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Quiero el divorcio

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Blurb

¿Qué haces cuando el amor acaba?

Se supone que cuando te casas, la meta es quedarse para siempre, hasta que la muerte los separe. Luego vienen los hijos, la vida de casados, la distancia que día con día crece, los días buenos, los malos; y luego, despiertas un día y te das cuenta que no es lo que te contaron que sería.

¿Qué harías tú en mí lugar?

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1. Huir.
—Tal vez Ivo y tú, deberían darse un tiempo, ustedes siempre han sido una pareja no convencional y sé que sus hijos —Parecía que mi amigo se mordía la lengua para no decirme algo—… No me lo tomes a mal, Regina, pero no esto, no pinta bien… es decir, míranos, estoy sentado contigo celebrando tu aniversario mientras él está en quien sabe dónde… —Ya no hablemos de eso —interrumpí—, me harás sentir peor de lo que ya me siento, David, te pedí que vinieras no para compadecer mi miseria, sino para que me rescatarás, aunque sea solo un poco… —Está bien —dijo escueto, mientras le daba un sorbo al vino—, ¿De qué quieres hablar? […] El cielo crujió y una centella, colándose entre las nubes, lo iluminó todo, sacándome de mis recuerdos. La mañana estaba fría y los nubarrones derramaban su tórrida violencia sobre la ciudad, yo, observaba el espectáculo desde mi balcón, con una taza de café humeante sobre las manos; parecía que el clima reflejaba lo que había estado escondiendo durante meses, angustia, depresión y rabia. Mi psicólogo me había aconsejado un par de veces que tratará de hablarlo para encontrar una solución, pero siempre que intentaba expresar como me sentía recibía negativas, pues nunca había tiempo o había algo que hacer como arreglar la fuga del lavabo o trabajo pendiente de la oficina; al final del día él estaba cansado y terminaba por dormirse a mi lado, mirando al otro lado de la enorme habitación, y yo terminaba durmiendo sola del otro lado de la cama, de espaldas a él y con la zozobra acumulándose sobre mis hombros. Los problemas económicos estaban ahí, presentes, acechando a la vuelta de la esquina, producto de una mala administración financiera y de un par de negocios fallidos, siempre que quise inmiscuirme a conocer los movimientos relativos al dinero recibía un portazo de parte de mi esposo en la cara. Mi trabajo era lo único que al parecer me tenía a flote, sin contar a mis hijos, claro está. Pero últimamente el sinsabor que incluso estar frente al grupo me ocasionaba me tenía pendiente de un hilo mi estabilidad emocional. Suspire con fuerza, liberándome un poco de las cuerdas que me ataban, dejando fluir mi energía con el clima, presa de una tormenta tropical en un estado vecino. Me lleve el café a la boca para sorber de la taza y quedarme pegada al aroma. No tenía frío, aunque estaba en pijama, sin brasier y sin zapatos, mis pies desnudos estaban empapados por el agua que les alcanzaba, mi cabello algo húmedo, el olor a lluvia y a tierra mojada, todo lo sentía y estaba agradecido por eso, me encontraba en una extraña mezcla de sentimientos, intentando no dejarme caer en la depresión que hace mucho se venía anunciando. —¿Regina?, ¿Dónde estás? —espetó insípida y apenas audible la voz de mi marido. «¿Y ahora qué quiere?» bufé mientras se cruzaba el pensamiento en mi cabeza «Seguro no encuentra su ropa o el control remoto…» pensaba mientras volvía a tomar de mi enorme taza con calma y algo de fastidio. Escuchaba los pasos pesados de mi esposo por todo el salón, nombrándome una y otra vez, en cada ocasión, con más insistencia. Decidí hacer caso omiso, no quería solucionarle la vida, no después de que me hiciera sentir la persona menos deseable y estúpida del mundo tan solo unas horas antes. Y no es que haya dicho algo, sino que su forma de tratarme había hecho que perdiera por completo la esperanza en esta relación, al menos por el momento. Los niños habían salido de vacaciones con mi madre y su novio, Stan, estarían algunos días en la casa de playa del flamante ingeniero, ahora prometido de mi mamá, irían junto con mis hermanos menores, yo también estaba invitada, pero decliné al saber que el fin de semana que estarían fuera, sería el mismo que el aniversario de bodas con mi esposo, Ivo. Por supuesto, mi esposo no se acordó o por lo menos no mostró indicios de que lo hiciera, al contrario, me dejo esperando en el restaurante la noche anterior, era justo lo que estaba rememorando antes de que el rayo me distrajese. El corazón me dolía después de estarlo esperando por largos minutos, primero porque algo del trabajo surgió a la última hora y al