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La Falsa Prometida Del Discapacitado

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Blurb

—¿Casarme? Abuelo, ¿realmente crees que es tan fácil para alguien en mi situación? —respondí, tratando de mantener la calma.

—Tienes tres meses para traerme aquí a tu prometida—sentenció de nuevo, luego se puso de pie—. Un hombre hace lo que tiene que hacer y tú tienes que casarte. O vivirás tu vida lamentándote por las cosas que no hiciste o crees que no puedes hacer. Si no tomas la iniciativa en dos semanas, empezaré a buscarte citas, pretendientes, mujeres que deseen casarse contigo y lo voy a conseguir, hasta que en tres meses tengas una prometida.

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No, no acepto.
—Has... regresado, Eva—sus ojos la miran, no puede creer que luego de dos años ella está de regreso, después de haber roto su corazón y dejarlo plantado en el altar. Mira al niño que está a su lado, sujetando su mano, Percival se queda mudo, pero se agacha frente a él y le toca su cabello n***o, aquellos ojos marrones lo enfocan fijamente, como si supieran cosas. —¿Papá?—balbucea el niño. Percival levanta el rostro hacia Eva, realmente confundido. —¿Soy...?—¿Era él el padre?—Eva...¿soy su padre? Eva mueve la cabeza y asiente, de inmediato Percival toma al niño entre sus brazos y se aferra a él, besando su frente. —Percy, eres su padre. Dos años atrás. Había sido un noviazgo tan hermoso, había estado enamorado de esa mujer desde hace más de diez año. Ahora… por fin, luego de seis años de relación, con altas y bajas, por fin se convertiría en su esposo, la convertiría en su esposa. Percival Alexander Sterling estaba de pie ante el altar, sosteniendo las manos de Eva Spears, su expresión era una máscara de serenidad forzada. Alrededor, los bancos estaban llenos; amigos, familiares y asociados formaban una audiencia expectante. Era una boda por todo lo alto, una de las más esperadas luego de aquella larga y hermosa relación. Eva, con su cabello pelirrojo flameando suavemente a cada movimiento, mantenía sus ojos, ahora nublados por lágrimas, fijos en los de Percival. La esperanza y la duda bailaban en su mirada mientras el sacerdote pronunciaba las palabras sagradas que precedían al voto crucial. —Eva Spears— la voz del sacerdote resonó con solemnidad, haciendo temblar los labios de la mujer— ¿aceptas a Percival Alexander Sterling como tu legítimo esposo, para amar y honrar, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe? Eva apretó las manos de Percival, sus dedos temblaban, algo iba mal, él lo intuía, pero no quería verlo, pensaba que eran los nervios del momento, pues incluso un hombre como él estaba nervioso, era normal que Eva también lo estuviera. Los segundos parecían alargarse sin que ella diera una respuesta, entonces Percival comenzó a preocuparse más; con la mandíbula tensa, esperaba la afirmación, su corazón latiendo con un ritmo frenético, desesperado. Finalmente, Eva soltó un suspiro quebrado, sus ojos se desbordaron. —No puedo— murmuró, soltando las manos de Percival como si quemaran. Su voz, apenas un susurro, fue un golpe devastador en el silencio de la iglesia. No hubo gritos, no hubo súplicas. Solo el sonido de su vestido rozando el suelo mientras corría hacia la salida, dejando un rastro de confusión y murmullos a su paso. Lo…abandonaba en medio del altar. Percival permaneció inmóvil, su rostro pálido y sus ojos, un espejo del dolor y la incredulidad, seguían la silueta de Eva desapareciendo por la puerta. El sonido de sus pasos era como el martilleo en el ataúd de sus esperanzas. La miraba, miraba como se iba y con cada paso que se alejaba su respiración se ralentizaba, como si quisiera dejar de respirar. Y lo hacía, no respiraba desde que ella dijo aquellas palabras y corría hacia la puerta, alejándose cada vez más de él. Arabella Winters, compañera de trabajo y amiga de Percival, se levantó de su asiento en la segunda fila, avanzando con pasos decididos hacia él. Su rostro reflejaba preocupación y compasión por la situación, ninguno de los presentes se imaginaba que algo así podría haber pasado. ¿Percival Sterling plantado en el altar? Era la boda del año, la pareja más popular de los últimos años. Y parecía que se amaban con una pasión que no dudaban en demostrar. —Percival—dijo Arabella con suavidad, llegando a su lado y tocando su brazo con cautela—. Lo siento tanto. ¿Hay algo que pueda hacer por ti ahora? ¿Quieres que maneje a los