La tengo en mis manos, no podrá escapar de mí. Ella será quien me ayude, quiera o no tiene que ayudarme. Se cruzó en mi camino justo cuando pedí una señal, y no le será fácil escaparse, no de mí; no de Nikolai Harris.
—Es un desgraciado —le sonrío y me siento en espera de que ella regrese al escritorio.
—Lo sé. Ya me lo han dicho un par de veces, pero más que desgraciado me considero bendecido y afortunado. Nací en una familia millonaria, puedo conseguir todo lo que quiera y a la hora que quiera —cambio la pierna sobre la otra—. Sobre todo, mis genes son muy atrayentes que, con solo una mirada, logro que se queden sin palabras —hago referencia a aquello porque fue lo que sucedió desde que ella me vio.
—Tiene el ego muy alto, señor Harris. Déjeme decirle que a mí no me logró deslumbrar, porque la belleza que se carga la he visto en otros hombres y déjeme decirle que mucho mejor —rueda la mirada de mi cabeza a debajo del escritorio. Está tratando de ofenderme, pero ella no sabe que soy un hombre que no se ofende con nada. Sé lo que soy y cómo soy—. Y con buen prospecto.
—Tengo el ego donde debe estar, en lo más alto. En cuanto a lo otro, no dudo que lo haya, pero ¿mejor que yo? ¿con mejor prospecto? No lo creo señorita Miller. Aún no me conoce, menos a visto mi prospecto.
—Tampoco quiero conocerlo, mucho menos verle... Me bastó esta media hora para darme cuenta de lo despreciable que es.
Sonrío y le indico la silla. —Siéntese, señorita Miller, tenemos mucho de qué hablar, y creo que si se queda parada terminará con las piernas tumefactas —a regañadientes se sienta. Mirándola fijamente le acerco la carpeta—. Léalo y me da una respuesta —reviso el reloj de mano y regreso la mirada a ella—. En quince minutos. Ese es el tiempo que tiene para responder.
—No puedo leer todo esto en quince minutos.
—¿Y así quería ingresar a trabajar aquí? Déjeme decirle que el trabajo es muy sofisticado —rueda los ojos y responde.
—¿Y usted cree que no me preparé lo suficiente como para merecer un puesto aquí? —viene de una universidad pública, creo que eso es suficiente para ser rechazada aquí y en cualquier industria de la tecnología, pienso para mí mismo—. Ya sé, cree que, por haber estudiado en una universidad pública, no merezco ni soy digna de ingresar a una empresa como esta.
—Usted lo ha dicho —aprieta las puntas del contrato—. Es mejor que empiece a leer porque el tiempo está corriendo, llegado el último segundo deberá firmar.
—¿Qué le hace pensar que firmaré?
—Creo que es la única salida para pagar su deuda.
—Deuda que usted bien puede pagar sin necesidad de estarme cobrando. ¿No se jacta de tener tanto dinero? ¿Por qué ese empeño en cobrarle a una pobre diabla como yo?
—Lo tengo, solo que no pienso usarlo para recuperar dinero que usted me hizo perder.
—Usted me empapó de agua. ¿Sabe cuántas horas son en autobús hasta mi casa? Una hora, tuve que calarme una hora y media para poder llegar a mi casa y quitarme toda esa comezón del cuerpo.
—No fui yo quien la empapó de agua, fue el auto.
—¿Y quién coño lo manejaba? —carajo, ese carácter me encanta, es perfecta, ella no se dejará de nadie, ni siquiera tendré que intervenir cuando se suscite un problema, ya la puedo imaginar poniendo en su lugar a todos, definitivamente no me pudiste enviar una mejor mujer que esta—. ¿No era usted?
—El tiempo corre, señorita Miller —la apresuro. Suspira ofuscada, empieza a leer, apenas lee las primeras letras y me mira.
—¿¡Contrato matrimonial!? ¿Qué rayos es esto? —me levanto y rodeo el escritorio hasta llegar a ella, no gira el rostro para verme, pero sé que de reojo me está observando.
—Como lo dice ahí, este es un contrato matrimonial, usted y yo nos casaremos ahora —agarro la pluma y se la acerco. No agarra el bolígrafo, se levanta y golpea la carpeta contra mi pecho.
