6. Nuestros sueños

2178 Words
[POV] MERT En cuanto escuché lo que me dijo me espanto el sueño, ambos teníamos la costumbre de hablar de la muerte pero un dolor tremendo se adueño de mi corazón, no sabía que pensar al respecto. Ya tenía algunos días con mareos y nauseas, y por más que le insistía para que fuera al doctor, solo recibía negativas de su parte, decía que solo era causado por el estrés, por no comer bien, siempre había un motivo, pero si estos días sigue presentando esos malestares lo llevaré a rastras al médico. Me quedé mirándolo mientras dormía, la verdad es que era muy guapo, pero sobre todas las cosas era una buena persona, lo amaba desde hacía mucho tiempo, incluso antes de empezar a salir en la universidad, le amaba tan intensamente que no quería dormir para cuidar su sueño, para saber sí lo que me dijo era solo una banalidad o si… «Tienes que dejar de pensar idioteces, tu y él vivirán juntos hasta tomarse de las manos, cuando la piel este arrugada en su cuerpo y se seguirán amando, tienes que alejar esos pensamientos Mert», trataba de convencerme, pero cada minuto que pasaba me ponía más ansiosa, al grado de no saber si estaba o no respirando. Tuve que ir por un espejo y ponerlo por debajo de su nariz para sacarme todas las dudas, me sentía absurda haciendo esto, pero algo en mí tenía un mal presentimiento o incomodidad por sus palabras. No tenía la intención de molestarlo, por lo que con delicadeza acerqué el espejo, que tomé de mi mesita de noche, a la altura de sus labios, esperando que este se empañara. Lo hacía lento, hasta que un ruido horrible emano de entre sus labios, lancé el espejo por el aire y solté un gritó que no alcanzó a ser audible ya que lo corté con mis manos por encima de la boca, mi esposo estaba roncando y a mí me había asustado. «Me estoy volviendo loca», concluí mientras me tallaba los ojos con frustración, me dirigí a la cocina para tomar un vaso con agua, las sesiones de buen sexo siempre me dejaban sedienta y muy relajada. Me sorprendió saber que mi esposo se había tomado el tiempo para recoger nuestras ropas y llevarlas al cuarto de lavado, me quedé mirando sobre la mesa del comedor, también levantó los platos pero encima de la mesa estaban los boletos para la Riviera Maya. No creía lo afortunada que era, todos mis años de relación con Alán eran un sueño para cualquier mujer. Me escuchaba, me mimaba, era caballeroso, un hombre leal, todo era más de lo que hubiera imaginado jamás, una especie de idilio del que no me gustaría salir nunca. Tenía que contarle a mi mejor amiga que me iría de viaje, pero no quería esperar, la emoción que sentía al ver los boletos era tanta, y es que por muchos años lo habíamos planeado y platicado, era una de nuestras metas juntos, y la estábamos logrando. Tomé el celular entre mis manos y llamé a Ingrid, pero solo a mí se me ocurre marcar entrada la madrugada, de inmediato colgué el teléfono y le envié un mensaje avisándole que todo estaba bien, y que solo quería compartirle algo. Puse el celular en silencio y caminé despacio hasta la habitación para meterme a la cama al lado de la sinfonía de ronquidos que era Alán esa noche. Por la mañana desperté con el olor del desayuno golpeando mis fosas nasales, revisé mi teléfono y era bastante tarde, 10:30 am, me puse la bata que me había regalado ayer para cruzar toda la casa hasta llegar a la cocina, donde Alán preparaba unas tiras de tocino y wafles solo vestido con su bóxer n***o, su barba que ayer había quitado, hoy estaba adornando su hermoso rostro. —¡Eso es trampa! —espete haciendo que volteará en mi dirección—, era a mi a quien me tocaba cocinar hoy. —mi esposo sonrío mientras volteaba del sartén los trozos de carne que siseaban. —¡Buenos días, amor! —comenzó él, pero no le permití seguir hablando. —Si, si, si, buenos días, pero no me cambies de tema, a