Prólogo.
Klim.
El pulso en mi cabeza late sin piedad. Aprieto los puños con fuerza, aprieto los dientes, tratando de controlarme y no soltarme. Pero la perra una vez más provoca, camina por el borde y parece disfrutar de mi condición. A veces, me parece que no hay vuelta atrás, avanzamos con determinación, hacia nuestra locura. Ella es como mi droga. Me doy cuenta de que la próxima dosis deseada, al final, me matará, pero no puedo rechazarla. Traté de dejarla, sanarme, reemplazar con otra cosa, pero todo fue en vano... Todos los días esta víbora se asoma ante mis ojos, sin darme un segundo de respiro, manteniéndome en constante tensión.
Me obsesioné con esa perra y me odié por eso, y ella lo sabía. Se metió debajo de mi piel, agarró mi alma con sus dedos perfectos y bien cuidados, y no me soltó, envenenándome consigo misma, embriagándome con su olor dulce a vainilla, con ganas de inhalar y ser envenenado por ella una y otra vez. Y cada vez más me encuentro pensando, que la odio por eso. Odio que esta maldita chica se haya convertido en parte de mí, despertando en mí algo animal, salvaje y loco, sacándome emociones que ni siquiera sospechaba.
Con la cabeza entendí que necesitaba arrancar estas cadenas con las que ella me ata, deshacerme del corazón agrietado, liberarme de ella, por más doloroso que fuera para mí. Sacar esta basura de mi cabeza, olvidarla, borrarla de la memoria. Pero mi mente ha estado bajo su control durante mucho tiempo, su maldito cuerpo perfecto y su lengua afilada, me controlan a mí y a mi mente. Soy como un animal primitivo, enamorándome de una mujer hermosa, sudando solo al pensar en su cuerpo. ¡Me odio por eso!
No hay nada dentro de ella, es un maniquí en un hermoso caparazón y un envoltorio caro, me enganchó a sí misma, obligándome a retorcerme de dolor, si no obtengo otra dosis de nuestra locura personal. Debería olvidarla, borrarla de mi vida, pero no puedo. Estoy demasiado débil ante este sentimiento enorme de sed y hambre eterna de ella.
Aprieto los puños con más fuerza, tratando de calmarme, de no reaccionar a sus provocaciones. Sigo con la mirada el revólver en sus manos. ¿Y dónde lo consiguió? Aunque esta casa está llena de armas coleccionables.
Otra pasión de su papá, que no se atreve a negarle nada a su pequeña hija malcriada, criando así a una perra caprichosa y fastidiosa, que no está acostumbrada a las negativas y no acepta la palabra: "no" bajo ningún concepto. Aunque es poco probable, que su padre le permita jugar a esos juegos, por eso me tiene a mí a su lado.
Victoria piensa que, si chasquea los dedos, todo estará a sus pies, ya que siempre ha sido así. Y hoy, por primera vez, se dio cuenta de que por mucho que quisiera, yo no le pertenezco. Por eso decidió jugar con mis nervios y resistencia. Bueno, a ver quién gana. La princesa no tiene agallas para meterse en juegos mortales.
Entrecierro los ojos, miro cómo Vicky gira hábilmente el tambor de un revólver a su propio hombro.
Parece que la chica ha revisado las películas de vaqueros. Me mira a los ojos, esperando mi reacción. ¿Qué espera? Cree que debería correr hacia ella, quitarle el revólver de las manos y permitirle otra vez admitir mi debilidad. ¡Sí! ¡Yo soy débil, maldita sea! Pero sus provocaciones y manipulaciones hace tiempo que dejaron de afectarme. Deja que su papá aguante todas sus payasadas, complaciéndola, pero no me importa, no somos nadie el uno para el otro. Nos une sólo el puro sexo, primitivo, animal y mi jodida adicción a ella, que cada día me obliga a estar a su lado.
No, recientemente pensé que algo brillante estaba pasando entre nosotros, algo más que lujuria, traté de encontrar a mi Ángel en ella. ¡Idiota ingenuo! No hay nada en ella, que me haga enamorarme como mi Ángel. Con su manera de ser, solo puede ser jodida. No hay lógica, ni sentido común en sus malditas acciones. Ella está enferma de la cabeza. La pequeña víbora vive y actúa, como si fuera invulnerable. Pero no se olvida, que quien cubre su bonito culo soy yo, pero mi paciencia se está agotando. Es prácticamente inexistente. Por eso quiero dejarla, que algún otro se preocupa de ella.
