¡Me dejaste plantado!

1267 Words
La tristeza y el dolor eran muy fuertes. ¿Qué fue lo que hice mal para que Elena no llegara a la boda? ¿No merecía ni una llamada de parte de ella? ¿Por qué no darme una explicación? ¿No pudo cancelarla la noche anterior? Tuvo que dejarme plantado, empujándome a casarme con la irritante Valeria Richardson. ¿Cómo diablos fue que llegué a esto? ¿Se supone que ahora esa mujer tenía que ser mi esposa por todo un año? Busqué en varios lugares a Elena, hice varias llamadas, pero nada. Sabía que la iba a encontrar, pero ¿dónde? ¿Dónde podría estar? Por casualidades de la vida decidí ir a casa, quizás tomó eso como un refugio o pensó que seria el último lugar donde yo la buscaría. Silenciosamente entré a la habitación que compartía con Elena. —¿Elena?—una parte de mí no creía que ella estuviera aquí, pero también tenía algo de esperanzas, como si fuera posible hallarla aquí. Lo primero que vi fue el vestido, el velo, algunas cosas sobre la cama y luego de eso, una Elena saltó de la nada directo hacia mí, se colgó a mi cuello entre lágrimas. —¡Adrien!—su llanto resonaba en toda la habitación, pegó su rostro en mi pecho, sujetándome con fuerzas.—¡¿Por qué no viniste?! ¡¿Por qué no viniste?! ¿Por qué?— Preguntaba una y otra vez, llorando, alzando su llanto, sin soltarme.—¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¿Por qué me preguntaba eso? Fue ella la que nunca llegó a nuestra boda. —Elena…cálmate, por favor.—la alejé de mi, sosteniéndola por los hombros, todo su maquillaje se esparcía por su cara de tanto llanto, no recordaba la última vez que la había visto así, creo que nunca la había visto así. Jamás.—Estoy aquí, luego de que todos te esperáramos horas, esperé por ti, pero…me dejaste plantado.—Por más que esperé, negándome a creer que ella sería capaz de hacerme algo así, ¡a mí! —¡¡Me llené de pánico!!—se excusó con rapidez.—Me atacaron los nervios, despaché a todos de casa, luego comencé a llamarte.—¿a llamarme? Solo tenía en el coche el móvil del trabajo y en la iglesia no tenía nada. —Dejé mi móvil en casa, era un día especial como para recibir llamadas tontas.—¡era un día especial!—Valeria te llamó muchas veces, marcó a casa, mandé a buscarte. Hice todo lo posible porque llegaras, pero tú no tenías intención de eso. —Me escondí.—dijo entre sollozos.—Era a ti a quien necesitaba. Necesitaba que vinieras, me animaras y camináramos juntos al altar, pero conforme pasaban los minutos, veía que no llegabas y se hacía mas real que no podría casarme. Solo fueron nervios, Adrien. Lo siento. Mira mis manos…todavía tiemblan. ¿Sus manos temblaban? ¿Y eso qué? ¿Qué pasaba con lo que acababa de suceder? ¿Cómo se arreglaba lo que acababa de pasar gracias a que ella no se presento? ¿Se podía justificar por sus nervios? ¿Acaso tenía yo que excusarla solo por eso? —No fuiste a la boda por los nervios, dices, pero sí querías casarte.—tenía mucha contrariedad sus palabras. —¡Es nuestro sueño! Claro que quería casarme, Adrien. No te dejaría plantado jamás. —¿Jamás?—tranquilamente me alejé de ella, yendo hacia la puerta.—Fue lo que hiciste, Elena, dejarme tirado en el altar. Si hubieras querido casarte, te deshaces de tus putos nervios y acudes a la maldita iglesia con las horas que te di para que llegaras, incluso habrías ido cuando te mandé a buscar, pero te decidiste ocultar. Fue tu decisión no asistir. Tú decisión, no de nadie mas. Ahora culpaba a los nervios y alegaba que sí quería casarse, pero nunca llegó. No llegó. —¡Y lo siento mucho! Pero ya estás aquí, podemos programar todo otra vez,—lo hacía sonar muy sencillo.—poner nueva fecha, hacer nuestra boda, ahora mismo puedo ceder incluso a casarme solo por el civil.—¿ceder? ¿Ahora se ofrecía a ceder?—Lo siento mucho, Adrien.—se colocó a mi espalda, dejando una mano en ella.—Lo siento. —Yo también.—dije sin mas.—No puedo volver a casarme, Elena. Me es imposible, al menos dentro de un año. —¿Un año?—me giré hacia ella, viendo su rostro torcido por la confusión.—Está bien. Estás enojado, lo ocultas bien, pero sé que estás enojado, ahora quieres castigarme diciendo que dentro de un año, cuando bien podríamos casarnos en dos meses, pero quieres castigarme. Lo entiendo.—No. No lo entendía, casarnos dentro de un año no era el castigo, ella aún no conocía el castigo.—Mira el vestido sobre la cama. ¿Crees que ese vestido puede esperar a un año para que nos casemos? Observa mi rostro, Adrien. ¿Crees que quiero esperar a un jodido año para casarme? ¿Qué es lo siguiente que me vas a decir? ¿Que pongamos nuestra relación en pausa? —No, no es lo siguiente que voy a decir. Me vi de pie por varias horas, haciendo el tonto frente a un montón de invitados que te sacaste de la manga, frente a todos tus familiares que me veían como a un ogro, frente a mis padres que nunca quisieron que me casara contigo pero que por mi felicidad siempre callaron. Me vi de pie por horas, frente a muchos lentes de cámaras que no dejaban de enfocar a un hombre desesperado que no apartaba la vista de la puerta, a esperas de que mi futura esposa llegara. Elena, por mi, por el amor que me profesabas, debiste tomar el valor, ir con el vestido o sin él, pero llegar a la iglesia, porque el hombre que dices amar estaba allí esperándote, si eso no fue suficiente para deshacerte de tus nervios, creo que es muy obvio el mensaje que me estas dando. —¿Q-Qué mensaje?—la desesperación comenzaba a verse en su rostro luego de mis palabras.—Adrien, mírame, por favor. Fueron los nervios, solo eso, los nervios. —Terminamos, Elena.—quizás no fue lo que vine a decir, tal vez me estaba precipitando, pero estaba casado con otra y escuchando las tontas excusas que me daba Elena, esto era lo que ahora quería, terminar con ella. —¡No! —Además, estoy casado.—le mostré mi mano donde estaba el anillo. Este sí que era el castigo para ella. No podía dejarme plantado y que eso se quedara sin efecto. Su mano sujetó la mía, intentando deshacerse del anillo, estaba más que desesperada.—Quédate en casa hasta que regrese de mi luna de miel, luego de eso no quiero verte aquí y menos nada tuyo. Vete, también llévate tus nervios. Pensé en decirle con quién me casé, pero me pareció más interesante dejarla en la incertidumbre. Que se volviera loca pensando en quién era mi esposa, hasta que al fin se diera cuenta de la realidad. Mi venganza era amarga y la vez muy dulce. Hubiera preferido ver a la mujer que amo entrar por la puerta de esa iglesia y convertirse en mi esposa, ahora estaba casado con un barato reemplazo, que no se asemejaba ni a la sombra de la gran mujer que era Elena Sinclair.
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