Arabella
¿Qué pasa con un corazón roto luego de una ruptura como la que tuvo Eva y Alexander? Es decir… Percival. Ahora le digo Alexander, él me pidió que lo llamara así. ¿Cuándo exactamente? Si los últimos cinco años que llevamos de amistad siempre nos hemos llamado por nuestros nombres.
Percival.
Arabella.
Ahora ambos nombres suenan tan extraños en nuestros labios.
Ya no soy Arabella para él, ahora soy Ara. ¿Y él? Alexander.
Sé que fue un momento oscuro en su vida, una ruptura ¿complicada? Lo siguiente, fue toda una humillación, pero yo estuve allí para él, sujetando su mano, sosteniendo su cabeza en mi hombro mientras lloraba, susurrándole que valía mucho más, valía más que toda la mierda que Eva Spears dejó sobre él.
Y lo logró, dos malditos años después, era un hombre diferente, sano, quizás, aunque el mismo témpano de hielo frente a los demás, no frente a mí.
Sé que ese intento de boda fallida cambió muchas cosas en él, pero mejoró otras muchas entre nosotros.
Como la relación que ahora teníamos.
Llevábamos saliendo un año y cuatro meses exactos. Pero nadie lo sabía, solo nosotros dos.
Él… se había prometido a sí mismo no hacer pública ninguna otra relación y la nuestra no era la excepción, el problema era que nadie… absolutamente nadie lo sabía, solo él y yo, los restaurantes discretos a los que me llevaba o este lugar, mi habitación.
Como muchas noches, tenía la oportunidad de tenerlo en mi cama, abrir mis ojos y verlo a mi lado, recibir un nuevo día junto a él y disfrutar de la belleza de un nuevo amanecer.
Sé que podíamos dar más, pero yo no quería hacer exigencias a Alexander.
El mayor problema de todo esto era que todo el mundo creía que él era soltero, cuando era mi pareja.
¿Qué pasa cuando quieres llevar una relación normal, pero tu pareja no? Supongo que no pasa nada, lo aceptas, te callas y sigues disfrutando de lo bueno de una relación clandestina.
Completamente secreta.
Hoy es mi cumpleaños y sé que Alexander me dará un buen regalo, mejor que el anterior.
Me muevo en la cama y siento su mano que llega hasta mi pecho, sé que sus ojos están cerrados, pero esas manos conocen cada rincón de mi cuerpo y mucho más, lentamente me giro hacia él, para mi sorpresa él tiene los ojos abiertos. Se aproxima a mis labios y yo, como siempre, me siento nerviosa, como si fuera la primera vez, como si no besara estos labios cada día, el sigue teniendo este efecto en mí. Lo veo y todo mi cuerpo responde en tan solo un instante. ¿Eso es el amor?
—Feliz cumpleaños—me dice antes de besarme. Pero luego salta de la cama y yo lo veo moverse hacia el baño, adoro sus piernas desnudas, esa marca en su muslo izquierdo que parece un mapa en forma de mancha, subo mi mirada por su espalda y observo sus hombros detenidamente, me encuentro mordiendo mis labios mientras aprieto mis piernas, esperaba que el primer regalo de mi cumpleaños número veintinueve fuera sobre esta cama, revolver las sábanas y… ¡Por Dios! Me había excitado con tan solo pensarlo.
Pero justo hoy, exactamente hoy, Alexander tiene algo importante que hacer, o eso creo.
Estoy pensado que solo es una fachada para escaparse todo el día y prepararme una gran sorpresa, solo para nosotros solos.
Él es el tipo de hombre que lo que hace, lo hace en grande.
Mientras escucho el agua del baño, comienzo a sacar mi ropa, él se irá primero, como algunas mañanas cuando dormimos en mi casa. Siempre en mi casa, ni una sola vez he pisado la suya, no sé por qué, pero no suena tan extraño.
Voy camino al baño cuando ya él está abotonando rápidamente su camisa.
