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Mi esposa de reemplazo: Adrien

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Blurb

Si es Caperucita quien cuenta la historia, el lobo siempre será el malo.

Cometí errores, era un ser despreciable, pero ¿no fue así como me criaron? Aprendí a ser mejor persona, pero antes de lograrlo…lastimé a muchas, incluso a las que amé y hoy no tenía ya la oportunidad de pedir perdón porque ya no estaban.

Adrien Mckenzie.

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Mi esposa de reemplazo
Creo que…teníamos dos horas aquí, los invitados y yo, en espera de Elena. Este día había sido muy esperado por los dos, luego de nuestra relación estábamos dando paso al matrimonio, un matrimonio que Elena ansiaba mucho y justo hoy tenía que llegar tarde, ¿habría tráfico? No quería pensar que me estaba dejando plantado, porque eso era sencillamente imposible. Ambos queríamos esta boda. Miré hacia atrás, observando a todos los invitados que me miraban con una expresión que dejaba más que claro lo que creían que estaba pasando, pero eso no podía estar pasando. Yo era Adrien Mackenzie, ¿quién me dejaría plantado? Era absurdo que esa idea les pasara por la mente. ¿Por qué murmuraban tanto? Elena llegaría en cualquier momento, con lo exigente que era seguro que se retrasaba solo porque el vestido tenía una arruga o un hilo suelto, así era mi Elena. Después de tres años de noviazgo y de la manera en la que nos conocimos, la relación tuvo sus altos y bajos, pero nunca dejó de ser maravillosa. Aquí en el altar, aún recordaba esa noche, lo inocente que parecía, su timidez. Ahora era hora de dar este paso. El padre me dijo algo, más yo no presté atención, volví a ver la hora en mi reloj, viento que ya habían pasado media hora más desde que vi por última vez la hora. En total, dos horas y media de retraso, sin una llamada, nadie que dijera nada. Mis ojos enfocaron a los de mi madre y fue cuando lo comprendí. Yo, Adrien Mckenzie, había sido dejado plantado en el altar, luego de casi tres horas en espera de la novia, en espera de Elena Sinclair. Vi a Valeria regresar, luego de haber salido a ver qué pasaba, llamar o ver si ya venían, entró, se acercó a mi lado, sin parecer saber nada de Elena, ¿acaso no era como su hermana? ¡¿Por qué diablos no sabía nada de ella?! —Señor, ¿qué quiere que haga? Podemos decirles a los invitados que se pospone, después avisarles de otra fecha.—¿Pero de qué diablos hablaba? ¿Qué idea tan absurda era esa? ¿Cómo iba a decir que se pospone cuando claramente me han dejado plantado? —¿Y quedar en ridículo porque me dejaron plantado el día de mi boda?—hablaba con normalidad, logrando disimular lo mucho que esto me afectaba. Las miradas de todos, las personas a la espera de que yo quede en ridículo y mi larga y eterna espera de alguien que jamás entraría por esa puerta. ¿Me quedaría humillado y siendo un perdedor?—Nadie me deja plantado, Valeria.—dije con extremo enojo, causándome irritación su cercanía, su voz, el hecho de que no encontró a Elena y ahora parecía quererme decir qué hacer, como si yo escucharía lo que una persona como ella me diría bajo estas circunstancias. —No sé que más puedo hacer, señor.—dijo, como si ya eso no era obvio. Lo único que tenía que hacer era encontrar a Elena y no lo hizo, ahora mismo no era más que una inútil para mí. Miré a las personas, después a mi padre, ya cansado de estar de pie, en espera también de Elena. Por último observé a Valeria que seguía a mi lado. Todos estaban cansados de esperar y yo no era la excepción, aún más sabiendo que Elena no entraría por esa puerta. Pero yo no saldría de esta iglesia sin casarme, a eso vine y luego de eso me iría, el problema era que no tenía una novia con quién casarme, pero yo no haría el ridículo, eso jamás. Valeria sostenía en sus manos el ramo de rosas que le daría a Elena nada más llegar, vestía con un vestido de mangas horribles, de poca calidad y aquel peinado le favorecía muy poco, ¿por qué usaba ropa tan holgada cuando claramente tenía unas enormes curvas debajo de toda esa tela? ¿Cuál era ese maldito y ridículo empeño de ella por esconder su cuerpo? ¿A qué se debía? Solo la hacía parecer muy patética, pero esta mujer patética parecía ser mi única opción. «Incluso vino mal vestida» pensé al mirarla otra vez, ese vestido no podría ser más feo. Sería un gran sacrificio para mí casarme con esta mujer, pero al menos dejaría el mensaje muy claro. ¡Nadie deja plantado a Adrien Mckenzie! —Te casarás conmigo, Valeria.