4. Molesta

2378 Words
Abracé mis piernas, las lágrimas se me resbalaban de los ojos, logrando estamparse contra el agua de la bañera para confundirse en esa inmensidad, estaba llena de inseguridad; sabía, por las terapias y las pláticas con mi amigo David, que necesitaba reconocer las cosas que sí hacía bien, pero no veía ni un punto de luz, al menos no en este momento. Los dedos se me arrugaban por haber pasado tanto tiempo dentro del agua y la ducha había cedido calor al ambiente, así que decidí jalar el cordón del tapón para dejar que el agua corriera. Me sequé las gotas saladas que salían de mis ojos, alcancé la toalla mientras me ponía de pie dispuesta a empezar a arreglarme, aunque no tenía ni la más mínima pizca de ganas de hacerlo, me sentía fatal. Bufé con ganas al verme al espejo, con el cabello empapado, pero empecé con la rutina, casi sin ganas me unté la crema corporal, el desodorante, crema para el cabello y me puse ropa interior bonita. Tenía que levantarme el ánimo a como diera lugar, me puse un vestido rojo, con un poco de encaje y medias para mitigar el frío que la lluvia había dejado en el ambiente, frente al espejo me quedé mirándome o más bien juzgándome tal como me habían enseñado. En mi cabeza, mis voces decían que el color y el corte no favorecían la forma de mi cuerpo, que me veía pretensiosa y que parecía que quería llamar la atención a como diera lugar. Me sentía incómoda, el vestido se me veía embarrado y demasiado corto, aunque estaba apenas por arriba de la rodilla; me percibía vulgar y anticuada, gorda, tal vez era el modelo o mi estado de ánimo lo que me tenía de esa manera. Me quité el vestido y lo arrojé a un sillón del vestidor. Busqué mi celular para distraerme un poco con el pretexto revisar el mensaje que hacía un rato había entrado, era de Deniska y se disculpaba de nuevo por no haber podido ir conmigo al café, no dudé en contestarle. «No te preocupes, cuando los hijos son pequeños, es difícil, sí lo sabré yo…» contesté y dejé el teléfono al costado del tocador, yo tenía que seguir arreglándome, tal vez si empezaba por el maquillaje el vestido sería más fácil de elegir después; faltaba menos de una hora para que Ivo llegase y quería que se quedará con la boca abierta al verme, tal vez en un intento desesperado por que me notara de algún modo. Hacía mucho que no provocaba ese tipo de reacciones, ni ninguna en realidad, en mi esposo y quería sentirme capaz de hacerlo; pero tenía bastante tiempo que no me maquillaba, mi rutina había sido: máscara de pestañas, labial color nude y cejas depiladas, desde que nació Benny. Pero intentaría, no perdía nada, solo rogaba que mis cosméticos no hubieran caducado, desempolvé las últimas cosas que había comprado, puse un video en YouTube y comencé. Me tomó mucho más tiempo del que creí; ni de broma pude ponerme las pestañas postizas, y cuando logré que se vieran decentes, me piqué el ojo con el delineador al rellenar la línea interna del ojo por lo qué, las lágrimas terminaron por remover el pegamento aún fresco y mal puesto. Así que opté por enchinarme las pestañas para después poner 5 capas de rímel para que se vieran decentes. Labios dramáticos en tono rojo obscuro terminaron el maquillaje, no se parecía en lo absoluto al video, pero me veía muy bien, me sentía bella, aunque fuera un poco. Me coloqué algunos accesorios para complementar, además de peinar mi cabello con la plancha para hacer unas ondas muy coquetas. El teléfono vibró notificándome un nuevo mensaje entrante. «¿Cuántos hijos tienes?», La mujer del supermercado contestaba el mensaje haciendo plática, me había registrado en sus contactos y ahora podía ver su foto, se veía ella con su hijo, una foto en realidad hermosa, Nikola y ella estaban frente con frente, sonriendo, a un costado, una silueta cortada, solo se veía la mano de quien suponía era el papá de su hijo. «Dos. El mayor 8 y la pequeña 5. ¿Tú solo tienes a Nikola?», escribí y me dirigí a probarme los vestidos que consideraba más apropiados para la cena con mi esposo. Saqué alrededor de 4 modelos diferentes y ninguno me hacía sentir cómoda, hasta que llegué a uno n***o, un poco escotado en la espalda. Tomé el teléfono entre mis manos, necesitaba sentirme por completo segura de mi elección, así que busqué el contacto de