Las miradas escudriñaban las cuatro paredes del cuarto número once. Sin saberlo, todos los presentes tuvieron pensamientos similares. Se sentía como estar dentro de la habitación de un asesino serial, de esos que salen en las películas. Solo una mente muy retorcida podría haber creado algo como esto.
—Esto es obsceno —dijo Verania, rompiendo el silencio solo por un instante, porque nadie le respondió.
Cada centímetro de las paredes estaba cubierto por fotografías, algunas a color y muchas en blanco y n***o. Todas tenían algo en común: retrataban personas desnudas… o escenas sexuales totalmente explícitas.
Kalina se fijó en una que mostraba a una bonita chica rubia (esa era a color), que sonreía a la cámara. Estaba desnuda y en su cara había manchas de lo que parecía ser semen. Calculó que la joven debía tener entre dieciocho y veintitrés años. “La edad de mis hijas”, pensó, cuando un escalofrío le recorrió la espalda.
Mileva miró una fotografía en la pared opuesta a la que estaba observando su madre. En ella se podía ver una mujer de entre cuarenta y cincuenta años, la foto parecía de principios del siglo veinte, quizás no era tan antigua; pero sin dudas era vieja. Esta preciosa mujer de largo cabello n***o estaba inclinada sobre una silla, con las dos rodillas apoyadas en ella. Detrás había un muchacho joven, muy apuesto, penetrándola. Lo que llamó la atención de Mileva fue que la v***a estaba entrando por el culo. Una práctica que incluso ella, sin ser tan puritana como su tía, consideraba obscena y desagradable.
Jara dirigió su mirada hacia una foto que, por el filtro de color, parecía ser de los años ‘70. Se sorprendió mucho al ver una preciosa monja con los ojos cerrados y una gruesa v***a metida en la boca. La primera deducción de Jara fue suponer que no se trataba de una monja real, sino de un disfraz, quizás para una película erótica.
La atención de Ivania fue captada por una impactante imagen de una chica que debía tener más o menos su edad, de cabello ondulado, imposible saber de qué color era su pelo, ya que se trataba de una imagen en blanco y n***o. Lo que más impresionó a Ivania fue que esta muchacha se mostrara muy feliz y sonriente mientras montaba a un tipo… y detrás de ella había otro, seguramente penetrándola por el otro agujero. Ivania solo había visto cosas como esta en videos porno de internet. Siempre creyó que la doble penetración era una práctica exclusiva del porno y que las mujeres en realidad no hacían esas cosas… pero esta chica no parecía ser una actriz porno.
Verania se quedó petrificada mirando una desteñida foto a color que mostraba una peculiar escena: un grupo de hombres, quizás cinco o seis, teniendo sexo con una mujer. Esta lujuriosa venus tenía la cabeza inclinada hacia atrás, estaba recibiendo una v***a en la boca. Sus tetas apuntaban al techo y estaba sentada sobre un tipo que, claramente, la estaba penetrando por el culo. Otro sujeto se la metía por la v****a y los demás esperaban su turno, con los miembros bien erectos.
Radek analizó varias imágenes, todas le parecieron grotescas, pero la que lo hizo detenerse a mirar mostraba a una chica atada y amordazada. Por la forma en la que miraba la cámara parecía estar disfrutándolo mucho. Detrás de ella había un tipo penetrándola, por el ángulo de la foto era imposible saber por qué agujero, pero algo le hizo pensar que probablemente sería por el agujero de atrás.
Les resultó imposible analizar a fondo todas las fotografías, eran demasiadas. Abarcaban desde el piso hasta el techo, y estaban amontonadas la una sobre la otra. Lo que sí les quedó claro es que se trataba de una recopilación pornográfica que abarcaba varias épocas.
—Miren eso —dijo Ivania, señalando un cuadro un poco más grande que la mayoría de las fotografías, mostraba a muchas mujeres desnudas. Algunas sentadas en un amplio sillón, otras paradas detrás del mismo. Todas sonreían. En el centro del sofá estaba sentado el único hombre entre todas esas féminas. A Ivania le pareció un joven muy apuesto, de sonrisa cautivante—. Ese es el hall de esta casa. A esa foto la sacaron acá… en la planta baja.
—Tiene razón —dijo Radek—. Y esta otra… —señaló una que mostraba a dos mujeres desnudas, besándose en una cama—, la sacaron en uno de los dormitorios. No se cual, porque todos son iguales… pero es obvio que fue en esta casa.
