Escena Turbia

1390 Words
La primera noche en la mansión Var Poželenje no fue agradable para nadie. Sonidos extraños, murmullos de ramas y hojas en el bosque, sombras inquietas, maderas chirriantes… Durante el desayuno Ivania comentó que, a mitad de la noche, escuchó pasos en el techo de su habitación. Jara no los oyó, pero tampoco podría asegurar que su hermana mintiera, ya que el cansancio la venció y durmió profundamente toda la noche. —Probablemente fueron ratas —le comentó Radek, mientras tomaba un té. Por suerte Verania había traído saquitos de té como para todo el año. Acompañaron la infusión con un poco de carne fría que había sobrado de la cena. —Eso no me tranquiliza ni un poquito —dijo Ivania—. No sé qué me da más miedo, si los fantasmas o las ratas. —Si quieren pueden cambiar de dormitorio. Yo elegí el nueve —dijo Kalina. Cada cuarto tenía un número en la puerta, como si se tratase de un hotel—. Está en una esquina de la casa y tiene grandes ventanas en dos paredes, es muy luminoso. —Yo me quedo con el cinco —dijo Mileva—, porque tiene una estantería para libros y un escritorio donde puedo estudiar. —Me di cuenta de que todos los dormitorios están en el segundo piso —dijo Jara—, así que si hay ratas en el techo, no podemos dormir abajo. El cuarto tres está bien, no tiene nada especial, simplemente me pareció el mejor conservado. Me lo quedo yo. Si Ivania quiere dormir conmigo, se puede quedar. —Por ahora me quedo con vos —aseguró su hermana. —Yo elegí el cuarto siete —dijo Verania—. El siete es un buen número. Y necesito mostrarles algo que encontré… vengan. Todos intercambiaron miradas, intrigados. Siguieron a Verania por el pasillo del segundo piso hasta su dormitorio. —Ahí, del otro lado de la cama… miren el piso. —Parece una madera rota —dijo Mileva—. No me extraña, el parqué debe tener tantos años como la casa… —No está rota —dijo Radek—. Es un corte demasiado pulcro —se agachó junto al pequeño agujero, debía tener unos quince centímetros de largo, por cinco de ancho—. Es un alijo secreto. —Wow, eso sí me resulta interesante —dijo Jara, con entusiasmo—. Me encantan los secretos. Me pregunto si habrá pasadizos ocultos y cosas así. —No te hagas muchas ilusiones, Jara —le dijo su madre—. Esos pasadizos solo están en las películas. —No es cierto —replicó Verania—. En el convento en el que yo vivía teníamos varios pasillos secretos. Los construyeron los monjes para escapar de algún posible invasor. Y la gente rica es paranoica por naturaleza… no me extrañaría que hubiera algún otro alijo o pasadizo secreto. ¿Hay algo adentro, Radek? —Sí, estoy intentando sacarlo… —luchó durante unos segundos hasta que sacó un viejo trapo lleno de tierra, cuando lo abrió se pudo ver una vieja llave cubierta de óxido. —Uy… una llave escondida en un alijo secreto. Esto se pone cada vez mejor —dijo Jara—. ¿Qué puerta abrirá? —Y… deberíamos probar con el único dormitorio cerrado de la casa. —Sugirió Mileva—. ¿Alguien sabe cuál es? —Es el once —dijo Radek—. Probé todas las puertas de las habitaciones, y esa es la única que no abrió. Vamos. Los dormitorios estaban dispuestos en dos grupos de seis. En el ala derecha estaban numerados del uno al seis, tres puertas a cada lado del pasillo, enfrentadas entre sí. En el ala izquierda estaban los números del siete al doce. El cuarto número once estaba justo frente a la puerta número ocho. —Yo elegí el doce —dijo Radek, cuando cruzaron el pasillo—. Quería uno que estuviera cerca de la escalera. Para poder asomarme rápido si escucho algún ruido. —Qué valiente —dijo Kalina. —¿Valiente? —replicó Mileva, con sarcasmo—. Seguramente eligió ese para ser el primero en salir corriendo. Radek se limitó a sonreír, ya estaba acostumbrado