Muy temprano me levanto, estiro mi cuerpo y empiezo a calentar, pues todas las mañanas hago ejercicio porque esto me ayuda a mantenerme en línea. No es porque sea yo, pero mi cuerpo es tan perfecto que podría lanzarme al modelaje; no obstante, eso de exhibir mi cuerpo no me agrada en lo absoluto. Me ejercito un rato, al culminar agarro la toalla y empiezo a secar mi cuerpo, seguido me meto a la ducha.
Tras culminar mi baño salgo y me preparo. Tardo un tanto en elegir la ropa que usaré y, sobre todo, en maquillarme. Aunque no uso tanto maquillaje, hoy he decidido aplicar un poco más de lo normal, pues es un día muy importante. Debo estar hermosa para obtener ese trabajo. En estos tiempos no solo se necesita ser preparada y haberse graduado con excelentes calificaciones, también se necesita belleza para conseguir los mejores puestos, más que todo en grandes empresas como la que me escribió.
Salgo de la habitación y desayuno con rapidez, no quisiera llegar atrasada en el primer día de trabajo. Después de desayunar me despido de mi madre. Como cada día, me da la bendición y me desea que me vaya excelente. Es algo que no ha sucedido hasta hoy, que estoy segura me irá de maravilla.
Toda emocionada tomo el autobús. Mientras voy camino a esa empresa no dejo de sonreír. ¡Joder! Jamás imaginé que podría ser tomada en cuenta en grandes industrias de la tecnología como esta.
Estoy parada frente al enorme edificio, me quedo con la boca abierta al verlo. Es igual de grande que muchos aquí en la ciudad, pero destaca el maquetado que posee, el cual es extremadamente maravilloso. Si es así por fuera, no me quiero imaginar cómo es por dentro. Al ingresar, mi boca forma una O. ¡Carajo! Esto es lo más lujoso que mis ojos han visto. En todos los lugares que había trabajado y solicitado trabajo, jamás había visto tan magnífica obra.
—¿Le puedo ayudar en algo? —una rubia de cabellera brillante se acerca.
—Sí... —digo, pero ella me hace seña que espere, pues el teléfono empieza a sonar y se ve obligada a contestar.
—Sí, señor. Ahora mismo la hago pasar —la rubia cuelga y con una amplia sonrisa se acerca—. El señor Harris le está esperando.
—¿Me... me espera? —gagueo como una estúpida. Se supone que si vengo a una entrevista en esta empresa es porque me están esperando.
—Sí, sígame por aquí —pasa y continúa delante de mí. Me siento tan nerviosa que mis piernas tiemblan al caminar.
Junto a la rubia despampanante llegamos a no sé qué piso, pues de lo deslumbrada que estoy ante todo lo que adorna este lugar, ni cuenta me doy del piso donde nos detenemos. Tras salir de los ascensores nos acercamos a otra mujer. Aquella castaña me mira de arriba hasta abajo, luego dirige la mirada a la rubia que me acompaña y esta le explica:
—El señor Harris le espera.
Sin decir nada, agarra el comunicador. Apenas lo coloca en su oído, me da luz verde.
Antes de dar un paso miro a la rubia y ella me sonríe. Soltando un suspiro camino hasta la oficina del que supongo es el presidente. Toco con suavidad y escucho la voz de la secretaria:
—Cuando el señor Harris permite el ingreso, no le gusta que toquen la puerta. Simplemente debes ingresar porque él ya sabe que alguien ingresará.
Agradezco por lo que me dice, pero creo que si me lo hubiera dicho apenas le dijeron que me hiciera ingresar, no habría cometido ese error.
Desde ya creo que el tal Harris es un ogro como los que me ha tocado. Espero no sea un viejo desagradable que me pida favores inapropiados para darme el trabajo. Inhalando gran cantidad de aire y reteniéndolo ingreso. Al abrir la puerta dirijo la mirada hacia el escritorio donde se supone debe estar; no obstante, el asiento está con el espaldar hacia mi dirección. Imagino que el tipo está tras de él, y lo confirmo cuando veo una de sus manos moverse y en ella sostiene unas gafas, las cuales parece estar limpiando.
Pasando saliva gruesa pronuncio:
—¡Buenos días, señor Harris! Soy...
—Sé quién es —dice. De pronto se gira dejándome conocer su rostro. Me quedo atónita ante tremenda belleza masculina que tengo en frente. ¡Joder! Si el edificio de por sí era hermoso, su dueño es extremadamente galán. Paso saliva gruesa al hacer contacto con su mirada, siento que la respiración se me ha detenido—. Tome asiento, señorita Vivianne Miller.
Vaya, sí que sabe quién soy, y es lógico, pues está por entrevistarme. Indica la silla sin desconectar el contacto visual. Tiene una mirada profunda que logra incomodarme.
—¿No va a sentarse? —inquiere sacándome del trance.
—Sí, sí —digo con una sonrisa—. Lo siento, es que...
—Lo sé —dice cortando mis palabras.
—¿Lo sabe? No creo que sepa lo que iba a decir —digo con una sonrisa y mis ojos brillando. Me sigue mirando de tal forma que provoca un aleteo en mi vientre.
—Sé que se quedó deslumbrada por mí. —¿¡Qué!?— No es la primera vez que las dejo enamoradas a primera vista. —¡¿Qué?! ¿Enamorada? ¿Qué le hace pensar que me quedé enamorada? Es tan presuntuoso y ostentoso—. Ya estoy acostumbrado a dejarlas babeando por mí.
—Disculpe, pero...
—No acepto sus disculpas. —¡Ay, no! ¡Qué odioso! Ni siquiera me deja hablar. Este cretino se cree con el derecho de interrumpirme.
—Es que no le estoy pidiendo disculpas...
