Avanzo, camino con seguridad sosteniendo mi bolso en mi mano, mirando todo con sumo interés. En cada paso dado, el sonido de mis tacones negros punta fina resuena, pero no me interesa. El interior es lo suficientemente enorme como para que pongan sus ojos en mí.
«Aunque no me quejo si los hombres sexis me miran»
Estoy en el conglomerado West, el lugar donde comenzaré hoy oficialmente mis pasantías y no negaré que siento algo de nervios, los cuales se hacen presentes en mi estómago. No sé cómo será esto, no sé en cuál área me enviarán, y no sé si me lo encontraré a él.
«Yo espero que no»
No le tengo miedo al jefe y dueño de este lugar, realmente estoy lejos de temerle, es solo que me tomo muy en serio mi carrera universitaria como dañarla por culpa de Eros West. Sé muy bien que me debe estar odiando por haberme largado del club, por haberle hablado como lo hice y por ponerlo en su lugar. Y peor aún, por engañarlo.
Está bueno, jodidamente bueno. Tiene un pene que enamoraría a cualquiera, es sexi, un semental en el sexo, pero ¿acaso debo rendirle culto por eso? No, me niego. Solo fue sexo, pero sé muy bien que, para un hombre como él, que esperó someterme durante la noche pasional que tuvimos, yo pasé de ser una noche casual a un reto personal.
«Y ahora solo ruego no encontrármelo por acá»
El conglomerado West está conformado por muchísimas marcas de lujo. Desde ropa, calzados, bolsos y joyas, el conglomerado es una enorme empresa que abarca muchísimas firmas del lujo silencioso y el lujo comercial a nivel mundial. El poderío de esa familia es muy grande y fuerte y el lugar donde estoy, el edificio principal donde ocurre “la magia” de los números, estadísticas, y estrategias para mover los hilos de cada marca, es donde yo haré mis pasantías.
Siempre he querido manejar el imperio de mi padre, siempre he querido ser yo la que esté detrás del escritorio. Desde que tuve conciencia de la familia en la cual crecí, en la que se me enseñó desde pequeña -además de ser una consentida-, que algún día, sería yo la que herede el legado Barone. Seré yo quien me haga cargo del mejor vino de toda Italia y el mundo, así que cuando tomé conciencia de lo que sería mi futuro, no dudé en ser la mejor en cada clase. Tampoco dudé en venir a estudiar a Nueva York para aprender todo con respecto a la administración de empresas.
Por supuesto que pude haber estudiado en Italia la misma carrera, pero, es imposible comparar la universidad donde estoy aquí a aquella en la cual iba a estar. Soy ambiciosa y estar en esta Columbia, era algo que ni se debía debatir para mí. Además, el cambio de aires era algo que también deseaba porque sé muy bien que mi adorado padre, quien me consiente y me mima tanto, llegará a sus cien años y por nada me dejaría mandar en la empresa. Él prefiere que sea quien disfrute de los beneficios de lo que él por tantos años ha cosechado, que estar yo a cargo “dándome dolor de cabeza”. Eso me dice y así me mima tanto mi padre, que le cuesta mucho aceptar que su hija quiere mandar y direccionar también.
Eso fueron unos de los tantos motivos por los cuales me vine, porque a pesar de que amo que me consienta como lo hace, yo necesito aprender por mi propia cuenta para que cuando llegue el tiempo indicado, él comprenda que puede seguir mimándome aún sentada detrás del imponente escritorio en el cual se sienta cada mañana al despertar.
—Buenos días —saludo con una gran sonrisa a la recepcionista frente a mí—. Mi nombre es Siena Barone y soy parte del programa de pasantías.
Mantengo mi sonrisa, en cambio, la mujer de tetas enormes, las cuales se notan pese a su blusa cuello alto, me mira con su ceja levemente enarcada. No le bajo la mirada, ensancho más mi sonrisa hasta que se digna a buscar mi nombre en el ordenador. Repite mi nombre en un tono que no me agrada para nada, la universidad de dónde vengo y por supuesto, me pide mi carta firmada por la directiva y mi padrino de grado donde consta que soy una más aceptada en el programa. Se levanta de su asiento y debo elevar un poco mi cabeza debido a su altura.