—Nos vemos en la empresa—me dice cuando me pierdo dentro del baño.
—Nos vemos allí.
Terminé de ducharme, me puse un elegante traje de chaqueta de diseñador en un tono azul marino profundo, complementado con una blusa de seda blanca y unos stilettos de tacón alto de Louboutin. La discreta, pero lujosa pulsera de diamantes en mi muñeca y el bolso de cuero de Hermès completaban mi conjunto, hoy solo quería ponerme lo mejor, era un día especial.
No se cumple veintinueve años todos los días.
Estaba muy nerviosa por lo que Alexander me fuera a regalar el día de hoy.
Subí a mi coche, un Tesla Model S, y aprecié el bello día que hacía. Esperaba que no hubiera mucho tráfico.
Vivo en un ático de lujo en el Upper East Side de Manhattan. Mi hogar, con vistas panorámicas de Central Park y el skyline de la ciudad, siempre me ofrecía un respiro del ajetreo diario. Las calles arboladas y la tranquilidad del vecindario eran el contraste perfecto con la vida acelerada que llevábamos en Sterling Capital Partners.
Como Chief Operating Officer (COO) de Sterling Capital Partners, mi función era crucial. Trabajaba codo a codo con Percival Alexander Sterling, nuestro CEO, para garantizar que todas las operaciones de la empresa se realizaran de manera eficiente y efectiva. Mi responsabilidad abarcaba desde supervisar los distintos departamentos hasta implementar las estrategias diseñadas por Alexander y la junta directiva. Nuestra colaboración era fundamental para el éxito continuo de la firma.
Mientras conducía hacia nuestra sede en 200 Vesey Street, en el Distrito Financiero, mi mente no dejaba de repasar los posibles escenarios del día. Aunque mi mente exageraba un poco y pensaba en cosas que eran imposible que sucedieran, como que Alexander me estuviera esperando en el trabajo con un enorme cartel de amor y un ramo de flores, mientras todo el mundo se da cuenta de que estamos juntos y nos amamos.
¡Ya lo sé! Eso es fantasear, pero me da la vida imaginarlo de esa manera, incluso si no puede suceder. Respeto su decisión y jamás lo presionaría para algo más. Él ha pasado por mucho, yo estuve allí, así que lo comprendo.
Alexander siempre encontraba formas de sorprenderme, aunque de maneras muy discretas, y hoy era mi cumpleaños, no sería la excepción. Con el tráfico fluyendo mejor de lo esperado, sentí una ligera sensación de alivio. Llegar puntual siempre era importante, pero hoy lo era aún más. Siempre llegaba luego que él, era casi una regla. Jamás podíamos llegar juntos.
Al aparcar y caminar hacia el rascacielos que albergaba nuestra oficina, el nerviosismo persistía, todavía fantaseando con una gran sorpresa.
Cuando llegué a la oficina, me recibió mi secretaria, Daila. Siempre puntual, eficiente y con aquella sonrisa cálida perlada de brakets y un café recién hecho.
—Buenos días, Arabella—dijo mientras me acompañaba hacia mi oficina.
—Buenos días, Daila—respondí, me sentía demasiado feliz.
Cuando Daila abrió la puerta de mi oficina, lo primero que vi fue el lugar lleno de hermosas rosas. Eran rosas, mis favoritas.
Me detuve por un momento, sorprendida y encantada.
Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro. Sabía que era obra de Alexander.
—¡Feliz cumpleaños, Arabella! —exclamó Daila, claramente emocionada por la sorpresa.
—Gracias, Daila—respondí, aún maravillada por la belleza de las rosas que llenaban la habitación con su fragancia. Estaba todo forrado en ellas, solo dejando un camino hacia mi escritorio.
—Siempre me he preguntado quién te hace tantos regalos. ¿Quién es?
Solo sonreí y no dije nada. El secreto de nuestra relación era algo que debía mantenerse bajo llave, al menos por ahora. ¿Es que en algún momento dejaría de serlo?
