Arabella
El tiempo pasó rápidamente mientras trabajaba en varios informes y reuniones por videoconferencia. Sin embargo, a medida que se acercaba el mediodía, comencé a notar la ausencia de Alexander. Desde que lo vi pasar apresuradamente frente a mi oficina esta mañana, no había tenido señales de él.
¿Por qué no había regresado?
Decidí salir de mi oficina y me dirigí hacia el escritorio de Daila. Ya casi era la hora de nuestra cita, no entendía por qué no estaba aquí.
—Daila, voy a almorzar. ¿Necesitas algo antes de que me vaya? —le pregunté.
—No, Arabella, estoy bien. Disfruta tu almuerzo— respondió con una sonrisa.
Antes de irme a almorzar, quise comprobar si Alexander había regresado a su oficina, si no estaba aquí era muy probable que nos viéramos en el restaurante, pero Alexander era un hombre muy coordinado, raramente hacía algo sin un plan. Entonces, si el plan era reunirnos allí, ¿por qué no había llegado a la oficina?
Caminé por el pasillo hasta llegar a la oficina de Alexander y me dirigí a Zoila, su secretaria. Quizás llegó y no me di cuenta, podría ser eso.
—Hola, Zoila— saludé con una sonrisa—¿Sabes si el señor Sterling regresará pronto? Tengo algo que consultarle.
Zoila levantó la vista de su computadora y frunció el ceño.
—Hola, señorita Winters. No, él no ha regresado en todo el día. No dijo a dónde iba ni cuándo volvería.
Lo que era más extraño. Alexander siempre, siempre estaba localizable.
La preocupación comenzó a instalarse en mi mente.
—¿Tienes alguna idea de dónde podría estar? —pregunté, tratando de mantener la calma.
Era mi novio, ¿no tenía yo que saber esa respuesta?
Tendría… pero hoy nada iba como debía ser. ¿Qué pasaba?
Zoila se encogió de hombros.
—No mencionó nada. Solo se fue, salió de su oficina en medio de una llamada y no ha regresado.
Esa llamada… Todo tenía que ver con esa llamada.
Creo que me preocupaba por nada, podría ser cualquier cosa, podría ser algo de mi cumpleaños. Claro, por eso todo estaba tan extraño hoy, incluso Alexander.
Agradecí a Zoila y regresé a mi oficina. Había algo en todo esto que no encajaba, pero no quería pensar en ello.
Alexander siempre era muy detallista y sabía lo importante que era para mí nuestro encuentro de cumpleaños, aunque sus detalles nunca se debían a una ocasión en específico, solo cosas que a él le apetecía, era algo más espontáneo.
Yo sí era del tipo romántica, me gustaban las rosas, los abrazos, los chocolates, las citas a lugares nuevos, tomar su mano cuando íbamos caminando o recordar cada fecha importante. Esa faceta mía de novia cariñosa Alexander solo la había visto tras puertas cerradas, para todo lo demás éramos amigos, compañeros de trabajo.
Recogí la nota que había dejado con las flores esa mañana y la guardé en mi bolso. Salí del edificio, sintiéndome extrañamente inquieta en lugar de emocionada, porque todo esto podría convertirse dentro de nada en un mal recuerdo, algo sin sentido, solo un miedo mío y sin importancia cuando vea las cosas que Alexander estaba planeando. Seguro que se me borraba esta sensación como si fuera angustia.
Cuando llegué al restaurante ya el sol brillaba en lo alto, Paul ya me conocía, nos conocía. Me guio hacia mi mesa y yo le agradecía con una sonrisa.
Una parte de mí quería preguntar si Alexander estaba aquí, pero eso era más que ridículo. Es decir, si no lo veía en la mesa era porque no estaba aquí.
—¿Puedo traerle algo mientras espera?
—Solo agua, por favor— respondí, intentando calmar mis nervios. Mientras estaba sentada observaba la entrada del restaurante, esperando ver la figura alta y elegante de Alexander en cualquier momento.
Minutos pasaron, y luego media hora.
La inquietud creció en mi pecho.
