Radek no estaba seguro de lo que había visto en el bosque; pero había algo allí… algo potencialmente peligroso. Antes de acostarse a dormir, y sin decirle nada a su familia, salió por la puerta trasera para hacer una pequeña ruta de guardia con la linterna en la mano.
Cruzó el arroyo y alumbró el piso en un absurdo intento por encontrar huellas. “Sí, claro… como si yo fuera rastreador profesional”, se recriminó. Aunque le costara admitirlo, él es un bicho de ciudad. No está preparado para hacerle frente al monte, a la espesura…
Alumbró entre los árboles y solo se encontró con eso… más árboles. No había nada allí. Se le heló la sangre de solo imaginar que en cualquier momento un par de ojos espectrales lo mirarían desde el fondo de ese abismo de oscuridad; pero nada ocurrió. El sonido era incesante; pero tranquilizador. Chicharras y grillos cantando a coro, ranas croando, algún pájaro nocturno cantando… una lechuza ululando. Nada de qué preocuparse.
Apagó la linterna y volvió a cruzar el arroyo, cuando se estaba acercando a la mansión vio que la ventana del segundo piso estaba iluminada. Era la de una esquina. Dentro de esa habitación vio a su madre.
Kalina no notó la presencia de su hijo. Se acercó a la ventana, miró hacia el bosque y luego comenzó a quitarse la ropa. Radek se quedó petrificado al ver las grandes tetas de su madre apareciendo detrás de la ventana. No era la primera vez que las veía, Kalina ya había tenido otros accidentes como este en el pasado; pero esta vez fue más lejos, porque Radek pudo presenciar como su madre se quedaba completamente desnuda. Incluso llegó a ver el rojizo vello púbico coronando su v****a.
“Mierda… esto no es bueno —se lamentó Radek—. Espero que en este pueblo haya algunas chicas lindas, sino la voy a pasar mal”.
Radek estaba acostumbrado a tener suerte con las mujeres, en especial con las relaciones de una sola noche. Era un chico muy atractivo para el sexo femenino y en la ciudad no se le dificultó nunca encontrar a alguien con quien coger. Pero aquí… ¿en el medio de la nada? ¿en un pueblito tan conservador?
Sin dudas ver las tetas de su madre… o las de su hermana, no ayudaba para nada.
Siguió su camino, antes de que Kalina lo descubriera. No quería asustarla.
* * *
A Mileva no le hizo ninguna gracia tener que dormir con un crucifijo colgado en la pared frente a su cama.
—Es por tu propio bien —le dijo Verania, mientras lo colgaba.
Lo había fabricado con dos ramas secas, las cuales ató con varias vueltas del hilo de embalaje que estaba entre las herramientas de Radek.
—Pero yo soy atea —protestó Mileva—. No creo en esas cosas.
—No me digas eso, me hace muy mal y lo sabés. Preferiría tener una sobrina lesbiana, antes que una atea.
—No soy lesbiana, pero a lo de atea te vas a tener que acostumbrar. Lo voy a dejar por esta noche, para que te quedes tranquila. En cuanto me canse, lo voy a sacar.
—Ok, pero que ni se te ocurra tirarlo a la basura. Improvisado o no, sigue siendo un crucifijo, y es sagrado.
Mileva puso los ojos en blanco. No podía entender cómo dos palos que juntaron del bosque de pronto podían convertirse en un objeto sagrado.
* * *
Ivania estaba acostada mirando hacia la puerta, a su espalda se encontraba Jara, respirando lentamente. Probablemente ya se había quedado dormida. La pobre Ivania estaba debatiéndose entre dejar la puerta abierta o cerrada, no sabía cuál de las dos cosas le daba más miedo. Cerrar la puerta podría significar quedarse encerrada, si algún “ente maligno” se aparecía dentro del cuarto. Pero dejarla abierta le generaba la incómoda compulsión de mirar hacia al pasillo oscuro, buscando algún movimiento entre las sombras.
El cansancio comenzó a vencerla de a poco, sus párpados se volvieron pesados. Estuvo a punto de quedarse dormida cuando lo vio.
