La angustiante revelación de Gideón dejó a Serenity atónita, su expresión reflejando la conmoción que la embargaba. La culpa y el dolor que aquel rey lobo aún cargaba por la muerte de su madrastra eran casi palpables, atormentando sus facciones con una tristeza profunda. El corazón de Serenity se encogió al imaginar vívidamente la escena de aquella mujer expirando en los brazos de un joven Gideón, su último aliento escapando de unos labios ya moribundos. Fue por esa razón que, con un tono suave cargado de empatía, intentó brindar consuelo al atormentado monarca.
—No fue su culpa, su alteza —musitó Serenity con delicadeza—. Usted no sabía que la madre de su hermana Atalia estaría ahí esa fatídica noche. Su madrastra eligió sacrificarse por amor, para proteger al hijo del hombre que tanto a
