6. Desaparecer

2421 Words
—¿No traes brasier? —preguntó en un tono de voz más fuerte del que me hubiera gustado, sentí que todos voltearon a verme. Abrí los ojos para dejarle claro que no quería responder aquello, sin embargo, la poca cordura de mi esposo le hizo abrir la boca una vez más. —Es que, con el escote de tu vestido, parece que no traes, se te ven las tetas colgadas. Juro que en ese mismo momento quería voltearle la cara de una cachetada a Ivo, pero la gente nos observaba y eso, era algo que no me podía permitir, según mi educación: una dama jamás provoca revuelo en público, se comporta a la altura y demuestra su educación. Al demonio con eso, aquellas palabras me habían lastimado en lo más profundo, sí mis senos estaban o no firmes, era porqué le di, a sus dos hijos, de mamar. Le colgué una cara horrible, reflejando el hastío que sentí al escuchar la estupidez anterior, mientras el mesero hablaba por encima de la música de fondo nos extendía una carpeta con el ticket de consumo, Ivo no le tomó importancia a mi reacción, en su lugar buscó la cartera y sacó unos cuantos billetes para liquidar la cuenta. —Creo que comí mucho —espetó al tiempo que se levantaba y se colocaba el saco—, ¿Nos vamos? Solamente asentí, el mesero me abrió la silla y me levanté, e imitando a mi esposo, puse mi abrigo sobre mis hombros. Ivo extendió su brazo para que yo me engarzará de él, pero no lo hice, solo me limité a caminar a la salida y esperarlo afuera, a él y a nuestro auto. En cuanto subí Ivo puso música en el reproductor del auto, “Gravity” de John Mayer y condujo en silencio hasta una tienda de conveniencia cercana a la casa. —¿Qué te pasa? —indagó él, con su voz gruesa, rompiendo el silencio— Haz estado muy rara toda la cena. No podía creer que no se diera cuenta de todo lo que me ocasionaba su actitud. Me llevé la mano izquierda con frustración a la cara, paseándola por todo mi contorno y terminando cubriendo la boca, no quería contestar, pero Ivo volvió a increparme. —¿Regina? ¿Qué tienes? —Ivo, ¿Cómo quieres que esté? —dije sin contenerme, las palabras salieron con carga emocional, toda mi frustración era por fin externada— Todo el tiempo estas pegado a tu celular, trabajando o viendo videos, no platicas conmigo en toda la cena y luego me haces un comentario horrible de mis senos. ¿Cómo esperas que esté después de eso? —No empecemos, ¿Quieres? —sentenció suspirando— Tengo mucho sueño, estoy muy cansado, fue un día muy largo y lo que menos quiero es que estemos mal —ni si quiera me dejaba hablar, le estaba poniendo un freno horrible a mis emociones. Nos quedamos en silencio mientras se estacionaba, yo con el nudo en el estómago, él revisando un mensaje que le había entrado—. Voy a bajar ¿Quieres algo para ver una película? —propuso apagando el auto justo enfrente de la tienda, cambiando el tema por completo. No me apetecía callarme, yo quería hablar con él, gritarle que cada día me sentía más como un estorbo y menos como su esposa, tampoco quería ver una película, quería sentirme deseada, amada, quería saber que seguía siendo la mujer de sus sueños, pero parecía que por más que me esforzará no alcanzaba a llenar el papel, sin embargo, él no tenía ni la más mínima intención de escucharme, lo cual me generaba mucha más frustración. —No, gracias —respondí con rabia, me había tragado mis palabras y mis emociones, me sentía al borde de un precipicio profundo y él no era capaz de verlo. —Bien —dijo escueto, bajando del auto y entrando a la tienda sin prestarme atención. La soledad y el frío que se sentían en el auto eran abrumadores, a este punto perdería la cordura y los estribos más rápido de lo que se venía anunciando. Tomé mi bolso y bajé del auto; tenía la pésima costumbre de comer cuando estaba enojada, triste o ansiosa y en este momento quería un chocolate para aminorar los sentimientos que se acrecentaban con rapidez en mi interior. Escogí de los anaqueles algunas bolsas de frituras y cacahuates, para luego dirigirme al congelador, para saciar mi antojo con una paleta de cubierta de chocolate y almendra. Esperé paciente en el mostrador a que el joven terminará con el cliente antes de mí y a que Ivo tomará lo que él quería, estaba demasiado arreglada para el lugar en el que estaba y las miradas de algunos clientes