La profunda mirada de Alessandro la hizo temblar, pero rápidamente reaccionó—. Le llegaron correspondencia —se las estiró para que Alessandro las tomara. Cuando este las agarró, rápidamente metió el sobre dentro de su cartera—. Nos vemos, señor Lombardo —se giró para irse, pero la gruesa voz la detuvo.
—Alto —su cuerpo se petrificó, sus ojos se abrieron como plato—. ¿Por qué te vas?
—Porque mis horas laborales se terminaron, señor —dijo de espaldas.
—No hablamos de horas laborales. Creía que trabajabas puertas a dentro.
Se giró para mirarlo.
—No puedo trabajar puertas adentro, señor. Estudio y, cuido de mi abuela —ella no tenía abuela, pero estaba haciendo referencia de la abuela de Luisa. En sí, estaba adoptando el papel de Luisa.
—Ok. Vete —dijo dándose la vuelta.
Eliane hizo muecas detrás de él. Cuando se perdió de su vista, se giró y salió refutando para si mismo. “Que bipolar es el señor Lombardo”.
Al llegar a la salida se despidió del señor Pérez, a quien le hizo saber que le dejaba su cena lista en el refrigerador, solo debía ingresar y calentar.
Alessandro ingresó a la cocina, abrió el refrigerador para buscar que llevarse a su boca. Vio la bandeja de comida y la destapó. Al ver lo cuidadoso que estaba, protegida por un plástico que ayudaba a evitar que las bacterias y hongos de zona fría ingresaran, decidió comerlo.
Le llevó al sartén. Encendió la cocina y esperó que se calentara. Segundos de haberlo puesto, empezó a oler esa exquisita fragancia.
Olía muy bien. Parecía que esa empleada si sabía cocinar. Agradecía por haberle dejado ese plato de comida, así lo salvó de cocinar.
Cuando se sentó en la mesa. Deleitó ese salmón en salsa de ajillos, la cual le producía degustarlo de inmediato.
Apenas llevó la cuchara a su boca, sintió sabores exquisitos. Joder, que bien sabía. Su estómago se relajó al sentir la tibia comida invadir sus paredes.
¿Cómo se había perdido de esas delicias? ¡Carajo! Eso estaba tan bueno, que procedió a comer más de prisa.
Estaba casi terminando cuando el señor Pérez ingresó. Este se disculpó con Alessandro por estar ahí.
—No te preocupes. Sabes que puedes ingresar cuando y a la hora que quieras.
Limpió las comisuras de sus labios y se levantó. Lleno, satisfecho por el festín de comida que Eliane había preparado.
El señor Pérez solo observó como Alessandro echaba a la basura los poquitos de restos que habían quedado de su comida. No pensó que eso sucediera, que su jefe se comiera su cena. Tanto que le gustaba la comida de Eliane, que iba con ansias a comerla antes de que oscureciera.
En el refrigerador ya no estaba. Solo la bandeja sucia reposaba en el fregadero, y ahora el traste que Alessandro acababa de ensuciar.
—¿Qué sucede? —Cuestionó al verlo triste—. ¿Sientes algún dolor?
—Si —dijo el hombre de edad media llevando la mano al pecho.
Alessandro se preocupó. Estaba por cuestionar los detalles de dolor, cuando el señor Pérez dijo—. Me ha dejado sin cena.
—¿Yo? —miró las bandejas se quedó en trance—. ¿Era tu comida? —el señor Pérez asintió—. Joder. Lo siento. No lo sabía, yo creí que…
Recordó haberle dicho a Eliane que no cocinara para él, solo para el señor Pérez, el perro y ella.
Ahora se había comido la comida del cuidandero, y eso lo hizo sentirse muy mal. Sacó unos cuantos dólares y se lo entregó.
—Compra algo.
Eso fue una ofensa para el señor Pérez, ya que él tenía dinero para comprar su comida, sin embargo, él quería la comida de Eliane. Desde hace dos días que esa chica le había dado de probar su comida, y definitivamente le encantó. Tanto que esperaba con ansias cada comida, para disfrutarla.