«No sé por qué rayos no nací alta como mi padre. Tuve que ser menuda como mi madre»
—Llegas tarde —espeta—. Dirígete a la sala de conferencias… —me ordena, dejando sobre el escritorio el carnet que tiene mi pequeña foto junto a mi nombre y en mayúscula “pasante”—. Que tengas feliz día.
—¿Me podrías indicar en que piso queda la sala de conferencias?
Deja salir una sonrisa burlesca y yo enarco mi ceja.
—Los pasantes universitarios están en planta baja, señorita Barone. Al menos que sean contratados, lo cual difícilmente suceda con usted, ya que el señor West busca excelencia y por lo visto… llegar tarde es tu fuerte —me mira con aires de suficiencia para luego sentarse—. Diríjase a la derecha, final del pasillo están dos puertas negras y en ella ahí un letrero plateado que dice “sala de conferencias”, por si se te olvida.
«Hija de puta, ¿en serio me ha tomado por estúpida?»
—¿Tú también eres pasante universitaria? —inquiero, con falsa inocencia—. Digo, como estás aquí también.
—Soy la recepcionista principal de planta baja y tengo años en el puesto —dice.
Ahora yo sonrío de verdad al ver que su sonrisa se ha borrado de su perfecto rostro creado en el quirófano de algún cirujano. Esa rinoplastia es más que notoria para mí, así como el desagrado ante mí “estúpida actitud”
—Lo lamento… —digo, con mi mano en mi pecho—. Creí que estabas de pasante, pero ya me queda más que claro que eres la recepcionista estrella de esta planta baja. De seguro las que están por encima de ti, con el jefe, mientras tú estás aquí, te respetan. Yo también lo haré… —dejo salir un suspiro—. Gracias por tomarte el tiempo de exponerme datos que no quería saber, pero que se agradecen porque así conozco el excelente ambiente en el cual estaré. Que tengas lindo día, super recepcionista.
Le guiño el ojo y sin más, le doy la espalda, retomando mi caminata directa hacia donde ella me ha dicho borrando la sonrisa de mis labios.
«Idiota, ¿qué se cree?»
Maldigo entre dientes porque sé que ya me he ganado una enemiga sin siquiera habérmelo planificado.
«¡Carajo! Es que no puedo dejar pasar que quieran tratarme como ella lo hizo»
Me niego a que quieran hacerme menos por ser una pasante, a que quieran de alguna manera burlarse, solo por ser rubia. Lo viperina en mí no se queda quieta y sale a relucir la verdadera perra que soy. Normalmente, la oculto muy bien hasta el momento indicado donde decido morder, pero al carajo. Es la palabra de la recepcionista estrella contra la mía. Y por lo general, yo siempre termino ganando.
«¿Quién no le cree a una pequeña rubia inocente con mirada de gatito regañado que termina llorando por los falsos levantados en su contra?»
Mi sonrisa vuelve a mis labios al recordar las veces que he terminado yo ganando en la universidad. Sé que Mali me regañará, sé muy bien que me pondrá en mi lugar por haberle hablado como lo hice a la recepcionista. Ella me dirá “eres una universitaria que no tiene derecho a comportarse como la reina del lugar” “se una profesional” “deja de refutar” y podría seguir con los ejemplos, pero ¿Qué más da? Soy humana y aunque suelo ser muy recelosa en mis estudios y mi carrera, la imbécil detrás del escritorio me miró feo desde el comienzo.
«Ella se lo buscó por tratarme como si yo fuese una pendeja»
Miro las puertas al final del pasillo, leo las palabras plateadas escritas con elegancia en ellas, apresuro mi andar, rogando de que no hayan comenzado. Rogando también que la señora West no me llame la atención. Ella es la encargada del programa y según mi madre, es quien recibe a los pasantes con un emotivo y adelantador discurso para luego darnos un recorrido por la empresa y terminar junto a recursos humanos ubicándonos en nuestros respectivos lugares.
Solo espero que no le cuente a mi madre que su hija llegó tarde en su primer día. Todo por culpa de Emet. Se quedó anoche a dormir en el departamento y aunque lo hizo en la habitación de invitados, -porque ni loca lo dejo dormir en la mía-, no dudó en buscarme al despertar esta mañana, sacarme y darme un excelente sexo mañanero el cual disfruté, pero me retrasó.