se posaban en mí, no vamos muy lejos, el cajero que esperaba por cobrarme me miraba con los ojos bien abiertos haciéndome sentir incómoda, por lo que abandoné mi lugar para encontrar a mi esposo frente al refrigerador de las cervezas. Escuché a lo lejos murmurar entre los hombres del lugar algunas cosas: "Es bella", “También está buena” dijeron, pero no sabía sí hablaban de mí o de alguien más. Ni si quiera llegué al lugar en donde estaba mi esposo cuando sentí una mano sobre mi brazo, tierna y cálida, a la par que el exquisito y familiar aroma de una loción amaderada se estampaba con mis fosas nasales. —¿Regina? —giré la cabeza para encontrarme con el dueño de la voz varonil que tenía enfrente de mí— ¿Cómo estás? Bueno, no hace falta que contestes ¡Mírate! ¡T-te ves guapísima! No pensé encontrarte aquí. —Kalev, ¡Qué gusto verte! —respondí completamente sonrojada—. Gracias. —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con un brillo hermoso en esos ojos azules que le caracterizaban, la tímida sonrisa de mi colega se asomó por detrás de su barba llena de canas y le fue ganando terreno hasta hacerse evidente que le daba gusto verme ahí, apenas era 4 años mayor que yo, pero las noches en vela, pegado al monitor le habían dejado una apariencia mucho más madura. —¿Qué haces tú aquí? —rebatí con mucho gusto— Creí que irías con tu familia o algo así. Kalev era mi compañero en la universidad en donde trabajaba, ambos éramos profesores a tiempo completo e investigadores, pero yo tenía a mis hijos como prioridad, así que llegaba a las 9 a.m. después de dejarlos en el colegio, en cuanto daban las 5 p.m. yo salía corriendo de la Universidad para encontrar a mis criaturas en casa de mi mamá. Este inteligente hombre ruso que tenía delante de mí ocupaba todas sus energías para lograr que los resultados que buscaba en cada uno de sus estudios. Emitía muchísimos artículos al año en revistas científicas reconocidas a nivel mundial y en lo que respectaba a nuevos aditivos para la industria de alimentos era toda una eminencia. No es porqué fuera mi colega, pero en realidad lo admiraba, era un hombre sencillo, cordial, amistoso y por supuesto muy bien parecido, bastaba ver a todas las alumnas e incluso algunas profesoras de la universidad de Madrid estaban encantadas con este hombre. Según decían, bastaba escucharlo hablar para interesarse en él, su voz y las palabras cultas que emanaban de su boca eran la combinación perfecta; pero su físico las terminaba derritiendo por donde quiera que llegaba a pasar; no obstante, Kalev siempre estaba encerrado en su laboratorio, investigando y al estar yo en el mismo laboratorio que él, teníamos algo parecido a una amistad. —Sí, era la idea —suspiró mientras guardaba sus manos en los bolsillos—, pero mis padres salieron de viaje y mis hermanos están ocupados con sus trabajos, así que opté por ir a trabajar en lugar de quedarme solo en casa. —Pero si todavía tenemos dos semanas de vacaciones —mi colega se rascó la cabeza encogiéndose de hombros. —Lo sé —respondía él mientras arrugaba la nariz—. ¿Es tu esposo? —Sí —dije sin mucho entusiasmo al ver a Ivo a lo lejos—, tengo que irme, Kalev; nos vemos pronto. Me dio gusto verte. Me despedí muy a la ligera, con la mano en el aire; Ivo esperaba en la entrada mirando en mí dirección con el celular pegado a la oreja, anunciando que tenía en la mano las compras, las suyas y las mías; en cuanto me vio caminar hacia él salió del establecimiento, caminando lejos del auto sin dejar de hablar. Mi esposo manoteaba en el aire y su voz apenas era audible por la distancia, se veía que estaba pasando un mal momento. Me acerqué al auto para subirme, pero los seguros estaban puestos, un bufido se me escapó de la boca. —Parece que está muy ocupado —la voz de Kalev irrumpía de nuevo, tal vez al percatarse de que no podía subir al auto—, ¿Q-qué harás mañana en la mañana? —Mañana iré a recoger a mis hijos a casa de mi madre, pero lo haré por la tarde —respondí un poco contrariada. —¿Te gustaría ir a desayunar conmigo? —preguntó, pero al notar mis ojos confundidos continuó hablando— Puedes traer a tu esposo, no me molesta. No me lo tomes a mal, Regina, es sólo que la soledad de mi casa me está matando. Necesito hablar con alguien o terminaré poniendo mi mano