Saqué la nota de mi bolso y la leí nuevamente, era aquí, nos íbamos a ver aquí.
Había un mensaje de mi madre que no quería responder, ella sabía de mi relación con Alexander, más o menos, sabía lo importante que era para mí estas cosas y lo primero que querría saber era qué había hecho Alexander hoy.
Nada.
Un ramo de rosas y una nota, casi una hora en el restaurante y su ausencia.
Finalmente, no pude soportarlo más y llamé a su móvil, pero fue directamente al buzón de voz.
—Hola, Alexander. Soy yo, Ara. Estoy en el restaurante, esperándote. Por favor, llámame cuando puedas. Te amo— dije, intentando mantener la voz firme.
Ya no, ya no podía quedarme aquí, todo el mundo me miraba, la hora del almuerzo había pasado y Paul no dejaba de dar vueltas, quizás notando en mi cara la tristeza, buscaba darme soluciones, pero lo único que necesitaba era a Alexander.
¿Desde cuándo me había reducido a él? Desde ese día… Desde que hizo caso a mis sentimientos y comenzamos esto, esto clandestino.
Me levanté de la silla y salí del restaurante, caminando por las calles de Nueva York con una sensación de vacío. Algo estaba mal, y no sabía qué era. Decidí volver a mi coche y regresar a la oficina, el almuerzo estaba arruinado, él nunca llegó y mi estómago crujía.
Al llegar al edificio, me dirigí directamente a su oficina nuevamente. Zoila me miró con simpatía cuando me vio llegar.
—No ha vuelto, ¿verdad? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
Zoila negó con la cabeza.
—No, señorita Winters. Lo siento.
—No pasa nada, no es algo tan importante. Puedo esperar a que esté aquí de nuevo.
Suspiré y regresé a mi oficina, cerrando la puerta tras de mí. Me dejé caer en mi silla, mirando las flores que aún adornaban mi escritorio y el resto que cubría completamente mi oficina. Dejé pasar el almuerzo con Elio creyendo que tenía planes con Alexander, ¡y teníamos planes! Solo que él no apareció.
Tomé una de las rosas y la olí, tratando de encontrar algo de consuelo en su dulce fragancia.
¿Por qué me sentía tan inquieta? Alexander nunca había faltado a una cita importante antes, y mucho menos en mi cumpleaños. Decidí revisar los correos electrónicos y mensajes una vez más, buscando alguna pista que pudiera haber pasado por alto. Pero es que ya él había hecho planes de almuerzo conmigo, pero no canceló, tampoco apareció.
¿Y si le había pasado algo?
—¡No! —Es lo peor que me puedo poner a pensar justo en este momento. Tiene que tratarse de otro tipo de urgencia.
Llamé otra vez, pero saltaba al buzón.
No era nada, solo un hombre ocupado en otros asuntos… más importantes.
(…)
Percival Alexander, (Percy, Alexander, caca, popo, perro, nada, lacra, gusano)
—Has... regresado, Eva—dije, con la voz cargada de incredulidad y un toque de amargura. Mis ojos se encontraron con los suyos, incapaz de creer que, después de dos años, ella estaba de vuelta. Dos años después de haber roto mi corazón y dejarme plantado en el altar.
Solo bastó una llamada para que yo corriera al aeropuerto para venir tras ella, sin importar el tiempo, los daños.
Mi caos, ella era mi ruina.
Eva estaba ahí, frente a mí, con una mirada que parecía llena de arrepentimiento. Pero lo que realmente me dejó sin palabras fue el niño que estaba a su lado, sujetando su mano. Me agaché frente a él y le toqué el cabello n***o. Sus ojos marrones me miraban fijamente, como si supieran cosas que yo aún no comprendía.
—¿Papá? —balbuceó el niño, susurrando una palabra que resonó profundamente en mi ser.
¿Papá?
Levanté la mirada hacia Eva, completamente confundido.
—¿Soy...? —mi voz se quebró. ¿Era él mi hijo? —Eva... ¿soy su padre?