—No encontraré una comida como la de la señorita Ríos.
Se giró dejando a Alessandro con la mano estirada. Caminó lentamente como un perezoso, pero desanimado porque tenía que esperar hasta mañana para complacer a su paladar.
—Oh, lo siento señor Pérez, prometo recompensarlo.
Este no le respondió, solo siguió caminando lento y sin ánimos.
Luego de unas horas, Alessandro subió a su habitación, al ingresar se desnudó para darse un baño. Cuando pasó por el espejo se miró los músculos. Dobló el brazo hacia arriba y presionó el puño.
¿Por qué decía que no era musculoso si se le formaba bien la bola en su brazo? Debía solicitar una cita para su empleada con su amigo el oculista para que le revisara los ojos.
Movió los hombros hacia atrás, y orgulloso de su cuerpo se fue al baño. Al salir volvió a mirarse al espejo.
“Definitivamente está ciega”. Dijo para sí mismo.
Alessandro se preparó para ir al hospital. Tenía un par de operaciones corazón abierto esa noche. Otras de cerebros e hígados.
No sentía flojera de ir, ya que su trabajo era lo que más amaba a parte de su abuelo. Con gran animo llegó a su trabajo, saludando a cada uno del personal que estaba de velada.
Llegó a su consultorio, dejó su maletín a un lado y sin perder tiempo se desinfectó y se colocó el mandil.
Minutos después ya estaba caminando hacia el quirófano donde sus demás colegas tenían al paciente. Varios enfermeros y demás médicos caminaban a su lado. Abrieron la puerta para que el gran Alessandro Lombardo ingresara.
Cuando se paró cerca del paciente, el cual aun estaba consciente le sonrió. Solo sus pacientes tenían la dicha de ver su hermosa sonrisa.
—¿Cómo se siente?
—Segura, porque sé que estoy en buenas manos.
—Claro que si.
Alessandro acostumbraba a tener una charla con sus pacientes antes de empezar la operación. Eso les hacía relajar a medida que iban perdiendo el conocimiento para entregarse al Dios del sueño mediante una anestesia.
Cuando ya estaba dormida, Alessandro procedió a colocarse los guantes, su mirada estaba fija en la mujer a la cual rajaría en los siguientes minutos.
Tras horas de operación salió y fue directo a su consultorio, volvió a prepararse para la siguiente operación. Salió de esta cuando era ya media noche. Cuando realizó la tercera operación se adentró a la habitación que tenía en el hospital y cerró los ojos hasta que una voz lo despertó.
Al ver la mujer parada al lado de la cama rodó los ojos, seguido se sentó, por consiguiente se paró.
—Alessandro, vine a despertarte porque es la única oportunidad que tenemos para hablar.
—¿Por qué entras a mi habitación? —rugió saliendo.
—Te esperé unos minutos y…
—Así no despierte en diez años, tienes que esperar fuera de mi habitación ¿estamos? —Asintió.
—Alessandro, quiero disculparme por haber hecho lo que hice, pensé que… que también lo deseabas.
Alessandro hizo una mueca de desagrado cuando recordó como esa mujer se desnudó delante de él para intentar llevarlo a la cama.
Agradeció que lo hubiera ido a esperar en el aeropuerto, sobre todo, que le haya pasado un informe detallado de lo sucedido en los últimos meses en el hospital, pero detestaba que lo haya querido seducir en su despacho.
¿Qué creía? ¿Qué era un hombre fácil?
Alessandro era un hombre que, al igual que deseaba tener una mujer pura para él, quería llegar puro para ella.
Por más tentación que tuviera, no era fácil de caer, pues ese hombre no sentía, ni siquiera viendo a una mujer desnuda con un cuerpo extremadamente hermoso. Él había visto muchos cuerpos desnudos, y ver el cuerpo de Adelaida, no era de admirar.