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La mansión de las cariátides

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Blurb

Armand es un famoso arquitecto que está enamorado de una actriz y cantante al grado de querer romper las reglas de las buenas costumbres y desear casarse con ella, pero pronto queda decepcionado al enterarse de que ella lo ha engañado. Despechado decide encontrar a una mujer de clase y casarse con ella. Cuando Luisa se entera de que Armand contraerá matrimonio lo busca de nuevo para reanudar su relación. Solo que esta vez, Armand no la hará su esposa sino su amante. Cuando Donatella se entera de que la amante de su esposo vive a las fueras de su propiedad no puede hacer nada para evitarlo. ¿Ella luchará por su matrimonio o decidirá ir en contra de la sociedad y dejarlo?

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Prologo
En 1840 en la ciudad de Chicago se encontraba un hombre alto de pie frente a la casa de su amante, una experimentada actriz y cantante de 27 años que le había robado el corazón hace ya dos años atrás. Su carácter impulso y espontaneo fue lo primero que le había atraído de ella en primer lugar. Para un hombre que no solía tener amigos, que era de pocas palabras y más de acción, pero que, sobre todo, su vida siempre había estado regida por severas normas sociales y una estricta educación; Luisa, pronto se convirtió en un viento fresco que le daba armonía a su vida. En el bolsillo izquierdo de su pantalón de etiqueta llevaba una pequeña caja que guardaba un hermoso anillo de compromiso. Sí, Armand Terracort, pretendía esposarse con la dama. Importándole poco las diferencias sociales o que ella fuera una mujer de mundo, que había calentado su cama con diversos hombres. Y si estaba echando por la borda todo lo que había aprendido cuando era niño de todo lo que un noble no debía hacer era a causa de su propia y adorada madre, La Marquesa. Ella había sido una gran dama de la que su padre se aburrió apenas un par de meses después de su matrimonio, por lo que fueron inmensamente infelices. Atados a un matrimonio de más de veinte años hasta que ella murió de un extraño padecimiento. Sí, Los marqueses tuvieron tres hijos, pero solo para asegurar el linaje. Y Armand que le había prometido a su madre antes de morir que se casaría por amor, había aguardado el tiempo suficiente para encontrarlo. Cruzó la calle y caminó hasta la casa de Luisa, él le había comprado la pequeña propiedad cuando comenzaron su intercambio de beneficios, pero lo que había comenzado como un acuerdo puramente comercial, con el tiempo, para él se convirtió en más que una necesidad. Un día simplemente despertó y se dio cuenta de que la amaba y que deseaba darle su buen nombre, y hacer de ella una mujer respetable. Abrió la puerta con su llave, por lo regular él tocaría y esperaría a que el mayordomo de Luisa lo hiciera pasar y esperaría en la sala de estar a que ella se reuniera con él. Pero su ansiedad por comunicarle sobre su propuesta matrimonial lo había hecho actuar de manera distinta y poco convencional. Nadie lo encontró para darle la bienvenida como era de suponerse. Así que se quitó el sombrero y la chaqueta, y se dispuso a dejarlos en la mesa que se encontraba en el pasillo, pero se detuvo en seco cuando allí en ese mismo lugar descansaba otro sombrero y un par de guantes. Inmediatamente miró hacia las escaleras que conducían al segundo piso y los aposentos de su amada. Luego, caminó hacia allí, y fue subiendo de uno a uno los peldaños de manera lenta y silenciosamente. Caminó por el corto pasillo y se detuvo frente a la puerta entreabierta de la habitación de Luisa. Por la pequeña rendija observó como el hijo del banquero de la ciudad cabalgaba a Luisa de una manera grotesca y sin compasión mientras que ella pujaba y medio gruñía el nombre del sujeto. Armand dio media vuelta y caminó de regreso hasta la planta baja, el mayordomo lo esperaba al pie de las escaleras con el rostro compungido, pues bien sabía el hombre que todo en esa casa era pagado por el señor Terracort y, por lo tanto, su sueldo pendía de un hilo. -¿Señor? Pero Armand no respondió, simplemente se colocó de nuevo el sombrero y salió de aquella casa prometiéndose no volver nunca más. -¡El señor Armand Terracort! Donatella miró hacia donde había sido anunciado el hombre al que todos habían estado esperando con ansias. De pie en el vestíbulo de la mansión de la familia Averlade estaba aquel hombre que decían había diseñado