tenía que parecer seria, no demostrar el miedo que tenía, no a esa mujer, sino, a la persona que está ayudando. —¿Estás segura de que quieres hacerlo?. Preguntó Tony. —Sí, creo que es lo mejor. Tras esa afirmación, una que le sirvió a ella para tomar fuerzas, marcó el número de Jannet y tras varios tonos, esta contestó. María Elena colocó el altavoz. —Sabía que me llamarías, amorcito. Soltó nada más descolgar. —No soy tu amorcito y ya te dije que no le llamaras así. —¿Tú? ¿Qué quieres limpiadora? —Quiero hablar con Juan, pásamelo. Jannet soltó una carcajada. —No sé de qué Juan me hablas estúpida. María Elena se estaba molestando y le habría gustado tenerle en frente para arrancarle los pelos que le quedaban. Tenía el descaro de negar que conocía a Juan. Ellos tenían pruebas, unas pruebas bastante fuertes como para negarlo, era evidente y con eso, podían ir a la cárcel. —Mira perra, sé que Juan está contigo, dile que se ponga al teléfono de una vez. Se quedó en silencio. —¿Qué quieres princesa? Al escuchar su voz, ella se tensó tanto, le entró tanto miedo, que no le salían las palabras. Rolando le dio un pequeño un empujón para que reaccionara, cosa que le costó horrores. — ¡No me llames princesa!. Gritó alterada—Te llamo porque quiero hablar contigo, en persona. —¿No quieres que te llame princesa y me pides una cita? —No es una cita, estúpido. Solo quiero que me digas que es lo qué quieres para que me dejes en paz. —Eso te lo puedo decir por aquí, pero si lo que quieres es verme, así lo haremos. Toma papel y lápiz y apunta. —Mándame la ubicación. Juan soltó una carcajada cínica. —¿Me crees estúpido? La policía me está buscando. Apunta de una vez y espero que vengas solas, no quiero sorpresitas. María Elena anoto la dirección y quedó con él sobre las diez de la noche, se estaba quedando a las afueras de Nueva York por lo que dijo María Elena, por ahí había muchas casas de campo y probablemente estarían en alguna vieja que fuera de la familia de Jannet. Estaba muy nerviosa y quería ir con ellos, pero no la dejaban. Estaba asustada, molesta y sabía que, si ellos iban solos, sin ella, Juan cometería alguna locura peor y no quería ser protagonista de ello. —Tengo que ir con ustedes, él me espera a mí. Insistió. —Mari, amor. Tú no vas, iré yo con ellos. Afirmó Marco Antonio —Perdona, Marco Antonio, pero tú tampoco vendrás… te quedarás para cuidar de ellos. Intervino Rolando. Marco Antonio y María Elena se miraron y asintieron sin hacer ningún tipo de reclamos. Ciertamente Marco Antonio podría estropear el plan, pues Juan cuando lo viera, se volvería aún más loco e intentaría hacerle daño, pues eso provocaría un gran dolor en María Elena. Había llegado la hora de irse, Hernán se acercó a ella y la abrazó, provocando que el miedo se incrementara en ella, dejándola mucho más preocupada. —Cuídate hermanita y no cometas locuras que tienes a mi sobrino, porque será niño, ahí dentro. La apretó a la vez que ella derramaba las lágrimas que estuvo reteniendo. —No te despidas como si no fueras a volver. —Volveré. Murmuró en su oído. Iban a salir ya cuando Hernán vio a Elizabeth. Sin pensarlo y con todas las ganas del mundo, se acercó a ella y la besó. Tras separarse, todo el mundo, incluyéndola a ella, se quedó descolocado. —¿Si vuelvo me darás la oportunidad de conocernos mejor. Preguntó y ella asintió. Le dio un beso fugaz y se fueron. Eran las nueve de la noche y todavía les quedaba bastante camino. La verdad, no conocían nada de Nueva York, pero Marco Antonio, les explicó un poco y ambos creían que iban por el camino indicado. Iban en silencio, por primera vez, un silencio incómodo. Hernán estaba muy pensativo y Rolando no sabía si era por lo que estaban a punto de hacer o por otra cosa que rondaba su mente. __Hernan. ¿Estás enamorado de mi hermana?. Preguntó de pronto para romper el hielo. Él frunció el ceño. —¿Por qué me preguntas eso ahora? —Por como la miraste antes de salir. Se burló. —Si te dijera que no, te mentiría… pero es imposible y solo haré todo lo que esté en mi mano para que estén bien. Hernán le palmeó el hombro. Rolando no era malo, solo tuvo una mala juventud que lo llevó a cometer muchos errores de los que ya ha aprendido. La cárcel maduraba a cualquiera, menos al mal nacido que estaban a punto de ver. Unos minutos después llegaron, Rolando estaciono el auto y salieron de este, dándose cuenta de que Juan, estaba en la puerta. Los miró con burla y sonrió. —No sé porque confío en tu hermana María Elena. Soltó. —¿Te creías que íbamos a dejar que viniera ella?. Escupió Hernán. —Tenía un poquito de esperanza. —Pues te equivocaste. Dijo Juan soltó una carcajada malévola, una llena de coraje. Ambos se lo quedaron mirando, esperando lo que iba a pasar ahora que estaban cara a cara y tras saber que María Elena no iría. —No, yo no me he