—Si prestan atención —dijo Mileva—, casi todas las fotos parecen haber sido sacadas en esta casa. Ahí se ve la cocina, otros dormitorios, el patio trasero… se ven lugares de la mansión tanto en las fotos a color como en las que son en blanco y n***o.
—Mamá… ¿qué clase de mansión compraste? —Preguntó Jara—. ¿Vos sabías todo esto?
—Por supuesto que no sabía nada. Además… ni siquiera sé qué significa todo esto. Puede tratarse de una broma de mal gusto… la broma de un enfermo mental. Salgamos de acá ahora mismo. Radek, quiero que me des la llave. Vamos a cerrar esta habitación y nadie va a entrar hasta que yo lo diga.
—Pero, mamá… tenemos que restaurar toda la casa —dijo Ivania—. Incluyendo este cuarto.
—Cuando yo se los permita, vamos a tirar todas estas fotos a la basura. Pero no antes. Vamos, afuera todo el mundo…
Nadie protestó. Por lo general Kalina carece de autoridad, no acostumbra a darle órdenes a sus hijos, quizás por eso ellos están acostumbrados a obedecerlas. Saben que si su madre llega al extremo de prohibirles algo, es porque va en serio.
Antes de salir Iara se acercó a una caja de cartón, arriba había un cuaderno de tapas negras. Lo agarró sin pensarlo y salió del cuarto hojeándolo. Kalina no se percató de esto hasta después de haber cerrado la puerta con llave.
—Hey… ¿qué es eso? —Le preguntó a su hija.
—Es un cuaderno… con anotaciones.
— ¿Qué clase de anotaciones? —Preguntó Kalina.
Verania, más práctica que didáctica, le quitó el cuaderno de las manos a su sobrina e hizo caso omiso cuando ésta protestó. Ojeó la primera hoja.
«Me llamo Ivonne Berkel y estoy muy emocionada. Hoy es mi primer día en el convento. Las Hermanas me dieron una cálida bienvenida y me trataron como a una igual, a pesar de que llevo apenas unos días siendo…»
—Es el diario íntimo de una monja —dijo Verania. A Jara le recorrió un destello de curiosidad por todo el cuerpo—. No creo que tenga nada de malo que lo lea. Lo más probable es que sea inofensivo… y hasta aburrido. La vida de las monjas no suele ser muy emocionante. Lo digo por experiencia.
—¿Puedo leerlo, mamá?
—Mmm… está bien. No creo que tenga nada de malo. Debió quedar ahí junto con un montón de cosas que abandonaron los inquilinos anteriores. Quién sabe qué más puede haber en esas cajas.
—En algún momento vamos a tener que revisarlas —dijo Radek—. Podría haber cosas que nos resulten útiles en la restauración, como lámparas antiguas. Hasta podríamos encontrar artículos valiosos, como joyas. No te olvides que acá vivió gente muy adinerada.
—Si llegamos a encontrar joyas, se las damos a la policía —dijo Kalina—. No quiero problemas.
—Pero mamá —intervino Mileva—. Toda la gente rica que vivió en esta casa ya debe estar muerta. No creo que extrañen ninguna de sus posesiones.
—Los Val Kavian probablemente ya estén todos muertos —respondió Kalina—, pero no sabemos quién habitó la casa después que ellos. Lo único que sé es que en algún momento esta mansión sirvió como convento, por eso no me extraña que hayamos encontrado el diario de una monja. Pero eso fue hace muchos años.
—Fue en 1965 —dijo Jara—, o quizás un poco antes.
—¿Cómo sabés? —Preguntó su hermana gemela, intrigada.
—Lo dice en el diario de la monja… llegó acá en 1965, tenía dieciocho años. Ahora debe tener… em… —hizo los cálculos mentales, usando sus dedos como apoyo—. Tendría que cumplir setenta y siete años. Uff… es más vieja que la tía Verania.
—Podría ser mi madre —dijo Verania—. La abuela Cándida cumple esa misma edad este año. Si el día del cumpleaños está lúcida, vamos a saludarla.
Cándida, la madre de Verania y Kalina, lleva cinco años internada en un asilo de ancianos con un alzheimer muy avanzado. Rara vez reconoce a sus hijas y tiene la costumbre de confundir a sus nietas con ellas. Una vez le dijo Máximo a Radek, confundiéndolo con su ya difunto marido. Para Kalina esto tiene sentido, ya que Radek, con los años, se fue poniendo cada vez más parecido a su abuelo.
Radek también sacó algo de la habitación antes de salir, pero al menos él fue lo suficientemente astuto como para metérselo en el bolsillo antes de que alguien pudiera verlo.