—¿Ah, no?
—Es una forma de querer explicar...
—Lo sé —vuelve a interrumpirme y siento que una más y terminaré gritándole que se vaya a la mierda con su supuesta sabiduría. Inhalo y suelto lentamente el aire para apaciguar la irritación que siento. Mientras lo hago, le veo levantarse. Llega hasta mi lado quedándose a varios centímetros. Mi respiración se detiene cuando lo veo recostar su trasero en el escritorio. Cruza sus brazos y siento cómo no deja de observarme. Me siento algo incómoda, pero no voy a dejar que crea que con solo esa mirada logrará incomodarme. Soltando un leve suspiro, dirijo la mirada y la conecto con la suya. Desde esta cierta distancia puedo ver lo celeste de sus ojos; son tan hermosos que me pierdo en su mirada, y cuando le veo sonreír de medio lado, evado la mirada.
—Yo... yo vine... —se aleja y regresa a su asiento— A...
Mierda, no sé por qué las palabras no me salen. Inhalo aire y lo suelto por la boca. Cuando veo que empuja una carpeta hacia mí, levanto la mirada y vuelvo a perderme en ella.
—Es el total de lo que me debe —aquello me saca del trance en el que me encontraba.
—¿Le debo?
—Sí —dice al acomodarse en su asiento—. Ábralo —aconseja mientras me mira.
—No entiendo... Yo creí que...
—¿Que esto era una entrevista de trabajo? —sonríe de medio lado y continúa— Pues no —dice cambiando de actitud. Paso saliva gruesa al leer lo que dice, más cuando veo una imagen del coche. Cierro los ojos al leer la cantidad. Incluso la carpeta rueda de mis manos. Creo que hasta pálida me he puesto; siento que en cualquier momento me desmayaré, ya que me encuentro frente al tipo del coche de ayer—. Al ser un grande, pero muy grande el rayón, me vi obligado a cambiar toda esa parte del coche, y siendo uno de los más caros de este mundo, las piezas también lo son. Incluso los mecánicos cobran muy caro —explica, y yo solo continúo escuchando su parlamento—. Y bien, señorita Vivianne Miller, ¿cuándo y cómo me va a cancelar? Desde ya le digo que no acepto abonos. Soy de las personas que le gusta pagar y que le paguen completo. Así que, ponga fecha para el p**o.
Levanto la mirada y la conecto con la suya. Le veo esconder una sonrisa y siento la sangre hervir al recordar que ese miserable fue quien me bañó con esa charca de agua.
—Así que fue usted quien pasó como un rayo y me lanzó toda esa sucia agua —sonríe de medio lado y eso solo hace encender más las ganas de golpearlo. Siento tanta rabia que hasta me olvido de la cantidad de dinero que debo pagarle. No es hasta que él vuelve a hablar que lo recuerdo.
—No es mi culpa que los alcaldes que usted elige no arreglen las vías. Tenía mucha prisa y...
- ¿¡Que yo elijo!? -bufo para mí misma.
— ¿Por eso corre como un rápido y furioso? —le interrumpo. En esta vez soy yo la que no lo dejará hablar. Ya no me importa mantener mi calma y ser educada con este imbécil—. ¿Qué habría pasado si cogía un resfriado? ¿Usted me iba a pagar el medicamento?
Está en silencio observándome. Desconecto el contacto visual y lo llevo a la carpeta. La recojo y la reviso nuevamente. Al ver la cantidad, suelto una carcajada.
—¿Cree que le voy a pagar todo eso? —cierro la carpeta y la lanzo en el escritorio. Sus grandes pestañas no se mueven, sus párpados siguen detenidos—. Pues no, no tengo dinero para pagarle, ni siquiera para la pintada me alcanza. Además, usted fue el culpable. Maneja por las calles como si fuera el dueño —acomodo mi cartera y me propongo a salir—. Si no me llamó para una entrevista de trabajo, entonces no tengo más que hacer aquí —empujo la silla, camino hacia la puerta y lo escucho hablar.
—Seguridad, la mujer que me anunciaron hace un momento está por salir. Deténgala hasta que la policía se haga presente.
—Como ordene, señor —me detengo en seco. Siento como la sangre baja a mis pies. Lentamente giro mi rostro y me encuentro con su mirada. Se ve muy serio, y con frialdad vocifera:
—No se va a ir hasta que me pague todo lo que me debe —se levanta, camina alrededor del escritorio y viene en mi dirección. Se para a mi costado y mirándome a los ojos espeta—: Solo que quiera pagarlo de otra forma.
No entiendo su insinuación, ya que cuando los viejos pervertidos me han propuesto ese tipo de cosas, recorren la mirada por mi cuerpo, pero él no. Él la mantiene fija en mis ojos.
—No de la forma que se está imaginando, señorita Vivianne —baja los párpados levemente y le echa una mirada rápida a mi cuerpo, para luego acotar—: Está hermosa, pero no para llevarme a la locura y perversidad.
Se gira, camina hacia el escritorio y lo sigo con la mirada. Abre un cajón y de ahí extrae otra carpeta. Regresa hasta mí y la extiende.
—Léala, y luego me comenta qué le parece nuestro trato —¿Trato? ¿De qué trato habla este tipo? No le agarro la carpeta, solo me quedo mirándole con ojos afilados—. Si toma asiento se lo explico.
—No tomaré nada de asiento —vocifero con los dientes apretados—. Lo que voy a hacer es irme, porque no seguiré perdiendo mi tiempo aquí.
—Si se va, seguridad la detendrá. Luego la policía se la llevará porque la denunciaré por daños a mi automóvil.
—No tiene pruebas.
—Claro que tengo pruebas. ¿Quiere verlas? —se dirige al escritorio, gira la computadora en mi dirección y me muestra el vídeo.