llena de pintura sobre una pelota de vóleibol —me reí, tenía un sentido del humor un tanto bizarro. Kalev era soltero, nunca, en los todos los años que tenía como docente en la universidad, le había conocido una novia o amiga, y su carácter no era un motivo, en realidad era un muy buen tipo, bueno, eso pensaba yo, teníamos cerca de dos años compartiendo el mismo lugar de trabajo y esa era la impresión que tenía de aquel galante científico. —No estoy segura de poder Kalev, mañana es domingo y es el día que Ivo descansa. Pero sí quieres nos vemos el lunes o martes. Ivo se acercaba de nuevo a nosotros, se veía por completo molesto, algo había ocurrido, solo esperaba que no tuviera que irse en ese momento. Por educación me quedé a un costado de Kalev, para presentarlo con mi esposo. —Ivo, él es Kalev, mi colega en el laboratorio de la universidad. —¿Qué tal?, Mucho gusto —dijo sin voltear a verlo con la mano en el aire, subiendo la bolsa de comestibles al asiento trasero del auto— Tenemos que irnos, Regina, tengo que enviar un correo importante lo más pronto posible. Kalev que había estirado la mano se quedó esperando a que mi esposo le contestará el gesto, pero Ivo estaba tan ensimismado que ni lo notó. El hombre de ojos azules caminó detrás de mí para ayudarme a abrir la puerta del auto. —No hace falta Kalev —dije mientras lo notaba detrás de mí—, muchas gracias, pero no. —¿De qué hablas? Es el mínimo de educación, además mi camioneta es la de al lado y no puedo subir si no te subes tú primero —me reí al notar el tono de voz con el que lo decía. —¡Regina! Sube por favor —demandó Ivo con mucha desesperación. —Que tengas buena noche, Kalev —dije y subí al auto— Ivo, despídete —solicité en un murmullo. —Hasta luego, un placer, ¿Cómo es que era tu nombre? —comentó mi esposo al mismo tiempo que extendía su mano para estrechar la de aquel investigador, provocando que me diera más pena a mí que a él, tenía ganas de hundirme en el asiento del coche. —Kalev Volkov, ese es mi nombre —contestó respondiendo el apretón de manos. Ivo le miró con pesadez mientras tenía una falsa sonrisa en su boca, por el contrario, mi compañero se mostraba feliz, pero algo sobresaltado por el exceso de fuerza con la que mi esposo prensaba su mano. —Le decía a Regina que sí ustedes quieren, están invitado a desayunar mañana conmigo —sonreía con franqueza, para luego verme a mí y acentuar aquel gesto. —Nos encantaría, pero tengo algunos pendientes y no creo que podamos. Tal vez en otra ocasión —señaló mi esposo con una mueca retorcida en el rostro—, si nos disculpas, tengo algo de prisa en este momento. Hasta luego. Ivo subió la ventanilla sin esperar a que Kalev se despidiera de mí y emprendió el camino a casa, me había quedado algo extrañada de lo que dijo, pero el ambiente en el auto estaba muy tenso, así que no quise decir ni una sola palabra. No tardamos en llegar a casa, tan solo unos minutos después entrabamos por el portón eléctrico, Ivo me pidió que bajará las cosas mientras él mandaba el correo en calidad de urgente. Asentí con sonido al mismo tiempo que él desaparecía dentro de la casa. Dejé las cosas sobre la isla de la cocina, saqué mi paleta y caminé hasta la habitación para quitarme el vestido y los tacones que estaban torturando mis pies. —¡Regina! —el grito de Ivo resonó en el silencio de la casa— ¿Dónde dejaste las cosas? —Están en la cocina —respondí mientras retiraba la envoltura de la paleta con un antojo voraz. —¿En qué parte? «¿Cómo no puede ver en donde está la bolsa?, ni si quiera saqué las cosas, parece que no puede hacer nada por sí solo», remilgué en mi cabeza mientras revoleaba mis ojos, ahora la cabeza de Ivo se asomaba por la puerta del vestidor. —Están en la isla, en la bolsa —bufé. —No las encontré, ¿Puedes ir por ellas? En lo que yo pongo la película, por favor. En verdad, lo único que quería en ese preciso momento era desaparecer, irme lo más lejos de mi esposo, no tener que verlo, escucharlo u olerlo siquiera, estaba tan decepcionada de él y de su comportamiento, pero estaba más decepcionada de mí, por no poder reaccionar en el momento que lo ameritaba. «¿Qué te está pasando, Regina?», me pregunté. —¿Regina? —Ivo volvió a gritar, esperando que le contestará.
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