ser el director de una respetable, pero nueva empresa, tenía este tipo de inconvenientes que habría que solucionar de un momento a otro, para que pudiéramos pagar las deudas que se acumulaban. Después de un rato de espera llamó y dijo que tenía que ir, en medio de la noche, a revisar la materia prima que entraba a la empresa, además de que el tráfico no mostraba indulgencia por lo que tardaría un poco más de dos horas en desocuparse. Me había acabado el vino cuando eso paso y decidí llamar a mi amigo para que cenará conmigo, solo para no verme más ridícula de lo que ya me sentía; David tan solo vivía a unas cuadras de ahí, y por suerte llegó en menos tiempo de lo que demoró en estar en la mesa la cena que me hizo ordenar. Nos quedamos en el restaurante hasta que él se convenció que me encontraba un poco mejor de como me había encontrado. Regresé a mi casa desganada, despeinándome mientras me quitaba el vestido n***o, las medias y las zapatillas, solo para quedarme en lencería a beberme otra botella de tinto español, en la penumbra de la casa, mientras una serie de suspenso, la primera que se me atravesó, se reproducía en el televisor. Supongo que aún tenía la esperanza de que Ivo llegará con una disculpa y tal vez un ramo de rosas, supongo que aún tenía la esperanza de intimar con él aquella noche. Pero más tarde que temprano el sueño me reclamó, apagué todo y me desmaquillé para entrar en la cama con mi pijama, el mismo que ahora traía puesto. —¿Regina? —masculló mi nombre sin delicadeza, con algo de agresividad en su tono de voz— ¿Qué haces aquí? —indagó con insistencia, pero me quedé en silencio, solo atine a subir los hombros para restarle importancia— Te he estado buscando por todos lados —se acercó más, solo para depositar su mano sobre mi cintura—… Pero si estas empapada, entra o te vas a enfermar. —Eso no importa —musité apenas—… ¿Necesitas algo? —¿Te pasa algo? —dijo como si de verdad no tuviera ni la más mínima idea que estaba pasando conmigo. «¿En serio me está preguntando esto?», bufé mentalmente al momento en que sus palabras alcanzaron mis oídos. «No voy responder a su pregunta en este momento, estoy tan herida y llena de emociones que temo que se desbordarán en cualquier momento y terminaremos peleando en lugar de arreglar las cosas…», pensé mientras dejaba la taza de café en el filo de la barda del balcón, girándome lentamente para encontrarle con la barba insipiente y sus ojos miel expectantes, juzgones y vacíos, o al menos, así me lo parecían; Ivo sostenía mi cuerpo con la delicadeza y pasión de siempre. No voy a negar que seguía siendo el mismo hombre guapo de ascendencia alemana con el que me casé hace 15 años, pero ahora se le veía mucho más maduro, poderoso y enigmático que antes, sus músculos habían crecido considerablemente al igual que sus ocupaciones, ahora, con mucho esfuerzo nos veíamos unas pocas horas al día; Ivo seguía gustándome como nadie en este mundo, le seguía amando, aunque de manera diferente y era por eso precisamente que no quería dejarle como me insinuó David una noche antes. Retorcí una sonrisa fingida. No supe si enojarme o sentirme más patética al ver que estaba perfectamente arreglado, con su camisa blanca, ligeramente desabotonada, traje azul además de estar perfumado con la loción de Huggo Boss que acostumbraba usar solo en juntas importantes, y que, según él, le daban un “estatus más confiable y profesional”. —¿Saldrás? —increpé con el tono más neutral que pude, su mano seguía bordeando mi figura y su sonrisa me incomodaba hasta cierto punto, pero no quería hablar, al menos no por el momento. —Tengo que ir a la oficina, el lunes tengo una presentación con unos inversionistas, pero regresaré rápido. —Está bien —respondí sin emoción, aunque por dentro se me removían todas las ideas—, nos vemos más tarde. —¿Estás segura de qué estás bien? Te noto algo rara —externó algo desencajado; el incautó ni si quiera se había dado cuenta de cómo me había hecho sentir su poco interés en mí la noche anterior, solo atiné en cerrar los ojos mientras asentía levemente—… Bueno, pues entonces, nos vemos más tarde. Sus manos me atrapaban de la cintura, tirándome hacía él, acortando la distancia entre nosotros, su cadera la movió un poco, para restregar mi cuerpo con el suyo. —Ivo, no —murmuré mientras se acercaba más a mi boca—. Estoy mojada. —Mmmm —saboreó mis palabras como si fueran una propuesta indecorosa—… Y eso que ni si quiera te he besado. Su boca impetuosa arremetió contra la mía, yo no tenía ganas de seguirle el juego, de verdad que lo único que quería era estar ahí, en el balcón, por mucho más tiempo, esperando que la lluvia acomodara todo como por