¿Cuánto vale tu palabra?

1652 Words
Por agresión, Valeria Richardson llevaba presa dos semanas. Aquello había sido parte de la familia Sinclair, una forma de vengarse por las pocas y pequeñas quemaduras que recibió Elena en su espalda, tan insignificantes como las mismas quemaduras que recibió Valeria en sus manos al intentar apartarla del fuego y que estas ya estaban sanas. La habían dejado hacer una llamada cuando entró la primera noche a la cárcel, pero solo le sirvió para llamar a su madre y decirle que no se preocupara, solo que respondió una vecina para decirle que su madre estaba en cama por culpa de ella y lo que le había hecho a la familia Sinclair al quitarle el marido a la señorita Elena, más arrojarla al fuego para dañar su cuerpo y que así Adrien no la amara a ella. Su madre recibió tal impresión por los hechos que cometió su hija, que le dio un infarto y eso la dejó en cama, donde se salvó gracias a esa vecina que llamó a la emergencia a tiempo, pero estaba delicada de salud y con su hija presa, mas toda la vergüenza con la que cargaba hacia esa familia que solo les tendió la mano y con lo ingrata que le había salido la hija. Estaba en una celda común y apestosa con dos mujeres más que no dejaban de pelear, de cambiarla de cama y de comerle la comida, pero al menos no le pegaban, con eso Valeria se conformaba. Aquella mañana del martes, recibió una visita, no tenía idea de quien podría ser. Ninguno de sus amigos sabían que ella estaba allí, su madre estaba en cama y primero iría el diablo a visitarla antes que Adrien. Pero para su sorpresa, era Elena Sinclair. Llegó tan radiante y hermosa como siempre, caminaba como si estuviera sobre una pasarela y el vestuario que llevaba era digno de una. Agitó su pelo con elegancia y retiró unos guantes que llevaba en sus manos dedo por dedo, con porte y tranquilidad, aquellos tacones eran tan altos, que ella le sacaba cabeza a todos los presentes, mas sus largas y elegantes piernas, sus caderas se contoneaban por el lugar, logrando cautivar la atención de todos. —Valeria Richardson, acérquese.—le ordenó uno de los guardias.—Saque sus manos para ponerle las esposas. Tiene visita.—sacó sus manos y las esposas le fueron colocadas. No era como que fueran a ir muy lejos, solo a unos metros mas en unos asientos todos descoloridos. Aquello era un destacamento y allí no habían las comodidades que estaba exigiendo Elena para realizar su visita. —No pienso sentarme en esa cosa.—dijo con asco, viendo que ya Valeria estaba sentada. —Pues quédese de pie, princesita.—le dijo el guardia.—La visita empieza ya, solo tiene diez minutos y ya le quedan nueve de ellos. —Entonces cállese para que yo pueda comenzar hablar.—el guardia, que tenía que estar presente, se quedó en silencio para que Elena hablara. Sacó unos papeles del bolso Gucci que colgaba de su brazo izquierdo y los dejó sobre la descolorida mesa.—Tómalos. Ahora mismo te busco un bolígrafo.—hurgó en ella y sacó un bolígrafo azul.—Ya está, son los papeles del divorcio, fírmalos. Cuando Valeria escuchó “divorcio”, una corriente de aire la golpeó, causándole un escalofrío tan intenso, que sus lágrimas salieron. —¿Por qué no ha venido él?—era mas que obvio, Adrien Mckenzie no quería ni verle la cara a su esposa. —¿Qué es lo que quieres de Adrien? Hasta hace nada solo eran dos completos desconocidos, tu eras su empleada y la mujer que estaba de acogida en casa de mis padres. ¿A qué Adrien vendría a verte a este lugar? Solo llevan unas cuantas semanas casados, tampoco te hagas la sufrida, solo firma. Será mas fácil para todos. Valeria tomó los papales como pudo y comenzó a leerlos. Debajo, donde se requerían las firmas, ya estaba la de Adrien. Todo terminaría si firmaba. ¿Todo terminaría si firmaba? ¿Cómo saldría de aquella cárcel? Si ya no valía nada para los Sinclair y encima dejaba de ser la esposa de Adrien, la nueva señora Mckenzie, entonces ¿no se la iban a devorar viva? Volvió a mirar la firma de Adrien. «¿Dónde está su supuesta palabra? Se supone que estaríamos casados un año, pero…tiró lo que dijo a la basura, tal como yo pensé que haría. Me toma por tonta, todos me toman por tonta, me ven como a una inútil que pueden usar, pisotear, golpear y hasta escupir. Si firmo el divorcio, nadie me sacará de esta cárcel, pero si digo que la señora Mckenzie está en esa jaula apestosa y llena de orina, le prestarán mas atención a Valeria Mckenzie que a Valeria Richardson. ¿Cómo quiere que firme cuando me prometió un año? Ahora solo quedaría como la roba maridos, la que traicionó a los Sinclair, la mujer que vale menos que un perro callejero y sarnoso. No, no podía hacerme eso a mí misma.» —Dile a Adrien que si quiere que firme el divorcio, que venga a pedírmelo él mismo. ¿Te sirvieron las dos semanas de luna de miel para poder deshacerte del bebé que esperas y que no es de Adrien?