la casa de su actual anfitrión. Él era europeo, y se contaba que también el tercer hijo de un Marqués arruinado, al que solo le quedaba el título y que, por lo tanto, el señor Armand había abandonado pues no tenía nada por lo que quedarse a su lado ni de sus hermanos. Ella lo creyó pues pensaba que, si ese no era un buen motivo para dejar Inglaterra e ir a vivir al nuevo mundo, donde era más fácil hacerse de nombre, dinero y posesiones, Donatella no comprendía entonces qué lo había traído a un lugar desconocido en donde su nombre sin dinero no tenía demasiado valor. Luego pensó que tal vez, ese era el motivo por el que no se presentaba como un noble señor, sino con su simple nombre: Armand Terracort. El hombre era alto, de cabello oscuro rizado, no podía distinguir el color de sus ojos al encontrarse tan lejos, pero a simple vista eran oscuros. Su porte varonil y su vestimenta tan pulcra era el de todo un noble a comparación de los nuevos ricos que intentaban a toda costa pasar desapercibidos y emular a los verdaderos nacidos en cunas de oro, y que, sin embargo, fallaban terriblemente pues sus modales carecían de la elegancia practicada desde la temprana edad. Donatella desvió la mirada al ver que la hija del anfitrión, una joven hermosa y casadera, se acercaba a él para darle la bienvenida en nombre de su padre. El señor Terracort era bien conocido por hacerse en un corto plazo de tiempo de una gran fortuna al diseñar y construir las más hermosas mansiones del país. ¿Y cómo no iba a plasmar tanta belleza en sus construcciones? Si el hombre había nacido entre las sedas de un palacio inglés, viajero constante que se hospedó en los castillos de sus familiares príncipes y duques; pero, sobre todo, él don de captar las cosas bellas del mundo venía de su talento por la pintura. Ahora rico, influyente y soltero, era el objetivo de los padres y jovencitas casaderas con grandes ambiciones. Como el suyo, que apenas había visto al señor Terracort, el hombre mayor lleno de canas y regordete había medio corrido hacia el anfitrión, el banquero más prestigioso de la ciudad, para parecer menos obvio al querer conocer al arquitecto, que si simplemente se le plantaba al frente y se auto presentaba. No había una mejor manera de hacerlo pues era bien sabido que Armand era un hombre extraño, que no se sabía de alguien que pudiera decirse su amigo. No había allegados, solo socios o empleadores. Si estaba allí era solo para cazar a algún otro rico que quisiera gastar su dinero en una casa más grande y hermosa que su último proyecto. La señorita Catherine, condujo del brazo al hombre hasta su padre, el anfitrión. Que de inmediato dio un paso hacia el señor Terracort y lo abrazó como si le tuviera una gran estima. Como si fueran grandes amigos. El señor Terracort amablemente le devolvió el saludo con menos efusividad y lanzando una mirada gélida al hijo del banquero que se encontraba a su lado. Su padre le había contado que una mujer fue la causante de que Terracort hubiese contratado al doble de personal para la culminación del proyecto de la mansión en menos tiempo. Pues dicha mujer lo había engañado con el joven Justin Averlade. Luego su padre, el señor Betancourt, se acercó al señor Terracort y … Cansada de ser una observadora activa salió por la puerta trasera hacia los jardines, que se presumía eran hermosos. La reunión había sido en realidad una comida que más tarde se convertiría en un baile. Por lo que el atardecer estaba en su apogeo. Donatella siguió el camino empedrado dejándose llevar por los hermosos rosales que lo adornaban. Al final, se encontró con una bella fuente de dos peces flotando en el aire mientras que el chorro de agua formaba su camino, sus ojos tenían incrustados una piedra de ónix provocando que las criaturas de piedra parecieran más realistas. Tras cansarse de admirar cada detalle de la fuente y de su alrededor, Donatella sacudió con su pañuelo el borde de la fuente para sentarse y no manchar su hermoso vestido rosa pastel de corte imperio, y así disfrutar con mayor detenimiento el final del día. Los últimos rayos del sol bañaron su rostro, la calidez con la que la luz mortecina acariciaba sus mejillas le provocaron un placentero adormecimiento por lo que cerró los ojos dejándose llevar por la paz y el silencio que reinaba en ese rincón del inmenso jardín. Abrió los ojos al escuchar cómo un trozo de rama se rompía, bajo los zapatos de alguien que seguramente estaba detrás de ella. Apunto de girar su rostro escucho