Regalitos

4221 Words
Durante varias horas se dedicaron a limpiar los “espacios comunes” de la mansión, aquellos que utilizarían más a menudo: sus dormitorios, los dos baños principales (uno de la planta baja y otro del piso superior), la cocina y el hall. Este último fue el que más trabajo les dio, no solo porque es más grande que tres habitaciones combinadas, sino porque además estaba lleno de trastos viejos, como muebles rotos, bicicletas antiguas, muñecas destartaladas y hasta sábanas mohosas metidas en cajas. —Todo esto se va a la basura ya mismo —dijo Kalina. —No todo —Intervino Radek—, esas bicicletas podrían valer algo. Sé que hay gente que colecciona bicicletas antiguas y estas parecen ser… de los años cincuenta, o quizás cuarenta. —Mmm, está bien. Pero todo lo demás es inservible. Ni siquiera vale la pena restaurar esos muebles, están muy destrozados. —Podríamos usarlos como leña para el fuego —sugirió Mileva. Todos estuvieron de acuerdo. El resto de los trastos se fueron directamente a la basura. La que se encargó de conseguir comida para este día fue Verania. Visitó el pueblo usando su viejo halo de monja, para cubrir su melena roja. —Pensé que a la gente del pueblo le daría una buena impresión ver a una Hermana —comentó ante su familia, mientras ponía sobre la mesa todo lo que había comprado—. Pero por alguna razón no fueron muy simpáticos conmigo. —Estoy empezando a sospechar que la simpatía no es una característica primordial en El Pombero —dijo Radek. La cena fue sencilla, pero nadie se quedó con hambre. Como estaban agotados, se fueron a la cama apenas oscureció. Jara aprovechó para continuar la lectura del diario íntimo de la monja. Tenía la esperanza de encontrar pasajes interesantes… quizás algo que explicara la foto que había visto en la habitación once, pero tal y como predijo Verania, la vida de una monja no es lo más interesante del mundo. La tal Ivonne Berkel se la pasaba contando lo maravillosa que era la mansión, lo bonito que era el jardín y lo cómoda que estaba en la habitación número siete. Le gustaba ese número. También hablaba de su relación con las otras monjas del convento. Nada muy interesante, todas parecían ser tan aburridas como ella. Jara estaba a punto de abandonar la lectura cuando leyó un párrafo que captó su atención: «Tengo un gran problema y no sé cómo solucionarlo. Es algo que me avergüenza mucho. Aquí no hay un cura con el que pueda confesarme, todas somos monjas. Así que usaré estas páginas como confesionario, para expiar mis pecados…» Esto cambiaba las cosas. Había algo fascinante en meterse en los asuntos privados de los demás que atraía a Jara como la luz a una polilla. Su entusiasmo creció cuando leyó la siguientes líneas: «Me resulta muy difícil poner esto en palabras; pero si no lo hago, no seré capaz de abrir mi alma ante Dios. Intentaré decirlo de la forma más simple que pueda. Mi problema es que… no puedo dejar de tocarme» “Ok, definitivamente quiero saber más”, pensó Jara, sonriendo ante las páginas del diario. Se movió para acomodarse mejor en su cama y algo cayó sobre las sábanas. Era una fotografía en blanco y n***o. En ella se podía ver a una monja muy joven y hermosa. Tenía puesto todo su hábito y estaba sentada en un bonito jardín, sonriendo ante la cámara. Jara examinó el dorso de la foto y allí decía: Ivonne Berkel, abril de 1965. —Así que ésta sos vos… mmmm interesante —dijo Jara, en voz alta—. No me imaginé que fueras tan… bonita. También descartó la posibilidad de que Ivonne fuera la monja que vio en aquella foto de la habitación once. Las dos eran bellas y jóvenes, pero en realidad no se parecían mucho. La chica que estaba chupando v***a tenía una belleza