CAPÍTULO 2

4604 Words
Armand se encontraba de pie en el centro de la propiedad que acababa de adquirir y que sería su próximo gran proyecto. Se había impuesto tres meses, sí tres meses para comenzar y terminar de construir la casa en donde habitaría su esposa. Él, realmente no pretendía mantener una relación de amor con ella, sea Donatella, si es que su plan de hacerla su esposa funcionaba, o cualquier otra mujer. Él era un hombre práctico y honesto. Hablaría con ella para hacerle saber su verdadera intención o mejor dicho lo que esperaba de ella. Que es solo mantener un matrimonio de apariencia. No la amaría, pero le prorcionaría todo lo que necesitara y más, a cambio de un hijo o tal vez dos. No habría amor, solo respeto mutuo y con el paso del tiempo esperaba que se desarrollara una amistad. Además, de que realmente no le importaría que tuviera un amante siempre y cuando ella cumplía con dos requerimientos, el primero: que fuera discreta y el segundo: que no tuviera hijos del hombre o se vería obligada a entregárselos a su amante, ya que, jamás reconocería a sus bastardos. Miró el terreno y asintió para sí mismo. Era una buena propiedad, se había imaginado una casa grande, con suficientes habiataciones para albergar invitados, no sabía si a ella le gustaba organizar fiestas o reuniones, pero de todos modos pensó que algún día era probable que hiciera una. Luego miró al horizonte donde el sol desaparecía… Luisa viviría al otro lado de la arboleda, tenía que aceptar ser su querida si quería seguir gozando de las riquezas y favores con la que la colmaba. Eso y mucho más se merecía por haber jugado con sus sentimientos. Caminó de regreso hasta donde estaba el carruaje y asintió en dirección del cochero para indicarle que se marcharían de vuelta a casa. Estaba ansioso por comenzar a dibujar el plano de la mansión más hermosa de la ciudad como obsequio para su futura esposa. Había pasado un par de semanas desde que vio al señor Armand en la mansión de la familia Massie, Donatella miraba la lluvia caer a través de la ventana mientras el señor Wilson hablaba de lo muy rico que era, y de lo dichosa que debería ella de estar por haber llamado su atención. El hombre era amigo de un amigo de su padre. Su primera esposa acababa de morir hace apenas un mes, pero él se siente solo y no puede esperar a volver a contraer matrimonio para que gozar de la compañía de una buena mujer y claro, hacer dichosa a su nueva esposa tanto o más de lo que la primera lo fue. Donatella pensó que si su esposa había muerto, tal vez lo hizo para huir de las garras del zopilote que tenía por esposo. Y es que, él, realmente parecía un zopilote. Medio calvo, ojos grandes, nariz aguileña, con una boca grande y fea —daba gracias a Dios de que no tuviera mal aliento—. No solo era su rostro el que era tremendamente horrible, sino que también era la manera en la que su espalda se encorvaba mientras se sentaba frente a ella y hablaba sin parar para disque entretenerla, olvidando por completo que para que sea una conversación verdadera productiva y educada, se requiere de la participación de ambas partes. Los dedos de sus manos eran largos y huesudos y cuando este tuvo la osadía de tomar su mano y besarla, sintió, esos feos dedos tan fríos que hasta su corazón se estremeció. No obstante, su padre estaba contento con que el señor Wilson Corvin se hubiera presentado los últimos tres días para hablar con ella en un intento burdo de cortejarla. Pues al perder esperanza de que el señor Armand la contactara para iniciar una amistad, el buen hombre de su padre creyó que no podían desperdiciar la oportunidad de la posibilidad de un matrimonio con el señor Wilson.  