Después de horas al teléfono con mamá, mi alarma sonó, perezosamente me levanté de la cama, iría de luna de miel con mi nueva esposa, aquella que no amo, que no elegí y solo tomé como un reemplazo de la mujer que me dejó plantado en el altar.
Todavía no podía creer que eso me pasó a mí o que fui capaz de elegir a Valeria como mi esposa, ¿fue lo último que encontré? Sin duda, mi elección dejaría a Elena como loca, si es que ya no lo estaba al enterarse de quién era la nueva señora Mckenzie.
Salí de casa lleno de calma, seguro que ya ella estaría allí, me pregunto qué ropa horrible llevaría puesta.
Seguro que sería un viaje insufrible con ella, solo esperaba que no tratara de hacer conversación.
Una parte de mí solo iba a esa luna de miel porque sería parte del castigo de Elena, saber que me fui de luna de miel con mi nueva esposa, que creyera que esto era muy en serio.
El coche se detuvo justo en la puerta, antes de bajar le eché una mirada a Valeria, lo típico, aquella fea vestimenta, ¿cómo iba a dejar que me vieran viajando con alguien así?
Es que ella no hacía ni el más mínimo esfuerzo, siempre igual. Iba a una luna de miel con un hombre como yo, pero parece que solo se puso lo primero que encontró.
Dejé las maletas para que ella las tomara y pasé a su lado sin mirarla.
No me digné ni en mirar hacia atrás para que nadie nos relacionara, que se quedara atrás y bien lejos de mí.
—¡Señor! ¡Señor Mckenzie!—¡¿Por qué gritaba mi nombre?!—¡Es hacia el otro lado! ¡Señor! ¡Por favor, deténgase! ¡Perderemos el vuelo!
Seguí caminando, pretendiendo que no era conmigo.
Insistió, logrando llegar hasta mí, se colocó al frente, en medio del camino.
—¡Por favor! ¿Por qué estás tan sudada? Es asqueroso. —comenzó a secar su rostro con servilletas, dejando trozos por todos lados. Me causó pena y gracia. Rodé mis ojos antes de pasar al lado de ella.—Nos vamos en un jet privado, ¿cómo quieres que me siente contigo en un avión? Sólo mírate, Valeria.—y esa fue la mejor opción. No me imaginaba en un mismo vuelo con ella.
Cuando subimos, se sentó a mi lado, aún sin yo decirle nada.
Giré mi rostro, observando a la mujer que no paraba de sudar, con la respiración agitada y su boca abierta, tratando de recuperar el aliento. Eché mi hombro lejos de ella, haciéndole señas para que se fuera a otro lado, lo más lejos de mí posible.
Con tantos asientos y justo se sentaba al lado mío, pero ¿qué se creía?
Intenté relajarme en el largo vuelo, justo me estaba quedando dormido cuando ella comenzó a vomitar, ajusté mis orejeras y subí el volumen, ignoraría todo lo que pasara con ella. No era mi asunto.
Sentí un inmenso alivio cuando aterrizamos, ya estaba cayendo la noche y yo estaba exhausto, muchas horas sentado, un vuelo muy largo y era como viajar solo, Valeria detrás de mí, haciendo no sé que cosa. Tomé asiento en la parte delantera y nos llevaron a nuestro destino.
Y pensar que en este paradisiaco lugar podría estar con Elena, pero en su lugar estaba Valeria. Parecía chiste, una broma pesada.
El lugar era increíble, desde cualquier parte del lugar se escuchaban las olas, como si el agua estuviera justo en la puerta, la brisa fresca, la enorme villa y una tranquilidad absoluta.
Me asomé a la puerta, miraba el mar, las olas y a Valeria ir de un lado a otro, descalza, se veía alegra, feliz. Parecía gustarle. Al parecer al menos uno de los dos la iba a pasar bien.
Cuando ella regresaba, me fui al patio, allí habían varias hamacas atadas a las palmeras y unas silla, tomé asiento en una de ellas y dejé mi cabeza hacia atrás, perdiéndome en la inmensidad del cielo, viajando con las estrellas e ignorando el hecho de que tomé el matrimonio a la ligera y estaba casado con una desconocida por la que no sentía nada, un año sería eterno y no sé qué pretendía esa mujer, pero le había dado mi palabra.
—La cena está lista.—me dijo junto a la puerta.
Regresé mi mirada hacia las estrellas.
—No tengo hambre, cena sin mi.
Luego de unos minutos ya me dolía el cuello por esa posición, también la noche comenzaba a ser fresca. Entré a casa sin que ella no me notara y me fui directo al baño.
Aquella ducha me sentó muy bien.
En la habitación sequé algunas gotas de agua que quedaban en mi pelo y luego dejé la toalla sobre una silla, quedando desnudo.
—Lo siento, no sabía que estabas usando el baño.—sabía que ella esta allí, que me estaba mirando, por eso me deshice de la toalla, loco por ver su reacción, ansioso por ver su cara, expresión de asombro. Pero imaginé que saldría corriendo.
En vez de eso cubrió su cara.
—¿Pretendes cubrir tu cara cada vez que me desnude?—no tenía mucho sentido, al igual que toda ella, quiso casarse conmigo, vino a la luna de miel, ¿ahora no me quería ver desnudo? ¿Dónde estaba la lógica en sus acciones?—Ve a tomar baño que hoy es nuestra primera noche como esposos.—le dije, ¿qué haría ella? Creo que se negaría, se iría a dormir en el sofá o algo así. La verdad es que ya no me sorprendía nada.—¿Qué crees que haremos durante todo este año? Pretendo hacer uso de mis derechos de esposo.—tentarla, si cedía puede que podamos disfrutar una noche de bodas en condiciones. Yo le gustaba, seguro que en fondo me deseaba y este era su momento, por el que decidió casarse.