angelical, como si fuera una muñeca de porcelana. En cambio Ivonne Berkel… ni siquiera parecía monja. Más bien parecía… —Una chica Bond. Jara conoce muy bien las películas de James Bond porque su madre es adicta a ellas. Kalina está enamorada de Sean Connery, de Pierce Brosnan, de Daniel Craig… y de cualquier tipo que haya interpretado al mítico espía británico. De tanto ver esas películas con su madre, Jara aprendió que por cada película de James Bond hay una chica hermosa que lo acompaña. Mujeres que muestran un tipo de belleza especial. Lo que Kalina denominó como “Femme Fatale”. Así era Ivonne Berkel: una auténtica Femme Fatale vestida de monja. «No sé qué me pasa. Dorotea Lenguis, la Madre Superiora de este convento, me dejó en claro desde el primer día que la masturbación va en contra del voto de castidad. Nos lo tiene estrictamente prohibido. Está tan mal visto que ni siquiera hablamos de eso… por eso, no sabía a quién más contárselo. Me aterra pensar que soy la única monja en este caserón que no puede evitar “acariciarse las partes íntimas” cada vez que se queda sola en su dormitorio.» Al leer esto, la mano izquierda de Jara comenzó a moverse como si tuviera vida propia. Fue directo a su v****a y reaccionó de forma positiva ante la humedad. «Al principio pensé que era una cuestión temporal, que se me pasaría en pocos días. Después entendí que no sería así. Se me ocurrió una idea disparatada: Dedicar mi próximo día de descanso a masturbarme todo lo que pueda. Voy a estar sola en mi habitación todo el día, y acá son muy respetuosas con el espacio privado. Así que no hay riesgo de que alguien me descubra. Espero que esta “sesión de masturbación intensa” me ayude a quitarme las ganas de una vez por todas. Después rezaré y prometeré no hacerlo nunca más. Por Dios, espero que funcione…». —Epa… ¿encontraste algo interesante para leer? —Preguntó Ivania, quien acababa de irrumpir en la habitación. El primer instinto de Jara fue cubrirse con la sábana; pero al ver que se trataba de su hermana gemela, la quitó, mostrando que ya se había bajado el pantalón y la tanga. Su v****a, cubierta por una prolija mata de pelitos rojos, estaba completamente a la vista. —Ah, no… la lectura no es tan interesante —mintió. —Pero te estabas pajeando, no digas que no. Yo te vi. ¿Querés que te ayude? Ivania cerró la puerta, para que nadie las interrumpiera, se acostó junto a su hermana y llevó la mano hasta la concha. Empezó a acariciarla y notó que… —Uy, estás re mojada. ¿En qué andabas pensando? Mejor dicho… ¿en quién? —En nada… ni nadie. Me estaba tocando por puro aburrimiento. El diario de la monja es un embole, la tía tenía razón. Si querés leelo… —Em… nah, mejor paso. Jara sabía que con eso mantendría lejos a su hermana del diario íntimo de Ivonne Berkel. No sabía por qué había actuado de esa manera, por lo general compartía todos sus secretos con Ivania; sin embargo, sintió que Ivonne le estaba hablando directamente a ella, a través de los años. Como si en el momento en que ella sacó el cuaderno de la habitación se hubieran vuelto amigas y confidentes. —Yo también estoy aburrida —dijo Ivania, al mismo tiempo que metía dos dedos dentro de la concha de su hermana—. ¿Te molesta si te toco un ratito? —Mmm… —Jara pensó en su madre y en cuánto le molesta a ella que las gemelas se toqueteen; pero estaba enojada con Kalina, por haberles prohibido seguir explorando la habitación once—. Está bien, me vendría bien una manito extra. —Yay! Los dedos de Ivania se movieron con presteza, Jara se limitó a cerrar los ojos y a dejar sus piernas abiertas, para esto tuvo que quitarse del todo el pantalón y la ropa interior. Ya desnuda de la cintura para abajo, disfrutó de la