Tengo una regla; ningún hombre duerme en mi cama o en mi habitación. Y al único que dejo ingresar es a mí follo amigo, Emet Mcintire. Y solo porque nos conocemos desde el primer año de carrera. No hay sentimientos, no hay intenciones de que surjan. Follamos cuando se pelea con su novia -la cual no me soporta-, o cuando yo lo llamo, solo eso. Casualmente, anoche se peleó con la novia y yo tenía ganas, pero por andar de antojada esta mañana, me tardé más de lo que debería.
«Vamos Siena, es ahora o nunca»
Peino mi cabello un poco, ajusto bien el carnet en mi blusa y hasta aliso la falda de tachones blanca que está más que planchada. Sonrío y sin perder más tiempo, abro la puerta para ingresar al salón de conferencias.
Camino en silencio, tratando de pasar desapercibida ante los demás pasantes de las diferentes universidades que ya están sentados, mirando hacia el frente oyendo las palabras de la mujer. No es la señora West, es alguien más, pero aun cuando los reflectores sobre el escenario están encandilándome un poco, mantengo mi sonrisa hacia el frente procesando sus palabras.
Está dando la bienvenida, lo que significa que aún no han comenzado de manera oficial. Miro un puesto vacío al final de la primera fila, no dudo en ir por él y disculpándome en voz baja por pasar frente a ellos, llego al fin al otro extremo.
—Muchas gracias por sus palabras en nombre de mi madre, señorita Harris. Todos los estudiantes presentes, junto a la recién llegada que no lo ha oído debido a que ha llegado veinte minutos tarde, agradecen el mensaje.
«No puede ser»
Me tenso de inmediato al oírlo, mi pulso se dispara, las risas bajas de mis compañeros no tardan y juro por Dios que siento mis mejillas calientes.
Maldigo a Emet en mi mente, pero, aun así, levanto mi vista hacia el escenario para verlo al fin.
Aprieto mis dientes con fuerza al verlo luciendo como lo recuerdo muy bien desde aquella noche. Mirada intimidante, traje n***o, sus tatuajes en sus nudillos y manos, sin corbata y con los primeros botones de su camisa blanca desprendidos, viéndose como el maldito que es, Eros West me mira fijamente con sus facciones endurecidas, haciéndome sentir en este momento como su peor enemiga debido a mi retraso.
POV Eros
—De ninguna manera —sentencio, mirando sus hermosos ojos marrones—. No pienso hacerlo, no es mi problema ni mi ocupación. Tú eres quien ha creado esto, tú te harás cargo.
—¡Eros West! —exclama y yo enarco mi ceja en espera de su pataleta—. ¡Soy tu madre!
—Una que abusa de su poder en esta empresa solo por ser eso; mi madre.
—Una que te parió con dolor, una que te amamantó, una que te crio y tiene todo el derecho de abusar del poder que me dé la gana —refuta—. ¿Acaso no puedes hacerme ese favor?
—¿Es un favor? —inquiero dándole una mirada la cual ella responde rodando sus ojos—. Llegaste aquí ordenándome hacer algo que no quiero. No estoy para darles la bienvenida a pasantes pendejos y desorientados, madre. Tengo asuntos más importantes que atender que presentarme frente a veinte críos desesperados por aprobar.
—Serás breve, Eros —me dice con dulzura—. Solo les darás la bienvenida, y el resto déjaselo a Elizabeth.
—No.
—Llamaré a tu padre y le diré que no quieres ayudarme.
«Maldita sea»
Ella lo hace. Ella sin duda marca el número de mi padre y cuando oigo su demandante voz, levanto mi dedo índice para que no le diga nada. Me sonríe satisfecha, victoriosa, estando muy clara que se salió con la suya, comenzando a saludar a su amargado esposo como si nada en la vida y aun cuando la amo con todo mi maldito corazón, deseo prohibirle la entrada a este edificio.
Cuando ingresó en mi oficina a primera hora, creí que vendría a darme el sermón de siempre con respecto a Natalia, pero no. Ella solo se sentó, me habló con dulzura, hasta que me soltó que no podrá estar en la bienvenida de los pasantes de este año porque irá a un evento benéfico en el cual la invitaron a último momento y no puede negarse.
Odio ese maldito programa de pasantes, me desespera ver a jóvenes universitarios cada año en mi empresa metiendo la pata, arruinando un día de excelente trabajo con su falta de experiencia y, sobre todo, odio ser yo quien tenga que darles la bienvenida cuando la fundadora del programa es quien debería de hacerlo. Pero no, la señora no puede faltar a su evento benéfico.
