Una vez dentro del viejo castillo, Serenity y Serabelle se acercaron a la ventana como si fueran un par de niñas curiosas viendo algo interesante afuera en el jardín. Los ojos de las gemelas se posaron en la imponente figura de Gideón, aquel hombre lobo de mirada fiera y musculatura cincelada como las estatuas de los dioses antiguos. Con movimientos fluidos y hábiles, el hacha en sus manos desnudas desgarraba la carne del venado abatido, mientras diminutas gotas de sudor perlaban su torso desnudo, destellando al sol de la tarde como diamantes. Serenity sintió el rubor arder en sus mejillas, incapaz de apartar la vista de aquella imagen de feroz belleza masculina. «El rey Gideón es tan salvaje y atractivo al mismo tiempo...» pensó, conteniendo un suspiro mientras una punzada de deseo recor