decir a su espectador silencioso. —No se mueva, por favor —El tono de voz del hombre que estaba a unos pasos de su lado izquierdo, era de un rico barítono. No sabía porque, pero ella se había quedado tan quieta como él se lo pidió. Pestañó un par de veces al escuchar el sonido de sus ropas removiéndose. Por lo que se puso más nerviosa, y su espalda inmediatamente se puso rígida. No sabía con exactitud si el hombre estaba intentando salvarla de alguna alimaña de la que ella no estaba consciente o era un pervertido que en cualquier momento la atacaría. -No le haré daño. Solo deseo captar el momento. Donatella se relamió los labios y frunció el ceño. —Manténgase quieta y en silencio. —Ella intentó verlo por el rabillo del ojo, pero—: Su vista al frente. Por favor cierre los ojos y disfrute el momento como la ha hecho antes. Ha sido verdaderamente hermoso. Donatella conocía bien el sonido del carboncillo siendo manipulado en una hoja de dibujo. Cuando era pequeña su madre había insistido en que aprendiera alguna noble arte, como el dibujo, pero su talento era nulo y ella aborreció realmente las sesiones. Luego fue el canto, para lo que tampoco tenía voz, y por último la música, sus manos, aunque aparentaban ser las de una pianista, eran torpes. Nunca logró completar una sola melodía. Al final su madre se conformó con su bordado, que tampoco era excelente y terminar una pieza le llevaba meses. Donatella prefería leer, transportarse a esos lugares maravillosos que describían los libros. Así que al darse cuenta de lo que el caballero realmente pretendía decidió cerrar los ojos relajar el semblante y dejar hacer a aquel desconocido con la voz de un arcángel. -He terminado, ahora puede moverse. Doantella volvió a parpadear, la noche había comenzado a caer, pero todavía había una buena luz para poder regresar por donde vino y al menos identificar a su acompañante. Giró su rostro hacia el hombre que daba los últimos pasos hacia ella, con lo que parecía ser su dibujo. Era nada más y nada menos que el señor Armand Terracort. Él le tendió el dibujo amablemente, y ella lo tomó con manos temblorosas. La joven soltó un leve jadeo al ver el retrato, y su corazón comenzó a latir deprisa. Lo observó con detenimiento y verdadera admiración. Nunca en su vida la habían captado haciéndola parecer hermosa. Ella no era una mujer con una belleza excepcional, tenía la nariz aguileña, era tan blanca como un fantasma, pelirroja y con feas pecas en el rostro. Además de ser escuálida y sin curvas de las que solían hablar los hombres a escondidas. Al ser una joven a la que pocos le prestaban atención, Donatella solía retraerse en la paz y bendita soledad que otorgaban los jardines. Algunas veces se encontraba escuchando las cosas más insensatas y otras siendo testigo de los amoríos más apasionantes. Ella carraspeó antes de encontrar las agallas para hablar al imponente hombre. Se puso de pie y lo enfrento mirándolo a los ojos. Ella no actuaría como las otras jóvenes que batían sus pestañas y sonreían como idiotas al ser alagadas por un caballero, a ella no se le daba hacer la voz más chillona, ni encantadoramente posible para elogiar los talentos evidentes y más que admirados para llamar su atención. Ella fue un fracaso como joven casadera, en Inglaterra a sus diecinueve años seguramente ahora era una solterona. Pero poco le importaba pues se sentía muy a gusto viviendo con sus padres, todavía. Nunca se consideró hipócrita y por lo tanto su problema con los hombres que su físico poco atractivo era su incapacidad para ser hipócritamente agradable. -Usted tiene un verdadero talento, señor. —Su voz gruesa no era lo que se podría decir femenina, sin embargo, notó que el Terracort inclinó un poco la cabeza y levantó una ceja expectante—. Claro, para plasmar las cosas, como en realidad no son. El señor Terracort, tomo el dibujo que la dama le devolvió y lo miró con detenimiento, luego a ella. Donatella se arrepintió de sus palabras, pues ahora volvía atraer su atención. Seguramente la considero malagradecida. Pero a diferencia de la mayoría de jóvenes solteras y matronas no consideraba al señor Terracort como el ser más fascinante, era hermoso por supuesto, y su nombre causaba cosquillas en el estómago al imaginarlo cabalgando rumbo a un enorme castillo en Inglaterra, pero siendo ella como era, una mujer más realista… que gustaba de encontrarle los defectos más imaginables y escondidos de los caballeros a los que su padre consideraba prospectos, no pudo simplemente