—Primera y última vez que lo haré —sentencio.
Ella ensancha su sonrisa, se levanta del asiento y rodea el escritorio hasta llegar a mí para abrazarme y darme muchos besos en mi cabeza como si yo fuese ese pequeño que ella crio.
—Por eso te amo…
—Lo mismo le dices a tus otros tres hijos.
—¡A tus hermanos, Eros! —me reprende con ese tono dulce que jamás desapareció en ella—. A los cuatro los amo con toda mi alma.
Asiento porque es verdad. Ella nos ama a pesar de nuestras mierdas. Me ama a mí, pese a que soy un maldito desgraciado, ama a Hera, a pesar de sus estupideces, así como ama a Zeus con su perfeccionismo, y ama sin duda a Apolo a pesar de sus adicciones. Y solo por eso, me cuesta negarme a lo que me pide, aunque al comienzo le suelte mis negativas.
—Ya Elizabeth tiene mi discurso… —me informa y yo solo caigo en cuenta que ella ya venía más que preparada para esto—. Tú solo serás quien salude en nombre de la empresa. Sé breve, sé directo y si deseas, desaparécete. Da lo mismo, Elizabeth se encargará.
«Si da lo mismo, ¿para qué carajos me pide hacerlo?»
—Ya, lárgate a tu evento —proclamo—. Ya entendí lo que debo de hacer, no soy pendejo, Abigail.
—¿Qué dijiste Eros Jefferson West? —inquiere con su ceja enarcada.
—Que muchas gracias por informarme lo que debo de hacer, madre —finjo mi sonrisa.
—Así me gusta.
Dejo de sonreír, me levanto de mi asiento y sin ánimos de seguir discutiendo con la mujer que me dio la vida, decido a sacarla de aquí antes de que me salga nuevamente con una de las suyas.
Salgo del ascensor sin mirar a los lados, camino directo hacia el salón de conferencias. Tengo un asunto importante que atender en mi oficina dentro de una hora, el cual por nada del mundo pienso cancelar.
Cada empleado me saluda con un leve asentamiento de cabeza, demostrando el respeto y temor que me tienen. No me detengo a hablar con ninguno, a pesar de que más de uno se detiene en espera a que le ordene algo. Yo sigo directo a la maldita sala de conferencias para terminar con esto de una vez.
Todos los jóvenes pasantes están citados para las ocho de la mañana, son las siete con cincuenta y cinco. Puede que sea un tirano, puede que sea un nieto de puta -porque hijo de una no soy-, pero lo que, si soy, es un hombre puntual cuando de mi empresa y negocios se trata.
Pese a que le daré la bienvenida a críos de mierda que no saben un carajo de cómo manejar una empresa, soy responsable hasta para esto. No por mi madre, sino por mí. Puede que los rumores sobre mí abunden en la ciudad, pero son solo eso; rumores. Yo, Eros West, tengo una imagen que cuidar y mantener.
Ingreso al salón siendo consciente de que tengo más de un par de ojos sobre mí, pero no volteo a verlos. Mantengo mi caminar directo al escenario donde Elizabeth está.
Me sonríe, yo mantengo mi rostro gélido. Sé muy bien que está disfrutando verme aquí. Ya veremos si sonríe después.
—¿Comienzas?
—Pero aún faltan cinco minutos —me dice, manteniendo su sonrisa—. Y según mi lista, un pasante más.
—No me interesa, comienza —ordeno mordaz—. Tengo un asunto que atender y no estaré esperando por nadie más. Si es consciente, entrará en silencio y se sentará atrás. Si no llega en cinco minutos, sácalo del programa.
Sí, señor.
No negaré que me satisface demasiado que ella acate a mis órdenes sin rechistar. Sabe que no estoy para perder mi tiempo, mucho menos para esperar a que un pendejo universitario irresponsable para comenzar. Yo no estoy para esto y mucho hago con estar aquí esta mañana cuando no debería.
«Después veo con que se la cobro a mi madre. Me debe un favor y no pienso dejar esto pasar»
Me voy detrás del escenario, justo donde están las largas cortinas que caen del alto techo. Saco de mi bolsillo la caja de cigarros y mi encendedor. Necesito relajarme un poco mientras la puta de la asistente de mi madre habla.