Poco a poco bajó sus manos y esos lindos ojos se posaron en mí, bajando por mi abdomen hasta mi m*****o, su boca se abrió ligeramente y yo sentí como se me iba poniendo dura ante su mirada, haciendo que Valeria quedara más asombrada. Entró casi corriendo al baño volvió a salir, llevándose algo a escondidas, seguro su ropa interior.
Me daba aún más curiosidad ver con qué saldría del baño.
No…podía…creer…que la persona que entró en ese baño y la que acababa de salir eran las mismas. Este era el cuerpo que Valeria escondía debajo de toda esa ropa, esta era la figura que ella se empeñaba en ocultar. Caminó despacio hacia la cama y sin mirarme se introdujo debajo de las sábanas, apagó la luz y se acercó a mí, creo que sí quería que tuviéramos una noche como marido y mujer y yo más que encantando con esa idea. Al acercarme, tomé sus pechos, teniendo que usar mis dos manos para poder abarcar todo, eran suaves, delicados y…me hacían sentir rápidamente excitado. Retiré las sábanas del cuerpo de ella y fui quitando la tela con cuidado, la piel de Valeria temblaba ante cada roce de mi mano, mordía sus labios en un intento por controlarse, pero su cuerpo no dejaba de temblar cada vez que mi mano lo tocaba.
Bajé mis manos por su vientre y ella soltó un sensual suspiro, rocé sus caderas, comenzando a bajar sus bragas, arrojé las sábanas lejos de nosotros para poder hacerlo bien.
Subí mis manos por sus muslos cuando ya estaba desnuda, como yo, me coloqué sobre ella y toqué su rostro con una mano, acariciando sus mejillas.
Mis labios viajaron hasta los suyos y yo los uní, dando el primer beso a Valeria.
El primer beso que le daba a mi esposa.
Aquel beso tímido de parte de los dos se desarrolló con lentitud, hasta que fuimos entrando en confianza luego de unos segundos. Valeria comenzó a jadear en el beso, mi erección se pegaba a ella y yo jamás me imaginé que sus labios fueran tan dulces o que mi cuerpo reaccionaría de forma inmediata a ella, era como si toda la vida hubiera estado besando estos labios y los conociera a la perfección.
Comenzamos a dar vueltas por la cama, presos del deseo, ardiendo junto con ella y ese cuerpo que se pegaba al mío.
Poco duramos hasta que yo comencé a penetrarla, mi pene pareció deslizarse fácil en ella, pero sentí que todo se tornada más estrecho, así que reduje mi velocidad, apaciguando mi ansiedad y yendo con delicadeza, al parecer mi esposa no tenía una vida s****l muy activa, soltaba gemidos mezclados de placer y dolor, comencé a besarla para consolarla y que pudiera disfrutar tanto como lo estaba disfrutando yo.
Estar dentro de ella, poder penetrarla era alucinante, su cuerpo reaccionaba hasta el más mínimo movimiento mío, era extremadamente sensible, me acogía con una estrechez extrema, aprisionándome allí, junto a ella.
Sus gemidos acompañaron a mis movimientos, siendo más intensos, sentí como se contraría al c******e, llena de placer, aquella sensibilidad le permitió tener un orgasmo muy rápido. Poco tiempo había pasado desde que yo estaba dentro de su interior y ya Valeria se había corrido. Me encantaba.
Salí de su interior unos segundos, pero ella me buscó con sus brazos, devolviéndome sobre su cuerpo, tomando mi pene y regresándolo a su interior. Comencé a besarla con más tacto, dejando muchas caricias en todo su cuerpo, volviendo hacer que gimiera, le besé toda la cara, sintiéndome completo con ella, entregándome con sinceridad, tal como lo hacía Valeria. Sus manos pequeñas y suaves también me acariciaban, no podía ver su rostro, pero juraría que tenía una tierna expresión, con sus mejillas sonrojadas y ese placer en sus ojos, volví a besarle, avivando la llama que ya nos consumía. Su interior era muy tierno y de nuevo me acogía, bañándome con su húmedas, dándome un placer que ella no se imaginaba.
Sus manos se aferraron nuevamente a mi espalda, sus caderas comenzaron amoverse y yo aumenté su ritmo, su interior ya se había acoplado a mí, aumenté la fuerza de mis penetraciones, sus gemidos se alzaron, volviéndome loco, todo su cuerpo se agitaba y otra vez ese vientre se sacudió.
Valeria me acababa de entregar su segundo orgasmo.
Estaba listo para acompañarla en esta saciedad, deslicé mis manos debajo de sus muslos y tomé su trasero, pegándola más a mí, estando completamente unidos, de ese modo me vertí en ella, no habiendo sentido esto en mucho tiempo. Era más que sexo. Algo aquí era diferente.
Caí a su lado, dejé mis manos sobre mi pecho y giré mi rostro hacia ella.
De pronto ella bajó de la cama y se fue al baño, oí el agua de la ducha y más tarde ella regresó, entró a la cama desnuda y yo corrí a abrazarla, debía dormir pegado a ella, era todo cuanto mi cuerpo me pedía.