—vio como el rostro de Elena se ponía pálido al saber que Valeria sabía su secreto.—Oh, supongo que sí o estarías en problemas. —No sé de lo que hablas, Valeria. Adrien no entrará a este lugar solo para que tú firmes el divorcio. —Pues no lo firmo. Disculpe, guardia. Ya quiero terminar esta visita.—Valeria se puso de pie y se marchó con el guardia. Sus esposas fueron retiradas y la celda cerrada. Diez minutos después, Adrien Mckenzie estaba frente a la celda. Definitivamente quería ese divorcio como para entrar a aquel lugar. —¿Quiere entrar o prefiere que la saque fuera?—le preguntó el seguridad. —No hace falta. Hablaré con ella desde aquí, solo me tomará unos segundos. —Está bien, señor. Las otras dos mujeres que estaban dentro, al notar el hermoso rostro de ese hombre al que llamaban señor, se acercaron a Valeria. —¿Por qué viene a verte esa señorita tan guapa y ahora este hombre hermoso? —Es mi esposo.—confesó Valeria y las mujeres quedaron asombradas. —¡Pues ve habla con él! —No lo dejes esperar, ¿estás loca? —No, todavía no.—la última vez él había visto su humillación y no hizo nada. Ahora era él quien debía hablar primero. Adrien se quedó mirándola con ojos chispeantes, a la espera de que ella corriera necesitada hablar con él, pero Valeria solo lo observaba sin tan siquiera inmutarse. No, no se acercaría. Esta era una lucha silenciosa entre ellos dos y habría que ver quien ganaba. El ganador sería el que tendría que ceder. —Valeria.—dijo al fin Adrien Mckenzie, no queriendo pasar un solo minuto allí, con aquel fuerte olor a orina y otras tantas porquerías.—Acércate. Hablemos del divorcio. Las dos mujeres observaron maravilladas como Valeria había ganado el primer round contra el hombre poderoso que la observaba desde detrás de los barrotes. Se puso de pie, con las nalgas aplastadas de la dura madera del asiento que no ablandaba, su aliento olía mal, ella lo sabía, por lo que guardó la distancia con Adrien. —¿A qué has venido aquí?—preguntó con desganas. —Quiero que firmes el divorcio. Nunca debió pasar, acortemos esto y separemos nuestros caminos. —Nunca han estado unidos.—dijo ella.—No hay nada que separar. —¿Dices que vas a firmar el divorcio? —Digo que…la nueva señora Mckenzie está presa en una cochina celda, junto a dos mugrientas prostitutas que no dejan de pelearse entre ellas, t*****e en las noches y comer mi comida. ¿Quién tiene que enterarse de esto para que la prensa lo sepa? Mírame, ¿estoy en condiciones de firmar los papeles de un divorcio? No, apesto, apenas el agua llega a rozar mi cuerpo, no duermo bien y tengo mucha hambre. —Quieres que te saque de aquí, ¿luego firmas los papales?—Adrien se mostró confundido. —No estás entendiendo, Adrien.—él apretó su mandíbula cuando ella dijo su nombre de pila.—Soy tu esposa, lo más valioso que tienes, cosa que se te respeta y es tu palabra, lo estás tirando junto aquel retrete podrido. ¿No me diste tu palabra de que íbamos a estar casados por todo un año?—se dio la vuelta para mirar a sus compañeras de celda.—Chicas, no confíen en la palabra de un hombre rico, no les sirve de nada y andan dándolas como si fuera oro. Es mejor cuando hablan con dinero, su palabra no les vale. —¡Es cierto! ¡Cómo follan, pero luego nunca cumplen! —Son de lo peor. ¡Como ratas de alcantarillas! Al escuchar a las mujeres insultar su palabra, Adrien se salió de control, se sujetó a las mugrientas barras y se acercó a ellas. —Mi palabra vale lo que digo que vale, y vale mucho. Pero… —¡Uy! ¡Señor Mckenzie! Se va ensuciar las manos.—dijo en tono de burla Valeria, las chicas se le unieron y comenzaron a decir groserías contra el hombre rico que no tenía palabra. —¡Cállense, carajo! ¡Mi palabra vale mas que la vida de las tres! Un año, serán como mil años a tu lado, lleno de agonía, pero será peor para ti.—dijo de manera muy fría. Se alejó de allí y minutos después ya Valeria estaba fuera de la celda. Era libre.
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