Una tibia y soleada tarde, me encontraba tumbado sobre una enorme roca, observando el mundo a mi alrededor. En ese preciso instante, mi atención se vio atrapada por una pequeña hormiga que paseaba frente a mis ojos. Con asombro, noté que llevaba en su espalda una inmensa migaja de pan, que era aproximadamente dos veces su tamaño. Intrigado, decidí bloquearle el paso con mi dedo y, para mi sorpresa, la diminuta criatura trepó hasta llegar a mi dedo. Absorbido por la escena, estaba sumergido en observar a la hormiga cuando, de pronto, un balón desmesurado cayó con violencia sobre ella. Al girarme para averiguar lo ocurrido, me percaté de la presencia de varios niños que se acercaban corriendo hacia donde me encontraba. —Maximiliano, ¿quieres jugar?— me preguntaron ellos, pero, en verdad,