—¿Se ha vuelto loco? ¿Me está tomando el pelo o qué? ¿A qué está jugando, señor Harris? ¿Solo me escribió al correo y me hizo venir hasta aquí para burlarse de mí? ¿Es eso?
—¿Qué le hace pensar que me estoy burlando de usted? —con las manos guardadas en el pantalón regreso a mi lugar—. Pasé toda la noche escribiendo ese contrato, y usted piensa que estoy bromeando. Le aclaro que yo no bromeo, señorita Miller. Cada acto que realizo o decisión que tomo ha sido perfectamente calculada.
—¿Por qué quiere que yo sea su esposa? ¿No dice ser el hombre más hermoso del planeta y tener a todas babeando por usted? Supongo que ha de ser una larga fila la que tiene. ¿Por qué si quiere casarse no elige a una de ellas? Porque yo, señor Harris, no estoy en venta.
—Primero que nada, no es que yo diga que soy el hombre más hermoso del mundo, son ustedes las mujeres que lo dicen y me lo hacen saber —frunce los labios y suspira—. Pero el caso aquí no es mi belleza, es su deuda conmigo. Y le aclaro que no la estoy comprando, solo estamos finiquitando una deuda que usted no podría pagar en un año de trabajo, más si no cuenta con uno —entrelazo mis dedos—. Siéntase afortunada, señorita Vivianne. Se convertirá en la esposa de Nikolai Harris, podrá gozar de una buena posición, incluso de algunos lujos. Claro, eso solo será hasta que termine el contrato.
—¿Y cuánto durará? —pregunta más calmada, pero no convencida aún.
—Si lee el contrato sabrá qué tiempo duraremos.
—Dígame, ¿por qué quiere casarse con una mujer desconocida y ajena a todo su círculo? ¿No ha pensado que puedo quedarme con la mitad de su dinero después del divorcio?
—No podrá. Por eso es el contrato, ahí explica todo. Nos casaremos por bienes separados, en un año nos divorciaremos porque yo la engañé, usted quedará devastada y se suicidará.
—¿¡Qué!? —inquiere incrédula—. ¿Que yo ¿¡qué!?
—Acabará con su vida. Así desaparecerá de la mía.
—En serio que usted está loco.
—Tal vez —vuelvo a levantarme—. Pero quiero que usted me acompañe en esta locura. ¿Cree poder?
—¿Me está haciendo una pregunta? Porque creo que me ha dejado claro que no tengo otra opción.
—La tiene —cuestiona de inmediato.
—¿Cuál?
—La cárcel —rueda los ojos—. ¿Entonces, señorita Miller? ¿Nos casamos?
—Con una condición —enarco una ceja.
—No está en posición de poner condiciones.
—Si usted ha puesto un montón, ¿por qué no podría yo poner una? —veamos qué quiere, espero no quiera tener un hijo porque eso no está en mis planes, ni siquiera incluye tener intimidad.
—La escucho.
—Quiero que me dé un puesto de trabajo en su empresa.
—Están todos completos.
—Entonces no hay trato, prefiero pasar unos meses en la cárcel y no someterme a su estupidez —dice al acomodar la cartera.
—¿En serio prefiere eso?
—Sí —se veía muy decidida—. Al menos en prisión tendré comida, techo y sin necesidad de trabajar —suspiro y entrecierro los ojos.
—Ok, veré qué puedo conseguirle. En el transcurso de esta semana le aviso si hay una vacante o no.
—No está entendiendo, ¿verdad? No quiero el trabajo para la otra semana, menos mañana. Lo quiero para ahora.
—¿Ahora? —entrecierro los ojos mientras pienso en qué puesto ponerla—. No veo en qué puesto pueda colocarla. No hay vacantes...
—Podría ser su asistente.
—No necesito una asistente, tengo mi asistente personal y...
—Bueno... ni modo. Yo quise ayudarlo, pero usted parece no querer que le ayude.
—¿Ayudarme? ¿Quién le dijo que necesito ayuda?
Sonríe de medio lado y se acerca. —¿Entonces por qué necesita una esposa? ¿Por diversión, ganas, placer? ¿Por qué, señor Harris? —frunzo los labios, doy un paso más y quedo muy cerca de ella.
