Serenity miró a su alrededor, observando las columnas que se alzaban majestuosas con una especie de repisa en cada una, sobre las cuales reposaban esponjas y botellas de lo que parecía ser jabón de aloe. Caminó hacia una de ellas con pasos titubeantes mientras Gideón entraba en la alberca, hundiéndose en las aguas tibias. Con el corazón latiéndole desenfrenado en el pecho, ella fue a sentarse junto a él en las escaleras que había dentro del estanque. Ahí, con manos temblorosas por los nervios, Serenity comenzó a frotar delicadamente el pecho y los hombros de Gideón, retirando la suciedad y la sangre reseca con movimientos lentos y cuidadosos. A medida que iba limpiando su piel bronceada, no pudo evitar maravillarse ante la fuerza y la vitalidad que irradiaba el cuerpo del rey lobo. Tenía