La Amenaza
El portazo dado con fuerza retumba en mi cabeza, pero no me muevo. Ni siquiera me esfuerzo en abrir los ojos, porque ya se dé quién se trata. Ya sé quién ha ingresado a mi habitación para darme un discurso de represalia sobre mis inmoralidades, de las cuales estoy más que seguro, él también lo hizo a mi edad, incluso menos.
El alarido de la pelirroja a mi lado no se hace esperar, se remueve intentando cubrir su desnudez, chillando como una pendeja, como si fuera la primera vez que más de un hombre en la misma habitación la ve desnuda.
«Es una puta. ¿Cuál es su drama?»
—¡Eros! —vuelve a chillar mi nombre para que me levante—. Eros, despierta. ¡Hay un intruso de brazos cruzados mirándonos!
«No es un intruso, puta. Es mi padre»
Decido levantarme al fin para darle los buenos días al hombre que no se cansa de alegrar mis fines de semana con sus visitas inesperadas. Me tomo mi tiempo, me giro hasta quedar boca arriba, llevando mis brazos detrás de mi cabeza, mirándolo fijamente a los ojos. Esos ojos negros que, a pesar de los años que han ganado, saben intimidar bastante bien.
Su mirada impasible es de temer, a cualquiera haría temblar. Pero conmigo no. Es mi padre, lo amo, lo respeto, daría mi vida por él y pobre del que se atreva a tocarlo, pero ya superé la etapa donde me daba pánico cruzar la línea.
Yo la crucé hace años y ahora solo me queda soportar sus discursos de moralidad. Al final del día, soy su hijo mayor, soy quien carga con el legado de la familia, “el heredero del despiadado hombre de Nueva York”.
Mi lugar debió tenerlo Hera al ser mayor que yo por unos pocos segundos, pero por ser mujer, fue criada como la reina de la casa, completamente mimada, viviendo en su mundo de fantasía perfectamente construido gracias a su padre y a sus hermanos varones.
Y a diferencia de mí, Zeus supo cómo ser el estándar que mi padre siempre quiso para mí. Un estándar impecable, perfecto, admirable. Yo soy todo lo contrario; inmoral, temido, bastante cuestionable. Y ni hablar de Apolo, quien se volvió un completo rebelde desde su adolescencia, viviendo solo para tomarme de las bolas y hacerme cabrear con sus mierdas.
Pero echando a un lado todo eso, los cuatro somos el orgullo del hombre que aún me mira en espera de que reaccione. Los mechones platinados demuestran que los años le han pasado, pero como el buen vino, mi padre no se ve viejo; en cambio, estoy seguro de que la puta a mi lado justo ahora se lo debe estar comiendo con los ojos, porque dejó a un lado su chillido y ahora ríe con picardía.
«Pobre de ella si mi madre la llega a ver riéndose así»
Pero que sea ella quien mire lo que no debe, no me conmueve. Mientras que el hombre frente a mí no desvíe ni un segundo su oscura mirada a ella, todo bien para mí. Y sé que no lo hará, jamás lo ha hecho desde que tengo memoria. A diferencia de mí, mi padre, Ares West, es un completo devoto y fiel a mi madre, algo que admiro y aplaudo de rodillas, pero que jamás en mi vida haría.
«La vida es demasiado corta como para no disfrutar de sus placeres»
—¿Le dirás a tu puta que se largue, o la mando a sacar?
—¡¿Disculpe?! —inquiere con su rostro desencajado—. Le exijo que…
—Cállate —le ordena sin verla y ella enmudece, volteándose a verme.
—¿Pensabas exigirle una disculpa a mi padre? —enarco mi ceja y ella abre su boca—. Él tiene razón; eres una puta, ¿o a quién fue que le pagué un fajo de billetes anoche para que se viniera conmigo a follar?
Veo en sus ojos la indignación, en su rostro enrojecido, la rabia, las ganas de mandarme al carajo, pero sabe que, de hacerlo, será lo último que haga.
—Lárgate —le ordeno tajante.
Vacila, veo en ella la vergüenza a pesar de ser una puta. Sus ojos van de mi padre a los míos y cuando veo que levanta su mano para atacar, soy más rápido y la sostengo en el aire con fuerza pegándola a mi pecho, disfrutando el pánico en sus ojos.
—¿Le vas a pegar a la mano que te da de comer, puta de mierda? —siseo entre dientes y ella niega—. Eso pensé. Ahora, lárgate de mi casa y no olvides levantar tus trapos de mi piso.
La suelto y vuelvo a llevar mis manos detrás de mi cabeza, mirando cómo desnuda, abandona la cama y comienza a levantar sus cosas con su cabeza gacha. No comprendo su molestia, es una puta, ¿acaso esperaba que la tratase con pleitesía?