David y envié una foto del resultado para que me dijera lo que pensaba, yo esperaba un mensaje y en su lugar había recibido una videollamada. —¡Te ves fabulosa, Regi! —señaló con los ojos grandes y brillantes, tronando los dedos en el aire, haciéndome sentir tan hermosa que me ruboricé— ¿A dónde vas a ir? —Ivo me invitó a cenar —respondí algo insípida, ya sabía que aquello no le gustaría a David y qué se mordería la lengua para no decirme lo que pensaba—. ¿En verdad me veo bien? No me digas mentiras. No sé si dejarme este vestido. —¿Estás insinuando que miento? Porqué jamás lo haría. Mujer, te verías increíble hasta con una bolsa de tela. Y quien no lo vea, es un pendejo. —remató elevando mi ánimo considerablemente— ¿A qué hora te vas? —A la hora que llegue Ivo, ya no debe tardar —señalé después de ver la hora en el teléfono, me había demorado un poco más de lo que mi esposo dijo que tardaría, pero aquello no era raro, solía esperar por horas antes de que Ivo asomará su cara por la puerta. —¿Qué harás mientras llega? —indagó con mesura, le regalé una sonrisa a mi guapo amigo y me encogí de hombros, desde luego David entendió sin problema, no tenía nada pensado— ¿Quieres fumarte un cigarro conmigo? Mientras te cuento que ha pasado conmigo hoy… Mi amigo era alto, cerca de 1.85 cm., de un cuerpo envidiable, muy varonil, con una voz increíble, pestañas largas, labios gruesos y nariz afilada. Solía estar ocupado por largas temporadas, haciendo giras en sus diferentes obras de teatro, grabando alguna serie e incluso alguna película. La verdad es que era demasiado guapo y más de una mujer se le había arrojado a los brazos en diferentes ocasiones; pero David no tenía ni el más mínimo interés en ninguna, sus preferencias eran otras. Por ahora se le veía muy feliz y estable con un diseñador de modas francés que había conocido después de la presentación de uno de los últimos musicales que interpretó en una gira por Londres. A diferencia de David, yo casi no fumaba, sobre todo por mis hijos, pero en vista de que ellos no estaban y que, Ivo aún no llegaba, acepté la invitación, tomé uno de los cigarros que tenía escondidos en un cajón y me senté en el balcón a escuchar las aventuras que David relataba con gracia y lujo de detalle. —¿Te acuerdas cómo nos conocimos? —preguntó de pronto mi amigo, a lo que respondí con una gran sonrisa, teníamos casi 20 años de amistad, por lo que habíamos vivido muchísimas cosas juntos. Asentí, lo recordaba a veces con mucho gusto— Pues te voy a decir, querida, que jamás te habías visto tan guapa como ese día hasta hoy, bueno y el día de tu boda —añadió con sensatez. Nos habíamos conocido el día que me gradué de la escuela preparatoria, por lo que tenía puesto un vestido largo, entre a una tienda de comestibles por cigarros y él estaba ahí, me miró con los ojos enormes y me dijo: “Chica, eres una diosa”, mientras tronaba los dedos en el aire, tal como hace un rato. —¡Aww, amigo! Te quiero muchísimo —contesté con sinceridad. —Y yo más a ti. Regi, me tengo que ir, el ensayo está a punto de comenzar y este hombre que tu vez aquí, se quedó con el principal, así que no puedo fallar. Te quiero, cualquier cosa, me avisas. David colgó el teléfono y yo revisé la hora… No había ningún mensaje de Ivo y ya tenía más 40 minutos de retraso. «Seguro viene en camino», le excusé mentalmente mientras encendí otro cigarro y abrí una aplicación del celular, solo para pasar el tiempo jugando o leyendo. Hacia algún tiempo que leer se había convertido en un refugio seguro para mí, las novelas que me había encontrado por ahí me mantenían la mente ocupada, lo suficiente como para anestesiarme la realidad entre las ideas, o tal vez me torturaban más, pues lo que leía no tenía nada que ver con lo que pasaba en mi vida. En la pantalla flotaba un mensaje nuevo de Deniska, pero no quise abrirlo, al menos no por el momento, necesitaba distraerme, cambiar mi estado de ánimo. El portón eléctrico sonó, espabilándome ante la llegada inminente de mi esposo, apagué el celular para ir al encuentro, esperaba que entrará por la puerta y me notará, que dijera alguna cosa o que me dedicará una mirada de esas que ya no le arrebataba. Algo, cualquier cosa que me dijera que aún me amaba. En cambio, apareció en la puerta dándome un medio beso