agradecer y mantener la boca cerrada. Posiblemente si su padre no le hubiese dicho que lo consideraba como un buen partido para ella, Donatella hubiera sido más amable con dicho caballero e incluso le hubiese regalado una sonrisa de agradecimiento. El señor Terracort asintió sin quitarle de encima los ojos negros, luego rompió en pedazos el dibujo y lo tiro dentro de la fuente de agua. Finalmente, sin decir una palabra, dio media vuelta y lo vio marchar con pasos grandes. Dontella se quedó en silencio mirando como el agua arruinaba cuatro trozos del precioso dibujo, y aunque ella se sintió terrible por ofender al hombre con la verdad, no se arrepintió. No había duda de que era un dibujante talentoso, pues captó a la perfección las sombras, sus líneas eran perfectas suaves y gruesas en los lugares correctos, pero la bonita mujer plasmada en ese papel al carboncillo, no era ella. No tenía la nariz aguileña que tanto identificaba a su familia, sus pestañas no eran tan largas y tampoco vio por ningún lado sus pecas que nunca dejaban de salir. Al último instante, Donatella metió la mano a la fuente y extrajo lo que quedaba del retrato, luego miro hacia el camino por el que el señor Terracort se fue. Sacudió el papel para intentar quitar el exceso de agua y ver si se secaba un poco. Pero fue solo un trozo el que realmente pudo salvar. Su cabello. En ese instante se dio cuenta de que tampoco era el mismo peinado que llevaba. Se dio cuenta también que la mujer del retrato no era ella. Lejos de sentirse ofendida, sintió pena por el señor Terracort, pues se le pasó por la mente de que tal vez él había tenido un desliz y había dibujado a su antiguo amor por error. Creyendo firmemente de que los pensamientos y el corazón a veces podían engañarnos. Tal vez la extrañaba demasiado. Sin darle más vueltas al asunto, Donatella caminó de regreso a la casa con el mismo paso tranquilo con el que había llegado; admirando por segunda ocasión la belleza a su alrededor. Su intercambio con el señor Terracort le hizo admirar su obra de forma distinta. Todo era precioso a su alrededor, pero había algo irreal en todo aquello. Era como si él hubiese plasmado de su imaginación a la vida real aquella imagen y no al revés, no era la misma realidad que daba vida a lo que había nacido de la imaginación del arquitecto. Al llegar al principio del jardín y al admirar de nuevo con mayor detenimiento la construcción de la mansión, se dio cuenta de que tenía razón. Sí, era hermosa, dos plantas, muy blanca con grandes ventanales donde se podía apreciar a los invitados bebiendo, conversando y riendo, como si fuesen una bella pintura que hablaba por si sola de lujos poder y dinero, sin embargo, era snob, solitaria y materialista, ese retrato realista mostraba la verdadera naturaleza burguesa. Donatella sonrió al darse cuenta de que de nuevo el artista le había ganado al arquitecto, y dio vida a la imagen en su cabeza. —¡Donatella! ¿Dónde te habías metido? —su padre la había visto por una de las ventanas por lo que salió de inmediato para reprenderla—: Niña tonta, el señor Terracort se acaba de ir. Justo cuando le hablaba de ti, te vimos por los ventanales. Pero llevaba tanta prisa que no pudo esperar a que te llamara para conocerlo. Donatella decidió no hablarle a su padre de su encuentro con aquel hombre, no fuera a ser que pensará que le había hecho o dicho algo indecente o peor aún se empecinara a que él se fijara en ella. —Tal vez el señor Terracort solo estaba siendo amable contigo al detenerse a escucharte por un momento —Donatella le habló cálidamente al hombre frente a ella, lo amaba. Era su padre, sin embargo, estaba empecinado a casarla antes de que él faltara. Ella había perdido la esperanza de encontrar un buen hombre que cumpliera sus expectativas. —Tonterías, yo más bien pienso que hablaba con la verdad, pues se le notaba agitado. —Padre, cumpliré veinte en tres meses. ¿Por qué se fijaría en alguien tan vieja? —No eres vieja. Está bien, vamos adentro. El hijo de mi amigo Louis llega en unos días, tiene diecinueve años… Donatella sonrió y negó con la cabeza, su padre no desistiría de buscarle un buen prospecto. Ella lo tomó del brazo y caminó con él de regreso a la reunión, sin darse cuenta que el señor Terracort la observaba desde otro de los ventanales de la mansión. Y cuando la joven y su padre entraron él finalmente salió de aquella mansión para ahogarse en alcohol y tal vez soñar despierto.

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