– ¿Vamos a jugar, Klim? – Sugiere con una voz azucarada, envenenándome con ella.
– ¿No tienes miedo de perder? – Pregunto, tratando de no traicionar el ligero pánico que de repente me abruma. Vicky es una loca, puede que no esté mintiendo. Quién sabe lo que se esconde en su enferma cabeza.
– No, – se ríe un poco. – Yo siempre gano. ¿No sabes? – Pregunta en un tono juguetón y provocativo.
¡Sé cómo gana! Usa un chantaje primitivo y la manipulación de los demás. Pero aquí hay otro escenario: un juego de ruleta rusa. Juego con el destino y la vida.
– Pero, tengo una condición, si gano, te quedaras conmigo y no iras a ningún lado, y si pierdo…, – piensa un poco, como si no estuviera hablando de su vida y muerte, sino de algo insignificante. – Entonces serás libre. – Dice la frase como si yo fuera su esclavo, y solo conseguiré la libertad a través de su muerte.
– Bueno, adelante, tú primera, – respondo con bastante calma, me siento en una silla frente a ella y espero la actuación. Está fanfarroneando como siempre, esperando que haga algo, que empiece a disuadirme, sacando armas, rogando, aceptando sus términos. ¡No esperes! Llegué a conocer bastante bien su naturaleza. Ella entiende que no tiene nada más con lo que amenazarme, y toma medidas extremas, arriesgando su vida.
Pero Victoria ama la vida, como a ella misma. Solo a ella misma. Y yo, siendo paranoico, buscaba algo bueno y normal en ella, justificando sus acciones. Juro, lo hacía casi todos los días, pero me derrumbé, ahora quiero tomar las riendas, porque un día ella nos matará, dejándonos heridas ensangrentadas, laceradas y haciéndonos gemir dolorosamente por nuestras almas y nuestro mañana. ¡Es imposible!
Victoria lleva lentamente el revólver a su sien, sin dejar de sonreírme, mirándome a los ojos. En sus malditos ojos de color violeta, ni una pizca de duda, solo confianza inmutable en sí misma, incluso su mano no se inmuta, lo que una vez más confirma, que nunca disparará. Si ve mi miedo, lo tomará por debilidad. Espera mi reacción, acostumbrada a que siempre la salve de sus actos estúpidos y temerarios.
¡Suficiente! He tenido suficiente. ¡Bien! Dejo que me muestre lo valiente que es. Pasa un minuto, luego dos en completo silencio. Parece que estamos congelados en este momento, ella está esperando una acción de mí, y yo, cuando se da por vencida. Nuestros ojos llevan una lucha silenciosa. ¿Quién ganará? Pero esta vez no voy a rendirme y ceder ante ella. He tomado una decisión, y su farol no cambiará nada. Estoy cansado... Mortalmente cansado.
Hermosa como siempre, incluso ahora con el pelo despeinado en una de mis camisas, con un revólver en la sien, como en una foto de un fotógrafo surrealista moderno. Una chica con un revólver en la sien y una sonrisa en el rostro. Una chica por la que no querrás sentir lástima si llegas a conocerla mejor. ¡Una pequeña víbora que envenena mi alma, haciendo de mi un maldito drogadicto!
En un momento, su dedo en el gatillo comienza a moverse. Mis manos se entumecen, por dentro todo se encoge. Otro momento y se escucha un clic característico. ¡Perra! ¡Ella no fanfarroneó! Con la velocidad del rayo salto hacia Vicky. Sus ojos enormes me miran fijamente, y no hay ni una pizca de miedo en ellos, solo veo mi propio reflejo en ellos.
Silencio completo, estoy temblando con grandes temblores como loco. ¡Podría matarse ahora mismo frente a mis ojos! ¡Y ni siquiera traté de detenerla!
– Tú, tu madre... ¡Loca! – Le grito en la cara, arrebatándole el revólver de las manos. Porque estaba jodidamente asustado. Por primera vez en mi vida, estaba tan asustado que estaba temblando y sudando frío.