mi me tocaba. —Alán puso lo ojos en blanco y se acercó a mi para tomarme de la cintura y besarme tiernamente en los labios. —Empecé por que era tarde y no se te veían ganas de despertar, y después de lo de ayer, supuse que habías quedado cansada, así que vine a hacer de comer —me miró y dejó otro dulce beso sobre mis labios—, ya tú puedes hacer la comida o la cena, amor. —El desayuno es más fácil de hacer. —rebatí haciendo un puchero. —Ahhh, ya entiendo. Quieres dejarme la parte más difícil a mí —se mordió un labio—, dame un segundo, que si no esto se quema. Se despegó de mí para poder revisar la carne y sacar los wafles y colocarlos en un plato extendido. «¿Qué hice para merecer a este hombre?», me preguntaba al ver la dedicación con la que hacía la comida, y al mismo tiempo, me dio un poco de nostalgia y me recargué en la barra para contemplarlo. Alán me extendió un plato perfectamente bien servido, junto con un tenedor para que empezará a comer, lo tomé para no dejarlo con la mano extendida. —¿Y tú? —Casi están los míos, empieza tú, corazón, para que no se te enfríen. —propuso, pero no lo tuve ni que pensar, prefería comer frío, que no compartir el desayuno con él. —No amor, te espero —me miró y sabía que tenía la intención de hablar, sin embargo contesté antes—, y no me insistas, te voy a esperar te guste o no. Él sonrió y siguió cocinando, yo le veía la espalda ancha y marcada, aunque tenía tiempo sin hacer ejercicio su cuerpo se le veía trabajado y en forma todavía, ¿A quién quería engañar?, por supuesto también le veía el increíble trasero y esas piernas gruesas que me volvían loca. Estaba tan perdida recreando cuando mi esposo comenzó a hablar. —¿Mert? —respondí con un sonido— Quisiera plantearte algo. —espere paciente a que girará su rostro para verme, y que comenzará a hablar, me sostuvo la mirada y tomó aliento— Me gustaría, que si todo sale bien con los inversionistas, tú y yo nos sometamos a un tratamiento de fertilidad, me gustaría tener un hijo o hija contigo, nada me llenaría más que hacerte feliz. —¿De que hablas, Alán? Tú y yo ya somos felices, mi felicidad no depende de ti, la comparto contigo, y sí no hemos podido tener hijos es porqué así debe ser… —vi como su cara cambiaba un poco, y entendí que para él, al igual que para mí, tener un hijo era una de las cosas de las que habíamos hablado por mucho tiempo y que no llegaba, pero no quería enfrascarme en esos sentimientos pesados y tediosos. Solo esbozó una sonrisa resignada que temblaba en su cuerpo, lo había herido. Tragué saliva y extendí mi mano por encima de la encimera de la cocina. —Amor, no me malentiendas, no es que no quiera que nuestra familia crezca, es solo que no soportaría que no pudiéramos, aun con todo eso, que no tengamos resultados. ¿Me explicó? —Lo sé Mert, es solo que —suspiró—, me gustaría, en serio me gustaría cargar un bebé que fuera de nosotros, me encantaría ser papá. —su voz reflejaba la tristeza que sentía, los ojos se le cristalizaron y desvió la mirada con la excusa de revisar la comida que preparaba. Yo me sentí muy mal, pero también debía ser honesta con él.   —Y a mí me encantaría ser mamá cielo, tenlo por seguro —me levanté de la barra y fui hasta donde estaba él, tomé sus manos entre las mías y le pedí que me mirara a los ojos— pero no creo que esté preparada para eso… —¿A qué te refieres? —indagó, me costaba trabajo respirar y mis ojos se nublaron por contener mis lágrimas, tenía ya años pensándolo, y no quería, entre más grandes nos volvíamos, no quería… —No quiero convertirme en una madre como mi madre, no soportaría que este sueño se convirtiera en una pesadilla para los dos y para nuestro hijo —dejé caer las lágrimas con pena, las sentí rodar por mis mejillas y de inmediato quise limpiarlas, pero la mano de Alán bajo mi barbilla me obligaba a dirigir la mirada a él. Mi