Y si era sincera preferiría quedarse solterona, o, bien, casarse con el cochero. Quien era un hombre de sesenta años, pero que era amable y gentil. Ella nunca esperó que un hombre como lo era el señor Terracort se fijara en ella, pero… ¡Por Dios no podía simplemente casarse con un ser tan despreciable como lo era el señor Wilson Corvin! Cuando la tortura de la platica o mejor dicho el monologo del hombre concluyo con un: «Espero, señorita Donatella me permita visitarla el día de mañana». Solo para que en realidad quisiera decir: «Mañana la veré a la misma hora». Cuando él se retiró de la casa y su padre se acercó a ella supo entonces que lo inevitable pronto ocurriría. —¿Qué te ha parecido el señor Wilson? —pregunto con verdadero interés el hombre urgido por casar a su hija. —Por favor, padre. Ese hombre no debería siquiera figurar para ti como yerno. Es terriblemente feo. —Donatella el físico no lo es todo. Puede parecerte horrible, pero él sabrá cuidar de ti. No es un mocoso que aparente lo que no es. Un hombre de verdad, capaz de dar respeto y honor a su esposa. Si el señor Armand hubiera estado interesado en ti… —Pero no lo está, nadie lo está. ¿Por qué quieres alejarme de ustedes? ¿Por qué te empeñas a entregarme a cualquier persona que esté dispuesto a casarse conmigo para conseguir una buena dote? —No cualquiera, el señor Averlade me dijo que su hijo mostró un interés por ti. Pero le he dicho que has estado viendo al señor Wilson Corvin. Nunca dejaría que ese pillo te tomara como esposa solo para que terminara siéndote infiel con cualquier mujerzuela de cabaret. Y lo peor es que ni siquiera muestra ningún signo de respeto ni responsabilidad. ¿O es eso acaso lo que deseas, Donatella? ¿Un hombre que no solo no te ame, sino que tampoco te respete? Si es así… Donatella conocía a Justin Averlade el hijo del banquero, un idiota presumido, engreído y libertino. No, a ella no le simpatizaba ese hombre. Era tan repugnante como persona como lo era el señor Wilson en su físico. —No. Claro que no, padre —responde porque sabe que su padre estará satisfecho con su respuesta, llevarle la contraria provocaría que diera su mano ese mismo fin de semana, sepa Dios con quién. Nadie podía llevarle la contraria a su padre o este se empecinaría más en que tiene razón. —Bien, me alegra que estés de acuerdo conmigo. Realmente no quisiera entregarte a un hombre con tan baja moral. —No te preocupes, padre. Tampoco me gusta el joven Averlade. Pero… ¿no podrías esperar un poco más a que aparezca otro pretendiente? —Donatella, hija, el señor Wilson me ha pedio permiso para invitarte al teatro pasado mañana. Primero me lo ha preguntado a mí. Él es claro con sus intensiones y no me parece justo no ser sincero con él y mantenerlo en el limbo cuando ha sido un caballero y franco con respecto a su deseo de convertirte en su respetable esposa. Donatella tragó en seco. Sus manos se formaron en un puño al lado de sus costados. Su padre suspiró hondo al ver esto. La tomó de la mano de regreso al salón. Pues bien sabía que tener una conversación de matrimonio con su hija en medio del vestíbulo no era exactamente lo correcto. Cuando tomaron asiento en el sillón de dos plazas, finalmente, Donatella se animó a preguntar: —¿Ya te lo dijo? —Un hombre hecho y derecho, no juega al cortejo con el padre de su intención solo para echar un buen ojo a la dama sin tener la certeza de que al final, conseguirá su favor. Te quiere, Donatella. Ella tragó saliva. No quería casarse, sin embargo, era demasiado cobarde para hacer algo al respecto. —Por supuesto. Solo por favor, puedes esperar un poco más a decirle que sí. Solo hasta el próximo baile. —¡Donatella! —Es en una semana. ¡Por favor, padre! ¡Te suplico! A la mañana siguiente recibió la nota del señor Wilson disculpándose por no poder acompañarla a medio día para tomar una taza de té, pero a cambio la invitó a asistir a la opera esa noche. Donatella se vio forzada a aceptar ya que su padre le había autorizado la salida al señor Wilson. Y sin acompañante, nada más que eso. Ella suspiró hondo, la noche anterior su padre había accedido a darle un plazo aceptable para aceptar su noviazgo con el señor Wilson. Así que lejos de ver esta salida como una tortura se propuso de tener una oportunidad más para llamar la atención de algún caballero. Sea rico o medio rico, ya no le importaba y estaba segura de que su padre lo aceptaría siempre que ella se empeñara a decir que el hombre era su felicidad.  