5. Pretender

2509 Words
Ivo subió a su auto y esperó a que yo hiciera lo mismo antes de abrir el portón de la casa. Ni soñando me abría la puerta para que abordará salvo que alguno de los niños se hubiera quedado dormido en mis brazos. Conectó su teléfono al altavoz y fue, todo el camino, hablando con un hombre del trabajo. Yo estaba en el asiento del copiloto, mirando las gotas resbalar por cristal de la ventana, mientras escuchaba los pendientes que tenía mi esposo y que, por cierto, parecían eternos. Llegamos al restaurante y el valet parking abrió mi puerta para luego extenderme una mano ayudándome a bajar. Ivo me alcanzó después de unos minutos, aún con el celular pegado en la oreja, mientras la hostess nos pedía que la siguiéramos, entre las mesas de manteles blancos y velas al centro; me encantaba este sitio, podría decirse que era uno de mis favoritos, pues era muy íntimo. Las parejas se veían dispersadas por el lugar, manteniendo una conversación amena, todo se veía aún más romántico con la música sutil de un piano de fondo, pero yo estaba sentada sola, esperando que Ivo terminará su llamada en algún lugar. —¿Puedo tomar su orden? —reparó el garzón a mi lado. —Una botella de tinto, por favor, y en un momento le diré de la cena —respondí mientras bailaba los ojos entre las letras de la carta, disimulando el hecho de estar sola en aquel lugar—, gracias. El joven asintió y se apartó dejándome aún más solitaria que antes. Miré mi celular para tener algo que hacer mientras esperaba a que Ivo terminará sus pendientes, a esto me refería cuando le decía a la psicóloga que no podría hablar con él. Para ocupar mi tiempo, y no desesperanzarme, decidí contestarle a Deniska el mensaje que había quedado pendiente. «Sí, solo Nikola. Me he arrepentido de no ir por ese café contigo, al menos hubiera podido hablar con alguien», decía el mensaje y de alguna manera me sentí tan identificada con eso que solo pude sonreír de lado, con algo de tristeza. «Yo también.», respondí mientras mi esposo se acomodaba delante de mí con una cara de pocos amigos, algo había salido mal y se le notaba. —¿Qué paso? —pregunté interesada. —Son unos ineptos —se quejó con amargura—, no pueden resolver nada si no estoy ahí. ¿Ya ordenaste? —indagó él, yo negué con la cabeza— Lo hubieras hecho, tú tenías mucha hambre y yo, con el coraje, también necesito comer algo. Las palabras de mi esposo me revolvieron el estómago con coraje, no dejó pasar la oportunidad para hacerme hincapié en su estúpida especulación en la que mi hambre era la razón de mi estado de ánimo. Ivo levantó la mano para llamar al mesero, después de una rápida vista por la carta él había ordenado y ahora esperaba a que yo lo hiciera. Pedí una pasta con camarones como entrada y un salmón con una cama de vegetales, él hombre joven tomó la orden, sirvió las copas con el vino y desapareció de nuevo. Mi teléfono volvió a vibrar llamando la atención de mi esposo quien alzó una ceja en mi dirección para luego observarme por algunos minutos, directo a los ojos. Yo ignoré el teléfono, en su lugar, tomé la copa de vino afrutado y le di un sorbo. Parecía que quería decirme algo, pero las palabras no salían de su boca, finalmente tomó la copa de vino entre sus manos y suspiró. —¿Cómo están los niños? —preguntó frío— ¿Ya les hablaste? —Están bien, regresan mañana. —Oye —espetó acomodando la servilleta en su regazo, como restándole importancia a lo que iba a decir—, perdón por no llegar ayer, pero han sido días muy pesados, la carga de trabajo ha estado drástica últimamente y que bueno que es así —minimicé la tristeza que había empezado a nacer y le regalé una sonrisa, después de todo, él trabajaba para nosotros, para alcanzar sus sueños y sus metas, arrastrándonos, en consecuencia, a un estatus económico mayor al que teníamos ahora—. Tal vez habría sido mejor que te hubieses ido con tu madre y los niños. No sé sí no le importó o en realidad, ni si quiera se había tomado la molestia de saber cómo había llegado a casa una noche antes y, me quedaba muy claro que no se acordaba del día que era. Sentí mucha rabia de pronto, pero de nuevo traté de contenerme y volví a tomar de la copa, está vez con más desesperación. —No sabes qué día era ayer, ¿Verdad? —pregunté, la cara de Ivo se transformó, sus ojos se abrieron a la vez que apretaba los labios, dejándome claro que no tenía idea— Era nuestro aniversario de bodas —añadí, tragándome el nudo de la garganta. —Claro que lo recuerdo amor —dijo, pero lo conocía