—Es un misterio—dije finalmente con un guiño, mientras entraba a mi oficina y cerraba la puerta suavemente detrás de mí.
Me acerqué a mi escritorio, inhalando el dulce aroma de las rosas. Alexander siempre sabía cómo hacerme sentir especial.
Mientras me sentaba y comenzaba a revisar los correos electrónicos del día, no podía evitar sentirme afortunada por tener a alguien como él en mi vida, tanto en lo personal como en lo profesional. Todo este tiempo juntos había sido maravilloso.
Al cabo de media hora desde que estaba allí, dejando para después llamadas que no quería contestar, como la de mi padre, solo llamaba dos veces al año, año nuevo y mi cumpleaños, yo solía responder solo una y esa fue la de año nuevo. Una dosis muy alta del papá del año.
La vibración llamó de nuevo mi atención y miré la pantalla.
Era… Elio.
Hace mucho que no sabía nada de él, tanto tiempo que sería un poco incómodo responder, aunque solo sería para felicitarme. Era lindo que llamara, en su cumpleaños yo solo le… envié un correo.
Miré hacia fuera, pensando en si debía responder; Alexander pasó apresuradamente delante de mi oficina, inmerso en una llamada telefónica. No miró hacia mí, pero su sola presencia era imposible de ignorar. Alexander, como siempre, se veía impecable. Su cabello castaño, ligeramente ondulado, estaba peinado de manera perfecta, añadiendo un toque de desorden calculado que solo aumentaba su atractivo, lo había visto miles de veces peinarse, no es que empleara mucho tiempo en ello, solo eran dos movimientos. Arreglar y luego desordenar un poco, pero ese simple acto era muy sexi en él. Alto y fuerte, su figura atlética era evidente incluso bajo el traje de diseñador que llevaba. Los hombros anchos y bien formados llenaban su chaqueta a la perfección, proyectando una imagen de poder y confianza. Todo ese poder en la cama… esa confianza. Creo que mi mente estaba volando hacia otras cosas. Su rostro era una obra maestra de la naturaleza, Dios sabe que se esmeró en hacerlo. Pómulos altos y bien definidos, una mandíbula cuadrada y fuerte, y unos ojos de un gris intenso que podían derretir el hielo con una sola mirada. Siempre había algo en su porte, en la forma en que caminaba con seguridad y determinación, que lo hacía destacar entre la multitud. Aunque estaba inmerso en su llamada, gesticulando suavemente con una mano mientras sostenía el teléfono con la otra, su presencia irradiaba una calma controlada, sabía que yo no era la única que se quedaba embobada mirándolo cada vez que él salía de su oficina. Sabía que estaba manejando algo importante, probablemente otra de esas negociaciones de alto nivel que definían nuestra empresa. O… estaba planeando nuestra celebración para mi cumpleaños.
Me quedé observándolo por un momento, admirando la combinación de elegancia y fuerza que siempre parecía emanar de él. Aunque no había notado mi mirada, sentí una punzada de cariño.
Finalmente, se perdió de vista, su voz firme aún resonando ligeramente en el pasillo.
—Espérame allí, no te atrevas a moverte del lugar— fueron las palabras que llegaron hasta mi oficina provenientes de él.
Me dejé llevar por un suspiro y volví a concentrarme en la llamada persistente de Elio.
Pero… ¿a dónde iba Alexander? No parecía de trabajo, no después de esas últimas palabras, mucho menos de algo que tuviera que ver con mi cumpleaños.
Miré de nuevo el nombre de Elio en pantalla y respondí.
—Feliz cumpleaños, leoncita. —¡Vaya! Hace tiempo que no me llamaba así.
—Elio, muchas gracias.
—¿Te llegaron las flores?
—¿Las…flores? —miré mi oficina, completamente forrada en flores, pero eran de parte de Alexander.
