CAPÍTULO II El señor Padilla acompañó a su cliente hasta la puerta y volvió al mostrador cubierto de encurtidos. El piso no estaba muy limpio y había telarañas en el techo, pero toda la mercancía que vendía el señor Padilla en su establecimiento era de primera calidad. Padilla era gordo y de movimientos lentos, pero tenía un ojo experto en seleccionar los mejores jamones, y una habilidad muy personal para conseguir que los granjeros le proveyeran la mejor crema y los huevos más frescos. Caminó con pasos lentos por el establecimiento, limpiándose las manos en el delantal. Pensó, con satisfacción, que ya casi era hora de cenar. La puerta de la habitación interior se abrió y un rostro sucio y pequeño se asomó. —Señor Padilla— dijo una vocecita llena de excitación. —¿Eres tú, Víctor?— pr