Helena jamás estuvo más nerviosa en toda su vida, sentía que las piernas no le respondían y se negaban a obedecerla. Miraba a su alrededor, todo el mundo andaba de un lado para el otro, poniendo arreglos aquí, quitando allá. Y las miradas furtivas que le enviaba Arturo no le ayudaban en nada, sentía un extraño presentimiento en el pecho, o quizás fuera que deseaba con toda su alma que Donato apareciera y la rescatara. Sin embargo, sabía muy bien que aunque sus absurdas fantasías se cumplieran, sería incapaz de fallarle a su inminente futuro esposo. Necesitaba urgentemente un pretexto en que entretenerse, pero su única opción andaba vuelto loco, corriendo de un lado para otro