Así que fue a la habitación donde su madre descansaba y dio dos toques suaves a la puerta. —Adelante. Donatella pasó cerrando tras de sí, con un leve crujido de la puerta. —Madre, esta noche saldré al teatro con el señor Wilson. Su madre se sentó en la cama y miró a su hija bajo la luz de una vela. La luz del día lastimaba su vista y le provocaba dolores agudos de cabeza. —¿Necesitarás ayuda para tu arreglo? La mujer le estiró la mano a Donatella, la joven cerró la distancia que la separaba de la mujer y se sentó a su lado en la cama para tomar su mano con fuerza desesperada. —No quiero casarme con él. —No quieres casarte con nadie. —No. No es eso. Nadie se fija en mí. —Eres callada y fría, querida hija. —Lo siento. Pero si no tuviera esta horrible voz de hombre. Su madre soltó una risilla. Estaba bajo medicamentos por lo que notó, Donatella, no estaba nerviosa ni desesperada al borde del colapso mental. —No tienes voz de hombre solo una voz ronca y poderosa. Donatella medio sonrió y negó con la cabeza. —Necesito que distraigas a mi padre durante toda la tarde. Me pondré el vestido rojo —dijo con ojos brillantes, tan llenos de travesura. Su madre se preguntó que le había ocurrido a su hija para haber perdido esta luz y alegría. Luego se recordó que posiblemente haya sido su ausencia. Llevaba años sufriendo estos dolores de cabeza y se sintió culpable por haber abandonado a su hija desde los quince años, si tan solo hubiera estado con ella en sus primeras temporadas, tal vez hubiera encontrado un buen marido a estas alturas. Joven y guapo. Así que sabiendo que se lo debía a su hija, se armó de valor, por Donatella soportaría el dolor. Se levantaría y mantendría ocupado a su padre para que no la viera hasta la hora de la cita. Puesto que, el vestido no era de ninguna forma para una joven novia o prospecto de serlo que sea dulce e inocente. —Si esta noche no llamas la atención de algún caballero esta noche. No tengo idea de qué lo hará. Donatella caminaba al encuentro del señor Wilson con elegancia portando con elegancia y con orgullo su vestido. Lo había adquirido de un famoso y nuevo diseñador italiano que llevaba poco tiempo en la ciudad. El color y las telas con las que trabajaba sus vestidos eran inusuales por lo que, ella que era una mujer de gustos extraños quedó encantada con su trabajo. Su padre casi la hace cambiarse, pero la llegada del señor Wilson se lo impidió. Wilson un hombre de intensas pasiones quedó maravillado ante la belleza poco convencional de la señorita Donatella, su ojo crítico y maduro había captado la naturaleza apasionada de la dama en cuanto la vio. Ella era hermosa, callada y bien educada, no obstante, había un fuego en sus ojos que lo llamaba como un mosquito hacia la luz. Así que al encontrarla esa noche con un vestido que la favorecía tanto, resaltando su figura delgada y su cuello largo, lo enloqueció de deseo. Sin embargo, él no era un niñato que seduciría a la mujer a la primera oportunidad, sino que sería el hombre que sabría esperar hasta el momento de llevársela a la cama como su esposa. Y luego, escondería su belleza solo para sus ojos. De pie en el vestíbulo de la casa Betancourt, con su padre presente, el señor Wilson se dispuso a saludarla. —Señorita Donatella, estoy agradecido por esta velada que de seguro será inolvidable en compañía de usted, la mujer más hermosa que jamás haya conocido nunca. —Gracias, señor. Pero seguramente su difunta esposa era de una belleza sin igual. —Lo era, a su manera, así como usted lo es ahora. No hay comparación, aunque siempre guardaré en mi corazón a mi querida Elizabeth, usted bien fácil podría ocupar un lugar especial en mi corazón y mi hogar si así lo quisiera. Donatella no sabía qué decir, porque cualquier cosa que pudiera decir, sería mal interpretada, para dar su autorización para cortejarla formalmente, él lo tomaría como un sí, al noviazgo. Su madre que se encontraba al pie de las escaleras salvó a su hija, pues si bien su esposo presionaba a Donatella para que buscara atrapar a algún hombre en matrimonio, ella tampoco quería que su hija se casara con un hombre al que jamás desearía. Por lo que intercedió en ese momento para salvar a su hija y darle un poco más de tiempo para encontrar a otro prospecto, rezaba porque esa noche lo haga, llamar la atención, si le era posible de un hombre más joven y de mejor aspecto. —Mi señor Wilson, lamento que no le hayan atendido de la manera en la que usted se merece. ¿Cómo es que