imaginación mientras pensaba en cómo la bella Ivonne Berkel se habría masturbado. —¿Querés que te chupe una teta? —Preguntó Ivania. —Em… está bien. Jara levantó se quitó la remera y el corpiño, quedando completamente desnuda. La boca de Ivania se prendió a uno de los pezones y empezó a succionarlo con fuerza. Las “chupadas de teta” no tardaron en sumarse al repertorio masturbatorio de las gemelas. Quizás otras dos chicas lo habrían visto como ir demasiado lejos; pero para ellas chuparle un pezón a la otra no era muy distinto a besarse en la boca. Lo hacían porque sabían que era placentero, en especial para quien lo recibía. Ivania sacó los dedos de la concha y se los llevó a la boca. Hizo esto sin buscar un placer personal, simplemente quería lubricar sus dedos. Además, no siente ningún tipo de asco al probar los jugos vaginales de su hermana. Es exactamente igual que hacerlo con los suyos, hasta tienen el mismo sabor. Jara arqueó su cuerpo y suspiró de placer cuando Ivania encontró uno de esos puntos especialmente sensibles de su concha. Ellas saben perfectamente dónde y cuándo tocar, porque comparten muchas de estas “zonas de placer”. Además la intensidad con que le estaba chupando el pezón mientras le metía los dedos, la estaba haciendo delirar de puro gusto. Hasta tenía la sensación de que se lo arrancaría si chupaba un poco más fuerte. Jara acompañó el movimiento de los dedos con su cadera y empezó a gemir suavemente. —Chicas, necesito que me ayuden con algo… Mileva abrió la puerta sin siquiera golpear, porque jamás se imaginó que encontraría a alguna de sus hermanas completamente desnudas. Las gemelas, que ya tenían experiencia en esto de ser sorprendidas en situaciones “no apropiadas”, mantuvieron la calma. —Podrías haber golpeado, ¿no? —Dijo Ivania, quien apartó muy lentamente la mano de la concha de Jara. Ella sabía que Mileva no podía ver ese movimiento porque ella misma lo estaba cubriendo con su cuerpo. También apoyó la cabeza sobre el pecho de su hermana, como si lo estuviera usando de almohada. —¿Qué hacen? —Preguntó Mileva, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad para entender qué había visto… porque no entendía la situación; pero sin duda había algo raro. —Nada… solamente estábamos charlando —respondió Jara, mirándola a la cara, con total calma. —¿Y vos qué hacés desnuda? —Es mi cuarto. ¿Acaso no tengo derecho a estar desnuda? —Pero… está Ivania. —Ay, Mileva —Ivania soltó una risita, sin moverse del lugar—. No digas boludeces, si hasta nos bañamos juntas, y lo sabés. ¿O acaso pensás que nos bañamos con la ropa puesta? Eso es muy cierto, Jara y Ivania hacen casi todo juntas, incluso bañarse. Mileva pensó que para ellas ver desnuda a la otra debería ser lo más normal del mundo. Sin embargo… una imagen había quedado grabada en su mente, como si su cerebro hubiera tomado una fotografía del momento exacto en el que irrumpió en el dormitorio. Jara estaba con la espalda arqueada, los ojos cerrados, y una clara expresión de estar sufriendo… o disfrutando. Y Ivania… su cabeza no estaba de lado cuando entró, sino de frente, como si estuviera mirándole las tetas a su hermana desde muy cerca. Pero esa imagen no tenía sentido. ¿Por qué dos hermanas harían algo así? Probablemente se había confundido… todo pasó demasiado rápido. —¿Vas a decirnos por qué entraste? —Preguntó Jara. —Em… la tía Verania consiguió carne picada en el pueblo, eso significa que vamos a comer empanadas… —¿De verdad? —Ivania se sentó en la cama de un salto y miró a Mileva con los ojos llenos de ilusión. —Sí, de verdad… y la tía pidió algo de ayuda. Me imaginé que vos ibas a querer… —Sí… si es por comer empanadas, la ayudo con lo que sea. Incluso