Eso me saca una leve sonrisa. Jamás lo haría con ninguna mujer.
Ella, anoche, accedió a venirse conmigo a la casa luego de haberme mamado la v***a en el apartado del club. No necesitaba advertirle la clase de hombre que soy, ella lo sabía muy bien, ¿y ahora se hace la ofendida?
«Pero qué desubicada me ha salido la puta»
El portazo se vuelve a oír dentro de la habitación, causando que mi cabeza retumbe debido a la jaqueca de mierda que me cargo. Además de puta, me ha salido dramática también.
Vuelvo mi vista a mi padre, quien está enterrándome con la mirada. Me levanté de la cama hasta sentarme en ella, pasando mis manos por mi cabeza, preparándome para su discurso, para su reprimenda.
—¿Eres consciente de que Natalia se quedó esperándote anoche en la cena?
—Yo no le prometí asistir a ella.
—Tu madre está enojada contigo, Eros —dice mordaz.
—Mañana mismo iré a pedirle perdón por mi falta, pero solo a ella.
—¿Y qué hay de Natalia? —inquiere.
Eso me hace soltar una risa socarrona. «¿Qué hay con ella? Nada. Me importa un carajo lo que con ella suceda»
—Yo no le pedí organizar una cena por nuestro aniversario.
—Es tu prometida, hijo —dice conteniéndose—. Es la maldita prometida la que dejaste esperando mientras follabas con esa puta. ¡¿Qué mierdas tienes en la cabeza, Eros?!
—¡La misma mierda que tuviste tú al comprometerme con ella! —replico, totalmente cansado de esto—. ¡No tomaste en cuenta mi opinión! ¡No te importó si deseaba o no comprometerme! ¡Tú simplemente señalaste la foto de Natalia en medio de muchas para tomarla como mi esposa! —de pie en medio de la habitación, paso mis manos por mi rostro, frustrado por esta conversación. Maldigo entre dientes, llevó mis manos a mi cadera y lo miro tratando de no llevar esto a otro nivel—. Siempre te he obedecido, siempre he hecho lo que me has pedido. Desde que me entregaste el conglomerado, he triplicado la fortuna de la familia —avanzo dos pasos, mirándolo con la misma mirada mordaz que él—. He hecho cada puta orden que me has dado, ¿y así me pagas? ¿Obligándome a casarme?
—Necesitas aprender el respeto, Eros.
—¡Yo te respeto! ¡Te respeto a ti, a mamá, incluso al adicto de Apolo!
—¡No te dirijas así de tu hermano! —su voz retumba dentro de toda la habitación, dejándome más que claro que mis últimas palabras lo han cabreado de verdad. Levanta su dedo índice directo a mí con una mirada que justo ahora, si me hace vacilar—. Que sea la última vez en que te refieres a tu hermano de esa manera, Eros. Vuelve a llamarlo adicto, y yo mismo te cortaré la lengua.
«Maldita sea»
—No lo dije en serio —miento.
—Así como tampoco te follaste en serio a esa puta, ¿no? Sin mencionar a las demás que te has estado follando cada maldito día, sin importarte un carajo tu prometida.
—¿Cómo se supone que me importe alguien que no me interesa?
—Ah, pero bastante que te la follas también —suelta con desden.
Eso me saca una risa amarga. Es mi prometida, le gusta la v***a, ¿cómo me voy a negar?
—Natalia no es una chiquilla, papá. Ella sabe perfectamente que no la quiero, y sabe muy bien que, si la tengo a mi lado, es por ti, así que bien que se puede negar, pero no lo hace, ¿eso me vuelve a mí el culpable?
—Eso te vuelve un hijo de… —guarda silencio al verme enarcar la ceja. No lo dirá, jamás le faltaría el respeto a mamá—. Te casarás con Natalia, de eso no tengas la menor duda —sentencia.
No me interesa estar desnudo frente a él, no me interesa que me vea la v***a colgando en medio de mis piernas. Yo no lo mandé a irrumpir en mi habitación sabiendo cómo me iba a conseguir. No es la primera vez que lo hace, por eso mismo no me cohibí en acortar la distancia para verlo cara a cara. Ambos somos de la misma altura, nos parecemos tanto, que de no ser por las canas que pintan su n***o cabello y las pequeñas arrugas en sus ojos, la gente creería que somos hermanos en vez de padre e hijo.
—¿Crees que porque lo tuyo con mamá resultó, lo mío también resultará?