Eva asintió, sus ojos llenos de lágrimas. De inmediato, tomé al niño en mis brazos y lo aferré contra mi pecho, besando su frente con una mezcla de amor y desesperación. Sentí como si el mundo se detuviera en ese instante. Me había perdido todo este tiempo lejos de la vida de mi hijo. La miro, quizás reprochándole, mi mente girando con velocidad al tenerlo en mis brazos.
Mi hijo.
—Percy, eres su padre—dijo Eva con voz temblorosa. Estaba en shock. No solo me encontraba con la mujer que había destrozado mi corazón, sino que ahora tenía frente a mí a un niño que decía ser mío. Mi mente se quedó en blanco, incapaz de procesar la magnitud de lo que estaba sucediendo.
Eva se acercó y, de repente, sus labios se encontraron con los míos en un beso lleno de desesperación y arrepentimiento. ¿Correspondí? Correspondí.
Justo en ese momento, como si el universo conspirara en nuestra contra, llegaron los reporteros. Estábamos rodeados de ellos mientras Eva lloraba en mi hombro, susurrando entre sollozos cuánto me había extrañado.
—Lo siento, lo siento de verdad.
—Nunca dijiste nada.
—Nunca me buscaste, Percy.
—Me dejaste… me dejaste en el altar, luego de decir que no querías casarte conmigo. ¿Cómo iba a buscarte?
—Tenía miedo.
—¿Miedo? —Miedo tenía yo, creyendo que nos amábamos, que… éramos felices y que estábamos listos para una vida matrimonial.
La multitud de flashes y preguntas me abrumó, intenté ignorarlas, pero no podía. Con Eva todo era así, siempre. Quizás ellos sabían antes que yo que ella regresaría a New York.
Sabía que no podíamos quedarnos ahí. Necesitábamos un lugar seguro donde hablar y entender qué estaba pasando.
—Sácame de aquí, por favor.
—Vamos—dije, tomando la mano de Eva y asegurándome de que el niño estuviera bien sujeto en mis brazos. Nos abrimos paso entre la multitud y nos dirigimos a mi coche.
—¿Dónde vamos, Percy? —preguntó Eva, su voz aún temblorosa mientras nos metíamos en el coche.
—A casa—respondí con firmeza. Mi mente seguía girando, pero necesitaba tiempo y espacio para entender todo esto. Arranqué el coche y nos dirigimos a mi mansión en Scarsdale, un lugar que hasta ahora había sido mi refugio.
Tenía muchas preguntas. Pero no podía soltarse todas ahora delante de nuestro hijo.
El niño, ahora en el asiento trasero, miraba por la ventana, distraído con todo lo que veía. Eva, sentada a mi lado, parecía perdida en sus pensamientos, probablemente tan abrumada como yo.
Al llegar a la mansión, subimos rápidamente para evitar a cualquier paparazzi que pudiera habernos seguido. Entramos y cerré la puerta detrás de nosotros, tomando un profundo respiro.
La mansión, con su imponente fachada de ladrillos y sus amplios jardines, parecía extrañamente silenciosa en comparación con el caos de la ciudad.
Mi habitación estaba decorada para esta noche, donde iba a traer a Ara, sabía que era quería venir algún día a casa y creo que este debió ser un paso importante para los dos, sonaba a nada, pero era importante traerla a mi casa, dejarla entrar y conocer un trozo de mí que había cerrado gracias a la mujer que de nuevo traía a mi vida, que llegaba como si el tiempo no pasara.
Ara… la dejé plantada.
Miré la hora en mi reloj, el teléfono estaba en el coche, tampoco daba tiempo para nada más, era muy tarde.
Por Dios… la dejé plantada en el almuerzo.
¡Maldición! Es su cumpleaños.
—Siéntate—dije, señalando el salón decorado con muebles de lujo y arte contemporáneo, para ella era desconocido, porque una vez que ella me dejó cambié todo de esta casa, quizás intentando apaciguar el dolor, se supone que aquí íbamos a vivir, la habíamos decorado juntos, era el lugar donde íbamos a formar una familia—. Necesito entender qué está pasando.