tan bien que sabía que estaba mintiendo, él lo había olvidado—, pero entre todas las cosas que hice ayer —escuché la respuesta de Ivo, lo que fuera que dijera, no sería suficiente para remediar el dolor que había ocasionado en mí—… Lo siento, Regina. El mesero regresó cortando la atmósfera gris que me inundaba, depositó la pasta enfrente de nosotros y luego, sin decir ni una sola palabra, se retiró, cómo sí entendiera que su presencia había sido inoportuna. Me quedé mirando el hermoso plato delante de mí, buscando en mi interior algo de ánimo para tomar el tenedor y comenzar a comer, el primer bocado me incitó a que continuará de la misma manera: despacio, sin hablar. —En verdad, lo siento —suspiró, rascándose la ceja, sin mirarme. —No te preocupes, ya paso —giré despacio hasta encontrarme con mi bolso de mano, había comprado algo para él, después de todo eran 15 años de matrimonio y no quise dejarlo pasar—. Ten. Te compre esto. —¿Qué es? —preguntó frunciendo el ceño. —Ábrelo —él atendió y se quedó mirando el reloj unos segundos para luego apretar los labios—. ¿Te gusta? —No es mi estilo, pero te agradezco el gesto —explicó mientras veía con atención el contenido de la caja y aquello me rompió el corazón—. En verdad no era necesario, pero sí querías gastar dinero, me hubieras comprado una loción, una pluma o algo que sí necesitaba. «Soy una tonta. Yo no sé por qué me tomé la molestia, nunca le han gustado las cosas que le compró y no sé en qué estaba pensando…», me recriminaba mientras me llevaba un bocado de comida a la boca, históricamente nunca le habían gustado mis detalles, aunque me esforzaba demasiado para demostrarle mi amor, aunque yo quedará tal como en ese momento. La cara de Ivo cambió de pronto, como sí algo se le hubiera ocurrido de un momento a otro, pero no dijo nada, ni una sola palabra salió de su boca, por el contrario, un silencio absoluto se estableció entre los dos, algo no se sentía bien, él no estaba bien. Opté por sacarle platica del trabajo para mitigar mis emociones; sin embargo, Ivo solo respondía solo con monosílabos a cada cuestionamiento, sin importar lo que preguntará cortaba la plática de tajo, curioseé sobre su familia, quería saber cómo estaban sus papás y hermanos, hacía casi medio año que no los veíamos, pero solo respondió con un simple "bien, están bien"; me desanimé por su actitud pero no me di por vencida e intenté entablar más conversación para llegar al momento exacto en el que quería decirle cómo me sentía; si bien lo intenté, no pude, Ivo estaba físicamente enfrente de mí, pero su mente no estaba ahí. El mesero se acercó para retirar los muertos y dejar en la mesa el plato fuerte. Mi esposo veía su teléfono de vez en vez mientras comía con premura, me miraba esporádicamente y sonreía de medio lado, intentando que yo sonriera también, más no tenía idea de lo que estaba sintiendo yo en ese momento, después del intento desaforado por expresarme de algún modo, lo único que nadaba en todo mi ser era desilusión y una idea comenzó a cimbrarse en mi cabeza, contundente. «¿Qué nos había pasado?» Hacía ya varios años que frecuentábamos este lugar, desde que recién comenzamos a salir, en la universidad, y recuerdo todo muy diferente. Antes él sostenía mi mano y ¡Me miraba! Sus ojos solo reparaban en mí como si fuera una presea de los mismos dioses lo que tenía enfrente suyo; sus oídos estaban siempre abiertos, receptivos, dispuestos a escuchar por horas todo lo que tenía que decir; la delicadeza con la que me trataba era infinita, como si a él mi cuerpo le generará la sensación de una rosa de cristal fino y frágil. Tomaba mi mano al caminar por la calle, me acariciaba, reconocía mis logros por más pequeños que estos fueran, platicaba conmigo de cualquier tema, compartimos sueños, risas, días… ahora solo compartíamos la comida que yacía en la mesa, frente a nosotros, la cama, si es que Ivo no llegaba muy tarde y terminaba por dormirse en el sillón, frente al televisor, para "no despertarme" según él, por supuesto, no me puedo olvidar de las deudas y nuestros maravillosos dos hijos. Me sentía como una piltrafa, arrumbada, olvidada e imposibilitada para expresarme, pero, sobre todo, me dolía la posibilidad de que él hubiera dejado de amarme, no creía que me estuviera engañando, él era demasiado leal, pero si consideraba una posibilidad el hecho de que hubiera perdido el interés en mí y que nuestra relación fuera solo una costumbre. —¿En qué piensas? —la voz ronca de un hombre, de una pareja