Me desperté con mis manos rodeándola y no hice más que abrir los ojos cuando ya todo mi cuerpo se sentía caliente, ardiendo al estar junto a su piel, mi m*****o fue lo primera en reaccionar mientras mi rostro se hundía en su cuello.
Mis manos tocaron sus piernas calientes y las separé poco a poco, despertando a Valeria, comencé a besar su espalda, mi erección se pegaba a ella, su cuerpo se movía con mucha lentitud, aún soñolienta; giré su cuerpo, dejándola frente a mí, sus labios estaban separados y su cabello cubría parte de su cara, besé su cuello y bajé hasta sus pechos, tomando nuevamente sus pezones en mi boca, tal como había hecho la noche anterior, aquello hizo que Valeria despertara del todo y ahora sus manos no sabían donde posarse. Tocaba mi cabello mientras yo aún sumergía mi rostro entre sus pechos.
—¿Dormiste bien?—le pregunté cuando al fin pude salir del encanto de sus senos.
—Sí.—dijo en voz muy baja. Toqué sus labios con mi pulgar, recorriendo aquella superficie, me acerqué a su rostro y repartí varios besos por su cara, ella cerraba sus ojos y sonreía.—¿Cómo dormiste tú?
—Creo que soñé contigo, entonces desperté y estabas a mi lado.—Valeria sujetó mi rostro y se quedó observando mis ojos, la manera en la que me miraba me hacía sonreír. Ella parecía estar enamorada de mí y esta mujer, que hasta hace poco no fue más que una empleada, ahora era mi esposa y estábamos de luna de miel. Podría decir muchas cosas de ella, pero…me sentía bien a su lado, ese mérito no se lo podía quitar.
Se acercó despacio y me besó, luego de eso ya no pudimos parar; los besos se convirtieron en caricias y pocos minutos después ella estaba debajo de mí y yo entre sus piernas, sus manos se aferraban a mis brazos, mientras ella cerraba los ojos, con su rostro ladeado y mordiendo sus labios, haciéndome adicto a sus caderas, a su interior, como si…no hubiera algo mejor que esto.
Sentía lo mismo que en la noche anterior, asegurándome que no solo fue coincidencia la sensación que sentí, pues se volvía a repetir.
Sus manos se arriesgaron a recorrer mi espalda y yo bajé mi cuerpo, para tenerlo más unido al de ella, mis senos se aplastaron contra mi pecho y ella llevó su cabeza hasta mi cuello, me abrazó con fuerzas al tiempo que esto culminaba.
Salí de su interior y giré en la cama, dejándola a ella sobre mí.
He de admitir que me gustaba mucho la forma en la que sus ojos me miraban, el color de ellos y la sinceridad que transmitían, pero también sentía que me querían decir algo, como si ocultara alguna cosa o…esperaba que yo supiera eso que ella ya sabía.
—¿Tienes hambre?—le pregunté, tomando su rostro con delicadeza para que ella me mirara.
—Un poco.—parecía querer cubrir sus senos.
—Sí sabes que ya te vi desnuda, ¿no?
—Pero no de día.
—Cierto. Entonces…déjame verte, ¿quieres?
—Me da un poco de vergüenza.
—Eso no tiene sentido. Si quieres me muestro yo primero, ¿bien?
—Sí.—bajó de mí y se sentó en la cama. Yo caminé hacia el frente e hice un pequeño recorrido por la habitación, desde la puerta del baño, hasta la puerta de la habitación. Regresé a la cama, siendo el turno de ella.
—Pero no quiero que camines por toda la habitación, solo que…te pares frente a mí y me dejes verte, ¿lo intentarías?—sus mejillas estaban sonrojadas y ella frotaba sus dedos, creo que no se atrevería. Sus manos cubrían sus pechos y sus piernas estaban muy cerradas. Se deslizó de la cama y se puso de pie, frente a mí.
Le costó, pero lo hizo.
Lo primero que enfoqué fue su rostro, quedando varios segundos en sus ojos, contemplé su cuello y después memoricé con exactitud la forma de sus pechos, la manera en la que adornaban su cuerpo y como se movían cuando ella respiraba nerviosa, aquel vientre me pareció lo más hermoso, su ombligo parecía algo hermoso y fantástico, mientras que sus caderas…solo podía pensar estar sujetado a ellas mientras la penetraba.