madre había sido una mujer complicada, aún vivía, pero en un lugar bastante alejado de nuestra casa y esperaba que nunca supiera en donde encontrarme, el solo recordarla y recordar las cosas que me hacía y a las que me obligaba me deja mucha rabia en mi interior. No solo sufrí golpes y humillaciones de su parte, eran muchas mas cosas las que había hecho y que, aunque me costo mucho tiempo de terapia soltarlas vivían en mí y se habían convertido en una sombra que no me gustaba cargar. Lo sabía, soy psicóloga, tengo que ir de nuevo a terapia para tratar esto que me esta siguiendo y que crece dentro de mí, tenía que eliminar este miedo, pero no lo había hablado con nadie, y ahora que Alán lo sabía me sentía mejor. Los ojos de mi esposo se posaron con dulzura en los míos mientras sus manos acariciaban mi rostro con sus dedos de una forma sutil y bella, se tomó unos segundos antes de pronunciar cualquier palabra y cuando por fin creí que hablaría, solo se acercó más a mí y me amarró en un abrazo, de esos que solo él sabía dar, uno de esos que me calentaba el alma y me reconfortaba sí algo había salido mal. Alán era mi refugio, mi sitio seguro, haberlo encontrado y tenerlo en mi vida es la mayor de las bendiciones que jamás esperé. —Escúchame con atención, Mert. Tú nunca, nunca serás como tu madre, ¿me oíste? Porque, para empezar, yo estoy y estaré a tu lado por el resto de mis días y para continuar, eres una mujer totalmente diferente a ella. —explicó mientras acariciaba mi cabello y depositaba un beso en mi coronilla. Me aferré con mucha más fuerza, al recordar algunas escenas de lo que vivía con mi madre. Nosotras, o más bien, ella vivía en un remolque a las afueras de Montana, y yo era una especie de bulto para ella, un costal de basura al que arrojaba comida una vez por día o dos sí por algún milagro tenía más y no quería que se le echará a perder. Entre sus brazos no podía evitar recordar que tenía un par de marcas de una de las ocasiones que perdió el control, ella estaba envuelta en un montón de basura, adicciones de todo tipo, todo el tiempo estaba enojada, y en aquella ocasión me arrojó una botella de cristal, me dijo que era una inútil con pelo de zanahoria, yo tenía solo 5 años, y ella me abrió por completo el lado derecho de la espalda. Si no hubiera sido por unas personas que iban pasando, no hubiera sobrevivido. A partir de ahí, la mayor parte del tiempo estaba con mi abuelita, su mamá, pero cuando cumplí 9 años, ella fue por mí, con la promesa de que seríamos felices. Era la mentira más grande, lo que quería era venderme al mejor postor a cambio de su estúpida droga, hui ese día y ella me persiguió en su auto, completamente histérica por la autopista, la policía fue quien intervino en aquella ocasión, me regresaron con mi abuela y a ella la encerraron. Después de eso, la vi un par de veces en mi vida, pero la odiaba. Verla me recordaba las manos asquerosas de aquel hombre a quien quiso entregarme, escuchaba su jodida risa resonar en mi cabeza al igual que sus órdenes para que no me golpeará. Definitivamente no quería ser una madre como esas. Un olor a quemado nos alertó, habíamos prolongado tanto el abrazo que los wafles estaban quemándose. Alán se despegó de mi para de inmediato revisar la waflera y sacar su desayuno medio carbonizado. —Te propongo algo —dije mirándolo y sonriendo de medio lado—, Yo me comeré la mitad de ese —señalé el wafle quemado— y tú te comerás la mitad del mío. —mi esposo sonrió, sabría que no querría hacerlo así que corte de inmediato mi desayuno para ponerlo en su plato, así no habría opción— También, te prometo que lo hablaré en terapia, porque tener una familia, es uno de nuestros sueños, y no dejaremos que nada se interponga para alcanzarlos. Alán me sonrió mientras afirmaba con la cabeza. 
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