usted está aquí de pie en el recibidor y no ha sido invitado al salón a tomar un poco de té? —¡Oh! ¡Mi señora, su esposo lo ha hecho, voy de salida con su querida hija al teatro! —¡Oh! Lamento la confusión mis dolores de cabeza a veces me imposibilitan para salir de mi habitación en el día. Donatella respiró profundo pues su madre había mentido para salvarla de comprometerse a algo que no quería. Su querida madre le había dado a Donatella un estuche donde se encontraba el collar de diamantes que llevaba en su cuello. Mientras se encontraban en el carruaje el hombre se desvivía por la mujer que tenía enfrente. Al llegar al teatro ya le había prometido comprarle las joyas de la corona y un par de residencias en Italia cuando ella le comentó que el diseñador de tan hermoso vestido provenía de ese país. Cuando entraron al teatro pudo percatarse que atraía, realmente atraía por primera vez las miradas de los hombres que, en muchos bailes, la habían descartado desdeñosamente. Y cuando su acompañante la llevó al palco, se concentró en no apartar la vista del escenario. Y aunque a veces sentía un escalofrío recorrer su espalda no se atrevió a apartar la vista y dejar de disfrutar de la historia. Armand se preparaba para asistir al teatro. Era la primera vez que pondría un pie en ese lugar luego de dar por terminada su relación con Luisa. No iba con acompañante y no era precisamente porque estuviera buscando de alguna manera encontrarse con su antigua amante, sin embargo, deseaba que ella lo viera. No necesitaba recurrir a una mujer para darle celos ni mucho menos. Solo quería sembrar la duda, la esperanza en el ambicioso corazón de la actriz. Quería que lo buscara con más entusiasmo. Sin embargo, lo que no esperaba encontrarse allí, era a su prospecto de futura esposa del brazo de un hombre tan… poco adecuado para ella. La señorita Donatella levaba puesto un vestido de satinado de color rojo oscuro, tan oscuro como la sangre fresca. Combinado con detalles de encaje n***o que sobresalían de las mangas. No podía ver el resto del vestido desde la distancia en la que se encontraba de un palco al otro palco, pero podía imaginarlo. Ella estaba seductora y sensual una verdadera tentación, para una dama que a la luz del día transpiraba inocencia y que parecía un ángel.   Se preguntó qué hacía ella con ese hombrecillo. Y olvidándose completamente de la mujer que pronto saldría al escenario a presentar su primera ópera, se dedicó a observar desde su balcón a la mujer que lo inspiraba a plasmarla en sus cuadros. La primera vez que la vio sufría por Luisa y cuando la dibujó al atardecer cambio algunos rasgos de su rostro angelical por el de la traicionera mujer. La segunda vez no pudo evitar llegar a su casa y dibujarla aspirando el aroma de una flor tal como la había encontrado en los jardines de la casa de la señora Massie, en esa ocasión, el rostro del dibujo sí era el de ella. Se preguntó qué dibujaría esta noche ante la visión de una mujer que parecía no ser la misma que él conocía, sin embargo, si era su rostro, sus ojos, su cabello, rojizo y sus labios delgados. Desde esa distancia era capaz de figurársela mirándolo con esos ojos perspicaces. Cogió los gemelos que estaban en la mesilla a su lado y la observo. No se había equivocado, era ella, vio con fascinación cada movimiento de su mano, cada vez que ella suspiraba y su mirada de encanto por la perfecta interpretación de la mujer en el escenario. Cada parpadeo de sus ojos para evitar llorar cuando se sentía conmovida. Y su lengua remojando sus labios, carmesí. Él podía y no sabía cómo podía hacerlo, pero Armand podía oler desde su posición y su distancia el aroma a violetas de su perfume. Así como podía percibir y ver la maldita fascinación del hombre que la acompañaba. Supuso que su padre se dio por vencido al presentar a su hija a hombres jóvenes y sin una pisca de responsabilidad y capacidad para reconocer el valor de las cosas y de las personas. Por eso a lo mejor, ahora el padre la ha ofrecido a lo que para él es el mejor postor. No conocía personalmente al señor Wilson, pero conocía su historia. Su esposa murió hace unas semanas de un mal desconocido, millonario hombre de negocios que se dedicaba