Todos sus sentidos se pusieron en alerta, las alarmas internas sonaron y su corazón empezó a repiquetear a todo ritmo. No gritó porque no pudo. El susto la dejó congelada.
Allí, justo frente a ella, en el oscuro umbral de la puerta, había algo… o alguien. Era apenas visible; pero estaba segura de estar frente a una presencia. Una silueta espectral, aún más negra que la noche misma, y un rostro pálido que la miraba fijamente. La sangre se le heló en las venas. Intentó sostenerle la mirada al espectro (o a lo que fuera que estaba viendo), con la esperanza de que se supiera observado y se fuera. Pero no se movió, la figura siguió allí, inmóvil. Silenciosa. Expectante.
Ivania no pudo soportarlo más y giró en la cama, quedando cara a cara con su hermana. La abrazó tan fuerte que la despertó.
—Ey, ey… ¿qué pasa? —Preguntó Jara, confundida.
—Tengo miedo —chilló Ivania con voz de ardilla.
—Oh… tranquila, tranquila… no pasa nada. —Jara ya estaba acostumbrada a las “crisis de pánico” de su hermana gemela—. Respirá hondo y relajate, ya te vas a quedar dormida.
—No puedo… te juro que no puedo. ¿Podrías… hacer eso?
—¿De qué hablás, Ivania?
—Ya sabés de lo que hablo. No me hagas decirlo en voz alta.
—Mmm… sí, ya sé. Pero le prometimos a mamá que no lo haríamos más. Nos hizo jurar ante la biblia.
—Lo sé, lo sé… pero lo necesito. Sino no te lo pediría. Siento que me voy a volver loca.
—Ok, ok… tranquila —Jara pasó la mano por una de las nalgas de su hermana. Como hacía tanto calor, habían decidido dormir prácticamente desnudas. Solo tenían puesta la bombacha—. Lo hacemos… pero solo un ratito. ¿Si?
—Okis… y gracias. Te quiero mucho.
—Yo también te quiero, sonsa.
Jara besó la frente de su hermana al mismo tiempo que le bajaba la bombacha. Ivania hizo lo mismo con la de ella, porque “hacer esto” implicaba que las dos participaran, de lo contrario no tenía gracia. No se quitaron la ropa interior del todo, no hacía falta, con que llegara hasta las rodillas era suficiente.
La mano de Ivania llegó hasta el vello púbico de su hermana, algo que las dos usaban con orgullo, porque era la forma de demostrar que eran pelirrojas naturales. Ivania se quedó allí, acariciando los pelitos, esperando a que Jara diera el primer paso. Su gemela entendió el mensaje.
Jara puso su mano en la cara interna del muslo de Ivania y fue subiendo lentamente, hasta que hizo contacto con algo tibio y húmedo. Con un ágil movimiento de los dedos, encontró el clítoris y comenzó a acariciarlo lentamente, formando pequeños círculos. Ivania sonrió y fue en busca del clítoris de su hermana y lo acarició de la misma forma.
Las gemelas ya tenían un buen historial en esta práctica, y en más de una ocasión fueron descubiertas por su madre. Kalina es una mujer que parece etérea, como si viviera en otro plano de la realidad, donde los problemas no pueden afectarla. Sin embargo, si hay una cosa en el mundo capaz de alterarla, es ver a sus hijas tocándose mutuamente.
La última vez que las sorprendió haciéndolo, tuvo una crisis de nervios. Las gemelas se defendieron alegando que para ellas no contaba como una experiencia lésbica, ni una incestuosa, que eran los factores que más aterraban a Kalina. “Es como pajearse mirando a un espejo”, comentó Ivania. “Así es, mamá —añadió Jara—. Pasamos tanto tiempo juntas y somos tan idénticas, que casi somos la misma persona. Si vos tuvieras un clon, ¿no le pedirías ayuda para masturbarte?”. Kalina no supo qué responder a eso, no entendía a qué nivel llegaba la complicidad de las gemelas. Es cierto que hacen prácticamente todo juntas. Casi siempre duermen en la misma cama; se levantan y se acuestan a la misma hora; generalmente comen lo mismo; y hasta se bañan juntas. Kalina consideró que para ellas debe ser tan normal ver a la otra desnuda, como verse a sí mismas frente al espejo.