puedo cortar la cebolla, y yo odio cortar cebolla. Sin decir más, Ivania salió del cuarto a toda velocidad. A ella le gusta ayudar en la cocina, pero solo si el plato a preparar es de su agrado… y nada le agrada más que las empanadas. Mileva se quedó admirando el cuerpo delgado y esbelto de Jara. Su largo cabello rojo y ese vello púbico colorado la hacían parecer una ninfa. Miró bien la concha se encontró con varios hilitos de flujos. —¿Te estabas… tocando? —Preguntó Mileva. No le apetecía hablar de un tema tan íntimo con su hermana; pero su mente curiosa le decía que debía llegar al fondo de este asunto. —¿Y qué hay si lo hacía? ¿Acaso vos no te hacés la paja? Mileva ignoró la segunda pregunta. —¿Frente a Ivania? —Sí… compartimos la cama todos los días. Ya estamos acostumbradas… y antes de que pienses algo raro, te aseguro que esto ya lo charlamos con mamá… y nos lo tiene permitido. A ella no le molesta que nos hagamos la paja delante de la otra. Mileva también había tenido incómodas conversaciones sobre la masturbación con su madre, y lo que decía Jara le resultaba coherente con la Kalina que conocía. Aún así, decidió ir más allá. Se acostó en la cama junto a Jara, en el mismo lugar que había estado ocupando Ivania. Miró el pezón más cercano y lo acarició. —Hey, ¿qué hacés? —Protestó Jara. —Acá hay algo raro… —Rara sos vos. Y si no te molesta, voy a seguir con lo que estaba haciendo. Mirá que a mí no me importa tener público femenino. Para el asombro de Mileva, Jara se acarició la concha y luego se metió dos dedos. Comenzó con el ritmo de masturbación casi al instante. —Y mientras vos te tocabas… ¿Ivania solamente miraba? —Ni siquiera miraba. No le interesa mirar. Solo estábamos charlando. Mileva sabía que sus hermanas tenían actitudes extrañas y que eran unas gemelas muy unidas (quizás demasiado); pero pensar que estuvieran haciendo algo… inapropiado, era llevar las cosas demasiado lejos. —¿Así que mamá les permitió esto de… em… tocarse frente a la otra? Y por lo visto, lo debés hacer seguido, porque no te veo ni un poquito avergonzada al hacerlo frente a mí. —Ya estoy acostumbrada, y sí, tuvimos una charla bastante extensa con mamá sobre este tema. Establecimos límites y todo. —¿Y ustedes respetan esos límites? —Por supuesto —su cadera comenzó a menearse al ritmo de la masturbación—. ¿Me vas a dejar pajearme en paz? —Todavía no. Hay algo que no me cuadra. Jara sacó los dedos de su concha, bien cargados de flujo s****l, y los pasó por la cara de su hermana. —¡Hey, tarada! ¿Por qué hiciste eso? ¡Qué asco! Jara comenzó a reírse a carcajadas. —Eso te pasa por metida —le dijo—. Y no te hagas la asquienta, Mileva. Eso no te lo creés ni vos. Mirá si te va a dar asco el juguito de concha… sí, claro… justamente a vos. Mileva se puso roja como un tomate, sabía perfectamente a qué se refería su hermana. —Eso no tiene nada que ver. Sos mi hermana, no quiero los jugos de tu concha en mi cara. —Una cosa es que te moleste —dijo Jara, volviendo a la masturbación—, y otra muy distinta es que te dé asco. Todavía me acuerdo del quilombo que se armó cuando mamá y la tía Verania te descubrieron cogiendo con Clarisa. Pobrecita, seguramente te hicieron aguantar tremendo discurso. —Así fue —Mileva sintió que había un dejo de empatía en las palabras de Jara, por eso bajó la guardia—. Me salieron con el cuento de que Dios creó al hombre y a la mujer de una determinada manera, para que estén juntos. Y que dos mujeres juntas es pecado, la que se puso más pesada con ese tema fue la tía Verania, por supuesto. —Pero no se enojaron… —los dedos de Jara no se detuvieron en ningún momento. —Eso fue lo peor de todo. Hubiera preferido que se enojaran conmigo, que