al trasporte marítimo como férreo. Era uno de los inversionistas, más poderosos de la ciudad. Sí, era un buen partido, pero… Ella, estaba seguro, sería infeliz. Un hombre como él tarde o temprano terminaría queriéndola encerrar en su jaula de oro, solo para su gusto y deleite. Sería objeto de sus celos enfermizos y moriría de la misma causa que su primera esposa. No. No podía permitir que ese señor le arrebatara a su intención. Así que en cuanto terminó el segundo acto y Donatella pareció levantarse para ir al tocador, Armand se apresuró a salir de su palco también. Caminó de prisa hasta el pasillo del tocador de damas y fingió un momento estar entretenido buscando a alguien. Y cuando la vio salir caminó hacia ella mirando atrás provocando que chocaran pues ella estaba mirando hacia sus manos mientras se colocaba los guantes negros. Al impacto ella rebotó hacia tras, sin embargo, las fuertes manos de Armand la sujetaron de los brazos para mantenerla en su sitio y cuando levanto la vista a su rostro sus ojos se emplearon al ver a su verdugo y salvador. —Señor Terracort —dijo con su voz gruesa con más entusiasmo de lo que quería demostrar. —Señorita Betancourt —la llamó por su apellido, queriendo saber si el fin de semana pasado su nombre no habría cambiado a Corvin y el no se había enterado. Este pensamiento le cruzo a último instante cuando sus manos la tocaron. —Discúlpeme, señor. No miré por donde iba. —No se disculpe, yo tampoco lo hacía. Ella le miró sin saber qué más decir, al igual que él. Sin embargo, cuando Armand levantó la mirada notó que dos jóvenes observaban a Donatella con ojos de hambre. —Esta noche está usted bellísima. Permítame acompañarla hasta su familia —se ofreció. Donatella no quería parecer desagradecida ni rechazarlo, pero tampoco quería encontrarse a medio camino al hombre con el que venía así que con pena y dolor le dijo… —Muchas gracias. Hoy no vengo con mi familia. —¿No lo hace? —No. Mi padre… —ella no encontró las palabras adecuadas para decirlo correctamente. No ella no quería decir novio, pretendiente, u hombre. —¿La ha obligado a aceptar una invitación? —Sí —sonrió con alivio. Armand asintió lentamente. —De todas formas, la acompañaré. Ambos caminaron el amplio pasillo directo al palco de Donatella afortunadamente las cortinas estaban cerradas y el señor Wilson no había salido a estirar los pies en el pasillo esperándola. Por lo que se detuvieron en la entrada de su palco, Armand, colocó un dedo sobre los labios de Donatella impidiendo que ella hablara y diera aviso de su llegada al hombre que la esperaba del otro lado. Armand tomo su mano enguantada y sin despegar su mirada de los ojos azules y preciosos de ella, la beso y, finalmente, le guiño un ojo y sonrió ladinamente. Dejándola con la respiración acelerada y relamiendo sus labios sedientos. Pues él inmediatamente dio media vuelta y desapareció entre la gente que caminaba por el pasillo de vuelta a sus lugares. Al finalizar la ópera, Armand, salió al pasillo encontrándose a la doncella de Luisa esperándolo para darle un recado de su señora. —Mi señor, mi ama ruega para que reciba su recado. Ella le tendió la mano y él recibió la carta. Era esta la razón por la que había venido. Y en ese instante, Donatella y el señor Wilson pasaron a sus espaldas. Armand leyó la nota de Luisa en la que lo invitaba por no decir que le rogaba la visitara en su camerino para hablar en un ambiente neutro. Aunque él no le vio nada de neutro a su insinuante invitación, estar a solas en el camerino. Pues ella estaría en bata al haberse quitado el vestuario o bien, recién cambiada. Sin dar una respuesta dejó a la doncella de pie esperando. Pues se dio media vuelta sin mirar atrás. Abandonando el teatro y dirigiéndose a su mansión, esperando hacerle perder los estribos a Luisa y provocando que ella lo buscara en su mansión. Luisa recibió el mensaje silencioso de su criada y furiosa sacudió con su mano derecha lo que había sobre el tocador de su camerino. Medio gritó, medio gruñó. ¿Cómo se atrevía él a ir a verla y luego dejarla plantada? Se preguntó a qué demonios estaba jugando él. La doncella de nombre Diana, se dedicó a levantar en silencio del piso las cremas y cosméticos