Me adueñé de su cintura con delicadeza para atraerla más a mí, mis manos buscaron los botones para despojarla de sus ropas. La sonrisa que tenía en la cara podía ser digna de una portada de revista, se relamió los labios y continuó besándome como sí ese fuera el último beso que nos pudiéramos dar.
La tela cedió dando acceso libre a su cuerpo, que recorría lleno de ansias y deseo, como si fuera la primera vez. Sus manos se abalanzaron contra mi camisa desabrochando un botón tras otro con rápides para sacármela, segundos después, junto con el saco que llevaba puesto.
Al sentir la temperatura directamente sobre mi cuerpo, la tomé desde los muslos para levantarla, ella rodeo con sus piernas mi cintura mientras nuestras bocas se fundían en besos que nos dejaban sin aliento pero con muchas ganas de continuar. La deposité en el respaldo de uno de los sillones de la sala, con el fin de tener apoyo, que ella estuviera más cómoda, pero a la altura necesaria.
Le quite el sostén dejando sus pechos blancos libres, reclamando mi atención. Mis manos se adueñaron de ellos acariciándolos de forma suave, como a ella le gustaba, dejando caricias que nacían en su cuello y morían hasta donde su ropa interior se plegaba, haciendo que se humedeciera para mí.
—Te amo. —musitó contra mis labios.
—Y yo te adoro. —rebatí, al tiempo que aprisionaba su labio inferior entre mis dientes, conteniendo mi deseo que crecía sin freno.
Sus manos deslizaban con destreza la bragueta de mi pantalón para que este pudiera caer al suelo dejándome solo en bóxer y muriendo por sentirme dentro de ella. Mi ropa interior estaba siendo deslizada por ella, así que tan rápido como pude me quite todo lo que me estorbaba, Mert bajo del respaldo solo para despojarse de la diminuta braga de encaje que llevaba puesta.
La sujeté de la cadera para subirla de nuevo al respaldo del sillón, nuestras bocas se aprendían con urgencia, paré los besos para pedir permiso con la mirada, en cuanto asintió estrelle mi hombría contra su entrada húmeda para abrirme paso lento, mientras la veía a los ojos, podía ver cómo lo disfrutaba y quería alargar ese momento lo más que pudiera.
Sus piernas abrazaron de nuevo mis caderas, haciéndome perder un poco el control de mis embestidas, arrancándole gemidos intensos que hacían eco en toda la sala, mis brazos sujetaban su espalda para darle soporte. La levanté y la acomodé en los asientos para que ella pudiera sentir más, su espalda era un espectáculo imperdible, y ella adoraba que le prensará las caderas mientras la embestía, así que sus rodillas y brazos se apoyaron para darme entrada nuevamente.
Los suaves susurros ininteligibles estallaban en mis oídos llevándome más allá mis movimientos, respondiendo a sus peticiones, su cadera acompañaba a la mía, que se abría paso en medio de sus piernas.
Arremetía contra ella con devoción e intensidad, hasta que la sentí contraerse haciendo que no pudiera contenerme y sin un ápice siquiera de cordura termine hinchado en placer al mismo tiempo que ella soltaba su cuerpo.
Me senté en el sillón para recobrar aliento, ella se acostó en mi regazo mientras nuestros pechos subían y bajaban erráticos. Acaricié su rostro ruborizado y feliz.
—Te amo, Alán —sonreí para ella—. Ahora tendrás que volver a calentar la comida amor.
—Pero sí ya comimos. ¿Qué no? —rebatí con picardía— Ahora que si quedaste con hambre, te puedo volver a servir.
—Eso suena tentador… —susurró y se mordió un labio sosteniendo mi mirada— Pero verás, que la verdad si tengo que llenar mi estómago… con comida. —aclaró.
Se levantó del sillón rojo y caminó hasta el baño, dejándome la vista de su espalda desnuda y sus glúteos moviéndose al compas de su caminar. «¡Vaya que me tiene loco!», suspiré. Me levanté de tajo y un leve mareo se apoderó de mi cuerpo, me tomé unos segundos para recobrar mi ritmo cardiaco, pero entre más pasaba el tiempo más mareado me sentía.
Caminé entre la casa apoyándome de los muebles y las paredes, llegué hasta la cocina y me serví un vaso con agua, el mareo se intensificó punzando en mi cabeza a la altura de las sienes, mi vista se nublo por un instante por lo que cerré los ojos y me afiance de la encimera de la cocina.
—Tenemos que comprar papel higiénico, ya está por terminarse —señaló Mert desde el baño—, ¿Lo puedes anotar en la lista de la nevera? —dejó la pregunta esperando que contestará, solo atiné a responder con un sonido, escuché el agua correr por el retrete y luego en el lavabo, respiré profundo tratando de que el dolor desapareciera.
—¿Estás bien? —la voz de mi esposa me tomaba por sorpresa.
—Sí amor, es solo que tengo hambre, desde la mañana no como y el estrés de la presentación y el trabajo me han dejado muy exhausto, pero nada más, ya verás que con la comida y una aspirina se me pasa. —repuse, tratando de sonar convincente.
No quería que se preocupará de más, no hoy. Ya habría tiempo para descansar los días siguientes, para levantarme tarde y disfrutar con ella de la calidez del clima a la orilla del mar, ya quería ver su cara cuando se enterará que iríamos de vacaciones al lugar que siempre habíamos querido.
—Te ayudo a calentar la comida, tu ve a sentarte. —ordenó ella.
—Pero es que el día de hoy es para consentirte a ti, déjame hacerlo a mí, Mert. —rebatí, no dejaría que ella hiciera algo, esto lo preparé para que ella se sintiera amaba.