Y mientras ella habla y habla, yo no dejo de comerme su cuerpo con la mirada. Aunque me estoy imaginando follarme su redondo culo sobre mi escritorio, yo la estoy oyendo atentamente, hasta que la puerta al fondo es abierta, robando así toda mi atención.
Elizabeth sigue con sus palabras, yo, en cambio, termino de darle una calada a mi cigarro para luego apagarlo con la yema de mis dedos, guardando luego la colilla en mi bolsillo. Miro con interés a la universitaria de cuerpo pequeño que a medida que se acerca más, más logro detallar. La miro de arriba abajo, detallando la faldita que tiene puesta, la blusa por dentro ceñida a su cuerpo, su dorado cabello y la gran sonrisa que tiene como si le importara un carajo haber llegado veinte minutos tarde.
Por supuesto que la sorpresa de verla aquí me golpea, pero la misma es suplantada por la ira al recordar lo que esa putita del carajo me hizo en la playa, lo que me dijo y el cómo me habló. Camina hasta el frente, no le interesa pasearse frente al resto con aires de grandeza, como si fuese la diva, la reina. Noto que más de uno la mira, sobre todo en el culo y las piernas.
«¿Quién carajos le dijo que usara esa falda blanca que, en vez de hacerla lucir profesional, causa que muchos fantaseen con ella? Yo soy uno en este momento»
Se queda de espaldas unos segundos antes de sentarse y esos bastan para que yo la mire una vez más, detallando en ella sus tacones.
«Lo que me faltaba…»
Aprieto mis dientes con fuerza al pensar en el comentario soltado sobre el diablo y los tacones suelas rojas, pero mi v***a reacciona también al ver cómo se inclina un poco para limpiar el asiento con esa delicadeza falsa que se carga. Yo sé lo descarada y perra que es. Me mantengo oculto, detrás, hasta que Elizabeth termina con su discurso de bienvenida y yo salgo de las sombras mostrándome al fin frente a ella.
—Muchas gracias por sus palabras en nombre de mi madre, señorita Harris. Todos los estudiantes presentes, junto a la recién llegada que no lo ha oído debido a que ha llegado veinte minutos tarde, agradecen el mensaje —digo mirándola a ella.
Se queda paralizada, sorprendida y podría jurar que, hasta aterrada, pero, aun así, no me baja su mirada.
Yo tampoco, pese al cabreo que me causa tenerla aquí.
Mi mirada está fija en la Leoncita de ojos dorados, que me llamó geriátrico, que me abofeteó, y que, para colmo, me dejó que le follara el culo hasta el cansancio, prometiéndome darme algo, para terminar, huyendo de mí al salir de la playa.
—¿Desea disculparse con sus compañeros por llegar tarde, señorita…? —no digo su nombre.
—Barone. Siena Barone, señor —aclara, con una sonrisa en sus labios—. Y sí, por supuesto que sí. Lamento llegar tarde, no tengo excusas, pero puedo asegurar de que no se repetirá —dice, con una elegancia que solo ella se la cree para luego volver a fijar sus ojos dorados en mí—. ¿Algo más que desee de mí, señor…?
«Tan linda la Leoncita fingiendo que no me mamó la v***a de rodillas en la playa después de haberle follado el culo mientras gritaba mi nombre, totalmente desesperada, llena de arena»
—Eros West —me presento ante ella, aunque ella sabe muy bien quién soy yo. De igual manera, aprovecho el momento para dejar los puntos bien claros—. Dueño del conglomerado en el cual usted hará sus pasantías, lo que me vuelve su jefe y a quien le rendirá cuentas directas a partir de hoy. Y le aclaro que no tolero la impuntualidad, así que, si vuelve a llegar tarde, dese por despachada de mi empresa, ¿le quedó claro, señorita Barone?
Me sonríe, pero en sus ojos puedo ver el fuego, las ganas de mandarme al carajo, las ganas de sacar sus uñas y hacer uso de la lengua viperina que se gasta. Más cuando nota que el resto de los universitarios pendejos se ríen bajo de ella. Los mandaría a callar, pero decido no hacerlo, prefiero verla arder en su lugar.
—Si señor.
«Ahora sí que me resulta interesante estar aquí y hacerle un tour a un grupito de pasantes»
Tengo una cita importante en una hora en mi oficina, pero ahora se pospondrá.