—Llévenlo al aposento de juegos que comparto con mi esposa —ordenó Varkan con voz autoritaria, mientras sus ojos centellaban malicia —. Atenlo, y ni se les ocurra dejarlo libre en la recámara.
—Sí, su majestad —respondieron los guardias al unísono, con sus rostros inexpresivos mientras levantaban al rey Gideón de los pies de Serenity.
Durante todo ese tenso intercambio, el imponente rey lobo mantuvo una extraña, casi inquietante sonrisa, sin apartar ni por un instante su mirada penetrante de la joven reina. Su actitud era como si le divirtiera la situación, por muy extraño que pareciera. Mientras los guardias lo arrastraban con violencia hacia el lugar indicado por Varkan, Serenity tampoco podía despegar sus ojos del prisionero, observando cómo lo transportaban con la cautela y la fuerza propias de quienes se enfrentan a una bestia salvaje y peligrosa, capaz de escapar y atacarlos en cualquier momento, a pesar de que Gideón se encontraba herido y encadenado.
En el momento en que los guardias cruzaron el frío y oscuro pasillo, iluminado únicamente por el tembloroso resplandor de las antorchas, Varkan sujetó con brusquedad el brazo de Serenity, atrayéndola hacia él. Se alejaron unos pasos, adentrándose aún más en los lúgubres calabozos de la plata alta del palacio, y la joven de blancos cabellos sintió el temor apoderarse de ella. ¿Qué tendría planeado su cruel esposo? Serenity desconfiaba profundamente de Varkan, pues no solo la había sometido a abusos verbales, sino que en un par de ocasiones también la había lastimado físicamente: la primera vez, cuando descubrió su esterilidad, y la segunda, cuando ella se negó a acompañarlo a un lugar que él deseaba visitar…
—¿Por qué me humillas de esta forma, mi señor? ¿Acaso no soy lo suficientemente útil para ti? —preguntó Serenity, mientras era arrastrada por Varkan, comprendiendo entonces que se dirigían a la azotea de los calabozos—. ¿A dónde vamos?
—A terminar el trato que hice con los bárbaros. ¡Apresúrate! Tú te encargarás de llevarme...
Serenity tragó saliva, sintiendo un escalofrío recorriendo su espalda.
—S-Sí, mi señor —respondió, sabiendo que sería inútil negarse a los deseos de su esposo.
Mientras tanto, Gideón fue arrojado sin la menor delicadeza a una habitación que lo dejó verdaderamente sorprendido. El espacio estaba exquisitamente decorado con detalles en oro, azul y ricos tonos púrpura. En el centro se alzaba una enorme cama, con un dosel y cortinas de opulenta tela púrpura y dorada, adornada con elaborados tallados y detalles ornamentales. A su lado, un lujoso sofá también recubierto de suntuosas telas y ornamentos dorados. Las paredes se encontraban cubiertas de intrincadas molduras en piedra y madera tallada, mientras que las enormes ventanas emplomadas lucían hermosos vitrales con figuras creadas por la mano de un hábil artesano, permitiendo que la luz natural se filtrara a través de ellas, proyectando patrones cambiantes sobre el pulido suelo de piedra. El lugar incluso emanaba un delicado aroma a flores, como si se encontraran en plena primavera.
—¿Qué demonios es este lugar? —exclamó Gideón en su idioma, cuando lo empujaron y ataron sus cadenas a una de las imponentes columnas talladas.
—No entendemos lo que dices, pero nos da igual —respondió uno de los guardias, mientras los otros dos se aseguraban de que el prisionero estuviera bien sujeto.
Con un asentimiento de cabeza, el guardia les indicó a sus compañeros que Gideón estaba asegurado. Fue entonces que, con clara intención de provocarlo, uno de ellos se acercó al rey lobo, agachándose y clavando en él una mirada cargada de desprecio.
—No saldrás vivo de aquí. Es cuestión de tiempo para que te maten, gran Gideón el Devastador. Disfruta tu estancia mientras puedas... —dijo con un tono de burla que solo hizo que una leve sonrisa curvara los labios del orgulloso rey guerrero.
—Por lo visto, puedes entendernos, se nota en la forma cómo nos miras.
Gideón guardó silencio, rehusándose a desperdiciar saliva con esas escorias. En el instante en que uno de los guardias se acercó y pisó con saña su pierna herida, aquella que había sido alcanzada por una saeta cuando se encontraba montado en su Aerkor, minutos antes de caer en la trampa, el rey lobo de cabellos castaños ahogó un gemido de dolor. No iba a darles el gusto. Por eso, el guardia repitió la acción un par de veces más, acompañando sus acciones con risas burlonas.