—Porque me da la gana comprarme una esposa.
—¿Y no dice que no me está comprando, señor Harris? Ahora dice que sí. ¿Qué es lo cierto, señor Harris?
—Usted solo cumpla con ser mi esposa. Firme ese contrato y luego lea todas las cláusulas —vuelvo a entregarle la pluma, duda en tomarla porque da un paso hacia atrás, evade la mirada y suspira al momento que agarra la carpeta.
—No puedo firmar sin leer. Tiene que darme un día para...
—Ni un minuto más, señorita Miller, menos un día —le extiendo la pluma—. Y si no quiere hacerlo, la policía le espera ahí afuera —suspira y agarra el bolígrafo, asienta la carpeta y firma. Sonrío de medio lado al momento que termina de realizar la firma.
—Necesito una copia de ese contrato.
—Se lo daré apenas mi abogado asiente esto.
—¿Me puedo ir?
—No, no puede irse —me siento y mirándola fijamente proclamo—. Tenemos muchas cosas de qué hablar —rueda los ojos y se sienta—. Antes que nada, debemos poner una fecha del día que nos conocimos, el lugar, quién se enamoró primero y quién se declaró.
—Imagino que fui yo, ¿cierto?
—Está en lo cierto, señorita Miller —rueda los ojos y suspira—. Es normal que usted se haya enamorado primero, las mujeres tienden a hacerlo, incluso son las primeras en traicionar.
—Pues serán las que usted se consigue, porque yo no conozco el significado de esa palabra.
—Me parece bien. Así será más creíble que quede devastada ante mi traición —ella sonríe a grandes carcajadas—. ¿De qué se ríe?
—De que quedaré devastada por usted —dice riendo como una loca—. ¡Dios me libre de perder la cabeza e intentar suicidarme por alguien así! —al verme serio deja de reír y trata de controlar la risa, pero le es inevitable.
—Creo que acabo de conseguirle un trabajo —detiene la risa y se pone seria—. Pero no deje de reír, porque su carcajada será parte de ese trabajo.
—¿Mi carcajada?
—Sí, usaré su horrenda carcajada para un videojuego. Estoy trabajando en ello. ¿Quiere empezar desde ahora? —rueda los ojos y me saca el dedo de en medio.
—Prefiero vender caramelos en los autobuses —dice al levantarse y caminar hacia la puerta.
—Aún no hemos terminado —digo al levantarme.
—Pues yo ya terminé, si quiere ponerse de acuerdo en algo escríbame por el correo, o si no busque mi número porque para dar con los datos de las personas es muy eficaz.
—Está bien, dejaré que se vaya, pero paso por usted en la noche —se detiene en la puerta y regresa a verme—. Cenaremos esta noche.
—No cenaré con usted. Acostumbro a cenar todas las noches con mi madre, esta no será la excepción.
—¿Tiene una mamá?
—Obvio. ¿Qué cree? ¿Que me parió Piccolo del planeta Namek para no tener mamá?
—Muy chistosa —suspiro y demando—. Paso por usted a las siete.
—Ya le dije que no.
—Entonces me invita a cenar con mi suegra.
—Se volvió loco. ¿Cómo cree que le voy a invitar a cenar y le voy a decir a mi mamá que es mi esposo? ¿Cómo piensa que reaccionará ella sabiendo que hace un momento salí de casa sin tener pareja y que por la noche ya estoy casada? Se pondrá histérica al saber que salí a buscar trabajo y lo que conseguí fue un esposo falso. Mi madre no sabrá nada de esto, ¿entendido?
—¿Su madre no ve farándula?
—Sí. ¿Qué tiene que ver eso? —cuando esto estalle será inevitable que se entere.
—Por nada —evado la mirada—. Entonces cuadremos para mañana. ¿Desayunamos juntos? —duda—. Quizás mañana ya le tenga un trabajo. ¿Qué dice? —rodando los ojos asiente.
—Pero no vaya por mí, envíe la dirección que yo llego.
—Hecho —le estiro la mano para cerrar el trato, pero ella da media vuelta y se va. Sigo insistiendo: ¡Es perfecta!