La Mansión
La mansión Var Poželenje se alza imponente en medio de un bosque frondoso y solitario, rodeada de un muro de piedra y una reja de hierro. Kalina Pušnik se siente atraída por el encanto decadente de la casa, que conserva vestigios de su antiguo esplendor. Está convencida de que ese lugar es perfecto para empezar una nueva vida, lejos de los problemas y las preocupaciones que la agobiaban en la ciudad. Sueña con restaurar la mansión y convertirla en un hogar acogedor y lleno de amor, donde sus hijos puedan crecer felices y su hermana pueda recuperarse de su depresión.
—Es deprimente —dijo Radek, el único hijo varón de Kalina.
La fachada es gris y sucia, con ventanas rotas y puertas destartaladas. Las tejas, que alguna vez fueron grises, ahora están cubiertas de telarañas… y algunas ni siquiera sobrevivieron al paso del tiempo.
—Escuché que la gente del pueblo evita acercarse a la mansión —comentó Jara.
—Es cierto —la secundó Ivania, su hermana gemela—. Dicen que aquí ocurren cosas extrañas: ruidos, luces, sombras, apariciones… ¿Por qué tenemos que vivir acá, mamá?
—¿Y si hay fantasmas? —Preguntó Jara, con los ojos muy abiertos.
—No sean tan llorones —dijo tajante Mileva, la mayor de los cuatro hermanos—. A mí tampoco me entusiasma demasiado vivir acá, porque siento que me voy a aburrir todo el día. Pero por lo demás… es solo una casa vieja.
—A mí no me dan miedo los fantasmas —aseguró Radek—. Lo que me preocupan son las ratas.
—Ay, no… —chillaron Jara y Ivania al unísono—. Ratas, no!
—No creí que la casa estuviera tan deteriorada —comentó Verania, la hermana mayor de Kalina—. Les pido disculpas.
De cerca, la mansión resultaba imponente. Al ser construida en la cima de una colina, no había demasiado espacio a lo ancho, por lo que daba la impresión de que toda la casa se había amontonado en el centro.
Se trata de una estructura de dos pisos y medio, con una torre en el centro, justo encima de la entrada principal, rematada con un techo piramidal. Fue construida casi íntegramente con piedra gris. El resto del techo es a cuatro aguas y posee varias buhardillas, la mayoría de ellas anidadas en pontones. Se puede ver un balcón sobresaliendo en el centro de la torre y una pequeña terraza en el techo del ala derecha. Mileva pensó que si ese sitio estuviera limpio y bien iluminado, sería ideal para sentarse a tomar algo fresco en las noches de verano.
A pesar de que muy pocas se pueden ver desde el frente, el techo de la mansión está atravesado por más de una docena de chimeneas, algunas ya un tanto destartaladas.
—Va a ser un desafío restaurarla —dijo Kalina—, pero no se olviden que ustedes decidieron iniciar este… negocio.
—¿Nosotros? —Preguntó Radek—. Si la que quería dejar la ciudad eras vos.
—Sí, pero a ustedes se les ocurrió la idea de comprar una casa, restaurarla y venderla.
—En realidad fue idea de la tía Verania —comentó Ivania—. Nosotros aceptamos porque creímos que sería mejor que buscar trabajo.
—Creo que cometimos un error —dijo Jara.
—¿Acaso pretendían quedarse toda la vida sin hacer nada? —Verania mostró un semblante serio que solo aparecía cuando intentaba darle una lección de vida a sus sobrinos.
—A mí nunca me molestó la idea de trabajar —aseguró Mileva—; pero tía, sin ánimos de ofender… con lo que mamá gana con sus obras de arte… podemos vivir dos vidas sin necesidad de trabajar.
—No se trata de dinero —intervino Verania—, sino de que aprendan a asumir responsabilidades. Y desde hoy, esta casa es su responsabilidad. El día que la restauren, podrán venderla… o simplemente vivir en ella.
—Ufa… vamos a terminar de restaurar esto cuando seamos más viejas que la tía —protestó Ivania—. No es justo.
—Ey… ¿qué querés decir con eso? ¿Qué tan vieja creés que soy?
—Más vieja que la casa —respondió Jara, y las dos gemelas comenzaron a reírse.
