06. El prisionero astuto

1239 Words
Serenity se incorporó grácilmente de su posición de cuclillas. Sus mejillas, normalmente pálidas, ardían con un rubor intenso. Con un leve carraspeo, anunció: —Ahora regreso—dijo antes de encaminarse hacia la puerta con pasos ligeros. Justo cuando estaba a punto de cruzar el umbral, la profunda y áspera voz de Gideón la detuvo en seco: —Espera un momento. Serenity se giró sobre sus talones, enfrentando al imponente hombre con una mirada inquisitiva. Sus labios, carnosos y tensos, temblaron ligeramente mientras esperaba a que él continuara. Gideón, sin prestar atención al sonrojo que teñía las facciones de la joven, clavó su mirada penetrante en ella, con su semblante serio y decidido. —¿Sí, dime? —inquirió Serenity, con un tono de voz tímido. Las palabras de Gideón resonaron con autoridad: —No le revelarás a nadie de este palacio que hablo tu idioma. Guarda este secreto... Los ojos de Serenity se abrieron de par en par, reflejando su sorpresa. Sin pensarlo dos veces, replicó: —¿Por qué no quieres que nadie lo sepa? Es mejor, así no te creerán un salvaje. Gideón endureció su expresión, su mandíbula tensándose. —No fue una petición, ni una solicitud. No le dirás a nadie que puedo hablar y comprender tu idioma—. Su tono no admitía réplica. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Serenity ante la firmeza de sus palabras. Tragando saliva, asintió levemente. —E-Está bien... N-No le diré a nadie. Lo prometo...—. Dicho esto, salió apresuradamente de la habitación, cerrando la puerta de roble tras ella y echando el cerrojo con manos temblorosas. En el pasillo, Serenity se recostó contra la fría superficie de madera, permitiendo que su espalda descansara sobre ella. Su mente era un torbellino de pensamientos y emociones encontradas. «Le obedecí sin chistar... ¿Qué me pasa? Él es nuestro prisionero, pero actúa como si...». Incapaz de completar su línea de pensamiento, llevó una mano a su frente, apartando algunos mechones de su cabello lacio. Su corazón latía con fuerza, sus mejillas ardían y sus piernas amenazaban con flaquear bajo su propio peso. Fue entonces cuando una revelación la golpeó: «Quizás estoy tan acostumbrada a recibir órdenes que cuando otro hombre fuerte me las da, le obedezco sin pensarlo...». Se encogió de hombros, tratando de restarle importancia a sus propias cavilaciones. —En fin... iré a buscar plantas para curarlo...—. Con su escueto valor renovado, Serenity recorrió los laberínticos pasillos del castillo, mientras sus pasos resonaban contra las losas de piedra. Finalmente, llegó al invernadero real, un santuario de vida y color en medio de los fríos muros de piedra. Allí, cortó algunas flores curativas y hierbas frescas que ella misma había creado con su magia, sintiendo una emoción creciente ante la perspectiva de realizar una tarea diferente a su rutina habitual. Luego, con el ramillete en su mano, pasó por el salón de sanación, tomando vendas limpias, agua tibia y alcohol para desinfectar. Durante su recorrido, los murmullos de los sirvientes que deambulaban por los pasillos llegaban a sus oídos. Todos hablaban sobre los bárbaros del reino de Zythos y la captura del gran rey Gideón. Las palabras resonaban con desdén y temor, creando un zumbido constante que envolvía a Serenity. Pasados unos minutos, se encontraba en la cocina, machacando las hierbas con un mortero de piedra para crear un ungüento curativo. Mientras trabajaba diligentemente, las cocineras la ignoraban, lanzándole miradas de soslayo cargadas de desprecio. Después de dos años de matrimonio sin haber dado un heredero al reino, no la veían como una figura de autoridad, sino simplemente como una mujer bonita con un título vacío. «Si tan solo supieran que soy yo quien suplo al reino con las Flores de Zafiro y creo su famosa miel, el oro líquido de Avalonia», pensaba Serenity cuando las miradas reprobatorias caían sobre ella. Pero no podía decir nada al respecto, su esposo se lo negaba, quizás para evitar que vieran el valor que ella tenía, más allá de ser la madre del inexistente heredero al trono. —Los calabozos de la parte baja del castillo están repletos de salvajes—comentó una sirvienta con desdén, rompiendo el silencio. —Qué exagerada, solo hay diez. Al resto los mataron, según escuché, los irán sacrificando poco a poco... esos salvajes, lucen apestosos y sanguinarios. Ojalá los maten a todos. Escuché que se comían a sus víctimas, ¡les gustaba comer bebés y niños! —agregó otra con un escalofrío. —¡Ay, qué horror! —exclamó una tercera, llevándose una mano a la boca mientras sus ojos se abrían con espanto. Serenity, con su oído bien alerta, se estremeció también, imaginándose a Gideón cometiendo actos tan atroces. Las palabras de las sirvientas resonaban con crueldad: —Sí, no puedo esperar menos de hombres lobo. Fueron el azote de muchos reinos. Me alegro de que nuestro Rey Varkan al fin acabó con esa amenaza. «No acabó con ellos, solo hizo un trato vil y cobarde con unos traidores», pensaba Serenity, deseando decirles aquello, pero guardó silencio ante el temor de las represalias. Por otra parte, en la habitación, Gideón permanecía en silencio, su mente trabajando a toda velocidad. «Me quedaré aquí por un tiempo para estudiar a este rey y su reino, y por supuesto, para ganarme la confianza de mi futura esposa. Aunque quiera o no, se casará conmigo, no hay espacio para el titubeo. Será la madre de mis cachorros. Ella posee algo, algún tipo de fuerza, puedo sentirla, pero no tengo la menor idea de qué pueda ser. Ella no es humana, sin embargo, ¿por qué le dicen reina inútil? Es extraño, investigaré sobre eso», cavilaba Gideón, frunciendo el ceño. De repente, sintió sus manos entumecidas, las cadenas que lo aprisionaban apretándose contra su piel. Fue por esa razón que se transformó en su forma de lobo, convirtiéndose en una imponente criatura de pelaje oscuro como la noche y ojos rojos que brillaban con un destello aterrador. Caminando en un paso algo desigual debido a su herida, comenzó a examinar la habitación con una mirada analítica, viendo las ventanas y buscando posibles rutas de escape. Libre de las cadenas que siempre pudo quitarse, volvió a adoptar su forma humana y se acercó a una de las ventanas. Dando un ágil salto, se situó sobre el borde del marco, escudriñando el exterior. Las ventanas estaban selladas, sin posibilidad de abrirse, y se encontraban a una altura considerable. Si lograba romperlas, una caída desde esa distancia sería mortal. —A menos que pueda trepar por la pared. Tendría que ver si hay piedras sobresalientes perfectas para ese fin. Sin embargo, la única forma más sensata de salir es por la puerta, matando a todo aquel que se cruce en mi camino—. Una sonrisa se dibujó en sus labios imaginándose como se llevaba a Serenity con él mientras asesinaba a todas esas escorias—. Con ella como mi prisionera, poco lucharán, será un escape relativamente sencillo. Entonces, de repente, el aire en la austera habitación se cargó repentinamente con una fragancia sutil pero embriagadora, una mezcla de flores silvestres y notas cítricas que hizo que Gideón olfateara profundamente diciendo: —La diosa viene en camino —murmuró con voz grave, saltando con agilidad lobuna sobre sus pies, tenía que regresar y fingir que continuaba prisionero y vulnerable, aunque su teatro ya tenía los días contados…
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