Era gracioso la manera en la que movía los dedos de sus pies, sus muslos eran perfectos, más la forma en la que se separaban para dejarme un hueco a mí.
Creo que ya…había memorizado todo su cuerpo.
La tomé de la cintura y la senté en mis piernas.
—Han llegado los del personal, ¿que tal si nos ponemos los bañadores, desayunamos y pasamos la mañana en la playa?
—Es un buen plan.—respondió con un poco más de soltura. Cuando la liberé ella buscó su bañador y se entró al baño, al salir ya yo estaba listo.
Un desayuno con ella se sintió un poco extraño, más que nada porque Valeria era muy silenciosa.
Salimos a la playa, antes de pensar en entrar a bañarnos, a pesar de que hacía un día estupendo, decidimos caminar por la orilla. Sus pies dejaban una pequeña huella en la arena cada vez que se hundían con cada paso, el viento se llevaba su cabello y el sol parecía molestarle, no había traído gafas de sol.
—Tus ojos son como ver el mar, mirar al cielo o…incluso las hermosa llamas azules. Un día parecen muy claros, pero también pueden estar oscuros, parece que tienen tonos verdes y hasta lucir grisáceos. He visto muchos tonos de tus ojos.
—¿Te fijas en el color de mis ojos?—¿cómo es que había llegado a notar todo eso? ¿En qué tiempo?
—Solo cuando aciertas a mirarme a la cara.—supongo que eso no pasaba mucho, no era como que trabajáramos codo con codo.
Valeria fue la primera que se animó a entrarse al agua, habíamos recorrido un largo trayecto y cada tramo era mejor que el anterior, como si todo este lugar fuera perfecto.
Me quité la camiseta y dejé las gafas de sol sobre ella, después me acerqué a la orilla, viéndola dentro del agua. Mojé mis pies y decidí entrar, de todos modos el agua estaba sabrosa, perfecta, con una temperatura ideal y acompañando al día.
Me quedé todo ese rato a su lado, hasta que ella decidió salir.
Tenía muchas preguntas por hacerle, pero eso solo pondría la situación seria y ambos nos estábamos divirtiendo.
Regresamos al punto inicial y allí pedimos varias bebidas, sentados bajo la sombra, escuchando un poco de música.
Nunca imaginé que nuestra luna de miel sería así, y mi primer motivo para venir aquí con ella era que Elena se revolcara de los celos al saber que me fui de luna de miel, pero…apenas sí había pensado en Elena, todo lo que podía ver era lo bien que le quedaba ese bañador a Valeria.
No se supone que una esposa de reemplazo tenía que ser todo esto, pero Valeria le estaba dando vueltas a las cosas, quizás se debía a que de parte de ella sí habían sentimientos o solo era el efecto que causaba este lugar.
El tercer día fue igual de magnifico, tener sexo a orillas de la playa, en plena mañana fue una experiencia maravillosa, pero dentro del agua fue aún mejor, a la luz de la luna, en la cocina, sobre la hamaca, incluso en el baño, cada lugar era una buena idea y una vez que nos tocábamos…no había vuelta atrás.
Era como estar en el paraíso, así lo sentía, así lo sentía mi cuerpo. Hace mucho que no liberaba tanto mi mente y me permitía disfrutar de ese modo.
Pero mañana todo terminaba y ya se sentía la tensión entre los dos. El regreso nos devolvía a la realidad, una realidad en la que yo solo le pedí que se casara conmigo porque Elena no llegó, poniendo Valeria sus condiciones, una realidad en la que yo amaba a otra persona y ahora Valeria solo iba a estar en medio por todo un año, un año en el que me comprometí a no divorciarme, pero no me comprometí a convivir con ella. Hubieron muchos huecos en ese trato, pero de igual modo ella era mi esposa.
Aquella última noche ella tomó su lado de la cama y yo el mío, ninguno de los dos dijimos nada y yo no tenía nada qué decir. Había sido fantástico, pero solo eso.
La ignoré durante todo el viaje de regreso, todas esas horas, ella iba en un asiento y yo en otro, ya mi cabeza no estaba en plan de vacaciones, tenía muchas otras cosas en mente.
Pero eso no evitaba que los recientes acontecimientos hicieran estremecer mi cuerpo.
Cuando el avión aterrizó, cada uno tomó su camino. Estábamos casados, pero no teníamos alguna otra cosa en común.
La luna de miel había terminado.