36. El Castillo Abandonado de Siriandel

1703 Words

Sin esperar una respuesta por parte de Gideón, las piernas de Serenity cobraron vida propia y se lanzó a correr en la dirección indicada arrojando al suelo aquellos zapatos que tenía en sus manos. El viento acariciaba su rostro y agitaba su cabellera blanca mientras avanzaba a toda velocidad. Gideón no tardó en alcanzarla con sus poderosas zancadas. En un ágil movimiento, la montó sobre su lomo, envuelta en un mar de pelaje azabache. —¿Qué haces corriendo, diosa? Si tu esposo puede llevarte —la voz grave de Gideón resonó con una nota traviesa, y Serenity pudo jurar que, incluso en su forma de lobo, vio dibujarse una sonrisa pícara en su hocico. Las mejillas de la joven se tiñeron de un suave carmesí mientras se acomodaba sobre el cálido y musculoso lomo de su amado. Gideón corría con la

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