desechados por su señora. —No lo puedo creer. ¿Quiere hacerme perder los estribos? ¿Quiere acaso que le suplique de rodillas? —preguntó Luisa no esperando a que su doncella le respondiera. De pronto, dirigió su mirada a la pequeña mujer, que limpiaba el desastre del polvo blanco que usaba para su rostro. —Diana, prepara mi abrigo y dile al cochero que me lleve a casa de Armand. Diana enseguida se puso en pie, dejó de lado el desastre a los pies de amabas para hacer lo que le ordenó su ama. Minutos después, Luisa, viajaba en su carruaje rumbo a la residencia de su antiguo amante. Donatella, había intentado con todas sus fuerzas no ser grosera con su cita, pero era de verdad, era muy difícil para ella evitar que él no intentará tocarla, bien si no era su brazo, era su mano o su mejilla. —Quisiera mi hermosa dama que me permitiera hablarle de una propuesta de matrimonio a su padre. La sangre de Donatella se helo, ¿cómo era posible que aquel hombre quisiera que le permitiera hablarle de una propuesta de matrimonio a su padre si tan solo llevaba una semana visitándola? —Señor, no cree que es un poco rápido para eso. Me refiero, a que tenemos poco tiempo de conocernos, no quisiera… —En realidad, las personas se conocen de verdad en la vida marital. Siendo que la intimidad nos obliga a quitarnos la máscara de los rostros. —¿No es sincero entonces…? —No me refería a eso, y usted lo sabe, sino a qué las personas nunca terminan de conocerse pues nunca sabes cómo se actuará en diferentes circunstancias. Y la única manera es la convivencia diaria y… —Pienso, señor, que deberíamos esperar por lo menos un par de semanas más antes de hablar de un compromiso formal. El señor Wilson, frunció los labios y echó la espalda hacia atrás. Era evidente que la propuesta de Donatella de esperar un poco más no le había agradado. —Permítame llevarla al baile del gobernador este fin de semana como mi acompañante. —Si mi padre lo autoriza estaré encantada. —Me alegra saber que acepta, me reconforta el corazón el hecho de que disfrute de mi presencia tanto como yo disfruto de la suya. Donatella sintió. Cuando llegaron a la casa, su padre los esperaba en la puerta. Esperando ver en el rostro de Donatella algo que le indicara que el hombre había intentado propasarse, pero al parecer, todo estaba bien. Donatella saludo a su padre con amor y luego se retiró a sus aposentos. En el momento en que Armand entró en su despacho se puso a escribir una carta para Donatella, y mientras esperaba a que secara la tinta de las últimas palabras escritas, comenzó a dibujar a carboncillo a la que consideraba su futura esposa. Cuando notó que la tinta de la carta estaba seca doblo la hoja cuidadosamente y la metió dentro de un sobre que selló con cera roja. Luego, toco la campanilla para que el nuevo mayordomo atendiera. Frederic estaba mucho más contento de trabajar directamente con el señor Terracort, no había gritos caprichosos, ni despidos injustificados de sirvientes y por supuesto no había malos tratos. Armand dentro de su posición enérgica era un buen amo. Estricto, pero justo. —Señor… —Mañana a primera hora, envía a un mozo a dejar esta carta al hogar de la señorita Donatella Betancourt. —Sí, señor. ¿Algo más que desee? —Sí. ¿Cuántos amantes tiene Luisa? ¿Cuántas veces me engañó? Armand dio trago a su vaso con brandy. —Con regularidad hombres la visitaban, pero siempre fueron atendidos en el salón principal. El señor Averlade fue el único y fue la primera vez que ella lo engañó. Armand achicó los ojos. —¿Todavía le guardas fidelidad? —No señor. Y aunque tengo razones personales para que la señora Luisa no me agrade, no soy ningún mentiroso. —Bien. Si Luisa llega a venir esta noche o cualquier otro día hazla pasar de inmediato aquí. Y mañana harás a primera hora lo que te he pedido. Puedes retirarte. —Sí mi señor. Pero cuando Frederic se disponía a cerrar la puerta principal con llave escuchó que un carruaje se detenía frente a la casa. Se asomó por la ventana y vio bajar del carro, a la señorita Luisa. Esperó hasta que ella dio dos suaves toques y, luego, esperó un poco más hasta que volvió a tocar y entonces abrió la puerta. 
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