—Maleducadas —dijo Verania, con la frente en alto, cargada de orgullo—. Esta casa tiene más de setenta años.
—Igual que vos, tía —dijo Radek, lo que provocó que las gemelas rieran aún más fuerte.
—¡Tengo cuarenta y ocho! —Respondió, estoica; pero a nadie pareció importarle.
Comenzaron a arrastrar sus valijas hacia el porche. La cerradura de la puerta doble cedió al instante cuando Kalina usó la gran llave de bronce, pero Radek y Mileva tuvieron que tirar de cada una de sus hojas con fuerza para poder abrirla.
—Wow, es impresionante —dijo Radek.
—¿Vieron? Les dije que por dentro era más agradable —comentó Kalina, mientras entraba cargando una de sus valijas.
—Me refiero a que es impresionante la mugre que tiene esta casa. Vamos a tardar un millón de años en limpiarla.
—Che, ¿pueden ponerle un poquito de buena onda? —Reclamó Kalina—. Decidí alejarme de la ciudad para evitar las energías negativas… pero se ve que ustedes las trajeron todas.
—Está bien, mamá… —dijo Mileva—. Te vamos a dar una tregua. Al menos hagamos el intento de encarar esto con buen humor. Va a llevar tiempo, pero no tenemos otra cosa para hacer. Además, siempre podemos contratar a alguien del pueblo para que nos dé una mano.
—Preferiría que ustedes se encarguen de todo —dijo Kalina—. Aunque pueden contratar a alguien para alguna tarea especializada. Por ejemplo: si quieren hacer un arreglo de electricidad, o algo así.
—Me puedo hacer cargo de la electricidad —aseguró Mileva—. Siempre se me dieron bien los cables y las conexiones.
—Y así nos quemaste una heladera —dijo Jara—. Y un lavarropas.
—Y un televisor —se sumó Ivania—. Y la plancha de la abuela…
—Y casi te quedás electrocutada dos veces —completó Radek.
—Todo eso me sirvió para aprender.
—No vas a tocar ni un solo cable eléctrico, Mileva —sentenció Kalina—. Para eso contrataremos a alguien. Todo lo demás lo pueden hacer ustedes.
Mileva no insistió porque sabía que sería inútil hacerlo. Ya podría convencer a su madre más adelante, cuando se tranquilizara un poco. Decidió desviar el tema.
—¿Cuántas habitaciones tiene la casa? —Preguntó.
—Doce; pero hay una que está cerrada. Al menos eso me dijeron en la inmobiliaria. Lleva más de treinta años clausurada.
—Será cuestión de romper la cerradura —dijo Radek—. Después la cambiamos.
—Estas cerraduras son muy antiguas —comentó Verania—. Sería preferible no romperlas, deben costar una fortuna. Mientras más piezas originales tenga la casa, más cara podrán venderla. Intentemos encontrar otra forma de abrirla.
Estaban terminando de entrar todas las valijas cuando Mileva encontró el interruptor de la luz. Era una perilla negra, muy antigua. Le costó levantarla. Se escuchó un zumbido eléctrico y la araña que colgaba en medio del hall de entrada se iluminó.
—Uy, es un milagro —dijo Mileva—. Varios foquitos están quemados, pero algunos funcionan.
Gracias a la tenue iluminación y a que corrieron las pesadas y sucias cortinas de dos ventanas, pudieron admirar mejor el hall de entrada.
Era amplio y justo frente a la puerta principal, había dos escaleras que llevaban al mismo destino. Se unían en la segunda planta, donde había una baranda y una especie de balcón que sobresalía hacia el frente.
—Desde allí los dueños de la casa recibían a sus invitados —comentó Verania—. Es una forma muy ostentosa de presentarse.
—El hall es muy grande y está muy vacío —dijo Kalina—. Espero que, después de acondicionarlo, lo decoren un poco. No vendría nada mal tener algunas plantas.
—Además de la habitación cerrada, ¿hay alguna otra sorpresa que nos podamos encontrar? —Preguntó Radek.
—No lo creo —respondió Kalina—. Aunque cuando hablé de habitaciones me refería solo a los dormitorios. Hay muchas salas en la casa.
—¿Como cuáles? —Preguntó Jara—. ¿Alguna biblioteca? Espero que haya libros antiguos, de cosas extrañas… como brujería o magia negra. Esta casa tiene toda la pinta de tener esa clase de libros.
