CAPÍTULO IV El carruaje se detuvo a la señal de Lynke. Había empezado a llover y cuando bajó de la silla, se quitó el sombrero de tres picos y sacudió el agua de él; entonces subió al carruaje. Se apoyó con aire de comodidad contra los cojines y Victoria, presintiendo que era lo que se esperaba de ella, fue a sentarse frente a él, de espaldas a los caballos. —Nos espera una noche lluviosa— comentó Su Señoría, cuando el carruaje volvió a ponerse en marcha. —¿A qué hora espera usted que lleguemos a la posada, Mi?—preguntó Victoria. —Dentro de dos horas— le contestó. Estiró las piernas hacia el frente—. ¡Por Júpiter que me siento rígido! Hacía más de un mes que no subía a un caballo y siento como si mis miembros fueran de madera. Era natural que se sintiera así, pensó Victoria. Había es