Con extremo cuidado, se movió en los colchones para mirar a través de una rasgadura de las cortinas. Pudo ver a los dos hombres. Eran toscos y morenos, con pesadas capas de viaje sobre los hombros. Su acento revelaba que eran hombres del sur. Las velas que había sobre la mesa estaban casi consumidas. La luz que había en el salón procedía del fuego de la chimenea. Podía escuchar todavía risas y voces procedentes de la cocina. Si gritaba, pensó, tal vez atraería la atención de Simón y el cochero. Pero era muy posible que los hombres sentados junto al fuego se encargaran de hacerla callar antes que pudiera advertirles lo que se proponían. En cuanto elevara la voz, comprenderían que los había escuchado y la matarían, además de que Lynke volvería a quedar a merced de ellos. No, tenía que idea