—No, Dios te salve María… —Verania se persignó, un acto reflejo de sus tiempos como monja—. Espero que no haya nada parecido.
—Sé que hay una biblioteca, me hablaron de ella —dijo Kalina—, aunque no sé dónde está. Tendrán que buscarla. También sé que hay sótano… por el momento no se acerquen ahí. Antes deberíamos fumigar un poco. También hay un gran comedor, un salón de fiestas, y algunas “salas de estar” desperdigadas por la casa. Elijan la habitación que más les guste, yo voy a usar el estudio, que me dijeron que es bastante amplio, para armar mi taller de pintura.
—¿Y hay baño? —Preguntó Ivania, asustada—. Decime por favor que hay baño…
—Sí, todas las habitaciones tienen su propio baño… y sé que hay más. Debe haber como veinte baños en total.
—Uf… eso me tranquiliza. Tenía miedo de que tengamos que usar un excusado en el medio del bosque.
—Acá encontré el comedor —dijo Jara, luego de abrir una puerta del ala derecha—. La mesa sirve y creo que las sillas también.
—Uy, vamos a sentarnos… —dijo Kalina—. Me duelen las piernas de tanto viajar.
Para llegar hasta el remoto pueblito llamado El Pombero tuvieron que viajar en ferry durante tres horas por los interminables brazos del Paraná. No tenían una idea exacta de dónde se encontraban, solo sabían que estaban en algún lugar de la frontera de Entre Ríos con Corrientes.
—Dios bendito, necesitaba sentarme —exclamó Verania cuando pudo sentarse, la silla era cómoda y bien mullida. Estaba algo sucia por la acumulación de polvillo; pero en ese momento no le importó.
—Muy bien, ¿cuál es el plan de acción? —preguntó Kalina a sus hijos.
—Deberíamos darle prioridad a las habitaciones que vamos a usar —comentó Radek—. Los dormitorios que elijamos, el taller de arte, y la cocina… porque me imagino que habrá una cocina.
—Seguramente —dijo Verania—. También debe haber un almacén, para la comida.
—Y hablando de comida —dijo Jara—. ¿Alguien sabe qué carajos vamos a comer? Ya se nos terminaron los sandwiches.
—Podemos buscar algo de comida en el pueblo, para pasar unos días —dijo Kalina—, al menos hasta que podamos hacer las compras.
—¿Hay un supermercado cerca? —Preguntó Ivania.
—Em… no, hija… acá no hay supermercados. La gente suele vivir de la caza y de la pesca. Lo que queramos comprar, se lo tenemos que encargar con tiempo.
—Ay, dios… ¿nos mudamos de provincia o de época? —Ironizó Ivania—. ¿Viajamos a la edad media?
—No es tan grave como te imaginás —dijo Kalina—. Es solo cuestión de acostumbrarse a encargar comida en grandes cantidades. Para eso está el almacén de la cocina. Me dijeron que contamos con frigorífico propio. Por suerte todo el pueblo tiene luz eléctrica, así que no dependemos de generadores. Aunque deberíamos tener combustible almacenado, por si se corta la luz.
—Mmm… todo esto no me entusiasma mucho —dijo Ivania—. Pero ahora solo puedo pensar en comida. Me muero de hambre. Vayamos al pueblo, a buscar algo.
—Este… em… prefiero que vaya Mileva, Radek la puede acompañar.
—¿Por qué yo, mamá? —Preguntó Mileva.
—A ver… esto les va a parecer una tontería, pero en este pueblo hay gente muy supersticiosa. La dueña de la inmobiliaria me aconsejó que no viviéramos en El Pombero… por nuestro color de pelo.
—¿Eh? ¿Qué carajo tiene que ver eso? —Preguntó Jara.
—En este pueblo consideran de mala suerte a la gente pelirroja —dijo Verania—. Sí, es una tontería, como bien dijo Kalina; pero es así. Por eso es mejor que ustedes no se acerquen al pueblo, al menos de momento.
Las gemelas se miraron la una a la otra, fue como verse en un espejo que solo les cambiaba el color de la ropa. Ambas tenían un pelo naranja intenso, y grandes ojos verdes. Sería imposible disimular esos rasgos, a menos que se tiñeran… hasta las cejas.