equivocado, ustedes se equivocaron viniendo para acá. Porque sea lo que sea que me vayan a pedir, la respuesta en no. Mi plan sigue en pie. Sentenció rechinando los dientes. Bajó las escaleras para ponerse a su altura, para enseñarles que no tenía miedo porque hubieran ido dos a por él. Estaba seguro de que podría acabar con los dos sin pestañear. —¿Qué es lo que pretendes?. Preguntó Hernán—Recuperar mi vida, esa que tu hermana me arrebató. —¿Es en serio? Le jodes la vida y ¿Eres tú el que quiere recuperar su vida? ¡No seas hipócrita! —exclamó y Juan l le pegó un puñetazo que no lo vio llegar. Hernán cayó al suelo. Rolando se mantuvo en segundo plano, esperando el siguiente movimiento de este, esperando a que las cosas se pusieran feas de verdad. Quería acabar con él, pero no podía volver a la cárcel. Juan se agachó y cogió a Hernán del cuello de la camisa, obligándolo a levantarse del suelo. —Mira imbécil, no me jodas. Ahora mismo puedo matarte si me da la gana. —Eso será si yo de dejo —intervino Rolando empuñando un arma, apuntando a Juan con seguridad. >, pensó Hernán. —Rolando, Rolando… baja esa arma. No sabes utilizarla —refirió acercándose a él. —Pero yo ¡sí!. Dijo Juan. Se abalanzó sobre Rolando para quitarle la pistola. Ambos forcejeaban y Hernán no sabía qué hacer, pues no paraban de moverse. Por un momento se quedó anclado, mirando cada movimiento, esperando una oportunidad para ayudar a su mejor amigo, hasta que se escuchó un disparo. Hernán vio en cámara lenta y Rolando cayó al suelo herido. Juan los miró a los dos con odio mientras sostenía la pistola. —No los voy a matar porque quiero que le lleven este mensaje a mi princesa — mencionó. Hernán se acercó a Rolando para ayudarlo a levantarse. Tenía una herida en la pierna y tenía muy mala pinta. Caminó hasta Juan y se puso delante de él. No le tenía ningún miedo y se lo haría saber. Quería tener la oportunidad de matarlo, pero mientras su amigo estuviese herido, no podía si quiera pensar en la posibilidad de encararlo. —No le vamos a decir nada a mi hermana —escupió cerca de él. Juan no perdió el tiempo en tonterías y le agarró del cuello con fuerza. —Dile a tu hermana que se prepare, porque le haré la vida imposible. Que no le quite ojo a Frank porque voy a recuperar a mi hijo —siseó y lo soltó. Ahora era Hernán el que caía al suelo tosiendo. Se levantó y caminó hasta Rolando para poder irse de una vez. No podían seguir allí con ese tipo que sería capaz de matarlos y tenía la manera de hacerlo. Pero Rolando no quería irse, pues fue escuchar el nombre de su hijo y cabrearse tanto, que quería ir hasta él y matarlo con sus propias manos. Pero ambos sabían que era un suicidio. — ¡Él no es tu hijo, entérate de una puta vez! —Gritó enfurecido. —Tuyo menos. Yo al menos lo crié, tú lo abandonaste —expresó para luego entrar en la casa. Rolando y Hernán entraron en el coche y este último arrancó para salir de allí de una vez. Este mal nacido no iba a parar hasta secuestrar a su sobrino y eso no lo podían consentir. Después de casi dos horas de trayecto, estaban llegando y Rolando perdía mucha sangre, se podía morir. A los pocos minutos, llegaron y Tony salió a su encuentro y cuando vio a Rolando se tensó. Hernán salió del coche y entre en los dos levantaron a su amigo para llevarlo hasta una habitación. Tony después se encargó de llamar a un médico urgentemente. No podían perder más tiempo, la vida de Rolando estaba en peligro. —¿Qué pasó Hernán? —Preguntó Tony desesperado. —Hubo una pelea entre ellos, forcejearon y Juan le disparó —explicó nervioso. —Tú tienes el labio partido —anunció y Hernán se sorprendió, ni siquiera se dio cuenta con todo lo que pasó. —Ahora mismo Rolando es más importante. Maria Elena al enterarse de que ya habían llegado, corrió hasta la habitación donde habían metido a Rolando y en cuanto los vio, se puso tan nerviosa que se desmayó. — ¡Joder! Tony, agarrala . Tony la recogió en brazos y la llevó al sofá para recostarla ahí. No podían seguir así, ella necesitaba tranquilidad y todo esto, no era más que complicaciones. Tenían que acabar con ese hijo de puta que quería joderles la vida. Media hora después, el médico llegó. Rolando estaba inconsciente por la sangre que había perdido. Fueron momentos muy duros y podían darle las gracias a Tony por tener un amigo médico de confianza que no hiciera preguntas. Sería un problema que la policía se metiera en todo este asunto, era algo que aún podían arreglar ellos. El médico le extrajo la bala y le echó varios puntos. Antes de irse, les dijo que tenía que tener la pierna en reposo para que los puntos sanaran. Justo en ese momento, Maria Elena se despertó y se acercó a su hermano. Tenía el rostro pálido y no era para menos. En cuanto tuvo ocasión, se abrazó a su hermano llorando.
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