—sería una forma de herir a Elena y molestarla por atreverse a no llegar a la boda, casarme con esta mujer que era como su hermana sería el mayor golpe que le podría dar a Elena por esta acción que cometió, atreviéndose a no llegar a nuestra boda. ¿Quién diablos se creería? Vería su expresión cuando le dijera que sí me casé, y que lo hice con Valeria. Era una de las mejores venganzas y creo que la iba a disfrutar mucho. Ya me iba imaginando la cara de Elena. Esto le afectaría tanto como me afectó a mí que ella me dejara plantado. —¡¿Qué?!—exclamó, cubriendo su boca al ver que llamaba la atención de los invitados con esa innecesaria exclamación que había lanzado.—Lo siento, he de haber escuchado mal. ¿Qué es lo que ha dicho? Me escuchó perfectamente, solo que no se lo creía, al igual que yo. No creí lo bajo que había caído gracias a Elena y este circo que ella había creado por no venir a la boda, hasta este punto me acorralaba. —Mira a toda esta gente, han venido a verme casar y yo no saldré por esa maldita puerta sin contraer matrimonio. Casémonos.—ella era la única rápida opción que veía.—¿Cuánto me pides?—Valeria no pertenecía a la familia Sinclair, de hecho su apellido era otro, Richardson y por lo que tenía entendido, no era de una familia adinerada, por eso los Sinclair la acogieron en su casa. Con darle dinero bastaría. —¿Habla de dinero?—su voz temblaba al hablar, evitaba mirarme y fijaba su mirada en el ramo de flores que había en ella. —Sí, dinero. ¿Cuánto quieres?—le pregunté otra vez. Tomé sus manos, estaban frías y para mí eso era incómodo al tacto, vi que ella asomó una sonrisa a sus labios cuando la toqué, dejándome claro que esto me daba una ventaja y que tenía alguna probabilidad de que ella aceptara. ¿Acaso…yo le gustaba? ¿Por qué aún no me respondía? ¿Creía que tenía todo el tiempo del mundo? ¡Solo quería escapar de la mirada de los demás y al fin salir de aquí, pero casado! —¿Solo va a utilizarme para no quedar en ridículo ante toda esta gente y ante Elena?—me preguntó, elevando con lentitud su mirada, atreviéndose a mirarme a los ojos y lo cierto es que los ojos de Valeria eran lindos, no lo había notado porque ella siempre desviaba la mirada de mí, así como acababa de hacer ahora, después de solo unos segundos de mirarme. Era obvio que solo la utilizaría, me servía para salir de esto y nada más.—Le serviré para mantener su figura pública intachable, pero luego seré rechazada como una basura en una papelera. No puedo casarme con usted solo siendo beneficiado usted, señor Mckenzie.—Pero…¿acaso se estaba negando a mi proposición?—Casémonos y mantengamos este matrimonio por un año. Si me da su palabra de que no se divorciará de mi al día siguiente, acepto casarme.—¿Aceptaba y…me ponía condiciones? ¿Dónde estaba la timidez que mostró hace solo unos segundos? ¿Por qué de la nada mostraba tanta determinación? ¡¿Cómo se atrevía a ponerme condiciones de manera tan cínica?—Su palabra es lo más preciado que tiene y si me la da, deberá de cumplir con lo dicho aquí, el día de hoy. —Eres una maldita interesada.—respondí en reproche luego de escuchar atentamente sus palabras, clavando mis ojos en ella por lo interesada que había resultado, creí que brindarle dinero era la mejor opción, pero ella apostaba a más, más que dinero. Quería ser la señora Mckenzie. Sabía que yo estaba en desventaja y tomaba provecho de eso.