me dijeran algo como “No vamos a permitir una tortillera en esta casa”. En cambio, me mostraron todo su apoyo, y fueron muy condescendientes, como si yo fuera una mina con una enfermedad terminal. —¿Y es cierto eso? ¿Sos tortillera? —No, y lo digo en serio. Lo que pasa es que Verania y Kalina son muy chapadas a la antigua, ellas no entienden que hoy en día una chica puede tener sexo con su mejor amiga, y no pasa nada. Eso no te convierte en lesbiana, ni tampoco significa que quiera casarme con ella o algo así. Simplemente tuvimos una calentura y… se dio. —Es que… uf… —Jara se pajeó aún más rápido—, con lo buena que está Clarisa, yo también hubiera hecho una excepción. Es una rubia… despampanante. Y vos también estás muy buena, así que las re entiendo a las dos. Me imagino que se habrán cambiado juntas más de una vez, habrán hablado de sexo y bueno, terminaron re calientes con las tetas y el orto de la otra. Mileva soltó una risita. —Es más o menos como pasó. Aunque tampoco es que yo me vuelva loca por la anatomía femenina. Es decir, sé que Clarisa es re linda; pero a mí lo que más me gustó fue poder hacer algo así con mi mejor amiga. —Vamos, Mileva… no te me hagas la sentimental ahora —Jara estaba disfrutando al máximo de su “terapia de autosatisfacción”—. ¿Me vas a decir que no se te hizo agua la concha cuando le chupaste esas tetazas? Porque me imagino que se las chupaste… —Sí, claro… —volvió a reírse. Le parecía surrealista estar hablando con alguien de su única experiencia lésbica, en especial con su propia hermana… en plena paja—. Y no fue lo único que le chupé. —Uf… sí, a eso me refiero. Clarisa debe tener tremenda concha… —Eso es cierto, es preciosa. Cuando la vi abierta… mmm, bueno, no puedo negarlo. Sí me excitó mucho. —¿Y el culo? Por dios, decime que le chupaste el culo… —No sabía que tuvieras tanto interés en el sexo lésbico. —Nah, eso me da igual. Lo que pasa es que la situación me parece super excitante: dos amigas que están que parten la tierra, chupándose las conchas entre ellas. Es digno de una película porno. —No creo estar “que parto la tierra”, pero gracias. Y entiendo lo que decís… —Mileva sonrió con picardía—. Un culo como el de Clarisa no se puede ignorar. Sí se lo chupé, y lo hice las tres veces que cogimos juntas. —¿Y el tuyo? ¿Lo chupó? Porque tu orto, hermana… tampoco se puede ignorar. Decime que lo hizo… —¿Por qué tan interesada? —Ya te dije, me parece excitante la escena… y Clarisa. Sin ser lesbiana, admito que esa rubia me moja la concha. En especial cuando usa esos microbikinis… dios, que puta hermosa. Mileva soltó una risotada. —Solo yo puedo decirle “puta hermosa”. Te puedo decir más si me respondés con sinceridad a algo. —¿Qué cosa? —¿Qué estaba haciendo Ivania cuando yo entré? Porque… tenés el pezón húmedo —volvió a acariciarlo. —Está bien, me estaba chupando una teta. Pero nada más, lo juro. —¿Y se puede saber por qué tu propia hermana te estaba chupando una teta? —No pienses nada raro, Mileva. Es más complicado de lo que te imaginás. Ya sabés que Ivania es un poquito… especial. Se pone muy nerviosa, y esto de la mudanza la tiene muy mal. Si le permití chuparme la teta es porque sé que eso la tranquiliza… es como chuparse el dedo. Fijación oral, le llaman. —Mmm… y vos aprovechaste eso para hacerle la paja. —No, yo me estaba pajeando desde antes que ella entre. Simplemente seguí con lo mío. Listo, ya te dije la verdad, ahora… contame de la puta hermosa de Clarisa. Me imagino que los juguitos de su concha deben ser muy ricos. Volvió a pasar la mano llena de flujos por la cara de Mileva. —Ay, pendeja… la puta que te parió —esta vez las dos se rieron—. Ahora me quedó toda la cara con olor a concha. —De