Se ríe en mi cara, disfrutando de su victoria. Y veo en sus ojos mi abismo, en el que caigo cada vez más profundo, y parece que no hay vuelta atrás. Es como si me estuvieran arrancando el alma, no me reconozco.
– ¡Qué estás haciendo, bastarda! – La agarro bruscamente por los hombros y la sacudo con tanta fuerza, que su cabeza balancea, estoy rebosante de rabia y enojo, siento que la copa de mi paciencia se desborda, y todo se derrama como una avalancha.
– Gané, – sonríe como si nada hubiera pasado. – Tú te quedas conmigo.
Hay tanta confianza en sí misma en sus palabras. ¿Realmente no le importaba tanto su vida que estaba dispuesta a perderla por su capricho? No puede ser, vi miedo genuino en sus ojos, cuando ella corría de menos peligro, sé que dentro de ella vive un pequeño cobarde. La empujo lejos de mí, abro el tambor del revólver. Empiezo a reírme histéricamente por toda la habitación. ¡Está vacío! Ni una sola bala. La perra montó un espectáculo para mí, poniéndome nervioso.
– ¿Ganaste, dices? – Pregunto entre risas malvadas.
Voy a la mesa, abro el cajón, tomo dos balas de allí y las cargo en el tambor. Mis posibilidades de liberarme del veneno, con el que ella me mata, aumentan ante mis ojos.
– Ahora vamos a jugar de verdad. – Hago girar el tambor, estando al límite, al borde de mi locura, donde ya no pienso en nada, solo actúo sobre las emociones, llevadas al punto de ebullición. Victoria continúa sonriendo, pero el miedo ya parpadea en sus ojos. Mando al infierno los fines y motivos, por los cuales entré en este juego y soporto todo esto. Esta es una oración para los dos. Mis manos tiemblan, cuando llevo la fría boca del arma a mi sien. Yo cierro mis ojos. En este momento, solo veo esa solución para nosotros.
– ¡No! – Vicky grita desgarradoramente, corriendo hacia mí, aferrándose al revólver con sus manos. – ¡No te atreverías! – Una vez más indica, amenaza. De nuevo, con todas mis fuerzas, la empujo lejos de mí. La chica cae al suelo.
– ¡Por favor, Klim, no lo hagas! – Su voz ya es suplicante e histérica.
Se dio cuenta de que los juegos de los niños habían terminado. Mis músculos se tensan, la respiración se detiene y en este momento, ni siquiera pienso en la venganza, por la que le vendí el alma al diablo. Esta víbora me ha llevado a tal punto que entrego la decisión en manos de la muerte, olvidándome de aquellos por los que vale la pena vivir, y de todas las obligaciones. Los labios se entumecen, las manos sudan y los oídos zumban. Vicky se aferra a mi mano con el revólver, llorando, temerosa de jalar mi mano para que no presione el gatillo accidentalmente.
— Klim…– solloza, toda temblando. – Por favor… por favor… – repite.
Mi corazón casi no late, la miro a sus ojos llenos de lágrimas, y entiendo que esto puede ser lo último que vea antes de dejar este puto, injusto y cruel mundo. Veo lo sincera y real que es ella en este momento, y yo soy real, así de loco, exactamente en lo que ella me convirtió.
Lancé una mirada fugaz a la ventana, sintiendo sus dedos apretar más y más mi mano con el revólver, quemándome la piel. ¡Perra! La follé muchas veces, y aún la piel arde con cada toque suyo. Miro el amanecer por la ventana, solo un par de minutos para olvidar, para alejarme de sus lágrimas y su cuerpo tembloroso. Ella dice algo más, a través de la histeria, pero ya no puedo escuchar nada, estoy al borde de la desesperación y la libertad.
Liberarme de ella y de mi venenosa adicción. Está en mí, profundamente atrapada bajo la piel como una enfermedad incurable y dañina, envenenando cada célula de mi cuerpo. Y estoy tan enfermo que solo la muerte puede curarme. Sonrío para mis adentros, decidiendo que el azar debe decidir nuestro destino. Jugando a la ruleta rusa. Y mis posibilidades son de cuatro a dos. El temblor pasa, aprieto el gatillo ante el fuerte y ensordecedor grito de Victoria...