CAPÍTULO V —Todavía malhumorado?— preguntó Doña Alicia, en su ají voz suave y sensual. No hubo respuesta, por un momento, del hombre que se encontraba de pie ante el espejo. Estaba admirando su propia figura, de hombros anchos, cintura pequeña y caderas estrechas. Sus atractivas facciones, junto con su gran habilidad como torero, habían hecho de Manolo el Magnífico, el matador de toros más admirado y aclamado de España. Doña Alicia se encogió de hombros. Su cuerpo parecía tallado en marfil, contra el fondo de los cojines y cubiertas, bordados en forma exquisita, del sofá sobre el cual se encontraba tendida. Entonces cruzó los brazos, por atrás de su oscura cabeza, y lanzó una leve risita despreciativa. —¡Así que estás enfadado conmigo! Manolo se volvió. —¿Enfadado? ¡Claro que estoy e