01. La reina prisionera y rumores de guerra
El viento gélido de la noche azotaba con furia la melena castaña de un imponente Alfa que caminaba con decididos pasos entre sus temibles guerreros. Aquel hombre lobo era el rey Gideón, conocido como "Gideón el Devastador", cuya letal fama lo precedía, pues se decía que cualquier reino que Gideón pisara, caería reducido a cenizas y escombros.
Hasta ahora, su descomunal fuerza militar y estratégica lo habían mantenido invicto, convirtiéndolo en el terror de los reinos más poderosos. Y a él le deleitaba esa sanguinaria reputación, tanto como las cuantiosas riquezas que obtenía en sus saqueos.
En ese mismo momento, el rey guerrero supervisaba los preparativos finales para el asalto al reino de Avalonia, su próxima codiciada víctima. Su piel tostada por el sol se iluminaba bajo el fulgor de la luna mientras sus fríos ojos verdes esmeralda escudriñaban entre las tiendas con la gracia letal de un voraz depredador, vigilando a sus fieras tropas.
Los jinetes montaban a sus formidables Aerkors, esas colosales bestias aladas de oscuras y afiladas plumas, al igual que sus mortales picos y zarpas. Los guerreros afilaban con ímpetu sus afiladas armas y se cubrían con duras corazas de piel de las bestias que habían rendido en batalla. En el aire se percibía esa única y electrizante emoción que siempre precede al fragor de la batalla.
Hoy sería el día en que Gideón se adueñaría de la "Miel de Zafiro", ese preciado oro líquido proveniente de las Flores de Zafiro de Avalonia. Un néctar que poseía aptitudes mágicas, haciendo que cualquiera que lo consumiera se volviera prácticamente invencible.
Él ansiaba ese poder más que nada en el mundo. Junto con las inmensas riquezas de ese reino que obtendría a sangre y fuego. Su puño se crispó al pensar en los beneficios de consumir la mítica miel mágica. Pues ni el mismísimo rey Varkan de Avalonia podría detener entonces a sus imparables y devastadoras tropas.
Por tan solo pensar en ello, Gideón lanzó un grito por la emoción, siendo ese un clásico rugido primitivo de batalla que estremeció los huesos de sus guerreros. El rey esbozó una sonrisa, se sentía eufórico. Hoy conquistarían o morirían en el intento, pues no hay término medio para un sanguinario guerrero y despiadado rey como él.
Entonces, de repente, la voz grave de uno de sus exploradores perforó el tenso aire de aquella noche. El hombre lobo acababa de regresar con noticias cruciales.
—Su majestad —dijo el informante en tono serio e impasible—, todo está tan solitario como un cementerio abandonado. El ataque sorpresa se puede llevar a cabo ahora mismo sin mayor demora.
Gideón sonrió con complacida malicia y caminó con paso resuelto hacia su tienda personal, donde sus capitanes aguardaban para recibir sus órdenes.
—Esta será la conquista más fácil —señaló su capitán de ejército cuando vio a su rey—. Me alegro de que hayas decidido tomar Avalonia por sorpresa, mi Alfa Gideón.
—Debemos variar de vez en cuando las tácticas para no volvernos predecibles. Confío en esta estrategia que ideaste, Thorger, sé que esta es la mejor decisión —respondió Gideón, mirando con genuina confianza a su capitán, quien era como un hermano, su mejor amigo, el Alfa Thorger.
A diferencia de sus ataques habituales, esta vez no sería una embestida frontal y directa. Tomarían Avalonia por completo desprevenido y sin previo aviso. Gideón dejó escapar una carcajada al imaginar el pánico y el terror en los rostros de sus enemigos cuando sus tropas cayeran sobre ellos como una plaga de langostas. El reino de las Flores de Zafiro pronto sería suyo... sin embargo, él desconocía por completo que esa decisión marcaría un punto de no retorno que cambiaría su vida de forma irreversible...
Y en ese mismo instante a varios kilómetros de distancia donde Gideón planeaba su ataque, en el palacio real de Avalonia, la plateada luz lunar se filtraba a través de un vitral emplomado, bañando la estancia de la reina Serenity con un místico resplandor. La joven reina se hallaba sentada junto al idílico jardín de su aposento real, acariciando con reverencia los delicados pétalos de las Flores de Zafiro. Esas preciadas joyas de intenso color índigo que eran el mayor tesoro del reino de Avalonia, ese reino que había sido su hogar durante los últimos dos años... desde que se convirtió en la desgraciada esposa del rey Varkan.
El néctar mágico de estas flores otorgaba inimaginables poderes, y extraerlo no era tarea sencilla. Aun así, Serenity era una de las pocas bendecidas con el don de crear la codiciada "Miel de Zafiro", el recurso más valioso de todo Avalonia. Cerró los ojos, aspirando la exquisita fragancia, intentando evadirse, aunque fuera por un instante de su amarga realidad y del cruel yugo de su déspota esposo, quien sólo la había desposado por la avaricia de explotar su talento, jamás por amor.
Un repentino ruido en la puerta la sobresaltó. Por instinto, llevó una mano a su agitado pecho mientras se volteaba, encontrándose con la imponente y odiosa figura del rey Varkan cruzando el umbral sin anunciarse, como le era costumbre al avaro monarca en sus propias estancias reales.
—¿Conspirando en mi contra de nuevo, mi estimada esposa? —la desdeñosa voz de Varkan retumbó en la silenciosa estancia mientras miraba a Serenity por encima del hombro con desdén.
La joven se levantó de su posición encorvada y bajó la vista con sumisa actitud.
—Sólo admiraba mis preciadas flores, mi señor. Jamás usaría mi magia sin tu permiso, y mucho menos en tu contra —su dulce voz tembló casi imperceptiblemente.
Los venenosos ojos de Varkan la estudiaron con recelo antes de sentenciar:
—No salgas de esta habitación hasta nuevo aviso... La noche será bastante movida.
—Así lo haré, mi señor —murmuró Serenity, con la vista aún clavada en el suelo, dejando que su blanca cabellera formara una cascada sedosa sobre su afligido rostro.
El rey Varkan la miró una vez más sin decir palabra y se retiró en un tenso silencio. Serenity reprimió un suspiro de resignación cuando la puerta se cerró.
«Ustedes también están atrapadas como yo...» pensó con tristeza, desviando su atención hacia las flores. Se sentía una prisionera en esa dorada jaula, soñando con una libertad que jamás llegaría. Estaría atada a su aborrecible esposo hasta el día de su muerte.
Como no podía salir por órdenes de su esposo y Rey, Serenity se fue a su cama, y aunque no tenía sueño, se recostó y cerró sus ojos. Al instante, la joven reina contuvo el aliento cuando en su mente aparecieron unos feroces ojos esmeralda que se clavaron en ella antes de que una voz grave y letal resonara:
“Entrégame la Miel de Zafiro... o te haré mi prisionera…” Serenity de inmediato abrió sus ojos, sintiendo su corazón latir con fuerza, y de inmediato dijo:
—¿Una visión premonitoria? No había tenido una desde…—murmuró ella temblando de miedo —que me casé con el rey Varkan… —susurró con voz ahogada pensando que cuando una visión aparecía, solo significaba problemas para ella, ya lo había aprendido de la peor manera…