invitados? Percival giró lentamente su cabeza hacia ella, sus ojos grises ahora endurecidos, una máscara de control y frialdad reemplazando cualquier signo de vulnerabilidad. No dejaría que nadie lo viera destruido. —No—respondió con voz firme, aunque baja—. Deja que se vayan. La boda ha terminado. Sin una palabra más, se dirigió hacia la sacristía, dejando atrás el murmullo de la multitud y los restos destrozados de lo que debería haber sido el día más feliz de su vida. Arabella lo siguió con la mirada, sintiendo un nudo en el estómago al ver a su amigo y el hombre del que estaba enamorada en tal estado de desolación. Pero mientras Percival desaparecía tras la pesada puerta de la sacristía, el murmullo de los invitados se intensificaba, algunos en estado de shock, otros murmurando conjeturas y rumores. En medio de la confusión, los padres de Percival, los Sterling, se acercaron a Arabella. La madre de Percival, una mujer elegante incluso en la adversidad tenía lágrimas en los ojos que luchaba por contener. Su padre, un hombre de porte imponente y expresión inescrutable, mantenía una fachada de dureza. —Arabella—dijo el señor Sterling con voz grave—¿sabes a dónde podría haber ido Percival? Arabella, aun observando la puerta por la que Percival había desaparecido, se volvió hacia ellos. —Lo siento, señor Sterling, no tengo idea. Percival no mencionó ningún plan... solo se fue. La señora Sterling, apretando un pañuelo contra sus labios, intervino con voz temblorosa. —Por favor, Arabella, te lo suplico, síguelo. No debería estar solo en un momento como este. Arabella asintió, la preocupación evidente en su rostro. —Por supuesto, señora Sterling. Iré ahora mismo. Haré lo posible por encontrarlo y asegurarme de que esté bien. —Gracias, querida—dijo la señora Sterling, colocando una mano temblorosa sobre el brazo de Arabella—. Eres una buena amiga. Sabemos que podemos contar contigo. El señor Sterling, aunque silencioso, asintió con agradecimiento hacia Arabella antes de girarse para enfrentarse a los invitados que comenzaban a levantarse, inquietos y murmurando entre ellos. Arabella se dirigió rápidamente hacia la sacristía, atravesó la puerta y se encontró en el fresco pasillo que conducía a las distintas partes de la iglesia. No había tiempo que perder, sabía que Percival podía estar dirigiéndose a cualquier lugar para alejarse de la tormenta de emociones que acababa de desatar. Corrió por el pasillo a paso rápido, su corazón latiendo con fuerza ante la urgencia de la situación. Al salir al fresco aire de la tarde, vio a Percival caminando rápidamente hacia el estacionamiento, su figura rígida y decidida. Sin dudarlo, Arabella corrió tras él, alcanzándolo justo cuando abría la puerta de su coche. Antes de que pudiera escapar, Arabella lo abrazó por detrás, rodeando con sus brazos su torso. Percival se tensó por un momento, luego, sorpresivamente, su resistencia se desvaneció, sabía que era ella, Arabella. Se giró hacia ella y, por primera vez, Arabella vio las barreras de Percival derrumbarse completamente. Los ojos que siempre habían sido un bastión de fortaleza ahora estaban inundados de dolor y vulnerabilidad. Las lágrimas comenzaron a correr por las mejillas de Percival, un llanto silencioso pero desgarrador. Arabella, sintiendo su propio corazón romperse al verlo así, no pudo contener las lágrimas. La pena de ver al hombre que había amado en secreto sufriendo de tal manera era demasiado para soportar. En un impulso movido por el dolor compartido y años de amor no confesado, Arabella alzó las manos, sostuvo el rostro de Percival entre ellas y, sin pensarlo, le dio un beso. Lo besó, no era el momento ni el lugar, pero no encontró otra cosa que hacer para poder calmarlo, para poder calmarse ambos. Percival quedó inmóvil, sus lágrimas aún frescas en su rostro. Después del beso, ambos se quedaron mirándose, sumidos en un silencio cargado de emociones. Percival fue el primero en romper el silencio, su voz ronca por el llanto. —Necesitamos... necesitamos unos tragos, Arabella—murmuró, intentando recomponerse, no solo de lo que pasó en esa iglesia, también del beso que su amiga le acababa de dar. Arabella, aún conmocionada por su propia audacia y las contradicciones de su gesto, asintió con una sonrisa tímida. —Sí, eso... eso suena bien. Ambos se dirigieron al coche de Percival, cada uno procesando el torbellino de emociones que había estallado entre ellos en esos breves pero intensos momentos.

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