Cuando salió de aquel lugar, toda apestosa, mugrienta y con el cabello enmarañado, su aliento oliendo fatal y con mucho dolor de cuerpo, miró la luz del día, sintió el sol en su cara y comenzó a llorar. Solo habían sido dos semanas en ese encierro, pero sin muchas esperanzas de salir, con cada hora llena de impotencia y bañada en un miedo horrible sin saber qué iba a pasar con ella.
Había sido muy maltratada y eso a nadie le importaba.
Miró en su bolso para ver si tenía algo de dinero, ningún taxi la iba a querer subir con lo mal que olía. Su celular estaba descargado, ya que en todo ese tiempo se mantuvo encendido. Ni siquiera tenía un cargador.
Observó un coche que pasaba frente a ella, de manera muy lenta y con las ventanillas hacia abajo, la cabellera rubia de Elena llamó su atención, mas el hombre al que besaba con mucha pasión. Era Adrien.
Quiso girar su rostro pero no pudo, solo se quedó viendo aquella imagen mientras el bolso caía de sus manos, esparciendo todas sus cosas por el suelo.
—Disculpe.—un hombre se acercó a ella, ayudándola a recoger sus cosas del suelo.—Creo que es usted la señora Valeria Richardson.
—Soy yo, ¿en qué problema me he metido ahora?—preguntó con temblor en su voz, echó todas sus cosas en su bolso y se incorporó.
—No creo que esté en ningún problema. Soy el chofer de la señora Janet Mckenzie, ella espera por usted en el coche. Le ruego que no la haga esperar, cuenta con poco tiempo y ha venido expresamente a verla a usted.
—¿L-La señora Mckenzie? Debe de estar equivocado, seguro que vino a ver a Elena, pero ya se han ido. Se ha equivocado de persona, lo siento.—tomó su bolso y comenzó a caminar lejos de aquel hombre.
—¡¿No es usted la nueva señora Mckenzie?!—le preguntó el hombre, corriendo hacia donde ella.—Es usted la nueva señora Mckenzie. Por favor, venga conmigo. No me he equivocado de persona. Le ruego que no me haga perder mas tiempo.
Valeria se miró resignada, observándose con lo maloliente que iba.
—No puedo verla así, doy asco.
—La señora sabe que acaba de salir de la cárcel. Venga conmigo.
Valeria lo siguió muy avergonzada por su aspecto, tendría que conocer a la madre de Adrien luciendo tan mal.
El chofer le abrió la puerta del coche, dejando ver a una bella señora en el interior.
—No puedo acercarme a ella en este estado, le hablaré desde fuera.—sugirió.
—Valeria Richardson, entra ahora mismo.—dijo una voz desde dentro.
Sin mas remedio, Valeria entró.
—¡Lo siento! Estoy apestando.—se pegó junto a la puerta, lo mas lejos posible de la señora, quien lucía un traje blanco, a juego con sus hermosas canas que le daban un toque mas maduro a la señora, aunque las arrugas en su rostro escaseaban y lo mas que se podían ver eran las líneas de expresión. Llevaba unos pendientes muy brillantes, con un baño en oro y un diamante alargado que llamaba la atención de toda su cara, en su cuello, sobre su escote, había un collar de perlas en caída, sus manos eran adornadas por varias pulseras plateadas y sus dedos estaban llenos de anillos, a la señora Mckenzie le gustaba adornarse con cosas muy costosas. Su bolso Prada estaba a un lado, tan pequeño que cabía dentro del bolso barato de Valeria.
—No te preocupes, sabía que ibas a estar en mal estado, aún así he querido venir a verte. No sé qué le dijiste a mi hijo que te ha sacado de la cárcel, yo venía con esa intención. No entiendo como los insolentes Sinclair se han atrevido a meterte en la cárcel. Supongo que la tal Elena ha de sentirse alentada y protegida por Adrien. Par de indolentes. ¿Cómo estás?
Valeria levantó la mirada hacia aquella señora sin comprender mucho la situación.
—Estoy bien.—mintió entre lágrimas, jamás se había sentido tan mal.—Pudo haber sido peor.—secó su rostro y miró el suave rostro de aquella señora.—No entiendo qué hago aquí.
—¿Tienes a dónde ir?
—Supongo que a casa de mi madre.
—¿Y dejar a tu esposo en esta ciudad?
—Como usted comprenderá, soy la esposa de Adrien, pero él no parece ser mi esposo. Estaremos casados por un año solo porque me dio su palabra y aunque me odie, parece no poder romper la promesa que hizo. No sé si eso sea bueno o sea malo, solo lo acorralé para poder salir de la cárcel, ahora no sé qué hacer, no tengo ningún plan. Volveré con mi madre para cuidar de ella y buscaré un trabajo allí, de lo que sea. Cajera estaría bien. Me conformo con estar tranquila.
—Según investigué sobre ti, trabajas en nuestra empresa.
—Puede que esté despedida.
—No, no lo creo. Trabajas actualmente en el departamento de publicidad pero también Adrien te da otros usos. Vivías bajo el techo de los Sinclair, ellos te acogieron mientras tú terminabas tu carrera, eras amiga de Elena, su hija, y ahora te odian porque te quedaste con su esposo. Es decir, allí ya no puedes volver. No eres de buena familia, pero se han esforzado por sacarte adelante. ¿Pretendes volver con tu madre para trabajar de cajera después de todo el sacrificio que ellos han hecho por ti?
—¿Qué mas puedo hacer?