en la frente y se encaminó a la cocina para tomar un poco de jugo de la nevera. —¿Tendiste la cama? —preguntó sin verme. Me irritó, sus palabras me molestaron tanto que solo pude bufar, no me había visto en todo el día y preguntaba por la cama. ¡Por Dios! Estaba arreglada, para salir a cenar con él, y lo único que importaba en ese momento era la cama tendida. —No. ¿Ya no vamos a ir a ningún lado? —indagué con desilusión ocasionando que se quejará con sonidos sin sentido. —Perdón, lo había olvidado, el día de hoy estuvo pesado —dijo caminando con el vaso de jugo en la mano, sin mirarme, llegando hasta el cuarto donde su voz se hacía opaca y tenía que gritar para que le escuchará—, un proveedor está quedando a deber más de la mitad de los insumos y la junta de los inversionistas es el lunes. Deja me doy un baño y salimos. —Está bien —respondí con resignación, caminando hasta el cuarto para enterarme de lo que me contaba, pues me interesaba saber qué había pasado— ¿Se arregló lo del proveedor? —Sí. Dijo que enviaría a primera hora el lunes el restante —Ivo se estaba descalzando sobre la cama cuando entre al cuarto—, pero hay que estarlos correteando. ¡Ah, no te he contado! Vamos a cerrar con una cadena de supermercados —se levantó para quitarse el resto del traje azul y dejarlo tendido ahí, sin intención de levantarlo se dirigió en ropa interior hasta el baño, luciendo sus músculos bien torneados con gallardía. —¡Eso está increíble! ¡Me da mucho gusto! —Sí, a mí también, suena a que por fin podré pagar el préstamo que nos hizo el banco —señaló, aún sin verme mientras se quitaba la ropa interior y abría la llave para bañarse. Jaló el cancel del baño, pero antes de qué éste estuviera por completo cerrado asomó su cabeza para buscarme. Sus ojos se estamparon con los míos, y en una forma demandante solicitó: —Regina… —dijo para luego sonreír de medio lado, me dedicó una mirada y luego al resto de la habitación a mis espaldas— ¿Puedes tender la cama en lo que me baño? Para que cuando lleguemos podamos acostarnos a ver una película. Sin decir nada moví la cabeza en afirmación, acomodaría el cuarto, sacudiría las sábanas y levantaría su ropa del suelo, con tacones. No voy a mentir, pensé que me contaría más, que me diría que estaba hermosa o cualquier cosa más, pero ahí terminó su plática, intenté preguntarle alguna otra cosa, pero el agua corriente de la regadera no permitía que me escuchará y terminé descartando la idea de platicar en ese momento, ya habría tiempo en el restaurante. Ivo se arregló sin dedicarme una sola palabra, se limitó a pedirle a la asistente inteligente que reprodujera su selección de canciones favoritas. Me parecía asombroso que, desde que lo conocí en la universidad, él había conservado su música. En realidad, era un hombre muy cuadrado en algunas cosas, sus gustos siempre habían sido los mismos, en cuanto a ropa, comida, incluso su forma de pensar se había modificado muy poco con el transcurso de los años, seguía siendo rígido y terco. —¿Ya terminaste? —preguntó cuando estuvo listo para salir— Solo te estoy esperando a ti. —Ya, ya terminé —respondí seca y algo molesta—. Vámonos. —¿Estás enojada? —rebatió incrédulo— ¿Regina? —Sí, Ivo. Estoy molesta. Pero vámonos, tengo hambre. —Entonces no estás enojada, solo tienes hambre —espetó y le miré contrariada, le acababa de decir exactamente lo que tenía y ¿Lo había cambiado?, aquello me había sacado de mis casillas— Andando, antes de que te enojes más por no haber comido, siempre te transformas cuando tienes hambre. No sé que esperaba mi esposo, que aventará flores en el aire desde que él llegará a casa o algo así. Desde luego estaba molesta, se había tardado más de lo que dijo y encima me dice esas cosas. La verdad, la frustración me subía por el esófago y me quemaba, ni si quiera dijo nada de la forma en la que me había arreglado, o preguntó por mi día, nada. Estaba a punto de contestar, molesta por el comentario fuera de lugar que hizo mi esposo, cuando una llamada entró a su móvil, de inmediato contestó sin mirarme se dio la vuelta para caminar a la salida, demandando con la mano que le siguiera mientras gritoneaba a alguien en el teléfono acerca de las decisiones que tomaron sin su consentimiento.
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