—Sí, tus favoritas. Rosa Juliet—¿Fue Elio? —Hay una nota—me pongo de pie y empiezo a buscar como loca la nota entre las rosas, el olor me empapa la nariz y sonrió, no imaginé que se tratara de Elio—. Dije que la nota la pusieran junto a la más hermosa—entonces me detengo. Siento un agradable escalofrió recorrer mi cuerpo y sonrío como tonta mientras me llega un recuerdo. Nuestro baile de graduación, bueno, el suyo, yo ya tenía dos años de haberme graduado, Elio es tres años menor que yo. Pero me pidió que fuera su pareja, aunque no hubo baile, obviamente, ya que él sigue en silla de ruedas, pero esa noche fue hermosa, una de las mejores de mi vida, me recogió en casa en una limusina, el vestido que su madre me regaló fue de lo más bello y lo recuerdo con aquella rosa en su mano, mi favorita. Yo ya estaba en la universidad y él apenas graduándose.
Era raro… la confesión de ese día. ¿Cómo es que podía estar enamorado de mí en ese entonces? Es decir, no solo yo era tres años mayor que él, sino que éramos muy amigos, nuestras madres eran como hermanas, no crecimos juntos pero cada verano de cada año de nuestras vidas íbamos a las mismas vacaciones.
Nunca fue muy reservado, siempre fue muy alegre, bromista, hasta que ocurrió ese accidente, luego… llegó un Elio más sombrío, distante y triste, sobre todo esos últimos años antes de que yo me fuera a la universidad en Londres.
Regresé al país porque era el cumpleaños de mi madre y coincidía con el baile de graduación de Elio.
Desde esa confesión la distancia aumentó entre nosotros, como si fuera imposible que la amistad continuara.
Nos veíamos dos veces al año.
En el cumpleaños de mi madre, en el cumpleaños de su madre. Poco sabía de su vida, pero su madre no estaba muy feliz con él, no tenía más detalles.
Junto a la puerta estaba la rosa más bella de todas y allí pude ver la nota.
La tomé cautelosamente y me dispuse a leer lo que ponía, pero solo había un dibujo de Nala, la pequeña leona del rey león.
Aquello me pareció de lo más tierno y agradable en toda la mañana.
—Nala— susurré con emoción.
—¿Te han gustado?
—¿Y cómo no? Si… toda la oficina está llena de ellas, muchas gracias, Elio.
—¿Quieres almorzar hoy conmigo? Si no tienes planes.
—¿Estás en la ciudad?
—Vivo aquí, leoncita.
—Oh… no lo sabía. Hace tanto que no nos ponemos al corriendo de nuestras vida.
—¿Tienes planes?
—Sí—claro que sí, Alexander seguro tenía algo planeado para el almuerzo y luego un cierre especial para la cena—. Puede ser otro día. Creo que tendríamos que vernos y poder ponernos al tanto de todo.
—Eso sería agradable.
—Elio, ha sido muy agradable recibir estas rosas. Espero que nos veamos pronto.
—Ten un feliz cumpleaños.
Me devolví a mi asiento con la nota en la mano.
Estas rosas eran de Elio.
Todavía no llegaban las de Alexander. ¿Por qué? ¿Tan distraído estaba esta mañana? Podría ser por lo que estaba organizando para mi cumpleaños.
Me incorporé de nuevo, recorriendo toda mi oficina mientras apreciaba este bello detalle, tan propio de Elio.
En ese momento llegó un hombre con un ramo de rosas rojas, Daila lo hizo pasar y yo las recibí, pero ya no era tanta la emoción como la que sentí al entrar a la oficina y ver todo cubierto por mis rosas favoritas.
Leí la nota, solo ponía una dirección que ya conocía perfectamente. Siempre frecuentábamos ese restaurante.
Supongo que mis expectativas sobre un cumpleaños asombroso tenían que disminuir.
Pero todavía quedaba eso que Alexander estaba organizando. Espero que no solo sean fantasías mías.