a las pequeñas bromas de su hermana. —Además quería estar lo más lejos posible del cuarto de Mileva —añadió. Esto provocó la risita chillona de las gemelas. Buscó en su cuarto una gran linterna y luego volvió al pasillo. Colocó la llave en la puerta con el número once, la hizo girar una vez, luego otra y… sorprendentemente, la cerradura cedió. —Abrió! —Exclamó Jara, presa de la emoción—. Abrió! Abrió! —Tené cuidado, Radek —dijo Kalina—, no sabemos qué puede haber adentro. —Cualquier cosa que haya quedado dentro de este cuarto, ya debe estar muerta —dijo Mileva—. ¿Quién sabe hace cuánto no se abre esta puerta? —Ay… no —chilló Ivania—. ¿Y si hay un cadáver? No quiero ver… Radek encendió la linterna y comenzó a abrir la puerta lentamente. La madera chirrió y tuvo que hacer fuerza para moverla, porque el polvo acumulado y la falta de aceite en las bisagras hacía la tarea muy difícil. El haz de luz entró en la habitación antes que ellos, y desde el fondo un rostro pálido y mortecino les devolvió la mirada. Ivania emitió un chillido ahogado que ni siquiera llegó a convertirse en grito, le quedó enroscado en la garganta. Jara estuvo tentada a salir corriendo, pero su inmensa atracción por “lo oculto” la obligó a quedarse. —¿Qué es eso? Por el amor de Dios —dijo Verania, con la voz quebrada por el miedo. —Es un cuadro —dijo Mileva, quien logró superar el miedo y encontró un atisbo de razón—. No se asusten, es solo una foto. A medida que Radek fue moviendo la linterna, descubrieron que se trataba de una fotografía en blanco y n***o, a escala real, de una mujer. Miraba hacia el frente con el semblante serio, desafiante, y tenía los brazos abiertos y las palmas extendidas hacia adelante. La luz bajó y encontró pechos redondos, macizos y con pezones bien definidos y más abajo se topó con un abundante vello púbico. Siguió bajando y el cuadro llegaba hasta los pies de esa mujer. La mujer estaba completamente desnuda. —Tenemos que traer una lámpara. Con la linterna no vamos a ver nada, está muy oscuro —dijo Radek—. Hay una en mi pieza, funciona… anoche le puse un foco nuevo. Ivania se apresuró a entrar al cuarto de su hermano y pocos segundos después salió con la lámpara, que no tenía tulipa, para que pudiera iluminar más los alrededores. Se la alcanzó a Radek y él la conectó al tomacorrientes que encontró junto a la puerta. Agradeció una vez más que al menos la luz eléctrica funcionara en esta maldita casa. Encendió la lámpara y lo primero que descubrieron todas las presentes es que Radek había escogido un foco bien potente para su lámpara. Fue como si la luz del sol hubiera entrado de pronto en la habitación. Cuando se les acostumbró la vista, se llevaron la segunda gran sorpresa desde que la puerta se abrió. —Por el amor de Dios, ¿qué es este lugar? —Preguntó Kalina, tapándose la boca con una mano. Radek dio dos pasos dentro de la habitación, dando lugar a que las demás pudieran entrar. La primera en seguirlo fue Mileva. Miraron alrededor, consternados. La escena parecía sacada de una película muy turbia. Las paredes estaban repletas de fotografías que debían tener entre veinte y cuarenta años, como mínimo. Algunas eran tan grandes como el monitor de una computadora, otras tan pequeñas como una billetera. No había ni un milímetro de pared libre. El piso estaba repleto de cajas de cartón, algunas apiladas sobre otras. —Ustedes quédense afuera —le dijo Kalina a las gemelas. —No, no… queremos ver —insistió Jara. Al ver las grotescas imágenes que cubrían las cuatro paredes, las gemelas entendieron por qué su madre no quería que entren. Kalina se lamentó y por primera vez pensó que había sido un error comprar esta casa.
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