—Ya te dije que yo lo hago. ahora ve y siéntate si no quieres que me enoje. —espetó y ante su indicación no tuve más que acatar como perrito regañado.
En menos de 5 minutos teníamos la comida caliente delante de nosotros y a mi lado unas aspirinas para que pudiera descansar, las tomé antes de comer, el mareo iba bajando la intensidad y pude pronto regresar a la normalidad, comenzamos a platicar de nuestros días.
Ella me contó que en la universidad la siguiente semana era la última antes de tener casi dos meses de vacaciones que por lo mismo, estaría más en su despacho, revisando casos clínicos, atendiendo algunos pacientes y tomando un curso para actualizar conocimiento. Si algo admiraba de ella, era que siempre estaba superándose, buscaba la manera de estar en contacto con el conocimiento y los estudios de vanguardia.
Por mi parte le conté que estaría inmerso en algunas reuniones para cautivar a los inversionistas y que, de ser posibles, firmarán los convenios a la brevedad, la ansiedad me comía por que aquel sueño de tener una enorme empresa de energía sustentable se cumpliera.
—Hablando de tus inversionistas —intervino con esa mirada tan característica de ella, cada que tramaba algo entrecerraba los ojos y desviaba su vista a la parte superior—, ya sé que puedes hacer con Brenda.
—Te escuchó.
—Puedes hacer que ella sienta que es mucho para ti. —De todas las ideas locas que había tenido mi mujer en todos estos años que tenía de conocerla, esta era la que menos entendía y la que más me contrariaba.
—Eh… ¿C-cómo se supone que voy a hacer algo así? —respondí entre atónito y sarcástico, la verdad es que me sonaba muy descabellado, además de que no lo entendía del todo.
—Pues, no es fácil, primero tendrás que ser más cercano a ella —comenzó a explicar su idea, empleaba sus manos para hablar mientras se llevaba un bocado de salmón a la boca—, aceptarle algunas salidas, hacer como que estás interesado en ella y después decirle justo eso, que ella se merece más, alguien más guapo, más rico, libre…
—¿Más guapo que yo? ¿Me estás bromeando, cierto? —mi esposa negó con la cabeza, mirándome fijamente— ¿Ya viste esta cara Mert? Ella no se va a creer eso.
—Estoy hablando enserio —gruñó al aventarme la servilleta de tela a la cara—. Psicológicamente no fallará mi plan, solo faltará que tu lo ejecutes bien.
—No, no quiero hacer eso —respondí indignando, me asombraba y me molestaba que mi mujer me dijera algo como eso, sencillamente, no lo entendía—. Algo me dice que Brenda es una mujer muy complicada y que mientras más lejos la tenga es mejor para nosotros, pero eso solo significará una sola cosa…
—Así es, ella te quitará la posibilidad de los inversionistas… haz lo que te digo amor. Yo te ayudo. —propuso Mert mientras me miraba pícara y me movía las cejas de arriba abajo con insistencia.
Puse los ojos en blanco y suspiré. Me parecía que no funcionaría y esperaba que todo esto, al ser su idea, no generará problemas en nuestro matrimonio. Muchas veces, en el pasado había hecho caso a los consejos de Mert, y siempre obteníamos los resultados que deseábamos, era una mujer inteligente, la más capaz que conocía.
Esperaba que en esta ocasión tampoco se equivocará, aunque para ser sincero empezaba a sentirme algo incómodo con la idea, aunque apenas fuera una platica entre los dos, habría que pensarlo por separado y hablarlo una segunda vez para decidir lo mejor para nosotros, o al menos, ese era el procedimiento para las decisiones importantes en nuestro matrimonio.
—Bueno, y hablando de otra cosa, el lunes saldré con Ingrid. —Mert habló rápido pero aún así la escuché a la perfección ella sabía que su amiga no me caía para nada bien, era muy chismosa pero era su única amiga, así que la aguantaba por el amor que le tenía a mi esposa. Hice una trompetilla con desdén y me recargué en la mesa encogiéndome de hombros.
—¿Irán por un café o irán de compras? —ella frunció los labios, sabía lo mal que me caía la mujer y que pese a eso, hacía un esfuerzo, solo por que era importante para ella.
—Las dos amor, perdón, yo sé que no te causa gracia, pero ya tiene casi un año que no la veo, nuestros tiempos han estado complicados y también la necesito en mi vida, con ella hago esas cosas de chicas que no puedo hacer contigo.
—¿Te refieres a sexo lésbico? —me lanzo esta vez un manotazo por el comentario que le pareció tan fuera de lugar— Ya, perdón, pero no veo que puedes hacer con ella que no puedes hacer conmigo.
—Pasar 3 horas platicando mientras nos tiñen el cabello —comenzó la pelirroja a enumerar las cosas que podía hacer con su amiga y no conmigo—, nos arreglan las uñas de las manos y los pies, y seguir la conversación mientras decidimos si el color Durazno o rosa palo es el que más les favorece a nuestros tonos de piel.
—Vale, tu ganas. El lunes me perderé delante de Netflix, solo, triste y desamparado, esperando la hora en la que decidas regresar.
Aunque recurrí al chantaje emocional, terminé por ceder. La verdad es que los dos, aunque nos amábamos con locura, necesitábamos tiempo con nuestros respectivos amigos, aunque yo no tuviera muchos, por el trabajo, tal vez lo más cercano que tenía en mi vida a un amigo era Kaylee, mi secretaria. Y tal vez, envidiaba un poco a mi mujer por conservar una amistad después de 15 años o más.
Levantamos los platos entre los dos, y antes de que mi esposa se diera cuenta, me escabullí a la habitación para sacar sus otros dos regalos, regresé justo cuando ella empezaba a lavar los trastes.
—¿Amor? —llamé su atención— ¿Quieres la mano derecha o la izquierda?