nada, sé que te debe gustar el olorcito a concha. —Mmm… el de Clarisa sí que me gusta. Y sí, sus juguitos son muy ricos, en especial porque se moja mucho. —Dios, qué lindo… ¿Y el culo, te lo chupó? —¿Que si me lo chupó? Me senté en su cara y le dije que no me iba a mover hasta que me metiera la lengua por todos los agujeros. —¡Esa es la puta de mi hermana! —Jara arqueó su espalda, estaba muy cerca del orgasmo—. Lo bien que se la habrá pasado Clarisa con tus nalgas en la cara… una privilegiada. ¿Y te quedaron ganas de seguir cogiendo con mujeres? —Mmm, no realmente. Porque, de verdad, no me atraen las mujeres en general. Aunque… quizás sí volvería a coger con Clarisa. Siempre y cuando mamá y la tía no se enteren, no tengo ganas de aguantar otro discurso sobre Dios, el pene y la v****a. Uy, Jara… calmate un poquito… —La aludida se estaba pajeando a toda velocidad, meneando mucho su cuerpo. Estaba en pleno orgasmo y los gemidos se estaban haciendo cada vez más evidentes—. Si querés acabar, avisame… al menos para eso te puedo dejar sola. —Muy tarde… ya estoy acabando… uf… qué lindo orto que tiene esa rubia. Mileva se rió. —Y eso que no la viste en cuatro, con un dildo metido en el culo. —Uy, dios… dios… —los espasmos de su cuerpo hacían que la masturbación se acelerase más por cortos períodos de tiempo—. ¿Te mostró cómo se metía un dildo por el culo? —¿Y quién te creés que se lo estaba metiendo? —Ay, ¿le gusta el anal a la rubia? Me vuelvo loca… ¿Y a vos? ¿También te lo metió? —Por el culo, no… esas cosas no me gustan. Pero ella tenía muchas ganas de probarlo, así que la ayudé. —Qué buena amiga… es una pena que no hayas podido disimular cuando la tía Verania te sorprendió con ella. —¿Disimular? Imposible. Estábamos desnudas las dos, y yo le estaba metiendo la lengua por la concha, hasta la garganta más o menos… y la tía entró justo en ese momento. Una vergüenza tremenda… que mi tía, que fue monja, me sorprenda chupando una concha fue una de las experiencias más incómodas de mi vida. Y lo peor de todo es que Clarisa estaba acabándome en la boca, con lo que me gustó la última vez que lo hizo, me moría de ganas de sentirlo otra vez… y nos vienen a interrumpir justo en ese momen… bjua… mmm… agg… pará, pendeja. Te re fuiste a la mierda. Jara volvió a reírse a carcajadas. Aprovechó que sus dedos estaban completamente cubiertos de flujos vaginales y los metió directamente en la boca de Mileva. —Quise hacerte un regalito, para que recuerdes mejor la concha de Clarisa. Y no te hagas la puritana, bien que me chupaste los dedos. —No te los chupé a propósito, es que… me los metiste en la boca sin avisar. ¿Qué otra cosa podía hacer? Sos una pelotuda. —Ufa, ¿te enojaste conmigo? Era solo una bromita. —No me enojé, por esta vez te la dejo pasar. Pero no me hagas ese tipo de “bromitas”, no me gustan. Una cosa es chuparle la concha a mi mejor amiga, y otra muy distinta es tragarme los jugos sexuales de mi propia hermana. —Ahora podés decir que conocés el sabor de mi concha —Jara soltó otra risita. A Mileva le pareció un comentario incómodo y divertido a la vez. —Es cierto… y puedo decir que la concha de Clarisa es más rica. —Auch, eso dolió. Pero, está bien, entiendo que no puedo competir con semejante rubia. —Ay, no seas sonsa, Jara. Vos sos preciosa… y Ivania también, obviamente. Son idénticas. No te hagas la “patito feo” porque no te lo voy a tolerar, sos demasiado linda como para jugar a eso. Y tu concha no está tan mal, solo digo que la de Clarisa es un poquito mejor. —Mmm… bueno, gracias. —Aclarado eso… vestite y vamos a la cocina. No quiero que la tía venga a ver por qué demoramos tanto.
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