—Espero que al menos te folles bien a la inútil esposa del rey. Me hubiese encantado hacerlo yo mismo, pero en ocasiones, los perros tienen mejor suerte que los hombres —comentó el guardia, con una sonrisa maliciosa, antes de salir de la lujosa recámara y cerrar la puerta con llave tras de sí.
«¿Qué dijo? ¿Qué me follaré a la inútil esposa del rey?», se preguntó mentalmente Gideón, quien, debido a su estado seminconsciente, no había escuchado cuando Varkan había revelado que él sería un esclavo se*xual, sin embargo, ese pensamiento se fue de su mente, cuando sintió el escozor de su herida —Malditos bastardos... ya me he grabado sus rostros —se quejó Gideón cuando el dolor en su pierna se hizo cada vez más intenso debido a las pisadas que le dieron a la herida—. Cuando me libere, serán los primeros en morir…
Un par de horas después
Para ese momento, Serenity y Varkan ya habían regresado al palacio luego de haberse reunido con los bárbaros del reino de Zythos. La joven reina se encontraba profundamente impresionada por lo que había escuchado. Su esposo había hecho un trato con aquellos hombres lobo a cambio de la cabeza del rey Gideón, el hombre que ahora se encontraba cautivo en su palacio. Aquellos salvajes habían traicionado a su propio rey a cambio de una simple botella de miel de zafiro, algo que Serenity simplemente no podía creer. Sin embargo, Varkan les había mentido descaradamente, pues, al parecer, los traidores bárbaros querían a su rey muerto.
—Su rey ha muerto, tal y como lo estipulamos —mintió Varkan sin tapujos en aquel momento, mientras estuvo reunido con aquellos bárbaros, cuyas apariencias eran similares a la del prisionero que yacía vivo en el palacio.
—¿Y qué garantías nos das de que dices la verdad? —cuestionó aquel bárbaro traidor que había vendido a su rey por una botella de miel de zafiro.
Al no comprender el idioma Avalonio, los bárbaros contaban con un intérprete entre sus filas que, al parecer, lo dominaba a la perfección. Fue este mismo quien, la noche anterior, le había dicho a Gideón que el lugar estaba más tranquilo que un cementerio.
Cuando Varkan vio la duda reflejada en los rostros de aquellos salvajes, supo que debía estar preparado para ese escenario. Por eso, cuando el hombre lobo hizo su pregunta, el esposo de Serenity le lanzó una correa de cuero que pertenecía supuestamente al atuendo de Gideón. El bárbaro la atrapó con agilidad, comenzando a olfatearla como un sabueso, para luego pasársela al resto de sus compañeros.
—Sí, es el olor y la sangre de Gideón —dijo aquel bárbaro en su lengua materna, sonriendo mientras su larga cabellera se mecía con la brisa matutina.
—Eso fue lo único que quedó de él. Mis bestias lo despedazaron vivo —mintió Varkan durante aquel encuentro. El intérprete susurró la traducción al traidor, quien, al instante, sonrió con satisfacción, dejando entrever en sus rostros victoriosos la felicidad de saber que Gideón había muerto.
—Bien, entonces el trato está hecho. No nos acercaremos a este reino. Continuaremos con nuestras conquistas, pero Avalonia se mantendrá intacta —dijo aquel traidor, dirigiendo su mirada hacia Serenity antes de volver su atención a Varkan—. Eso es todo.
—No los atacaremos, Avalonia estará a salvo. Ahora ya nos iremos —tradujo el intérprete.
Con ese simple trato, los cinco traidores emprendieron el vuelo en sus Aerkors, mientras Serenity los observaba partir. De regreso al tiempo presente, la reina de cabellos blancos y su esposo se encaminaban hacia el lugar donde se encontraba Gideón. Pero antes de llegar, Varkan detuvo a Serenity, estrellándola sin delicadeza contra la pared y sujetando con violencia su mentón.
—Escúchame bien —dijo Varkan con un tono de voz amenazante, aprisionando a Serenity con su cuerpo.
—Me estás lastimando, Varkan... —se quejó Serenity en voz baja.
—No me interesa —declaró Varkan con una leve sonrisa—. Eres mi esposa y puedo hacer lo que se me plazca contigo, ese fue parte del trato por el que te compré a un excelente precio.
Esas palabras hirieron profundamente a Serenity, quien odiaba escuchar que había sido vendida a él. Le recordaban que era solo un objeto.
—Oculta tus poderes de ese salvaje, y ni se te ocurra mostrarle que haces las flores de zafiro, ¿entendiste?
Varkan aún sujetaba con fuerza el mentón de Serenity, obligándola a mirarlo a los ojos. Fue por esa razón que ella se atrevió a preguntar:
—¿Por qué lo dejaste vivo, y por qué deseas que él sea mi esclavo en la cama? No entiendo.
Varkan simplemente sonrió, acercándose tanto a Serenity que podría besarla.
—Entre animales se entienden...