—Yo odiaba a tu madre, la despreciaba tanto, que la dañé bastante, pero aprendí a amarla, Eros. Tú necesitas aprender a amar a alguien. Tú necesitas sentar cabeza. Tienes treinta y cinco años, eres un hombre exitoso, poderoso, le haces honor a tu apellido, pero el mismo lo manchas con tus inmoralidades —suelta con molestia—. ¿Crees que tu madre es feliz cuando le dicen que su hijo anda en sus clubes follando con más de una?
—Yo no te he mandado a seguirme.
—Yo lo hago para cuidarte, Eros… —sisea.
—¿De trabajadoras sexuales que asisten a mis otros negocios? —me burlo—. De ellas no tengo porque cuidarme, y si te refieres a lo otro, ¿acaso me crees pendejo?
—Nunca —responde con su mentón en alto—. Eres tan astuto como yo, incluso me superaste, pero estás cometiendo un error y no te das cuenta de que tus mismas andanzas serán tu ruina.
—Mi ruina es la mujer con quien quieres obligarme a casar —escupo con molestia, para luego darle la espalda y caminar hacia mi baño—. Esa es mi ruina y usted, señor Ares West, está siendo el principal causante de ella.
La risa socarrona que deja salir me hace detener, me giro de inmediato, viéndolo caminar con parsimonia hacia la puerta de la habitación.
—Más sabe el diablo por viejo que por diablo, querido hijo —dice con suficiencia—. Natalia es solo un escarmiento para ti, pero no tu ruina. Esa el mismo karma te la dará más adelante si continúas por ese camino.
—No me casaré con Natalia —sentencio.
Lo que causa que sus facciones se endurezcan más de las que ya están, pero no detiene su andar hasta que llega justo en la puerta.
—Esto te lo diré una sola vez; sigue con esta vida y prepárate para ser despojado de todo lo que tienes, Eros West —su amenaza es directa—. No me interesa que seas mi hijo, no me importa que me gane un problema con tu madre una vez más. Si osas continuar con tus mierdas, prepárate para vivir en la miseria.
No replico, él sabe que no lo haré. Dicho eso, avanza y el portazo se hace presente por tercera vez en mi habitación. Siento mi cabeza caliente, la rabia haciéndose presente que lo primero que agarro es la lámpara de la mesita de noche y la estrello contra la pared.
—¡Maldita sea! —grito, pasando mis manos por mi cabeza—. ¡Lo sabía, carajo!
Encolerizado, entro al baño para darme una ducha de una maldita vez. Necesito calmarme, necesito estar en paz y pensar con cabeza fría, porque si me voy por lo que estoy sintiendo, comenzaría una guerra con mi propio padre. No quiero eso, pero él no me está ayudando. Eso de obligarme a casar solo para darme una lección, es muy bajo de su parte. Una jugada sucia, a mi parecer.
He sido el hijo que siempre quiso que fuese, me educó para lo que hoy en día soy. ¿Por qué no puede simplemente dejarme vivir mi vida en paz? ¡Pero no! El viejo condenado solo quiere que sea tan perfecto como Zeus, que no cometa errores en mi vida, que tenga una linda esposa a mi lado y sonría en cada maldita foto familiar.
«Yo no quiero eso. No lo quiero en mi vida, ¿qué le cuesta comprenderlo?»
Me hago cargo del conglomerado West, me hago cargo de mis propios negocios que no tienen nada que ver con los familiares. He acatado sin rechistar a cada puta orden que me ha dado desde que tengo diez años, ¿y me paga obligándome a contraer matrimonio con Natalia?
Que no me joda. Y si cree que quedaré en la ruina, está muy equivocado. Él quiere que me case, bien, yo lo haré. Yo le firmaré el maldito papel en su cara, pero que no espere de mi parte fidelidad y que a Natalia no se lo ocurra considerar que conmigo tendrá una vida feliz, mucho menos que le rendiré pleitesía. Ella y yo esteremos casados, pero solo de papel, porque mi estilo de vida no cambiaré por ella, mucho menos seré el esposo perfecto que desea. O el que mi madre le ha estado pintando en cada maldita cena familiar.
Con eso en mente, ingreso a la ducha. Esta noche es el cumpleaños de mi mejor amigo, así que no pretendo faltar a mi propio club para celebrarlo con él. Solo por eso, decido echar a un lado el cabreo que su visita me ha causado. Natalia no tardará en aparecer tocando a mi puerta, exigiéndome indignada, explicaciones que no estoy obligado a darle. Y estoy seguro de que mi madre será otra más que no dudará en llegar aquí con todas las intenciones de mandarme al carajo. A diferencia de mi padre que grita e impone, la señora West no necesita hacer nada de eso. Ella, con su dulce sonrisa y amable hablar, es de armas tomar.
«Es mejor que me duche y me largue rápido de aquí. A mi padre no me duele gritarle, pero a ella sí»