—Te quieres aprovechar de mi situación, ni siquiera piensas en mi o en Elena. —No he sido yo la que he pedido casarme con usted.—repuso inteligentemente. Parecía como si con cada segundo que pasaba ella solo ganaba más y más fuerzas.—Es usted quien se quiere aprovechar de que haría lo que fuera por usted. ¿Qué? ¿Que haría lo que fuera por mí? ¿A qué venía esa palabra? Al parecer yo sí le gustaba. ¿Quién estaba en desventaja ahora? —¿Lo que fuera?—me dejó asombrado ante esas palabras que parecían una especie de confesión, notando ella lo que acababa de afirmar, enseguida sus mejillas no perdieron el tiempo y se sonrojaron, yo me acerqué a su rostro, logrando pegar el mío al suyo, buscando el camino hacia su oído.—¿Incluso acostarte con un hombre que ama a otra mujer y que solo te utilizará para mantener su ego intacto y no sentirse rechazado? ¿Tanto así? ¿Te rebajarías a eso sin obtener dinero a cambio, Valeria?—No la creía capaz, creo que solo era fanfarronería y ella no tenía esa valentía.—¿Incluso si traicionas a la familia que te ha acogido, casándote con el hombre que está destinado para su hija? ¿Estás dispuesta a sentir todo el rechazo y el desprecio de los Sinclair?—le pregunté, quizás en un intento por intimidarla, porque a simple vista ella parecía muy segura, como si este fuera su momento, su única oportunidad.—Yo no te voy a proteger de ellos, eso tenlo por seguro. Los ojos de Valeria se aguaron, sintiendo las duras palabras que le dije, esa era toda la verdad y ella no sería bien vista al aceptar casarse conmigo a falta de Elena, siendo su reemplazo, porque no era más que eso. Un reemplazo. —Incluso haría eso por usted.—dijo. Pero en su voz, aunque no había dudas, noté cierto atisbo de tristeza, pero no retrocedió, ¿por qué darlo todo en esta boda donde era consciente que solo era una pieza que yo estaba moviendo para salvarme a mí mismo? —Qué patética.—dije con cierta repugnancia por su decisión, independientemente de que me beneficiaba a mí, esto era caer muy bajo, incluso para ella. tomé su mano, acercándola al altar, nos casaríamos, tenía mi palabra al aceptar las condiciones que ella me imponía, aún sin comprender en qué la beneficiaba a ella, más que para ser la señora Mckenzie todo un año, no veía otro beneficio.—Muy bien. Empecemos la boda. Me casaré con Valeria, padre. ¿Cuál es tu apellido?—en aquel momento se me había olvidado. —Richardson, Valeria Richardson. Detrás de nosotros los invitados parecían inquietos con el repentino cambio que se estaba efectuado en donde ahora, en vez de casarme con Elena Sinclair, me iba a casar con Valeria Richardson. Una vez casados y que el padre dijo las palabras, ella se giró hacia mí, como si yo la besaría, ¿qué se creía? ¿Cómo pensó que nos íbamos a besar? Bastaba con ver su expresión en espera de que sus labios se unieran a los míos, tendría que seguir soñando o cambiar de sueños para que se le pudieran cumplir. Con pisadas grandes me dirigí hacia la salida, sentía los pasos de ella perseguirme. —No me sigas, mujer.—le dije, notando que cada vez estaba más y más cerca. —¿A dónde vas? Nos falta la fiesta. ¿Pero de qué fiesta hablaba? ¿Había algo que celebrar? Para mí no había motivo de festejo. —No hay fiesta para mi, esto no es una boda con un final feliz, mas bien trágico. Ve prepara tus cosas, en la mañana salimos a la luna de miel. Pregunta por el horario de los vuelos a mi secretaria. Ahora eres mi esposa de reemplazo. —Adrien.—no pareció gustarle que la llamara de ese modo, dijo mi nombre con cierto tono. —¿Ahora me llamas por mi nombre?—me detuve para mirarla.—Soy el señor Mckenzie para ti, eso no cambia. Despide a todos los invitados, todo se cancela. Este circo termina aquí. Nos vemos a la hora acordada en el aeropuerto. —Pero…¿A dónde va, señor Mckenzie? —A ver a la mujer que amo y a obtener una explicación de lo que ha pasado, allí voy. ¿No es muy obvio? Salí de allí, con dos únicas cosas en mente. Encontrar a Elena. Restregarle que me casé con Valeria.

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