—¿Eso significa que no podemos salir de la casa? —Quiso saber Ivania—. Y vos mamá tampoco… y la tía Verania… somos todas pelirrojas.
—Si van a poder salir —aseguró Kalina—. Solo que es mejor hacerlo de a poco, cuando la gente del pueblo se haya acostumbrado a tener gente nueva. De momento es mejor que todos los asuntos con la gente local los manejen ellos dos. Mileva tiene el pelo n***o, y el de Radek es algo rojizo; pero bien oscuro. Parece marrón. No creo que nadie se de cuenta.
—Repito: ¿Estamos viviendo en la edad media?
—Sé que no va a ser fácil al principio —dijo Kalina—. Pero me dijeron que la gente del pueblo suele ser hospitalaria… al menos la mayoría. Eso sí, me advirtieron que son sumamente supersticiosos… y que tienen algunas creencias un tanto extrañas. No importa qué les digan, limítense a seguirles la corriente y no discutan.
—Eso te lo dice específicamente a vos, Mileva —comentó Radek—. A vos te encanta discutir con la gente… en especial los que tienen “creencias absurdas”.
—Voy a hacer mi mayor esfuerzo por no discutir con nadie —aseguró Mileva—. Aunque me da un poco de miedo de que mamá termine creyéndose las supersticiones de los pueblerinos. Espero que eso no ocurra, ya suficiente tengo con los discursos sobre chakras y “energías positivas”.
—Y con la religión de la tía —acotó Indara.
—A la tía la banco un poco más —dijo Mileva, como si su madre y Verania no estuvieran allí—. Ella fue monja durante muchos años; pero lo dejó… por algo debe ser. Se nota que ya no cree tanto como antes.
—Los problemas de fe que yo tenga o pueda tener, los voy a tratar con el Señor —dijo Verania—. Dejé los hábitos porque consideré que esa vida ya no era para mí, no porque haya dejado de creer.
—En fin, volviendo a lo que nos importa —intervino Jara—. ¿Cómo vamos a dormir? Si esta casa lleva veinte años abandonada, los colchones deben ser una ruina.
—Por eso no se preocupen —dijo Kalina—. Antes de viajar hasta acá pedí que nos trajeran algunas cosas básicas. Compré un colchón nuevo para cada uno, además de varios juegos de sábana. También toallas y toallones. Todo debe estar guardado en alguna parte de la casa, me aseguraron que ya lo habían entregado.
—¿Y qué hay de las cosas que yo encargué? —Preguntó Radek.
—Eso también debe estar en alguna parte.
—¿Qué encargaste? —Preguntó Ivania.
—Herramientas que nos pueden servir para iniciar la restauración. Dos hidrolavadoras; dos lustraspiradoras, de las industriales; dos aspiradoras de mano; serrucho, clavos, martillos, destornilladores… ah, y focos nuevos. Pedí varios de esos.
—Uf, mejor… no quiero andar por esta casa con las luces apagadas —dijo Ivania—. De noche debe estar lleno de fantasmas…
—No digas tonterías —dijo Kalina, quien sintió un escalofrío con solo imaginarse viendo una sombra moviéndose en la noche—. En esta casa no corremos ningún peligro. Aunque… no se adentren mucho en el bosque que está detrás. Estamos en el medio del monte, puede haber muchos animales peligrosos, como yacarés o pumas.
—En esta zona puede haber yaguaretés, —dijo Mileva—. No sé si serán más o menos peligrosos que los pumas; pero igual dan miedo.
—También hay carpinchos —dijo Jara.
—Ay, no qué asco —exclamó Ivania—. Odio los carpinchos. Me muero si llego a ver uno.
Su hermana gemela, que ya sabía esto, comenzó a reírse a carcajadas.
—No entiendo cómo podés tenerle miedo a los carpinchos, son adorables.
—Literalmente son las ratas más grandes del mundo.
—Ratas, no —dijo Mileva—. Roedores. Son los roedores más grandes del mundo.
—¡Es lo mismo!
—Bueno, me voy a cambiar la ropa —dijo Mileva—, estoy toda transpirada. La humedad y el calor son insoportables. Después vamos a buscar algo para comer.