Serenity abrió sus ojos de par en par en el momento en que Varkan la soltó con tal brusquedad que ella casi pierde el equilibrio.
—Anda a ver a tu perro. Quiero que me digas cuándo tengas sexo con él, quiero presenciarlo. Será muy divertido ver cómo ese salvaje te folla. Me imagino que será todo un espectáculo digno de presenciar, mi esposa siendo tomada por Gideón el Devastador, quien a su vez es mi cautivo.
Serenity se cubrió la boca, sus ojos llenándose de lágrimas ante la horrible perspectiva que le planteaba su cruel esposo. Aun así, como era su costumbre, guardó silencio, observando cómo Varkan se alejaba en dirección contraria a la recámara donde se encontraba Gideón. Sin tener adónde ir, la joven reina se encaminó hacia allí, y cuando abrió la puerta, se encontró con el fornido hombre lobo sentado en el suelo, encadenado a una de las altas columnas talladas. Gideón se encontraba plenamente despierto y, al verla entrar, clavó en ella su penetrante mirada de color esmeralda, recorriéndola de pies a cabeza. Serenity se estremeció, acercándose lentamente a él, manteniéndose a una distancia prudente.
—Así que tú eres la esposa del rey Varkan… lo imaginé por tu vestimenta elegante y porte de reina—dijo Gideón, con una pronunciación casi perfecta del Avalonio, aunque su acento grave era inconfundible.
Serenity tembló, presa del temor.
—Sí, estás en lo correcto —respondió ella, con voz tímida.
Gideón, sin dejar de observarla, se relamió los labios inconscientemente, y sin tapujos, añadió:
—Me han dicho el papel que desempeñaré en tu territorio...
Serenity tragó saliva, sintiéndose cada vez más nerviosa bajo la escrutadora mirada del rey.
—¿Entonces, lograste escuchar las palabras de mi esposo?
Gideón esbozó una sonrisa, recorriéndola con la mirada de una manera tan intrusiva que ocasionó que Serenity se sintiera inquieta. Sin embargo, la joven reina logró sobreponerse a ese sentimiento, centrando su atención en la herida de la pierna izquierda del hombre lobo.
—Esa herida fue hecha con una saeta para matar bestias aladas.
Gideón desvió de inmediato su atención hacia su pierna malherida.
—¿Cómo lo sabes? Bien pudo haber sido causada por cualquier otra arma. ¿Cómo estás tan segura de que fue una saeta especial?
Serenity frunció los labios, encogiéndose de hombros y antes de responder decidió evadir aquella pregunta de forma perfecta:
—Hablas muy bien el Avalonio, pensé que no podrías comunicarte... al igual que los otros de tu reino, los bárbaros que se reunieron con mi esposo.
Al instante, la joven reina se cubrió la boca, dándose cuenta de que había revelado algo que Varkan le había ordenado mantener en secreto. Aquello no era propio de ella, y no entendía cómo pudo confesar algo así con tanta facilidad.
Gideón alzó sus pobladas cejas, y la sonrisa que adornaba sus labios se desvaneció, sustituida por un semblante sombrío.
—Los bárbaros que se reunieron con tu esposo... —comenzó a decir, con su voz grave y pausada—. No hablemos de ellos.
—¿Por qué no?
Gideón guardó silencio por unos instantes, como si estuviera meditando cuidadosamente sus próximas palabras. Durante ese breve lapso, no apartó su penetrante mirada de la joven reina, y Serenity tampoco desvió sus ojos de él. Pese a la apariencia salvaje y feroz del hombre lobo, la mujer percibía en él un aire de racionalidad y agudeza que la desconcertaba. ¿Cómo pudo caer en una trampa tan burda? Todo le parecía tan extraño.
Lentamente, Serenity se acercó más a él, enfocando su atención en la herida de su pierna. Cuando estaba a punto de curarlo con su magia, se detuvo de golpe, recordando las amenazas de su esposo.
«No debo mostrar mi magia ante él...»
—¿Qué pretendías hacer, diosa de cabellos blancos? —preguntó Gideón, observándola con curiosidad.
—¿Diosa...? —cuestionó Serenity, regresando su mirada al varonil rostro de Gideón.
—¿Acaso no lo eres? Tienes un aura distinta, y no solo tu extraordinaria belleza te delata, hay algo más...
Serenity contuvo el aliento después de escucharlo, sintiéndose cautivada por la intensa atención que el rey Gideón le dedicaba. Sus ojos no se apartaban de ella, lo cual emocionaba y aterraba a la reina al mismo tiempo.
—¿Algo más... como qué?
Durante todo ese tenso y electrizante intercambio, ambos no dejaron de mirarse, como si estuvieran hipnotizados el uno por el otro.
—No lo sé —respondió Gideón, ladeando ligeramente la cabeza, con un gesto casi juguetón—. Pero tendré tiempo para descubrirlo. Soy tu esclavo personal e íntimo, ¿no es así? —añadió, sus labios curvándose en una sonrisa confiada, como si las pesadas cadenas que lo aprisionaban no supusieran impedimento alguno.
Serenity parpadeó, sintiendo que sus mejillas ardían. Gideón irradiaba una seguridad y un porte que la desconcertaban. ¿Cómo alguien tan perspicaz había terminado traicionado por los suyos? ¿Qué habría hecho para que quisieran verlo muerto? La joven reina permaneció arrodillada frente a él, su rostro enrojecido como un tomate y su mente llena de un montón de preguntas que no sabía si tendrían respuesta.
—Curaré tu herida mas grave que es esa de la pierna, he de imaginar que es difícil para ti caminar… si no hago algo pronto, se infectará.
Gideón que no había quitado su mirada de ella en ningún momento, dijo:
—Si, me cuesta caminar —mintió, con una sonrisa —cúrame, diosa de Avalonia…—dijo Gideón pensando: «Mi hermosa futura esposa tiene un corazón noble y además, es la reina de este reino. Jugaré un poco antes de irme de aquí con mi futura reina…»