arte de magia, no quería besarlo, pero tampoco quería iniciar una pelea y menos en este momento, él tenía que salir, yo quería estar sola. Acepté, sentí su lengua abrirse paso en mi boca, estaba caliente y dulce, como siempre; tocaba la mía con algo de lujuria, como sí quisiese comenzar una de esas faenas que, hacía semanas no se daban entre nosotros. Lo noté de inmediato, sus manos bajando por mis glúteos, apretándolos para acortar la distancia entre sus caderas y las mías. El beso, que antes era de despedida, había comenzado a descender por mi cuello, hasta llegar a mis hombros, que mordisqueaba con premura, como sí en verdad quisiera hacerme el amor ahí mismo. Sus manos se quedaban pendientes de mi cuerpo. Pero no tenía ganas, no quería nada de él en este momento. —I-Ivo —dije para llamar su atención, tratando de calmar todo—… —Me gusta cuando dices mi nombre —gruñó en mí oído, para después empezar a pasear su lengua por mi clavícula—, Regina…—bufó por lo bajo, mientras metía la mano a su bolsillo y sacaba el celular para finalizar la llamada que estaba interrumpiéndolo para después regresar a lo que había dejado pendiente, mientras yo, aprovechaba para tomar la taza de café, intentando poner algo de distancia entre los dos. Poco le importó que tuviera conmigo el café, prácticamente se abalanzó sobre mí para provocar que yo reaccionará de manera favorable. Pero su celular volvió a insistir. —¡Mierda! —gritó por lo alto al ver el nombre en la pantalla de su celular. Ni si quiera dijo algo más, simplemente se dio la vuelta y caminó al salón al mismo tiempo que contestaba la llamada y se paraba frente al espejo del recibidor a acomodarse el traje. No supe si sentirme peor por lo que acababa de pasar o respirar porque me había librado de tener intimidad con él en ese momento. Entre a la sala, de inmediato mis pies agradecieron la sensación cálida de la alfombra, coloqué la taza en la mesa del centro y me dispuse a caminar a la habitación, buscando una excusa por sí se le ocurría empezar de nuevo, me quité el pijama y lo más rápido que pude me puse un sostén, pantalón y un suéter para después colocarme unas botas para lluvia. Debía ser rápida, para salir incluso antes que él, pero antes de que terminará de calzarme, la puerta de la entrada se escuchó. «¿Ya se fue? ¿En serio?», no lo creí posible, ni si quiera se había despedido, solté un pequeño golpe de aire que tuvo más eco del que pensé, para casi de inmediato, darme cuenta de que, el portón eléctrico estaba sonando y el motor de su auto no me dejaba dudas, se estaba yendo. Me puse las botas, por completo resignada, esto me ocasionaba muchísima ansiedad y no tenía ni la más mínima idea de cómo afrontarlo. Froté mis ojos y el resto de mi cara con desesperación, para luego dejarme caer en la cama aún destendida. Miré por todos lados; ¡Ni si quiera había sido capaz de levantar su ropa sucia! De su lado de la cama, los zapatos y todo lo que había usado el día anterior yacían en el suelo, hecho bolas. Renegué, tal como las mil veces que le había pedido que dejará la ropa en el cesto de la lavandería, pero parecía que esto era una misión imposible para Ivo, de la misma manera, el lado del tocador que le correspondía estaba todo tirado, la pasta de dientes abierta, el cepillo fuera de su lugar, desodorante, perfume y todo regado. «No. No tengo ganas, no haré nada hoy, siempre limpio su desorden y la verdad que a mí no me apetece…», berreaba en mi cabeza mientras mi teléfono vibraba sobre mi mesita de noche, aventé mi cabeza hacía atrás haciendo una pataleta de hastío al ver el nombre de mi esposo en la pantalla. —Amor, Regi, discúlpame —La voz varonil de Ivo se extendía por la habitación gracias al altavoz—. La llamada entró y yo —Le escuché suspirar—… Tuve que irme y no alcancé a despedirme —, «¿De verdad? Ni si quiera me di cuenta», respondí mentalmente con sarcasmo—, te lo compensaré, en la tarde saldremos a comer y por la noche, te comeré completa. —Está bien —dije sin ganas—. Nos vemos después. —Sí cariño, prepárate, en la noche te toca, los niños aún estarán con tu madre ¿No? —respondí a su pregunta con un sonido afirmativo, no voy a negar que aquella voz sugerente me ponía— Entonces, te hablo en un par de horas. Cortó la comunicación y yo suspiré, algo dentro de mí tuvo un poco de esperanza, pero no quería hacerme expectativas, a decir verdad, solo quería salir de mi casa lo más rápido posible. Me apresuré por toda la casa, recolectando lo que habría de llevarme. Tomé mi bolso y mi abrigo, la cartera y las llaves además el bolso de las compras, para luego, huir hacia el supermercado.

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