Eva asintió y se sentó, con el niño a su lado. Yo me quedé de pie, incapaz de sentarme, con la mente llena de preguntas.
—Percy...—dijo Eva, su voz era un susurro quebrado, pero no más que el mío, era yo el lastimado, fue a mí a quien ella le destrozó el corazón. Entonces ¿por qué la traía aquí? ¿Por qué corrí tras ella? Por respuestas, nada más—. Lo siento tanto. Nunca debí haberte dejado así.
La miré, intentando mantener la calma. Sus palabras las sentía vacías.
—Empieza desde el principio, Eva. ¿Qué pasó? ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no me dijiste nada sobre él? —señalé al niño que ahora jugaba con un pequeño coche que había encontrado en una esquina del salón, no era un juguete.
Eva respiró hondo y comenzó a hablar. Yo solo deseaba la verdad.
—Me asusté. La idea de casarme, de toda la responsabilidad, todo fue demasiado para mí.
—Era un plan de los dos, Eva.
—Pero mi carrera… todo lo que esto conllevaba. Aunque después de que me fui, descubrí que estaba embarazada. Intenté volver, pero sentí que ya no podía enfrentarme a ti, a lo que había hecho.
Mis manos se tensaron en puños.
—¿Intentaste volver? —¡Y una mierda! —¿Y ahora? ¿Por qué has vuelto?
—Porque él necesitaba conocer a su padre—respondió, las lágrimas corriendo por su rostro—. Y yo... yo necesitaba verte de nuevo, pedirte perdón.
Sentí una mezcla de ira y tristeza. Pero más que nada, sentí amor por el niño que ahora sabía que era mi hijo. Me acerqué y me agaché junto a él, mirándolo a los ojos. No podía enfrentar ahora mismo a Eva o esas palabras suyas que seguían pareciendo tan vacías.
—Hola, pequeño. Soy tu papá—dije con voz suave, intentando no mostrar el torbellino de emociones que sentía, el enojo que se mezclaba con la confusión o lo que causaba la presencia de Eva aquí, no en mi casa, sino en mi vida.
El niño sonrió y extendió sus brazos hacia mí. Lo tomé en mis brazos y lo sostuve, sintiendo una conexión instantánea.
Eva se acercó y nos rodeó con sus brazos.
—Percy, sé que he cometido errores, pero quiero arreglar esto. Quiero que seamos una familia. —Esto no sonaba vacío, era real. Esto sí.
La miré, sin saber qué decir. Estaba furioso por lo que había hecho, pero también sabía que el niño necesitaba a ambos padres.
—Eva, necesitamos tiempo para entender todo esto. No puedo decirte más. Si soy su padre, estaré a su lado, pero… no sé si puedo arriesgarme de nuevo a querer una familia contigo.
Tenía novia, cosa que aún no mencionaba, la palabra se atoraba en mi garganta y no podía decirla. ¿Por qué no? Eso me convertía en un imbécil, pero mi relación con Ara siempre había sido un secreto.
—Lo entiendo, sería mucho pedir que nos recibieras con los brazos abiertos o que me perdonaras de una vez, pero al menos esto es algo. ¿Podemos quedarnos aquí? Es decir, al menos hasta mañana. Tengo que organizarme y…
—Tranquila, pueden quedarse.
—Muchas gracias, Percy—dejó una mano en mi rostro y cuando vino a besarme yo giré mi cara, evadiendo sus labios—. Estás enojado.
—Yo…—Tengo novia. Llevo más de un año con Arabella Winters, es una buena amiga, se convirtió en mi pareja, en mi amante, es dulce, cariñosa, inteligente, directa, confiable, es segura, ha sido un refugio para mí en medio de todo el dolor que me dejaste. Y ahora siento que la traiciono, no porque Eva quiera besarme, sino porque yo quiero que me bese.
Lo deseo. Como si fuera un dulce veneno por el que estuviera dispuesto a morir.
Eva se acercó de nuevo y yo solo cerré los ojos, permitiendo que su elixir curara las heridas que quedaban o que terminara de matarme.
Lo siento, Ara.