—Te ofrezco que te quedes, seas la esposa de Adrien y desempeñes tu papel como la señora Mckenzie, eso es algo que puedo asegurarte. Lo que no puedo decirte que te entregaré es el amor de mi hijo, eso debes de ganártelo tú. Eres su esposa, desempeña tu papel como tal y ábrete camino en su corazón, ya sea para quedarte durante lo que queda de ese año de matrimonio o incluso para quedarte mas tiempo. No me haría ninguna gracia que Adrien se divorciara después de un año. ¿Conoces la figura que se ha creado mi hijo? Su palabra es valiosa, pero también su figura, lo que muestra, lo que da a demostrar, la confianza que emana, la seguridad. Va a necesitar de su esposa a su lado, aunque solo seas de papel, eres una figura que Adrien tendrá que hacer uso de ella bajo el ojo público. Están casados aunque a él no le guste, incluso si está con Elena, ella será la amante, no mas. Tú eres la señora Mckenzie.
—La señora ¿Mckenzie?
—Pero no en ese estado, no con esa poca actitud y esa falta de porte. Necesitas una casa donde ser la señora, hacer que tu esposo te visite y lucirte como lo que eres. Traeremos a tu madre aquí, estarás cómoda, pero…antes tienes que hacer muchos cambios en ti, no puedes salir ante el público como luces en tu vida actual, no puedes volver a la empresa con tan como porte. Lucius, vámonos al spa. A esta niña hay que hacerla casi completa.
Aquel día, Janet Mckenzie arrojó un poco de luz a la vida de Valeria Richardson, convirtiéndola realmente en la nueva señora Mckenzie, para gusto o disgusto de Adrien y Elena Sinclair.
La llevó al spa, donde a Valeria la bañaron de pies a cabeza, literalmente. Depilaron todo su cuerpo, le hicieron varias secciones y de allí fue llevada al centro de belleza para hacer algo con su pelo todo maltratado.
Terminó con un corte hermoso por encima de los hombros con unos picos hacia adelante, un poco mas largo que la parte de atrás, reavivaron el color marrón de su pelo y le dieron un tono un poco mas claro, sin salirse mucho de su tono natural, dejaron sus cejas de maravilla y al mirarse al espejo Valeria no podía creer que esa en aquel reflejo se trababa de ella.
Admitía que estaba hermosa y le gustaba como se veía cada parte de ella.
Ropa.
Jamás, nunca en toda su vida tuvo tanta ropa. Mucho menos ropa de marca. Janet solo entraba a las tienda de diseñador, marcas reconocidas internacionalmente y muy costosas.
Ella solo estaba allí, de pie, viendo como las empleadas no dejaban de traer ropa de su talla y Janet iba dando el visto bueno. Tuvieron que traer otro coche porque las cosas de la compra no cabían en el que iban ellas dos.
¿Zapatos? La palabra había perdido el sentido para Valeria de tantos pares de zapatos de todo tipo, clase y marcas que ahora tenía.
—¡Mas te vale que domines todos esos tacones, mujer! Alguien elegante siempre tiene que ir con altura, con un andar suave y calmado, sin llamar mucho la atención, no intentes ser vulgar, eso no es tener clase. Siempre usa la misma medida del tacón, puede que un poco mas bajo, pero no mas alto. Los bolso, son una parte importante que deben de encajar muy bien con tu atuendo, si eliges mal un bolso, cada cosa de ti se verá muy mal también. Por favor, guarda mis consejos. Es importante.
Escuchó con atención cada cosa que la señora le dijo y las fue guardando en su memoria.
Ahora, con dos coches llenos de cosas elegantes y muy costosas, Valeria iba camino hacia su nueva casa, donde pronto podría traer a su madre y ella sería la señora del lugar.
—¿E-Este lugar?—bajó del coche con la boca abierta, mirando la asombrosa casa de varios niveles frente a ella, con una fachada decorada en piedras, unas enormes ventanas en cristal abierto y flores, adornada con muchas plantas y un jardín hermoso, como todo lo que había allí.
—Esta es tu nueva casa. Quizás algún día podrás llenarla de niños.
—¡Es enorme!
—Querida, fue la mas pequeña que encontré entre las que tenemos, además es una de las que mas visita Adrien, dice que le gusta venir aquí a pensar, que es como su santuario. Y en su santuario ahora estará su esposa. ¿No es increíble? Tendrás empleadas que harán todo por ti, solo tienes que abrir la boca. Recuerda que eres la señora, la nueva señora Mckenzie. Haz uso de ese apellido que ahora ostentas, sin pena alguna. ¿Conduces? Creo recordar que en la cochera hay dos coches que pueden ser aptos para ti, si necesitas un chofer, no dudes en pedirlo y desde mañana vuelve a tu trabajo, entrando por la puerta grande como la señora, ya no solo la empleada. No me defraudes, querida. Veo potencial en ti.—sacó una pequeña caja de su bolso y se la entregó a Valeria. Era un móvil nuevo.—Esto es para ti, tienes que tener móvil nuevo. No compartas tu número con todo el mundo, ahora eso tiene que ser algo un poco exclusivo. Se fuerte, no es fácil afrontar el rechazo de un hombre, pero se sobrevive.
Cuatro mujeres salieron de la casa con uniformes azules con blanco y saludaron a la nueva señora de la casa, presentándose ante ella, comenzaron a sacar bolsas de los coches mientras Valeria conocía la casa.
Una nueva etapa comenzaba para Valeria, solo tenía que ser fuerte y soportar los rechazos de Adrien, las rabietas de Elena y hacerle frente a la vida que tendría de ahora en adelante como la señora Mckenzie. Y esperar, si contaba con suerte, a que Adrien acertara a visitar la casa.