Klim. Por fin, después de las largas y difíciles semanas, pude mirar a los ojos de mi madre y, tomando su mano, sentí su reacción. Estaba listo para agradecer a todos los dioses, o santos, o alguien quien manda aquí, por brindarme esta oportunidad. Mamá todavía estaba muy débil, pero esto era temporal. Lo peor ya había pasado. Me senté en el suelo junto a su cama y apoyé la cabeza en su mano. - Sabía que no me dejarías, - susurré, besando su mano, y las lágrimas brotaron de mis ojos. Eran lágrimas de felicidad, hace dos meses pensaba que ella moriría, y ahora tenía la esperanza de que todo saldría bien, que se recuperaría y podríamos vivir como antes. Mamá aún no podía hablar, pero liberando su mano, me revolvió el cabello, como en la infancia, tranquilizándome. No me permitieron queda