Sabía que sus hijas a veces se masturbaban juntas, ya las había sorprendido haciéndolo. Pero una cosa era ver a cada una tocando su propia v****a, aunque compartieran la cama, y otra muy distinta era que se tocaran entre ellas. Esto ya era ir demasiado lejos.
Sabiendo que no podría convencerlas de que dejen de compartir los momentos de “autosatisfacción”, justo antes de hacerles jurar ante la biblia, Kalina negoció que podían masturbarse al mismo tiempo… incluso en la misma cama; pero sin contacto físico entre ellas. Las gemelas accedieron y desde ese incidente (apenas un par de meses atrás), hasta el día de hoy, no faltaron a su palabra ni una sola vez.
Y ahora les bastó con tocarse un poquito para recordar la inmensa satisfacción que es tener una mano ajena (y habilidosa) para que te masturbe. Ganaron un buen ritmo en pocos segundos. Con dos dedos masajearon el clítoris de la otra y sintieron cómo la humedad comenzaba a brotar de sus sexos. Ivania apoyó los labios sobre la boca de su hermana y su hermana le respondió con un cálido beso.
Kalina las había visto besarse, incluso con la ropa puesta. Lo que más le incomodaba era que los besos entre las gemelas no parecían inocentes. Se asemejaban mucho a dos amantes apasionadas que buscaban comerse la boca la una a la otra. Negociar que dejaran de besarse le costó más, y al menos le pidió que lo hicieran con discreción, sin que sus hermanos las vieran… sin que nadie las viera.
Tras un minucioso (y necesario) interrogatorio, Kalina se sintió aliviada de que sus hijas no hubieran llevado estos toqueteos aún más lejos. Nunca usaron sus bocas en la v****a de la otra, aunque… “Sí, mamá… nos metemos los dedos”, le dijo Ivania, con una tranquilidad pasmosa.
Y allí estaban, en ese oscuro cuarto de la mansión, explorando con los dedos el interior de la v****a de su hermana. Los gemidos quedaron ahogados por los besos. Sabían que si metían la lengua en la boca de la otra, les resultaría aún más difícil gemir… y que alguien las descubra.
Estuvieron tocándose sin parar, y sin dejar de besarse, durante largos minutos, hasta que ambas llegaron a tener un pequeño orgasmo. Como si las gemelas tuvieran la líbido sincronizada, el momento del clímax les llegó casi al mismo tiempo. Ahí se masturbaron más rápido, aceleraron el ritmo de sus dedos tanto como pudieron, y ahogaron los gemidos mordiendo el labio inferior de la otra en repetidas ocasiones. Después empezó la desaceleración. Bajaron el ritmo lentamente, hasta que las dos estuvieron satisfechas.
—Gracias, hermana… lo necesitaba —dijo Ivania.
—Me alegra que te haya servido. Espero que ahora puedas dormir.
—Sí, seguramente… ya tengo sueño.
Ivania cerró sus ojos. Jara dio un vistazo por encima del hombro de su hermana y un grito se le quedó ahogado en la garganta. Ivania, que sintió el sobresalto, preguntó:
—¿Pasó algo?
Jara tragó saliva. Su corazón había dado un salto. Estaba casi segura de haber visto un rostro pálido enmarcado en la oscuridad del pasillo. Fue tan solo un segundo. Pensó que podría tratarse de su imaginación y sabía perfectamente que comentar esto con Ivania haría que su hermana no durmiera en toda la noche.
—No, no pasó nada —dijo Jara—. Creo que fue… un pequeño orgasmo tardío, o algo así. Vamos a dormir.
—Okis… que descanses.
—Vos también.
Se besaron en la boca una vez más y así, hechas una amalgama de brazos y piernas, se quedaron dormidas.