cercana a nuestra mesa me llamó la atención, por lo que, disimuladamente los mire de soslayo— ¿Me dirás? Aquel hombre insistió y la mujer que lo acompañaba le extendió la mano por sobre la mesa, sólo para que él la tomase entre las suyas, acariciándola con delicadeza. Derramaban miel, era inevitable para mí no envidiarlos, se veían tan enamorados. —En qué —comenzó ella, algo tímida—, me gustaría compartir mis días contigo, me imagino despertar a tu lado en las mañanas y que tu sonrisa sea lo primero que vea, quiero caminar a tu lado y que cuando seamos viejitos te diga: ¡¿Ves como si eras el amor de mi vida?! Le perdí la pista a las palabras de la mujer, mi cabeza me remontó a los años anteriores en los cuales había comentarios así entre Ivo y yo. Por un momento nos vi sentados, en esa misma mesa, tomándonos de las manos bajo la luz de las velas, creyendo que el amor que nos teníamos sobreviviría a cualquier cosa que se nos pusiera enfrente. —¿Qué pasa? —gruñó Ivo al limpiarse la boca—¿Tu comida no está buena? —Sí, lo está —hice una pausa y mi esposo me miró como preguntando el motivo de que no comiera—... Es solo que me preguntaba… ¿Te acuerdas del día que fuiste a buscarme a Barcelona? El hombre de ojos miel, frío y calculador que tenía enfrente de mí sonrió levemente, asintió con la cabeza para después soltar un suspiro cargado de nostalgia. —Tu papá no quería que yo estuviera cerca de ti y te mando para allá de vacaciones —comentó mientras se rascaba la barba como rememorando—, la única manera que se le ocurrió para alejarte de mí, y aunque te quito el celular no contaba con que me avisarías donde estarías por el teléfono de tú amiga. —Viajaste 6 horas para verme y estar conmigo —dije en un hilo de voz conmovida aún por la proeza. —No fueron 6, en realidad fueron 8 horas —repuso para luego darme una de esas sonrisas que tanto extrañaba—, había tráfico ese día. Y bueno, ¿Cómo no iba a hacerlo? Tú sabes… supongo que te extrañaba. Me lleve el tenedor a la boca mientras una sonrisa resignada se escapaba de mi boca, yo también extrañaba a mi esposo, al ser que me demostraba que era yo la única mujer en su vida, echaba de menos a la persona que había adorado con devoción y que aún hoy, amaba con toda el alma. —¿Sabes? —indagué llamando su atención que se había perdido, supongo que en los recuerdos de ese viaje— Me gustaría que tú y yo nos tomáramos un par de días y tal vez podríamos regresar a Barcelona para darnos una escapada. —En este momento no es posible —contestó tajante—, con la entrada a las cadenas de supermercados estaré más ocupado que nunca, incluso los domingos tendré que trabajar. —Quisa pueda ser en un par de semanas o en un mes —agregué tratando de tener una posibilidad. —Puede ser, pero lo veo muy complicado, además no me gusta Barcelona, lo sabes. —Pues dime, ¿Qué lugar te gustaría conocer? A donde tú quieras, iremos. El chiste es estar juntos, un par de días. —Me gusta Sevilla —rebatió—, pero pronto estaremos en invierno así que sería bueno que fuéramos con los niños a los Alpes, les puedo enseñar a esquiar o igual podemos ir a la playa, si tú quieres, creo que a ellos les gustaría. Asentí, sintiéndome más desplazada que antes, no había prestado atención en lo que yo quería, estar a solas, pero tampoco era un mal plan tener vacaciones familiares. Me resigné, tal vez ese no era un buen momento. Solo me limité a comer mientras mi esposo seguía enviando mensajes o contestando llamadas y pedía la cuenta. Tomé mi celular y escribí a Deniska, era lo único que podía hacer, no quería que David se enterará, después de todo, sentía que no lograba entenderme del todo y solo quería desahogarme, no sé qué pensaba, supongo que creía firmemente que ella me entendía, que sabría tal cual como me sentía. «Tengo una pregunta para ti: ¿Cada cuándo tienes que pretender que no tienes ganas de llorar?», escribí para luego levantarme guardando mi celular en la bolsa de mano, toda la cena me la había pasado con ganas de llorar y gritar al mismo tiempo, ni si quiera había podido decirle cómo me sentía con respecto a su actitud, supongo que me estaba resignando. Me levanté para buscar el sanitario, para hacer mis necesidades y revisar mi arreglo personal frente al espejo, al regresar, sentí la mirada de Ivo, pesada y confundida, me escaneó con la mirada de arriba abajo y chasqueó la boca, para luego entrecerrar los ojos en mi dirección mientras yo tomaba asiento frente a él.
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